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jueves, julio 31

Los misterios de Poe



(Un texto de María Ramírez en El Mundo del 16 de marzo de 2014)

Durante siete décadas, un visitante anónimo depositó tres rosas y media botella de coñac junto a su tumba.

Cada 19 de enero durante siete décadas, entre la medianoche y las cinco de la mañana, un hombre con abrigo largo y un bastón de empuñadura dorada dejaba tres rosas y una botella de coñac a la mitad junto a la tumba de Edgar Allan Poe en Baltimore. Los pocos que lo vieron de lejos en ese cementerio de una antigua iglesia dicen que se tapaba la cara con un sombrero y una bufanda blanca.

Hace cinco años desapareció. Su rito coincidía con el día del nacimiento del escritor. Su nombre sigue siendo todavía un misterio. La única persona que dijo saber la identidad del visitante murió sin revelar el secreto.

En 1983, el ex director de la casa Museo de Poe en Baltimore, Jeff Jerome, empezó a organizar discretas vigilias para acompañar al visitante misterioso y demostrar que no era él. El grupo esperaba, pero no se acercaba al hombre. «Lo observaban, pero no querían intimidarlo, mantenían la distancia. Creo que el ex director de la casa sabe más de lo que dice. Pero el visitante también hizo un gran esfuerzo por ocultarse. Es un misterio maravilloso que se añade al misterio de Poe», explica a EL MUNDO Kristen Harbeson, la presidenta de Poe Baltimore, una organización sin ánimo de lucro creada para salvar la casa del escritor en la ciudad.

Alexander Rose, profesor de literatura y presidente de la Poe Society, se empezó a interesar por el último enigma de Poe en los años 60, si bien los feligreses de la iglesia recuerdan haber oído hablar de la aparición de las flores y el coñac desde los años 30. Rose murió en 1995 y en público sólo sugirió que el hombre del cementerio no era una sola persona. En 1993, el visitante dijo en una nota que pasaría «la antorcha» a «un hijo».

El hijo de Rose cuenta ahora a este diario que varias personas le comentaron que su padre era el guardián del secreto. «Es muy posible que tuviera información privilegiada porque estaba profundamente involucrado en todas las cosas de Poe», explica John Rose, entre cuyos recuerdos infantiles están las botellas de coñac recuperadas del cementerio. A su padre, también conocido como Mr. Poe, le gustaban los misterios. Cuando John estaba estudiando su doctorado de Filosofía, su padre lo puso en el consejo de la Poe Society con el puesto de «metafísico» sin decirle nada al chico para ver cuánto tardaba en descubrirlo. «Me costó dos años. Es un cargo que todavía tengo» dice Rose hijo.

La última visita del seguidor de Edgar Allan Poe a su tumba fue en 2009, año del bicentenario del nacimiento del escritor. Los fieles han dado por terminado el rito y saben distinguir a los impostores.

El auténtico tenía una triquiñuela aún secreta para entrar en el cementerio cerrado de noche y tocaba de una forma particular el cenotafio donde originalmente se enterró el cuerpo de Poe (y donde, según algunos, todavía sigue pese a que la lápida está ahora unos metros más allá). A veces, dejaba una nota. En 2004, durante la guerra de lrak, hizo una referencia contra «el coñac francés» que sublevó a los seguidores de Poe, temerosos de que el hijo no estuviera cumpliendo bien con la misión.

A los más apasionados, el rito del coñac les molestaba. «Eso sirvió para perpetuar algunos mitos. Ya es una puerta cerrada, pero este enigma no era tan importante», explica a EL MUNDO George Figgs, actor, escritor, pintor y músico obsesionado con Poe desde que con nueve años leyó El cuervo.

El gran misterio al que Figgs le ha dedicado 20 años de investigación es la muerte de Edgar Allan Poe, que apareció en una calle de Baltimore delirando y con la ropa de otra persona después de días en paradero desconocido. Ni siquiera tenía que estar en Baltimore, donde ya no vivía. Iba en tren de Richmond a Nueva York, de vuelta a su casa después de un tour en busca de dinero y apoyo para una nueva revista literaria que quería lanzar, The Stylus.

Nadie sabe por qué Poe paró en Baltimore ni qué hizo exactamente entre el 27 de septiembre y el 3 de octubre de 1849, cuando fue encontrado con apariencia de estar drogado o borracho. Murió el 7 de octubre con 40 años en un hospital donde no pudo explicar qué había sucedido esos días. No hay certificado de defunción, pero se ha especulado con que fue víctima de diabetes, tumores, rabia, sífilis o sobredosis de tranquilizantes.

Figgs está convencido de que el culpable de la muerte de Poe fue Rufus Griswold, periodista, crítico literario y rival que consiguió quedarse con los derechos de las obras de su enemigo y escribió la primera e influyente biografía sobre él describiéndolo como un borracho inestable. Según Figgs, Griswold «y sus cómplices» entregaron a Poe a un grupo de timadores electorales en una treta habitual entonces que consistía en drogar a la víctima y disfrazarla para que votara varias veces. Aquel 3 de octubre se celebraban unos disputados comicios locales.

George Figgs asegura haber descubierto una carta que prueba los planes de Rufus Griswold, quien después se encargó también de apuntalar la mala imagen de Allan Poe en la prensa sensacionalista. «Fue un escándalo. Difamación pura. Mintieron diciendo que Poe era un alcohólico, pero los que controlaban la prensa eran sus enemigos», explica Figgs que, como muchos seguidores de Poe, asegura que el escritor no era un bebedor disoluto, sino que tenía alergia al alcohol. «Una sola copa en él podía tener el efecto de cinco o seis en otra persona», dice Figgs, que ha escrito un guión para cine y teatro sobre Jo que él considera un asesinato.

Sus seguidores defienden a Poe con una pasión que puede llegar al enfado. La misma intensidad con que varias ciudades compiten por identificarse con el autor. Poe nació en Boston, se crió en Richmond, decía que era de Baltimore, pasó por Filadelfia y triunfó en Nueva York, donde vivió en el sur de Manhattan y en una casita de madera en el Bronx rodeado de ovejas. Se batalla por quién tiene más huellas de Poe y quién entendió mejor su alma.

«Baltimore es el primer sitio donde se sintió en casa. Aquí conoció a su mujer», defiende la historiadora Harbeson. «Aquí tenemos su cuerpo, su casa más antigua. Baltimore está muy orgullosa de su legado. ¡Ha llamado Los cuervos a su equipo de fútbol!... Cuando hablo de Poe utilizo las mismas palabras que cuando describo Baltimore: cruda, oscura, inesperada; no todo el mundo la ama, pero quien la ama lo hace de verdad. Imperfecta, pero maravillosa».

Nueva York también ha sido muy activa reclamando su relación con el escritor. «El del Bronx es el museo Poe más antiguo de América. En Richmond, se hizo otro en los años 20, pero fue después y no era en la casa donde vivió Poe», rebate Neil Ralley, ilustrador y guía de la casa que hoy se conserva en un parque en el centro del Bronx bautizado con el nombre del autor.

El lugar es también el único edificio que queda del antiguo pueblo de Fordham y una de las pocas casas pobres del Nueva York de aquella época. «Lo demás son todo mansiones donde vivían los ricos... Pero Poe era pobre, pobre de verdad», explica Ralley a pocos pasos de la cama donde murió de tuberculosis la mujer del escritor, Virginia, una prima segunda que Poe había desposado cuando ella tenía 13 años y él 27.

El escritor pagaba 100 dólares al año por la casa de habitaciones minúsculas y construida con techos bajos para ahorrar madera y recursos para calentarla. Escribía artículos sin parar para lograr ese dinero, una fortuna para él. Por El cuervo cobró ocho dólares. Por el poema Annabel Lee, cinco, incluso cuando ya era famoso.

En el Bronx escribió sus mejores obras. Sus paseos nocturnos por un puente cercano le inspiraron. La Universidad de Fordham tiene guardada en una caja fuerte la campana de su college original que Poe escuchaba cuando, atormentado por la muerte de su mujer, escribió Las campanas, su último poema: «The ringing of the bells, bells, bells... Keeping time, time, time».

Las ciudades de Poe
Boston. Nació el 19 de enero de 1809 en el 62 de la calle Carver. La casa fue destruida y la calle ha cambiado de nombre: hoy es Charles Street South.

Richmond (Virginia). Se crió con una pareja que lo cuidó tras la muerte de sus padres, pero nunca lo adoptó formalmente. Estudió allí y se casó con su mujer, Virginia. Planeaba volver tras la muerte de su esposa. La Universidad de Virginia y el Museo Poe, cerca del lugar donde vivió, contienen la mayoría de las cartas, bocetos y otros documentos del escritor.

Filadelfia. Vivió en varias casas durante seis años antes de marcharse a Nueva York. La única que ha sobrevivido es la que está en el 532 de la calle séptima, en el antiguo barrio de Spring Gardens.

Baltimore. Se mudó con 23 años y empezó a escribir en la ciudad. Vivió en una pequeña casa que se salvó de la destrucción y hoy es su museo en el 203 de la calle Amity. Murió el 7 de octubre de 1949 en lo que hoy se llama Church Hospital. Su tumba está en el cementerio de Westminster Hall, una iglesia de estilo gótico que ahora se usa como sala de celebraciones. Está enterrado con su mujer y su suegra. También queda la vieja lápida donde estaba enterrado sólo a pocos metros.

Nueva York. Aquí escribió sus obras más famosas y fue feliz hasta que su mujer murió de tuberculosis. Vivió en varias casas del Village. Entre ellas, en el 137 de Waverly Place, el 130 de Greenwich y el 85 de Amity, que la Universidad de Nueva York destruyó en 2001 para construir su facultad de Derecho. Tras las protestas, la universidad reconstruyó parte de la fachada. Poe 'Cottage' en el Bronx: vivió aquí los últimos años de su vida. Es museo desde 1913, cuando la antigua granja se movió de sitio para que no fuera destruida. Hoy está en el Parque Poe, en el centro del Bronx. Junto a la casa, también hay un centro recreativo en un edificio moderno con el tejado en forma de alas de cuervo.

El origen de Batman
En 1939, Bab Kane y Bill Finger, dos veinteañeros que dibujaban cómics, pasaban horas debatiendo ideas en un banco enfrente de la casa de Edgar Allan Poe en el Bronx. El parque que la rodea estaba cerca del estudio donde trabajaban y del piso de Finger, que se había criado en el barrio. Allí empezaron a imaginar un superhéroe enmascarado de pasado trágico, capa negra y alma de pájaro, tal vez de cuervo en honor a Poe. El cuervo se convirtió después en un murciélago llamado Batman.

Los cuentos oscuros del escritor también ayudaron a los jóvenes para caracterizar al malvado Joker, obra del tercer colaborador, Jerry Robinson, que también se mudó al Bronx, a la avenida donde está la casa de Poe, Grand Concourse. Décadas después, Poe aparecería como actor invitado para ayudar al superhéroe a resolver asesinatos en la serie Batman; Nevermore.

Marc Tyler Nobleman, autor de un libro sobre la creación de Batman, explica a este diario que Kane y Finger iban a menudo al parque del escritor «a hacer tormenta de ideas para las historietas de Batman». Después, volvían al estudio o al piso de Finger para escribir y dibujar. El primer boceto se creó en un fin de semana, «probablemente en el apartamento de Bill... No sería fácil dibujar o escribir a máquina en el Parque Poe».

Nobleman ha emprendido una campaña para instalar junto a la casa de Poe un símbolo dedicado a Finger. Kane se quedó con la autoría de Batman mientras Finger fue apartado pese a haber escrito gran parte de las historietas las primeras dos décadas. Murió pobre, sin funeral ni obituario a los 59 años. Kane reconoció su labor en una autobiografía años después.

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miércoles, julio 30

Aleksandr Pushkin: el poeta y su música



(La columna de Manuel Hidalgo en El Mundo del 7 de febrero de 2014)

El 27 de enero de 1837 Aleksandr Pushkin se batió en duelo de pistola en San Petersburgo con el militar francés Georges-Charles D'Anthès, a la sazón cuñado suyo. El escritor estaba casado con la guapísima y zascandil Natalia Goncharova, con quien había tenido cuatro hijos en seis años de matrimonio. Natalia daba mucho que hablar y, al parecer, había tenido un amorío con el franchute. Para tapar el escándalo, se había urdido una boda entre D'Anthès y una hermana de la Goncharova. Pero Natalia y Georges volvieron a verse. A manos de Pushkin llegó un anónimo que le tachaba de cornudo, y Aleksandr retó a duelo a Georges.

Le tocó disparar primero al francés, que hirió mortalmente a Pushkin, el cual, en su turno de disparo, sólo llegó a encajar su bala en un brazo del militar.

En su lecho de muerte, Pushkin perdonó a D'Anthès, pero no sirvió -los duelos estaban prohibidos- para evitar la prisión del militar y su posterior -y amañada- expulsión del país. D'Anthès llegaría a ser un relevante político en Francia. Pushkin falleció a los dos días del duelo y, para evitar disturbios, su funeral y su entierro en el monasterio de Sviatogorsky se celebraron de tapadillo. Era la máxima gloria de las letras rusas, el considerado fundador de la moderna literatura rusa que, bajo su influencia, estallaría en la segunda mitad del siglo XIX.

Pushkin ya era un experto en duelos, pues en su cercana juventud -amén de mantener ideas revolucionarias y de entregarse en cuerpo y alma a la literatura- había llevado una vida de crápula, jugador y juerguista, y había tenido amores peligrosos con mujeres casadas con gobernadores y generales. Altos riesgos.

Aleksandr Pushkin nació en Moscú en 1799 en una familia ligada a la nobleza y a la milicia. Fue educado y criado por preceptores y ayas que le inculcaron el amor a la literatura francesa culta y, al mismo tiempo, la pasión por las leyendas y relatos populares rusos. Devoraba la abundantísima biblioteca de su padre y estudió en el liceo más prestigioso de la ciudad, el que preparaba a las clases dirigentes. Con sólo 18 años, el poema Ruslan y Liudmila lo consagró. Ingresó en Asuntos Exteriores al servicio del Estado.

Pero tanto algunas de sus obras como su comportamiento público denotaban ideas ateas, volterianas y levantiscas. Entró en contacto con los círculos antizaristas que luego desembocarían en el movimiento decembrista, así llamado porque, en diciembre de 1825, protagonizó una revuelta contra el zar que acabó en carnicería. Pushkin no pudo participar en ella porque, en 1820, ya había sido enviado al exilio y luego recluido en el campo, aislado en una hacienda familiar.

El destierro le llevó al Cáucaso y a Crimea, primero, y de aquella etapa, siempre convulsa por la política y por su vida personal, surgió el poema narrativo El prisionero del Cáucaso (1821), […], los infaustos amores en un escenario de guerra entre un prisionero ruso y una muchacha circasiana que lo reconforta arriesgando su pellejo. Pushkin tenía 22 años cuando lo terminó: la maravilla de un genio.

El texto sirvió de base para una ópera (1857) del compositor ruso César Cui. Las grandes obras maestras de Aleksandr Pushkin han dado lugar a óperas no menos magistrales y decisivas en la historia de la música. Pensemos solamente en Eugenio Oneguin y Boris Godunov, libros publicados en 1831 tras ocho y cinco años, respectivamente, de elaboración. El primero, novela en verso, sobre los amores imposibles -con duelo de por medio- del rico Eugenio y la apasionada Tatiana, dio lugar a la ópera del mismo título de Piotr Ilich Chaikovski estrenada en 1879. El segundo, drama histórico en prosa y verso, de ecos shakespearianos y tono romántico, se transformó en la ópera homónima compuesta y estrenada por Modest Mussorgski en 1874.

Eran años, por cierto, en que la literatura de Pushkin volvía a ser ensalzada después de haber pasado por algunas décadas de relativo olvido. Fue Fiodor Dostoievski, que también nació en Moscú y murió en San Petersburgo -la ciudad más vinculada a Pushkin- quien más se batió el cobre, y con éxito muy duradero, por la reivindicación del autor de El prisionero del Cáucaso. Es preciso tener en cuenta que, aunque Pushkin, como ha quedado dicho, también se nutrió de historias populares rusas, su obra se asentó en buena parte sobre bases del romanticismo y del clasicismo, a partir de fuentes (francesas e, incluso, alemanas) que resultaron, en un momento dado, demasiado ajenas y cosmopolitas para una corriente emergente de la literatura rusa que, como sucedería en otros países, iba a fraguar en un llamémosle crudo realismo que, simplificando, no parecía que pudiera avenirse bien con el intenso ramalazo lirico de la obra de nuestro escritor. Sin embargo, y en parte por su aliento revolucionario, fue recuperado, y hasta hoy.

Si con Alejandro I le fue fatal a Pushkin, pues lo mandó al exilio, no le fue mucho mejor con su sucesor, Nicolás I, que le tendió una sutil trampa. Subiendo al trono Nicolás I en 1825 se produjo la masacrada revuelta decembrista. Nicolás sabía que Pushkin no había podido participar -andaba confinado en Odessa-, pero conocía su simpatía hacia los detractores del poder imperial.

A Nicolás I se le ocurrió el ardid de atraer a Pushkin a su corte, con una especie de perdón o gesto reconciliatorio, con la promesa de apoyarlo, de impulsarlo, de darle libertad. Pero lo que sucedió, en buena medida, es que Nicolás I acabó convirtiéndose en su primer censor y no le libró del acoso de los funcionarios policiales de su régimen. Quería tenerlo cerca y controlado. Pushkin se mosqueó, hizo algunos viajes y estancias fuera de Moscú y, finalmente, y tras casarse con Natalia Goncharova, acabó largándose a San Petersburgo en 1831. Para colmo, parece ser que Nicolás I también merodeó a Natalia, que -está visto- era una mujer que no escondía su atractivo y que era propensa a dejarse querer.

El prisionero del Cáucaso se lee con fruición, su historia es tristemente hermosa y su prosa en verso es de una belleza que arrebata.   

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martes, julio 29

Edgar Degas, el pintor que espiaba a las mujeres



(Un texto de Gloria Otero en el XLSemanal de febrero de 2011)

Sus bailarinas y su percepción de la mujer en todas sus facetas abrieron el arte decimonónico a la mirada moderna. 

Si hay un artista que encarne y, a la vez, acierte a retratar el «heroísmo de la vida moderna» del que habló Baudelaire, fue sin duda Edgar Degas. El impresionista que odiaba la naturaleza y el aire libre («la pintura no es un deporte»); el enamorado del arte clásico que dinamitó el ideal académico; el millonario que dedicó su vida a pintar la soledad, la aspereza y la inasible fugacidad de las relaciones y la gente en el París de fin de siglo. La mirada despiadada y escéptica que derribó a la femineidad de su falso pedestal. Lúcido y osado como ninguno de los grandes pintores de su época, parecía destinado a ser lo contrario de lo que fue.

Nació en una familia aristocrática, de banqueros cultos con negocios en Italia, América y Francia. Desde pequeño, su padre le permitió tener un taller para practicar su afición a la pintura. Cuando se matricula en Derecho, ya era un experto dibujante y un notable conoseur, habituado al diálogo con toda clase de obras maestras, al cabo de mil visitas al Louvre y a las colecciones privadas de sus familiares. Aguantó apenas dos años el estudio de las leyes. Cuando en 1855 conoce al sumo pontífice del academicismo francés, el admirado Ingres, su suerte estaba echada. Iba a ser el desgarrado testigo entre dos mundos: uno, muy gastado y a punto de desaparecer; otro, radicalmente nuevo y deslumbrante que muy pocos se atrevían a ver y que él captó antes que nadie.

«Un cuadro debe pintarse con el mismo sentimiento con el que un criminal comete un crimen», decía, en clara alusión al doloroso arrojo con que él lesionó, desde sus primeras obras, las más intocables convenciones de la tradición pictórica, con todo lo que él la amaba.

Sus inicios, tras un viaje a Italia y Estados Unidos, lo consagraron como un brillante retratista, aunque perversamente indigesto para su público objetivo, la flor y nata de la sociedad. Desplaza a los protagonistas hacia los bordes del cuadro; descubre en las actitudes y el juego de miradas una inquietud interior nada acorde con los halagos del retrato burgués...

Sin embargo, se desliza hacia la modernidad muy poco a poco. Coincide en eso con Manet, al que conoce casualmente en el Louvre, donde los dos copiaban cuadros clásicos. De su mano empieza a frecuentar las tertulias de arte y se hace famoso enseguida por su misoginia y su mordacidad. «¿Por qué no me he casado? Siempre he temido que mi mujer pudiera mirar uno de mis cuadros y dijera con un precioso mohín: 'Hum..., qué bonito'. Aquí estaría el amor; allí, la pintura. Y solo tenemos un corazón.» El suyo se mantuvo siempre fiel a un único compromiso, el arte, tal y como su radical exigencia lo soñaba. Sin compartir estilos ni escuelas, porque, aunque participó en casi todas las exposiciones de los impresionistas, nunca se consideró uno de ellos. «Me bastan una sopa de hierbas y tres pinceles viejos mojados en ella para pintar todos los paisajes del mundo.»

Con su reivindicación del estudio como insustituible santuario de la creación, y de la reflexión como método de trabajo, estaba casi en las antípodas: «No hay pintura menos espontánea que la mía. Inspiración y temperamento me son desconocidos. En el arte, nada debe parecerse al azar. Ni siquiera el movimiento». Degas, que detesta la naturaleza, está fascinado por los artificios de la vida urbana. Por la esquiva vivacidad de los bulevares, los teatruchos, los cafés concierto. Y mientras sus compañeros de tertulia huyen a los jardines y al campo aún virgen de las afueras de París, él se convierte en el flaneur que recorre, lúcido e indiferente, las calles de la ciudad. Que se encuentra tan a sus anchas en la ópera o en el burdel como el burgués entre las cuatro paredes de su casa.

De ese callejear nace su nueva manera de mirar y de pintar. Sus modelos no posan estudiadamente, son descubiertos en su estado natural; en su agitación, su aislamiento, su inquietud. Toma apuntes de esos momentos imprevistos para construir con ellos cuadros que revelan una naturalidad desconocida. «Está bien copiar lo que uno ve, pero es mucho mejor dibujar lo que ya no está más que en el recuerdo. Entonces, la imaginación y la memoria trabajan juntas. Solo se reproduce lo que nos afectó, es decir, lo realmente interesante, liberado de la coacción de la naturaleza.»

En 1860 empieza a pintar jockeys y caballos en un primer acercamiento al tema del movimiento. Después se interesa por las bailarinas. Los cuadros de las jovencísimas aspirantes a estrellas del ballet tuvieron tal éxito entre los coleccionistas que llegó a hacer más de 600. Su negra mirada, que -como escribió Valéry- no veía nada color de rosa, capturó toda su delicada fragilidad. Pero también la dureza, el cansancio y el hastío que vivían entre bastidores esas niñas que, según un texto de la época, «tan pronto como entraban corno bailarinas de la Ópera tenían un destino fijado: serían putas de la clase alta". Degas no dejó de pintar algunas escenas celestinescas en el camerino.

Experimentador incansable, mezcla las más diversas técnicas: carboncillo y pastel; óleo, témpera, gouache, grabado. Modifica encuadres con puntos de vista inusitados; corta la imagen, enfatiza la asimetría y lo inacabado, interpretando, sin rendirse a ellos, los datos descubiertos por la recién estrenada fotografía y por la estampa japonesa, entonces muy de moda. Inventa, en fin, una nueva manera de mirar. Sumamente moderna, por lo verdadera y desilusionada. Casi profética: la mirada del voyeur. Con ella espió a la mujer en todas las profesiones de la época: planchadoras, costureras, cantantes de varietés, empleadas de burdel... Las pintó en el trabajo y en su más recóndita privacidad, peinándose, bañándose, secándose.

«Mis mujeres son personas sencillas, pero sinceras. Solo se ocupan de su cuerpo. Es como si se las mirara por el agujero de la cerradura.» Esos desnudos sin pretexto literario alguno, atentos solamente a la expresividad del gesto y a la encarnación de la piel, desataron todo tipo de especulaciones y burlas sobre la sexualidad del autor. Se lo tildó de misántropo, fetichista del pelo... Él, tan implacable consigo mismo como con su obra, no se molestaba en desmentirlas.

«No sé jugar al billar ni hacer la corte a las mujeres. Ni pintar la naturaleza ni ser agradable en sociedad... Seguramente he fracasado en la vida. En resumidas cuentas, he tenido menos coraje de lo que esperaba», escribe a los 50 años. Pero hasta el final de su vida, solo y prácticamente ciego, sigue callejeando sin rumbo por las calles de Paris. Yendo a las subastas de pintura a comprar obras de Delacroix, Van Gogh, Cézanne. y esbozando imágenes con gruesos trazos de tiza, despreocupado ya del tema; fiel únicamente al juego de las formas. Y al credo que inspiró su obra desde el primer día: «El arte es el dominio del dolor por la belleza».

El ‘shock’ de la ‘ratita’: nace la modernidad
El escándalo que causó La pequeña bailarina de 14 años, su escultura favorita y la única que expuso en vida, confirma la ruptura de Degas con el arte precedente. Era el retrato de una de las adolescentes que aparecían en los espectáculos de París, conocidas como 'Ratitas'. De las muchas que esculpió, ésta es la única identificada. Se llamaba Maria van Goethem.

Era la hija de una lavandera y un sastre, y bailaba para ayudar a la economía familiar. Su escultura causó en 1881 un shock general. Demasiada verdad y ninguna literatura.

En el original (hecho en cera y, tras su muerte, vaciado en bronce), la trenza era de pelo natural; el tutú, de auténtica gasa gris, y la cinta del pelo y las zapatillas, de raso real (los dos últimos detalles se conservan en la pieza de bronce). Para redondear el susto, la bailarina se expuso con los dibujos de dos famosos asesinos de la época cuyos rasgos a simiescos se parecían a los de la niña.

La crítica habló de  ideal de fealdad, de loa a la desnutrición de las jóvenes de suburbio; de objeto para museo etnográfico... Degas no volvió a exponer esculturas, pero siguió haciéndolas, buscando esa naturalidad que sus contemporáneos criticaron y tildaron de animal.

Bajo la supervisión de sus herederos, 70 de sus esculturas se fundieron en bronce; la bailarina entre ellas. Se descubrió entonces que su esqueleto no era ni de alambre. Estaba hecho con trozos de pinceles viejos. Toda una metáfora del nacimiento de la modernidad.

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