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...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

sábado, febrero 28

Tras los 50, ellos tomate y ellas soja



(Un texto de María Corisco en el suplemento Crónica de El Mundo del 23 de febrero de 2014)

Si eres hombre, come tomate, un auténtico escudo contra el cáncer de próstata. Si eres mujer, soja, por los fitoestrógenos. Porque, coinciden los expertos en nutrición y salud, todo empieza a ser diferente a partir de los 50 años. Esa juventud de la edad madura que decía Víctor Hugo. Y en la que, sabedores dixit, la leche entera puede ayudar a combatir la reducción de la masa muscular asociada a hacerse más mayor.

«Aunque es evidente que la nutrición es importante a cualquier edad, tenemos que tener en cuenta que, a partir de los 45 o 50 años, los procesos de absorción de nutrientes comienzan a empeorar. Por eso es importante vigilar nuestra alimentación para, así, conseguir que estos nutrientes lleguen a su destino y ayuden a frenar los signos del envejecimiento». Es la voz del conocimiento, la de José Serres y Antonio Ayala, presidente y vicepresidente, respectivamente, de la Sociedad Española de Medicina Antienvejecimiento y Longevidad (SEMAL). Con su ayuda, les elaboramos una guía de los mejores y peores alimentos para cuando se va más allá de la quinta década vital.

TOMATE PARA LA PRÓSTATA
Porque uno de los principales problemas de salud que pueden llegar a tener los hombres en la edad madura es el cáncer de próstata. Pues bien, el tomate es rico en un carotenoide, el licopeno, que se ha mostrado eficaz en la prevención de este tipo de tumores. Da igual que sea frito, natural, en conserva o en zumo: todas las variantes son igualmente válidas.

SOJA PARA LAS HORMONAS
Es ya un clásico en la dieta de la mujer de mediana edad. La soja contiene fitoestrógenos que, a partir de los 50, con la primera sintomatología de la menopausia, ayudan a aminorar las consecuencias del descenso de hormonas sexuales. Asimismo, puede servir para controlar el déficit de hierro.

BRÓCOLI PARA DESINTOXICAR
Encabeza la primera división de los alimentos saludables y, posiblemente, sea el más completo de todos. No sólo por la cantidad de antioxidantes que contiene -que previenen la oxidación celular asociada al envejecimiento-, sino porque también es rico en sulforafano, un elemento que ayuda a desintoxicamos de todo aquello, como la contaminación o los aditivos, extraño al organismo. En esta primera división también encontramos el repollo y las coles de Bruselas.

ZANAHORIA PARA LOS OJOS
La zanahoria, los tomates, los pimientos y, en general, todos los alimentos que tengan color verde, rojo o amarillo, son ricos en vitamina A y en luteína, zeaxantina y criptoxantina. Todos ellos son importantes para mantener la función visual, que, como sabemos, se va deteriorando a medida que vamos cumpliendo años favoreciendo la aparición de presbicia, pérdida de agudeza visual, cataratas... También pueden ayudar a prevenir la degeneración macular asociada a la edad (DMAE), aunque en este caso estaría indicado tomar dichos compuestos en forma de complementos.

KIWI Y FRESA PARA LA PIEL
Muy ricos en vitamina E, ayudan a que la piel tenga más colágeno, lo que le da una mayor elasticidad y, en consecuencia, evita la formación de arrugas. Aunque, de todos los alimentos, es el açai -una fruta tropical procedente de Brasil- la más rica en esta vitamina: 50 veces más que una naranja.

SARDINA PARA EL COLESTEROL
Y también los boquerones. El pescado azul es rico en ácidos grasos omega 3, muy útiles para vigilar los niveles de colesterol y para controlar los procesos de inflamación crónica. Pero hay que recordar que los pescados azules de gran tamaño (pez espada, atún... ) pueden contener dosis elevadas de mercurio, debido a la cada vez mayor contaminación de los océanos. Es preferible no abusar de ellos y optar por los pequeños.

NUECES PARA LA MEMORIA
Son un alimento rico en polifenoles, que se asocian con una mejor puntuación en pruebas de memoria y en la función cognitiva global. Diversos estudios sugieren que una dieta con nueces podría reducir el riesgo de demencia en la población anciana, debido a su combinación única de propiedades antioxidantes y antiinflamatorias.

CEREALES PARA LOS HUESOS
Se recomiendan integrales por sus muchas propiedades. Por ejemplo, son ricos en ácido fólico -que favorece los procesos cicatrizantes-, en vitamina B -que proporciona una buena salud ósea, tan importante a esta edad- y, sobre todo, en fibra. La fibra ayuda a prevenir el estreñimiento, el cáncer de colon y la enfermedad cardiovascular, y sirve también para proteger nuestra flora intestinal. Por eso, a partir de los 50, es básico consumir 30 gramos diarios de fibra.

ACEITUNAS PARA EL CALCIO
Si los lácteos no nos sientan bien, una buena fuente para conseguir calcio son las aceitunas, que son el alimento más rico en este mineral tras la leche. (Más información: www.semal.org)

ABSTÉNGANSE DE HARINAS, MARGARINAS... Y OJO CON LA CARNE
Hay que ir minimizando la ingesta de azúcar, harina y leche, los llamados venenos blancos. Si tomarnos muchas harinas, puede ir apareciendo resistencia a la insulina y favorecer una diabetes tipo 2. Mucho azúcar alimenta a las bacterias patógenas del intestino. En cuanto a la leche, la lactosa es una causa frecuente de ese malestar difuso, en el que uno no es capaz de rendir al 100%. ¿Y la carne? Hay que seguir comiéndola, pero ojo, quienes toman menos proteínas animales desarrollan menos enfermedades que los carnívoros natos. En cuanto a aperitivos, margarinas, bollería... son ricos en grasas saturadas y grasas trans, muy implicadas en la aparición del colesterol malo y, en consecuencia, en la enfermedad cardiovascular.

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viernes, febrero 27

El cadáver errante de Felipe el Hermoso



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 30 de marzo de 2007)

Hace cinco siglos comenzó el viaje más demencial de la Historia de España, el de Juana la Loca con el cuerpo embalsamado de su esposo.

La comitiva real llegó a las puertas del monasterio de Santa María de Escobar pero no las traspasó. Escobar era un monasterio de monjas cistercienses, y la reina no podía soportar que otras mujeres, ni que fueran monjas, estuviesen cerca del rey, a tal punto la atormentaban los celos.

Que el rey llevase muerto más de medio año no servía para paliar el amor posesivo de la reina de Castilla por Felipe el Hermoso. Esa cruda noche a la intemperie, con toda la Corte incluida su hija de tres meses, tiritando en medio del páramo castellano, haciendo sacar una vez más el cadáver del féretro para su reconocimiento, doña Juana se ganó definitivamente el apelativo de la Loca.

Felipe el Hermoso, Felipe I de Castilla por su matrimonio con la heredera de los Reyes Católicos, había muerto en Burgos en septiembre. Su muerte, sobrevenida en plena juventud, con enfermedad fulminante y no identificada, dio naturalmente que hablar. ¿Veneno?

El caso es que la repentina muerte del Hermoso iba a trastornar definitivamente a la reina. Hacía cinco años que sufría depresiones, padecía unos celos enfermizos, aunque estuviesen justificados por los devaneos de Felipe.


La primera muestra de desvarío fue que doña Juana no lloró a Felipe el Hermoso. Luego cayó en una obsesión paranoica, temía que los nobles flamencos del séquito de su marido se llevaran el cadáver a los Países Bajos.
De hecho, el corazón que tanta pasión amorosa había despertado fue enviado a Brujas: “Lo abrieron de pies a cabeza; las pantorrillas y las piernas y cuanto de carne había en él fue sajado para que, escurriendo la sangre, tardara más en pudrirse. Dicen que le sacaron el corazón para que, encerrado en un vaso de oro, se lo llevaran a su casa”, cuenta el cronista de este esperpento, el humanista italiano Pedro Mártir de Anglería.

En un primer momento, Felipe el Hermoso fue enterrado en la Cartuja de Miraflores, en Burgos. Pero al inicio de las navidades de 1506 doña Juana hizo desenterrar a su esposo y obligó a los cortesanos a pasar una ronda de reconocimiento, pese a que “no se distinguía bien si tenía rostro de hombre, porque envuelto en vendajes impregnados en ungüentos y embadurnado todo en espesa cal, nos parecía estar viendo una cabeza hecha de yeso”.

Después, Felipe el Hermoso emprendió el viaje más demencial que registra la Historia de España, “rodeado de funeral pompa y de una turba de clérigos entonando el Oficio de Difuntos, como en triunfo, en un carruaje tirado por cuatro caballos, en jornadas nocturnas”.

Tras deambular sin que se supiera el destino, en Nochebuena la comitiva fúnebre se instaló en Torquemada, una pobre villa donde no había más casa decente que la del cura, en la se aposentó la reina. Los cortesanos no tenían dónde hospedarse, y se fueron a Palencia; era lo que doña Juana quería, que la dejasen sola con su esposo. Aunque no sola del todo, pues obligaba a que hubiese siempre una guardia de nobles velando el cadáver. También era permanente la música de la capilla palaciega.

Tenía al despojo del Hermoso en la iglesia del pueblo, donde continuamente celebraba solemnes funerales como si acabara de morir, con todos los fastos, incluida gran iluminación de velas. ¡Se gastó más de medio millón de maravedíes en cera! La continua combustión de los cirios “nos ha dado un color de etíopes”, decía Mártir de Anglería, y finalmente provocó el incendio del templo.

Pero, ¿qué importaba? En Torquemada, doña Juana tuvo una prueba de que su esposo estaba vivo, pues el 14 de enero de 1507 tuvo un fruto de él, la infanta Catalina, futura reina de Portugal.

En abril volvió a los caminos, buscando aldeas donde la vida fuera imposible para la Corte, como si su dolor se mitigara haciendo sufrir a los cortesanos. En Hornillos de Cerrato, una miserable aldea de cabañas, estuvo cuatro meses, hasta que también se incendió la iglesia por los excesos luminarios.

El padre de la reina, Fernando el Católico, tuvo que venir de Aragón para hacerse cargo de la regencia de Castilla. Consiguió arrastrar a su hija hasta cerca de Burgos, pero ella se negó a entrar a la ciudad y se quedó en Arcos con el cadáver insepulto durante más de un año.

Por fin, don Fernando decidió recluir a su hija, aunque en un lugar adecuado, en el palacio real de Tordesillas. En febrero de 1509 se echó de nuevo a los caminos Juana la Loca con su amado. Tardó cuarenta días en llegar a Tordesillas, donde doña Juana, sorprendentemente, se desinteresó por el cadáver. Pero no fue enterrado, sino depositado en la iglesia del convento de Santa Clara.

La ilustre demente se acordaba de tarde en tarde del esposo y entonces iba a verlo. Una vez que descubrió que se habían hecho obras en la iglesia montó en cólera y obligó a demolerlas.

Todavía tendría que esperar más de 15 años Felipe el Hermoso para ser definitivamente enterrado en Granada, como había dispuesto en su testamento. En 1525, su hijo Carlos V ordenó el último viaje del cadáver, hasta la Capilla Real granadina, donde su arrebatada esposa se le uniría 30 años después, tras medio siglo de encierro por loca, aunque sin perder su condición de reina titular, compartiendo la soberanía con su heredero Carlos V.

Hay un testimonio patético de la propia Juana la Loca: “Si en algo usé de pasión y dejé de tener el estado que convenía a mi dignidad, notorio es que no fue otra cosa sino el celo; y no sólo se halla en mí esta pasión, mas la Reina [Isabel la Católica]... fue asimismo celosa, mas el tiempo saneó a su Alteza, como placerá a Dios que hará a mí”. Pero el tiempo no saneó a doña Juana; su locura era hereditaria, traída a la dinastía española por su abuela, la portuguesa Isabel de Avis, y volvería a aflorar trágicamente en don Carlos, el hijo mayor y malogrado de Felipe II.

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jueves, febrero 26

Sorpresas bajo los postizos



(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 28 de diciembre de 2014)

Para seducir, alardear, destacar o camuflarnos... las pelucas tienen funciones dispares, incluso sirvieron a María Antonieta como recipiente de cartas secretas, a Andy Warhol como 'performance' permanente o al tenista Andre Agassi como pantalla de su calvicie. El libro Historia descabellada de la peluca recorre la fascinante aventura de los postizos. 

El cabello protege del sol y atrae parejas potenciales. Son sus funciones naturales. Para llevar a cabo la segunda, seducir, los humanos recurren a sofisticadas técnicas que afectan a pestañas, cejas, barbas bigotes, patillas... Todo para llamar la atención.

La ingeniería del coqueteo parece infinita. Una de sus herramientas es la peluca, eficaz instrumento de belleza, camuflaje, exhibicionismo, transformismo e incluso pacificación. Ese fue su cometido en el siglo XVII en Inglaterra. 

Se acababa de sufrir una guerra civil, los ciudadanos estaban divididos entre los parlamentarios (partidarios de la república de Cromwell) y los realistas (que reclamaban la restauración monárquica). Cuando Carlos II regresó de su exilio en Francia, trajo consigo la peluca. Y cuando los ingleses se la colocaron, dejó de evidenciarse de qué lado habían estado en la guerra: los parlamentarios llevaban el pelo corto, los realistas lucían melenas. La peluca acabó con las incómodas distinciones. Y a los jueces les insufló jerarquía y poder: «Esa vestimenta estrafalaria los aleja del orbe común y los vuelve irreconocibles», explica Luigi Amara, autor de Historia descabellada de la peluca (editorial Anagrama). 

Con sus aborregadas pelucas blancas, los magistrados se mostraban como seres distantes, superiores, dueños de autoridad sobre los reos. Los jueces británicos las siguen utilizando, aunque ya no lo hacen en los juicios civiles: en una decisión difícil, fueron abolidas en 2007. La típica peluca judicial es del modelo Sartine, que debe su nombre a un personaje de lo más curioso: Antoine de Sartine. Fue uno de los hombres más poderosos de la Francia del siglo XVIII: teniente general de la Policía de París, el primer perseguidor del marqués de Sade y un loco de los postizos capilares. Tenía 80, uno para cada ocasión. Para los interrogatorios utilizaba una peluca a la que llamaba 'la inexorable'. 

Justo antes de la Revolución francesa, los postizos capilares vivieron su momento pletórico. Antes de que rodaran sus cabezas, las damas de la corte competían en lo que se ha llamado peinados d'apparat, con complejas estructuras de varillas, cintas, crin de caballo, lana, telas, joyas, talco, plumas, fruta, puercoespines... Llegaron a ser tan exageradas que Montesquieu dijo con sorna que el rostro femenino debía quedar situado justo en el centro de la larga figura femenina, con igual proporción para el cuerpo de la dama y el de su estrambótico penacho.

Edificios en la cabeza. Llevar semejantes edificios en la cabeza era un problema para pasar por las puertas, pero monsieur Baulard inventó un resorte que se accionaba para sortear umbrales. En la Ópera hubo sublevación de espectadores: imposible atisbar nada con un rascacielos peludo en el asiento delantero. Así que hubo que redactar cierto reglamento que relegaba a las mujeres-torre a las filas traseras. Por supuesto, lo incumplieron.

La opulencia apoteósica se empleaba también para empolvar los postizos. Los despreocupados aristócratas desperdiciaban miles de kilos de harina de trigo y de arroz en blanquearse la testa, ajenos a la miseria del pueblo. Luis XIV, el excesivo rey Sol, fue quien impuso las pelucas en Francia. Le entusiasmaban de una manera obsesiva: solo le podía ver sin postizo su peluquero, monsieur Binet. Los problemas de intendencia de este pudor craneal se solventaron instalando un complicado sistema de cortinas que lo protegía de la indiscreción de sus pajes. 

La época barroca se rindió al dios de la apariencia... y costó acabar con esta devoción. Incluso con la guillotina en pleno rendimiento seguían funcionando talleres clandestinos en los que se confeccionaban pelucas rellenas de lana, crin de caballo o pelo de decapitados.

Varios monarcas han sido aficionados a los postizos. Margarita de Valois utilizaba mechones rubios cortados a sus pajes, elegidos para tal fin. Isabel I de Inglaterra, que los utilizaba para ocultar su calvicie, tenía centenares; todos eran rojizos. De María Estuardo su prima y enemiga se extendió la leyenda de que, cuando la decapitaron (por orden de Isabel), se desprendieron las trenzas castañas y se dejó ver su auténtico pelo, de un tétrico gris.

La moda 'revolucionada'. En 1789, el año de la Revolución, el gremio de maestros peluqueros llegó a 20.000 miembros solo en Francia. La Convención de 1792 abolió la peluca y se vieron obligados a reconvertirse en barberos. La moda cambió y afectó a todos. Joseph Haydn fue de los últimos compositores en utilizarla: estaba obligado por su contrato con el príncipe Esterházy. Beethoven protagonizó un acto de sorprendente rebeldía cuando se presentó en el estreno de su Novena Sinfonía con un atrevido frac verde y la melena revuelta, leonina.

La apariencia consensuada confiere seguridad, de ahí que se sigan las modas. Los que las rompen buscan atención, como Andy Warhol, Elton John o Lady Gaga, usuarios de pelucas llamativas. O quieren ocultar la calvicie, como Andre Agassi. No hacen nada nuevo. El pelo, la coquetería y la seducción, e incluso el miedo, son antiguos conocidos: horripilare en latín designa la respuesta de la piel ante el sufrimiento y el miedo. El músculo que eriza el cabello se llama 'horripilador', y la palabra 'horripilante' redunda en la idea del origen piloso del fenómeno.

El pelo está ligado al poder también. De ahí los penachos de los jefes indios o de los cascos de los generales antiguos. La palabra 'sarcasmo' proviene del griego sarx ('carne' o 'cuerpo') y se refiere a «la costumbre guerrera de arrancar la piel o el cuero cabelludo del enemigo para cubrirse con sus despojos y alardear de la victoria», cuenta Luigi Amara. Lo que demuestra que, por mucha filigrana estética que practiquemos, los humanos podemos ser aún más salvajes que los animales. 

Espionaje. El peluquero de María Antonieta, Jean François Autier, Leonard, creó auténticas esculturas en las que cabían desde flores hasta miniaturas de nidos con polluelo, fragatas, e ¡incluso fuentes! Se dice que la reina traficó con notas secretas bajo el armazón de su peinado. 

Desentonar. Andy Warhol comenzó a utilizar su penacho metalizado en los cincuenta y llegó a tener más de 30 modelos. Buscaba desentonar: disfrazarse sería para él aparecer sin peluca. En 2006, un comprador anónimo pagó 10.800 dólares en una subasta en Christie's por uno de sus postizos.

Alopecia. Andre Agassi consiguió derrotar a leyendas bien peinadas como Jimmy Connors, pero le costó asumir su calvicie y la ocultó con una peluca. En 1990 perdió la final de Roland Garros ante el ecuatoriano Andrés Gómez: le perjudicó su postizo, que se estaba soltando.

De la depravada Mesalina... Las prostitutas en la Roma antigua llevaban el pelo rubio: teñido o en peluca. Por eso, la lujuriosa Mesalina tenía 400 postizos. Los utilizaba para ejercer en un burdel con el alias de Licisca ('lobezna' en griego). Otra emperatriz, Faustina la Mayor, tuvo más de 700 pelucas.

... Al maniático Kant. A los filósofos griegos se los imagina sin pelo y con barba. Calvos fueron Diógenes y Sócrates. Pero ha habido pensadores melenudos como Aristóteles, Epicuro, Heráclito, y Parménides. Y aficionados a la peluca, como Locke, Leibniz, Berkeley, Rousseau, Hume o Emmanuel Kant, que «no prescindía de ella en ningún momento», según cuenta Luigi Amara. 

La peluquería de Cleopatra. En el antiguo Egipto, los mechones de pelo natural se fijaban con cera y resina a unas mallas tejidas a su vez con cabello. Luego, los trenzaban, peinaban y ondulaban con ungüentos, aceites (como grasa de león, esperando que tuviera poderes 'melenudos') y hasta tenacillas calientes.  

A Galeno le tomaban el pelo. El célebre médico romano Galeno de Pérgamo tenía la cabeza despoblada: por eso los peluqueros le cobraban la mitad, cosa que le parecía una humillación. «Si el pelo fuera importante, estaría dentro de la cabeza y no afuera», dijo.

¿Pensar deja calvo? «Cabeza pelada, entendimiento poblado», este dicho corrobora que hubo un tiempo en el que se creyó que se perdía el pelo de pensar mucho. Descartes, muy aficionado a los postizos, creía, sin embargo, que eran buenos para la salud. Él, muy coqueto, se los encargaba con canas para disimular.

La careta de Salman Rushdie. Cuando el escritor estuvo amenazado de muerte, sus guardianes británicos le aconsejaron que utilizara peluca para camuflarse: nadie lo reconoció.

De la autoridad judicial... Desde 2007, los jueces británicos ya no lucen sus aborregados tocados en los casos civiles: algunos parlamentarios argumentaron que transmitían una idea trasnochada de la justicia. Los magistrados que sentencian sobre casos penales sí las siguen utilizando: alegan que los ayudan a esconder su identidad frente a los acusados. 

... A la independencia en los escenarios. Anna Mae Bullock se convirtió en Tina Turner al casarse con Ike Turner. Cuando se divorció, en los setenta, emprendió su carrera en solitario armada con su vox, sus despampanantes piernas y unos pelucones de melena cardada que son su sello personal.

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miércoles, febrero 25

La expedición británica al Polo Sur, el más heroico de los fracasos



(Un texto de Fernando González Sitges en el XLSemanal del 18 de marzo de 2012)

El británico Robert Scott y sus hombres pretendían ser los primeros en alcanzar el Polo Sur. Fracasaron. Cuando llegaron, comprobaron que el noruego Amundsen lo había logrado 35 días antes. La terrible decepción acabó por agotarlos. No lograron regresar. Murieron los cinco. Pero eso no impidió que fuesen considerados héroes.

"Mi queridísima esposa: estamos en una situación muy difícil, y albergo serias dudas sobre si seremos capaces de salir de ella… Si algo me ocurre, me gustaría que supieras cuánto has significado para mí y cuántos maravillosos recuerdos me acompañan en la hora de mi partida. También quiero que te consueles sabiendo que no he sufrido ningún daño y que abandono este mundo libre de sufrimiento y lleno de salud y vigor. [...] Querida, no es fácil escribir por el frío: estamos a –70 ºC y la tienda es nuestro único refugio. Sabes que te he amado, que mis pensamientos han estado siempre contigo y debes saber que para mí lo peor de esta situación es saber que no te volveré a ver. Hay que afrontar lo inevitable. Tú me animaste a liderar esta expedición y sé que eras consciente del peligro que entrañaba. Lo he hecho bien, ¿no crees? Dios te bendiga»"

Estos fragmentos de la última carta del capitán Robert Scott a su mujer –con el encabezamiento «A mi viuda»– son el epílogo de una de las mayores y más heroicas gestas polares de todos los tiempos. En una carrera por ser los primeros en llegar al Polo Sur, ingleses y noruegos realizaron una durísima travesía por el interior de la Antártida. Por parte de los noruegos, la empresa estaba encabezada por Roald Amundsen, gran experto en travesías polares, magnífico esquiador y un veterano en el uso de trineos arrastrados por perros. Por parte de los ingleses, la dirección recaía en Robert Falcon Scott, capitán de la Royal Navy, hombre de salud delicada pero de gran determinación y con una importante experiencia en expediciones polares. Cada uno tomó sus decisiones creyéndolas acertadas y cada uno jugó sus cartas como mejor supo. El resultado es el ya conocido. Cuando Scott y sus hombres llegaron al Polo Sur al borde del agotamiento el 13 de enero de 1912, encontraron con que Amundsen se les había adelantado llegando el 14 de diciembre de 1911, apenas un mes antes, arrebatándoles la gloria de la victoria. Aquello fue el principio de una de las tragedias que siguen conmoviéndonos como si hubiera sucedido ayer. Agotados y desalentados por la derrota, Scott, el médico y zoólogo Edward Adrian Wilson, el contramaestre Edgar Evans, el teniente Henry Robertson Bowers y Lawrence Edward Grace Oates emprendieron una lenta marcha de regreso de la que ninguno saldría vivo.

El 17 de febrero Evans, enfermo de escorbuto, herido en la cabeza al caer en la grieta de un glaciar y con las facultades mentales perdidas desde hacía días, murió agotado cerca del glaciar Beardmore. Aunque sabían que su situación era irreversible, ninguno de sus compañeros dudó en arrastrarlo en un trineo durante sus últimos días, cuando ya era imposible que avanzara por sí mismo, a pesar de que todos necesitaban reservar sus fuerzas para intentar salvarse.

Un mes después, tras largos días sufriendo congelaciones, mala alimentación, deshidratación y agotamiento, Oates llegó a la conclusión de que una antigua herida de guerra, que se le había gangrenado a causa del escorbuto, lo dejaba sin opciones de salvación. Oates sabía que sus compañeros no lo abandonarían jamás y sabía, igualmente, que ya no les quedaban energías para heroísmos, así que decidió darles una oportunidad a sus compañeros librándolos de su pesada carga. Al anochecer del 17 de marzo, día de su 32 cumpleaños, salió de la tienda comentando con ligereza: «Voy a salir. Posiblemente, me quede algún tiempo». Luego se alejó en medio de la ventisca para no volver jamás.

Por desgracia, su sacrificio fue en vano. Trece días más tarde Bowers, Wilson y Scott, completamente exhaustos, desnutridos y congelados, morían en su tienda a apenas 11 millas del Depósito de una Tonelada, la reserva de alimento y combustible que los habría salvado. Fue en la tienda durante sus últimos días donde, incapaces de salir debido a una terrible tormenta, Scott terminó su diario y escribió las cartas que conmoverían al mundo. A la madre de su amigo Wilson, al que veía agonizar junto a él, le escribió: «Mi querida señora Wilson, si esta carta llega a sus manos, sepa que Bill y yo hemos fallecido juntos. Tenemos las horas contadas y deseo que sepa el espléndido comportamiento que ha tenido Bill en los últimos momentos. Se ha mostrado en todo momento alegre y dispuesto a sacrificarse por los demás, y no me ha dirigido una sola palabra de reproche por haberlo metido en esta situación…

En sus ojos brilla una serena mirada de esperanza y su mente está tranquila por la confianza que le da considerarse parte del gran orden divino. No puedo brindarle otro consuelo que el de decirle que ha muerto como vivió: como un valiente, un hombre a carta cabal, un excelente compañero y un fiel amigo».

Scott, con su último aliento, quería dejar en sus cartas constancia del valor y el esfuerzo que habían realizado. A su viuda le decía: «Espero ser un buen recuerdo para ti. Tengo la certeza de que mi final no es nada de lo que avergonzarse y creo que será motivo de orgullo para nuestro hijo».

A un buen amigo, padrino de su hijo, le escribió: «Mi querido Barrie, vamos a morir en un lugar muy incómodo. Espero que alguien encuentre esta carta y te la mande. Te envío unas palabras de despedida. No temo en absoluto la muerte, pero me entristece perderme muchos de los modestos placeres que planeaba disfrutar durante nuestras largas marchas. Puede que no haya demostrado ser un gran explorador, pero hemos realizado la marcha más extraordinaria que se haya hecho nunca y hemos estado
muy cerca de alcanzar un enorme éxito. Adiós, mi querido amigo».

Y por último: «Si hubiéramos vivido, habría podido contar una historia acerca de la resolución, la entereza y el coraje de mis compañeros que habría conmovido el corazón de todos y cada uno de los ingleses. Tendrán que ser estas improvisadas notas y nuestros cadáveres los que la cuenten».

Puede que no fueran los mejores exploradores polares, puede que no consiguieran llegar primero a la meta del Polo Sur, puede incluso que la historia les designe el papel de perdedores. Pero más allá de la vanidad efímera de una meta geográfica, de lo que no cabe duda es de que Scott y sus hombres fueron, y serán para siempre, unos héroes.

Un amigo
Tom Crean, el ‘gigante irlandés’, de gran fuerza física y mental, participó en tres de las cuatro expediciones antárticas inglesas. Scott contó siempre con él. Aunque no integró el equipo final, fue condecorado por caminar 30 millas solo y con escorbuto para salvar a un compañero. Luego formó parte del equipo que encontró los cadáveres de Scott, Wilson y Bowers. Después regresó a Irlanda y abrió un pub.

La viuda
«Querida, quiero que lleves esto de una forma serena. Nuestro hijo te servirá de consuelo», le escribía Scott, agonizante, a su mujer, Kathleen –escultora-, y la animaba a volver a casarse. «Cuando aparezca del hombre adecuado, debes volver a ser feliz». Lo hizo: diez años después se casó con un político. Su hijo, Peter, fue un celebrado ornitólogo y conservacionista que logró el título de sir que su padre no obtuvo, pese a su gesta.

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