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viernes, enero 11

El auténtico precio del capital erótico

(Un texto de Valèrie Tasso en la revista Mujer de Hoy del 24 de marzo de 2018)

Hace unos años, se puso de moda en las televisiones emitir una serie de variaciones sobre un mismo experimento que publicitaron como "psicosocial", más para captar audiencia que para explicar cómo nos comportamos. No había cadena o programa que no realizara su versión del experimento que, en sí, era curioso. Una joven, poco agraciada y descuidada en su aspecto pedía ayuda en una concurrida calle a los viandantes masculinos. El éxito de su reclamo era apenas atendido con recelo por algún que otro buen samaritano despistado. Cinco minutos después, una joven bella y pizpireta realizaba la misma petición y era inmediatamente atendida, de manera solícita y entregada, por casi todos los hombres a los que se dirigía. ¿Por qué una conseguía lo que se proponía y la otra no? Pues porque una tenía lo que se ha llamado "capital erótico" y la otra no.

¿Cómo se creó este concepto?

La belleza, el atractivo sexual, el don de gentes, el tono corporal y la buena forma física, la inversión y el cuidado en su indumentaria, así como la habilidad sexual que se le supone, conforman en una persona su "capital erótico", su capacidad de despertar el interés de vincularse a ella, gracias a su atracción sexual. Así lo categorizó la autora de este concepto, la prestigiosa socióloga británica Catherine Hakim, en su obra Capital erótico. El poder de fascinar a los demás (Debate, 2011). Es importante señalar el origen académico de este concepto, para evitar confundirlo con las "nuevas" categorizaciones que se saca de la chistera la denominada autoayuda y la cohorte de "gurús" que la promueven, divulgan y hacen de ella su forma de vida.

Fue otro sociólogo, posiblemente el más influyente del siglo XX, el francés Pierre Bourdieu, quien estableció, en 1983, las distintas formas de "capitales". Para Bourdieu, lo que da posición a una persona y conforma su patrimonio no es simplemente el "capital económico", es decir, su poder adquisitivo y el dominio de recursos económicos. También su "capital social" (las relaciones sociales que posee y en las que participa) y su "capital cultural" (en forma de conocimientos, habilidades y niveles de educación adquiridos, manifestados en los elementos culturales que conforman su hábitat y en forma de títulos, acreditaciones, etc.).

Partiendo de ahí, Catherine Hakim añade el "capital erótico". Y lo diferencia de los otros en el contenido y porque, a su juicio, puede darse de forma innata (los demás capitales requieren un proceso para obtenerlos), con lo que se puede poseer sin necesidad de haber nacido en tal o cual cuna o bajo cierto amparo familiar.

El "capital erótico" femenino frente al "déficit sexual" masculino

En principio, tanto los hombres como las mujeres pueden poseer "capital erótico". Pero, según la autora, este concepto opera de manera más eficaz en las mujeres, es decir, les es más últil para conseguir lo que se proponen que a ellos. Y eso se debe a otro concepto que incorpora Hakim: el "déficit sexual masculino", que no es nada más que el manido "los hombres siempre tienen ganas de sexo", y que hace que ellos pongan mucho más en valor ese capital que las mujeres, con lo que ellas se pueden beneficiar más de poseerlo. Esto se refleja, según la investigadora, en una mayor ventaja competitiva y de negociación de las mujeres frente a los hombres. Y en una asimetría que establecería una imposible igualdad real entre los sexos.

El conflicto comienza no porque exista un nuevo "capital", sino porque este último se impone a los demás. Si en el mundo de nuestras relaciones anteponemos cada vez más, por encima de otras virtudes o "capitales", un "capital erótico" que se acumula para entrar con ventaja en un mercado de cuerpos, este mundo social nuestro es, objetivamente, una soberana porquería. Solo la consideración y denominación de algo como "capital erótico", ya es síntoma de que ese algo está cobrando importancia. Y a esa puesta en valor no le faltan detractores ni problemáticas. Muchas críticas se dirigen contra la propia Hakim por describir un "mapa" social y por posicionarse en él a favor de su "descubrimiento". 

Así, se entiende, por ejemplo, que haya sido atacada por aquellas facciones del feminismo que niegan y repudian que una mujer tenga que tener entre su máxima prioridad la atención al "capital erótico", por entenderlo como el sometimiento a un sistema patriarcal y a las apetencias masculinas... Hakim asume que sea así, pero clama (desde su feminismo), para que sea utilizado en beneficio de la mujer. Para la autora, el "capital erótico" pone en valor a la mujer, mientras que para sus críticas la minusvalora.

Los patrones que mandan

Pero también se deducen otros siniestras problemáticas que emanan de tener que ponerse dos tallas de pecho más o haber nacido rubia (o llevar el tinte a cuestas) para triunfar en la vida. Entre ellas, la creciente exigencia para adaptar nuestro aspecto a ciertos patrones estéticos, independientemente de si quieres hacer amigos, tener una relación sexual, ganar "crédito" entre los demás, presidir el FMI o servir hamburguesas. Esos cánones llevan, con demasiada frecuencia, a trastornos corporales y a exigencias (por ejemplo, practicar deporte de forma compulsiva) que se añaden a las propias del rendimiento laboral y que desencadenan frustraciones y desequilibrios por tener que mirarnos siempre en el espejo, tanto en el del cuarto de baño como en el de los demás.

Y, ¿qué pasa cuando este "capital erótico", apoyado en la lozanía y la juventud, empieza a desgastarse, antes e infinitamente más, en las mujeres que en los hombres? ¿O qué sucede cuando el "capital erótico" deja de ser un arma de negociación, una promesa, una capacidad de seducción, para ser una "forma de pago" (vamos, que tengas que acostarte con todo aquel que te permita prosperar)?

Tanto pareces, tanto vales

Hace ya mucho que el mundo de las apariencias se ha convertido (o se ha asumido) como el mundo real. La desdeñosa valoración del "tanto tienes, tanto vales" ha dejado paso a la rotunda afirmación de "tanto pareces, tanto vales", en una sociedad de la apariencia que nos lo demuestra cada segundo de nuestras digitalizadas, conectadas y globalizadas existencias.

Y es que, cuando mañana nos pintemos los labios delante del espejo y pensemos en eso del "capital erótico" y en cómo incrementarlo, quizá deberíamos preguntarnos no tanto por qué carmín ponernos sino por qué tenemos que pintarnos los labios. Y luego vas y te los pintas, no vaya a ser que te quedes sin batería en el móvil en medio de la Gran Vía y tengas que pedir ayuda...

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