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martes, mayo 20

Dresde, el sueño ardiente del 'carnicero' Arthur Harris

(Un artículo de Alberto Rojas en El Mundo del 14 de febrero de 2020)

El mariscal del Aire británico trató de desgastar al Tercer Reich con la destrucción de ciudades enteras para minar la moral alemana aunque estas no tuvieran valor militar. Jamás se arrepintió.

La destrucción de la ciudad de Dresde en febrero de 1945, hace ahora 75 años, no fue un accidente. Formó parte de una estrategia meditada, estudiada y defendida por mandos militares aliados al frente de los que estaba el mariscal del aire británico Arthur 'el carnicero' Harris, su máximo promotor. Con lógica frecuencia se enumeran los pavorosos crímenes de guerra provocados por los nazis, sus esbirros en Europa y la élite militar del Japón imperial, que hacían necesaria la victoria en la Segunda Guerra Mundial, pero se pasa de puntillas sobre los excesos injustificables de los ganadores.

Dresde representa quizá el episodio más tangible (no el único) de asesinato en masa de civiles indefensos que aún no ha recibido una disculpa por parte de sus perpetradores. Sí ha sucedido en el caso de Hiroshima y Nagasaki con presidentes de EEUU. Pero nadie ha pedido perdón por Dresde.

Vamos al contexto. En 1942, con la Europa continental en manos del Tercer Reich, poco podían hacer los aliados para tratar de combatir a los nazis en el continente. Tras el blitz alemán sobre el Reino Unido de 1940, los aliados pusieron en marcha una estrategia para desgastar a los alemanes en su propia retaguardia. El mariscal del Aire Arthur Harris propuso el bombardeo nocturno (y, por tanto, impreciso) no sólo de las zonas fabriles del enemigo, sino también de las ciudades donde vivían los obreros que trabajaban en esas fábricas, igual que los nazis habían hecho antes con ciudades británicas como Coventry. Con esa práctica pensaba conseguir dos objetivos: uno, ralentizar la producción armamentística. Y dos, minar la moral de la población alemana.

Ambos objetivos no sólo no se consiguieron, sino que se logró el efecto contrario. Los nazis trasladaron sus fábricas a zonas más seguras a veces a sótanos y búnkeres antiaéreos, mientras que su ministro de Armamento, Albert Speer, logró alargar la guerra al menos un año más con su planificación y el trabajo esclavo de los judíos y otros deportados. La población civil, galvanizada por el ministro de propaganda Joseph Goebbels, se entregó a la causa aún con más sacrificio. El precio que pagaron los civiles alemanes con esta estrategia fue muy alto, tanto como el de los japoneses que murieron bajo las explosiones de Little Boy y Fat Man.

El bombardeo nocturno sobre Dresde no buscaba objetivo militar alguno salvo «apoyar el avance soviético», cuando los soviéticos, en realidad, ya avanzaban como un rodillo. «Pondremos de rodillas a Alemania», dijo Harris, que nunca ocultó su deseo de llevar los horrores de la guerra a los barrios y las casas de los alemanes para vengar el verano londinense de 1940. La apocalíptica tormenta de fuego provocada por 1.800 toneladas en bombas de fósforo causó 35.000 muertos, no sólo de impactos directos, sino por el calor de las llamas, que calcinó a los vecinos que se habían metido en sus refugios. El frío Bomber Harris jamás se arrepintió de su estrategia y la defendió hasta el final, a veces excusándose de manera ridícula con frases como «estas misiones se han ejecutado por orden de personas más poderosas que yo», pero Winston Churchill, que le apoyó desde el principio, sí mostró serias dudas tras conocer la cifra de víctimas y cuestionó su actuación.

El escritor Kurt Vonnegut, autor de Matadero 5, sobrevivió al bombardeo como prisionero de guerra en Dresde. Dejó escrito: «Dresde fue una gran llamarada. La llama destruyó todo lo orgánico, todo lo que pudiera quemarse». Después del ataque, Vonngut dijo que el área que lo rodeaba se parecía a la luna. «No había nada más que minerales. Las piedras estaban calientes. Todos los demás en el vecindario estaban muertos», recordó.

Mientras que los estadounidenses centraron su atención en el dominio del espacio aéreo alemán, la obsesión de los británicos dirigidos por Harris fue ese desgaste de la población que chapotea en el crimen de guerra. Durante los últimos meses del conflicto se lanzaron sobre Alemania más bombas que en los cinco años anteriores, y eso que sus ejércitos estaban militarmente superados y en retirada desde la fallida ofensiva de las Ardenas que Hitler intentó el invierno anterior. La espiral de fuego y destrucción de Dresde, Hamburgo, Colonia o Hanover quedará como el monumento a la justificación absurda del horror.

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