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viernes, junio 25

Una historia sobre la tenacidad

(Leí la historia en el suplemento económico de El Mundo del 21 de marzo, en la columna de Montse Mateos - Cine de gestión -)

El rumano Radu Mihaileanu, director de El concierto, asegura que el final de su última película es una metáfora de las relaciones entre el individuo y la colectividad. Pero la historia también transpira elocuencia, liderazgo, trabajo en equipo y perseverancia a toda costa cuando el objetivo marcado es la única salida para iniciar un nuevo rumbo. El empeño y la tenacidad del protagonista de esta película, que comparte papel con los acordes del Concierto para violín en D Mayor de Tchaikovski, es un ejemplo para muchos empresarios que no confían en ver la luz al final del túnel.

Inspirada en el caso real de un ciudadano ruso, El concierto es la historia de Andrei Filipov (Aleksei Guskov), el mejor director de orquesta de la Unión Soviética en la época de Breznez. Dirigía la orquesta del gran Teatro Bolshoi pero, en su momento de mayor gloria, y tras negarse a expulsar a sus músicos judíos, fue despedido, y con él todos sus artistas. Treinta años después sigue trabajando de limpiador en el Bolshoi y, anhelando su pasado, hasta que el destino le pone en bandeja la oportunidad de reunir a su equipo y tocar en el Teatro de Châtelet de París: Un fax llega al director del Bolshoi invitando a la orquesta oficial a tocar en dicho teatro. De repente, a Andrei se le ocurre que podría ser una buena idea reunir a sus antiguos compañeros, que viven de pequeños trabajos, y llevarlos a Paris haciéndose pasar por la orquesta oficial del Bolshoi. Filipov quiere de esta manera recuperar la vida que le fue arrebatada a él y a su orquesta, los valores que les hacían funcionar al mismo ritmo, aunque para ello tenga que solicitar la ayuda de Ivan (Valeri Barinov), antiguo KGB, que hará las veces de manager en esta vuelta a los escenarios.

Como si se tratara del último vaso del agua del desierto, Filipov recorre el país en busca de sus músicos y, con la ayuda de uno de ellos, su amigo judío Sacha (Dimitri Nazarov), les transmite la ilusión que todos habían olvidado para sacarles del ostracismo que vivió buena parte de este colectivo represaliado por el régimen soviético. Sus violines, trompetas, tambores y violonchelos tienen una vida rutinaria, totalmente anodina y sin ningua conexión con la música. Al margen de lo que significa volver a los escenarios, los artistas asumen el viaje a París como una vía de escape, una manera de escapar del país y cambiar de vida.

Filipov, el líder del equipo, es el único que confía en la viabilidad del proyecto y, cuando se sume en la desesperación abrumado por las dificultades de llevar a cabo su empresa, es su amigo Sacha el que le convence y le empuja a seguir adelante. Aunque en un principio el músico judío no apuesta ni un rublo por el proyecto, luego resulta ser el más implicado; el que encuentra soluciones cuando todo parece resquebrajarse. Sacha desempeña el papel del empleado optimista y decidido que, una vez que ha tomado partido, no se doblega ante nada, es un superviviente. El liderazgo de Filipov estaría cojo sin la colaboración del violonchelista, que demuestra hacer uso de la resiliencia, es decir, la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves. Lo cierto es que como lección para salir de la incertidumbre y, en este caso, de la crisis intelectual de estos músicos, resulta una receta muy acertada, que muchos directivos podrían aplicarse.

Otro de los valores para el desarrollo y el crecimiento empresarial que se refleja en esta película es el trabajo en equipo. Sería reiterativo hablar de los paralelismos entre una orquesta y una empresa -en ambos casos son un grupo de personas trabajando por un objetivo común- pero sí
es clave destacar el desafío que supone para estos músicos recuperar su talento. Eso es lo que les anima a plantarse en el escenario, un objetivo que a menudo se desdibuja en el film. Hace treinta años se enfrentaron al sistema que puso freno a la diversidad que reinaba en la orquesta -los judíos fueron expulsados- y, aunque cuando llegan a París olvidan el motivo de su viaje -se saltan los ensayos para sacarse un dinero rápido-, luego recuperan la confianza. Anne Marie Jacquet
(Mélanie Laurent), el violín solista impuesto por Filipov, es la evidencia, representa el entusiasmo, el empujón que los músicos necesitan para dar el paso.

A menudo se echa de menos en las empresas a directivos como Filipov, ejemplo de mostrar la luz al final del túnel; o a empleados como Sacha, capaces de animar para no caer en el desaliento ante el primer obstáculo que se interponga para lograr un objetivo. Y, sobre todo, se echa en falta el trabajo en equipo. Se necesita el codo con codo, el remangarse ante los problemas y, en definitiva, conseguir el climax que logran estos músicos cuando descubren que, pese a las calamidades, el exilio intelectual y los años, pueden terminar el Concierto para violín en D Mayor de Tchaikovski que fuera truncado hace tres décadas. Es la victoria del talento sobre la intolerancia.

1 Comments:

At 11:57 p. m., Blogger Unknown said...

Hermosa Historia sobre la Tenacidad

 

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