Por los cuernos
(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el
suplemento dominical del Heraldo de Aragón del 6 de julio de 2014)
De entre todos los fueros locales del Aragón
medieval, el otorgado a Teruel después de su reconquista es el que mayor
atención dedica a asuntos sexuales, especialmente al adulterio. María del Mar
Agudo Romero, que estudió hace algún tiempo tan peliaguda cuestión, observó que
en uno de sus epígrafes se condena a morir en la hoguera al hombre casado y a
la mujer casada que lo cometan. En otro punto se especifica lo que de este modo
resume la investigadora: «El marido que sorprende a la esposa en adulterio
puede dar muerte a ésta y matar o herir al que comete con ella adulterio sin
pagar ninguna multa»; curiosamente, el engañado sí será castigado cuando se
limite a matar al adúltero y deje viva a su esposa. ¿Machismo?, evidente, el de
la época.
El mismo corpus normativo turolense dedica unos
párrafos a preservar la fidelidad que los criados deben a sus señores, sobre
todo en este tipo de negocios, desprendiéndose como resumen que al siervo se le
caerá el pelo si osa tocar uno solo de cualquiera de las féminas relacionadas
con su amo, aunque «las penas establecidas son diferentes según la categoría de
la mujer con la que el criado tenga acceso carnal; si se trata de la mujer del
dueño, al criado se le considera traidor y el marido puede matar a ambos o
públicamente al hombre, según su voluntad».
¿Cómo se recogía toda esta materia en otros fueros
aragoneses? Pues también de una forma que nos escandaliza hoy, cuando somos
capaces de entender que, tras lo que vulgarmente llamamos 'cuernos', ha latido
muchas veces la única manera de que el verdadero amor se impusiera al 'ordeno y
mando'. La primitiva versión latina del fuero de Jaca (1077) se limitaba a
silbar al analizar la relación sexual con una mujer que la admitiera... ¡a no
ser que estuviese casada!; en redacciones posteriores del texto, ya en romance,
al hombre adultero se le impone una multa y «la pérdida de sus vestidos», lo
que no sé si querrá decir que pasaban a ser propiedad de un tercero o que lo
dejaban en pelotas. El fuero jaqués creó escuela, derivándose de él algunos de
notorios burgos peninsulares, por ejemplo el de Estella.
Todo esto se legislaba en una época en la que, según
circula, las brujas se reconocían entre sí al componer con su mano el famosísimo
símbolo del cornudo, enfocando dos dedos hacia arriba, práctica que no he
podido documentar actualmente en Aragón (si bien es cierto que no frecuento
aquelarres). Dirigir los cuernos manuales hacia el suelo equivaldría a intentar
enterrar alguna amenaza negativa, según tratados a los que soy poco aficionado.
Y como complemento, el Espasa: «La frase 'hacer o
dar los cuernos' era ya conocida en la antigüedad y consistía en doblar los
dedos medio y anular, sujetos por el pulgar, dejando extendidos el índice y el meñique.
Este ademán se hacía en son de burla e injuria hacia una persona, y más
generalmente como signo con el que creían contrarrestar el mal de ojo y otros
maleficios a falta de un amuleto en forma de cuerno».
Aclaración final: que nadie interprete que soy
especialista en la materia. Por fortuna, desconozco si los cuernos duelen.
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