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viernes, mayo 16

Doña Josefa Amar y Borbón

(Un texto de Magdalena Lasala en la revista Alcance Digital del 8 de noviembre de 2020)

Intelectual ilustrada que defendió con ahínco la formación de las mujeres. Autora del Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno, y otros cargos en que se emplean los hombres, de 1786 y del Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, de 1790.  Primera mujer nombrada Socia de Mérito de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, en 1782.

Josefa Amar y Borbón vivió el tiempo en que Europa despertaba a las luces de la Ilustración y vivía la Revolución Francesa y las posteriores invasiones napoleónicas. El término “Ilustración” nace del objetivo que albergan los pensadores y adelantados del final del siglo XVII, que es “iluminar” su época, en contraste y reaccionando contra un contexto anterior vivido como un “tiempo oscuro”.  La figura de Josefa Amar y Borbón es clave para entender el espíritu de la Ilustración. Compartió y defendió los ideales ilustrados de búsqueda de la felicidad a través del conocimiento y fe en el progreso a través de la educación de las personas. Su inteligencia, sabiduría y erudición junto con su tesón y capacidad de trabajo la llevaron a ser reconocida por los intelectuales de la época como una de las mentes más necesarias del momento. Fue precursora en la defensa de los derechos de las mujeres y el reconocimiento de sus capacidades intelectuales; gran parte de su obra la dedicó a reivindicar para la mujer una educación que le permitiera alcanzar la independencia y llegar a vivir de su propio trabajo, útil a la nueva sociedad que proponía la Ilustración. Luchó por la educación de las niñas y puso en marcha proyectos innovadores y revolucionarios para su época, donde se estructuraba la formación femenina en oficios que les procuraran un trabajo para conseguir así su emancipación económica.

Josefa Amar y Borbón nació en Zaragoza el 4 de febrero de 1749, en el seno de una familia ilustre y culta. Su madre se llamaba Ignacia de Borbón y su padre, José Amar, era médico y catedrático de Anatomía. En 1754 éste fue nombrado médico real y trasladó a la familia a Madrid, donde además ejerció de vicepresidente de la Real Academia Médico-Matritense y entró en contacto con el poderoso grupo aragonés de la Corte, cuyo referente era el conde de Aranda, ilustrado y presidente del Consejo de Castilla de 1766 a 1773.

Josefa era la quinta de doce hermanos, tres de los cuales hicieron carrera militar y otro la eclesiástica. Recibió una educación poco convencional para su tiempo, con bases humanísticas a cargo de reputados profesores y eruditos, entre ellos Rafael Casalbón y Antonio Berdejo, que guiaron a Josefa en sus estudios y la iniciaron en el aprendizaje de los idiomas modernos, que ya entendían imprescindibles. Dominaba el latín y el griego y aprendió entre otros el inglés, francés e italiano. Josefa destacó muy pronto en el ámbito de las ideas estudiando la obra los autores clásicos, además de los humanistas españoles del s.XVI como Luis Vives o Nebrija, y de los ilustrados franceses. Su temprana erudición la convirtió en una traductora de referencia de obras históricas, filosóficas y científicas.

En 1772, contando 23 años, contrajo matrimonio con Joaquín Fuertes Piquer, 24 años mayor que ella, diferencia habitual en la época y en su sociedad. Joaquín era un brillante abogado nacido en Valbona (Teruel), sobrino de Andrés Piquer, que en el mismo año de su boda fue nombrado Alcalde del Crimen en la Real Audiencia de Zaragoza. Josefa regresó junto a su esposo a Zaragoza, desde donde desarrolló su trabajo intelectual ya todo el resto de su vida. Este cambio abrió una nueva perspectiva a Josefa, que se entregó a su afición por el estudio y adquirió muy pronto gran fama de mujer instruida. Fue la primera mujer que acudió a una biblioteca pública, la de San Ildefonso, que acababa de abrirse, y durante mucho tiempo, fue la única mujer que lo hizo.

En 1775 nació su único hijo, Felipe Fuertes Amar. En 1782 Josefa tradujo del italiano el Ensayo histórico apologético de la literatura española, que le valió el reconocimiento de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, nombrándola el 11 de octubre de 1782 primera socia de mérito. Era una decisión insólita en su momento, y más aún no siendo una dama de la aristocracia, pero su excelencia en el trabajo intelectual realizado así como “sus otros conocimientos y prendas bien notorias” justificaban la excepcionalidad.

Los ilustrados españoles pusieron en marcha instrumentos como las Sociedades Económicas de Amigos del País con cuyos proyectos pretendían acabar con la pobreza económica y cultural del pueblo abogando por el progreso, la educación para todos y la búsqueda de la felicidad, y para ello, animaron ideas reformistas que ambicionaban la modernización de España. Defensora de esas ideas, Josefa Amar y Borbón, fue una de las personalidades que más contribuyeron a esa transformación social.

Como miembro, Josefa aconseja a la Económica la fundación de escuelas de Hilar al Torno o de Flores Secas y Modas para mujeres. Cada año se pagaba a seis muchachas pobres la enseñanza y la manutención en casa de un afamado artesano, con el fin de aprender el oficio. Acabada la formación, la Económica les prestaba el dinero para poder establecer su propio negocio, por lo que –como dice un informe de 1794 se “consiguió curar en su raíz la mendicidad y perdición del débil sexo, librarle de la ociosidad y vagancia y ponerle en estado de poderse adquirir su sustento con el loable trabajo”.

La actividad pública de Josefa Amar y Borbón fue muy intensa colaborando tanto en proyectos de formación y asistenciales como en actividades intelectuales, políticas y de gestión, con una amplia producción ensayística abogando a favor de la preparación femenina laica como una vía necesaria para conseguir el desarrollo de la sociedad.

En 1784, publicó en Zaragoza La importancia de la instrucción que conviene dar a las mujeres, y en 1786 escribió el célebre Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su actitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres.  El discurso de Josefa, estructurado en treinta y cuatro puntos, comenzaba planteando el tema de la querella de los sexos, quejándose de la falta de instrucción de las mujeres y de que carecieran de estímulos para salir de esta situación. Negaba que carecieran de aptitudes para hacer lo mismo que los hombres, y tras refutar los argumentos bíblicos o históricos al uso, concluía que su presencia reportaría muchos beneficios a la Sociedad. Fue pronunciado a raíz del debate para la admisión de señoras en la Sociedad Económica Matritense, en cuyo seno se había abierto una controversia sobre si convenía abrir o no sus puertas a las mujeres. La polémica y el discurso de doña Josefa tuvieron un enorme eco y en 1787 entró como miembro fundador en la Junta de Damas de Madrid, en el seno de la Económica Matritense, destinada a promocionar la salida al espacio público de las mujeres, y donde Josefa tuvo una participación constante.

En 1790 publicó el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, con avanzadísimos análisis sobre la consideración de la mujer en el mundo masculino que hoy conservan su plena vigencia. Estructurado en dos partes, resume muy bien el pensamiento pedagógico y médico divulgativo de la época, declarando su confianza absoluta en la capacidad regeneradora de la educación, su apuesta a favor de una práctica religiosa más interiorizada y la necesidad de la salud como soporte de la educación moral.

Aunque en los años posteriores siguió traduciendo y escribiendo, nunca más volvió a publicar. Un ataque de apoplejía postró a su marido y murió en 1798 a la edad de 72 años. Josefa, de entonces 49, se volcó en actividades de servicio a pobres y enfermos de la Hermandad de la Sopa en el Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Con motivo de la Guerra de la Independencia, soportó los Sitios de Zaragoza (18081809) colaborando activamente en el traslado de enfermos, se implicó con ayuda económica a la resistencia aragonesa y además ejerció como espía política para el general Palafox, gesta poco divulgada hasta hace poco tiempo.

La muerte de su hijo en 1810, a los 35 años, causó a Josefa un profundo dolor. Felipe había ganado el cargo de oidor en la Real Audiencia de Quito, en Nueva Granada, y tras la invasión napoleónica de la península se produjeron movimientos secesionistas.  El oidor Felipe Fuertes Amar, encontró la muerte al enfrentarse contra la oligarquía quiteña que estaba destinada a hacerse cargo del poder.

Tras la llegada al trono español del rey absolutista Fernando VII, Josefa, como tantos otros ilustrados, se apartó de la vida pública decepcionada por el retroceso político que supuso, y llevó desde entonces una vida casi anónima. Falleció en Zaragoza el 21 de febrero de 1833, a los 84 años, longeva y olvidada de todos.

Algunas de sus frases, escritas hace 240 años:

  • “La educación de las mujeres se reconoce generalmente como materia de poca entidad… para mantenerlas en la ignorancia y dominarlas así más fácilmente…”
  • “La educación y cuidado de los hijos pertenece del mismo modo a los padres que a las madres…”
  • “Cuanto mejor fuere la educación será mayor el número de las personas felices…”
  • “…la enseñanza primaria debería ser común a toda clase de personas de uno y otro sexo, tanto a los niños como a las niñas, a los ricos como a los pobres.”
  • “La verdadera y sólida virtud consiste en practicar lo bueno y aborrecer lo malo”.

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