(Un artículo de Alberto Rojas en
El Mundo del 14 de febrero de 2020)
El mariscal del Aire británico
trató de desgastar al Tercer Reich con la destrucción de ciudades enteras para
minar la moral alemana aunque estas no tuvieran valor militar. Jamás se
arrepintió.
La destrucción de la ciudad de
Dresde en febrero de 1945, hace ahora 75 años,
no fue un accidente. Formó parte de una estrategia meditada,
estudiada y defendida por mandos militares aliados al frente de los que estaba
el mariscal del aire británico Arthur 'el carnicero' Harris, su máximo
promotor. Con lógica frecuencia se enumeran los
pavorosos crímenes de guerra provocados por los nazis, sus
esbirros en Europa y la élite militar del Japón imperial, que hacían necesaria
la victoria en la Segunda Guerra Mundial, pero se pasa de puntillas sobre los
excesos injustificables de los ganadores.
Dresde representa quizá el
episodio más tangible (no el único) de asesinato en masa de civiles indefensos
que aún no ha recibido una disculpa por parte de sus perpetradores. Sí ha
sucedido en el caso de Hiroshima y Nagasaki con presidentes de EEUU. Pero nadie
ha pedido perdón por Dresde.
Vamos al contexto. En 1942, con
la Europa continental en manos del Tercer Reich, poco podían hacer los aliados
para tratar de combatir a los nazis en el continente. Tras el blitz
alemán sobre el Reino Unido de 1940, los aliados pusieron en marcha una
estrategia para desgastar a los alemanes en su propia retaguardia. El mariscal
del Aire Arthur Harris propuso el bombardeo nocturno (y, por tanto, impreciso)
no sólo de las zonas fabriles del enemigo, sino también de las ciudades donde
vivían los obreros que trabajaban en esas fábricas, igual que los nazis habían
hecho antes con ciudades británicas como Coventry. Con esa práctica pensaba
conseguir dos objetivos: uno, ralentizar la producción armamentística. Y dos,
minar la moral de la población alemana.
Ambos objetivos no sólo no se
consiguieron, sino que se logró el efecto contrario. Los nazis trasladaron sus
fábricas a zonas más seguras a veces a sótanos y búnkeres antiaéreos, mientras
que su ministro de Armamento, Albert Speer, logró alargar la guerra al menos un
año más con su planificación y el trabajo esclavo de los judíos y otros
deportados. La población civil, galvanizada por el ministro de propaganda
Joseph Goebbels, se entregó a la causa aún con más sacrificio. El precio que
pagaron los civiles alemanes con esta estrategia fue muy alto, tanto como el de
los japoneses que murieron bajo las explosiones de Little Boy y Fat
Man.
El bombardeo nocturno sobre
Dresde no buscaba objetivo militar alguno salvo «apoyar el avance soviético»,
cuando los soviéticos, en realidad, ya avanzaban como un rodillo. «Pondremos de
rodillas a Alemania», dijo Harris, que nunca ocultó su deseo de llevar los
horrores de la guerra a los barrios y las casas de los alemanes para vengar el
verano londinense de 1940. La apocalíptica tormenta de fuego provocada por
1.800 toneladas en bombas de fósforo causó 35.000 muertos, no sólo de impactos
directos, sino por el calor de las llamas, que calcinó a los vecinos que se
habían metido en sus refugios. El frío Bomber Harris jamás se arrepintió
de su estrategia y la defendió hasta el final, a veces excusándose de manera
ridícula con frases como «estas misiones se han ejecutado por orden de personas
más poderosas que yo», pero Winston Churchill, que le apoyó desde el principio,
sí mostró serias dudas tras conocer la cifra de víctimas y cuestionó su
actuación.
El escritor Kurt Vonnegut, autor
de Matadero 5, sobrevivió al bombardeo como prisionero de guerra en
Dresde. Dejó escrito: «Dresde fue una gran llamarada. La llama destruyó todo lo
orgánico, todo lo que pudiera quemarse». Después del ataque, Vonngut dijo que
el área que lo rodeaba se parecía a la luna. «No había nada más que minerales.
Las piedras estaban calientes. Todos los demás en el vecindario estaban
muertos», recordó.
Mientras que los estadounidenses
centraron su atención en el dominio del espacio aéreo alemán, la obsesión de
los británicos dirigidos por Harris fue ese desgaste de la población que
chapotea en el crimen de guerra. Durante los últimos meses del conflicto se
lanzaron sobre Alemania más bombas que en los cinco años anteriores, y eso que
sus ejércitos estaban militarmente superados y en retirada desde la fallida
ofensiva de las Ardenas que Hitler intentó el invierno anterior. La espiral de
fuego y destrucción de Dresde, Hamburgo, Colonia o Hanover quedará como el
monumento a la justificación absurda del horror.
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