La Seo: un cementerio en la catedral
(Leído en el Heraldo de Aragón del 1 de diciembre de 2019. Cada parte es de un escritor distinto)
La catedral más famosa del reino cobija las tumbas de hijos de reyes y de arzobispos de sangre real, verdaderos mecenas de su iglesia metropolitana. A la infanta María, hija de Jaime I, la acompañan Juan de Aragón, hijo extramatrimonial del rey Juan II; Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico; otro Juan, hijo de Alonso; y Hernando, último de los vástagos regios que ciñeron la mitra, hermano del segundo Juan y, como él, hijo de Alonso. El corazón del príncipe Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV, que murió a los 17 años, también reposa en la Seo. Siguiendo la estela del linaje real, se enterraron para perpetuar su memoria cinco poderosas familias afincadas en Zaragoza: Zaporta, Ferrer, Liñán, Mirto de Vera, cuya capilla funeraria fue heredada por los actuales duques de Villahermosa, y Espés. Y también yacen en ella san Pedro Arbués, asesinado en la catedral, y santo Dominguito de Val.
Un Templo de Salomón en Zaragoza: la Parroquieta de Lope Fernández de Luna
Javier Ibáñez Fernández - Profesor titular de la Universidad de Zaragoza
Para construir la que habría de ser su última morada, Lope Fernández de Luna, arzobispo de Zaragoza desde 1351, comenzó por apropiarse de la antigua capilla de planta cuadrangular del extremo occidental del transepto de la Seo en torno a 1374. Cuidadosamente desmantelada, su solar se aprovechó para habilitar una cripta, que se cubrió con una bóveda de crucería simple -derribada en la segunda mitad del Quinientos-, sobre la que se dispuso, ligeramente elevado, y perfectamente orientado, el presbiterio. En su muro septentrional se abrió un arcosolio para cobijar el monumento funerario del prelado, que resultaba visible desde el interior del templo a través de una portada que terminará clausurándose a mediados del siglo XVIII, y el espacio se cubrió con una armadura de limas moamares decorada con bandas epigráficas y pseudoepigráficas, las primeras, con inscripciones en estilo cúfico florido, y las segundas, con rasgos propios del cúfico trenzado, de evidente raíz nazarí, que se cerró mediante un almizate cupulado, cuajado de mocárabes. A este módulo se le añadió una nave de dos tramos cubiertos con crucería simple, cuyo hastial acabará integrándose en el `Portal mayor' la fachada principal de la Seo, que se extendía hasta el antiguo alminar de la mezquita aljama, reconvertido en campanario.
La materialización de la empresa, administrada por Miguel del Cillero, hombre de confianza de Fernández de Luna, y dirigida por Pere Moragues, obligó a recurrir a profesionales de procedencias, perfiles y tradiciones constructivas muy dispares. No en vano, en ella participaron canteros llegados del otro lado de los Pirineos; maestros locales familiarizados con el uso del ladrillo; unos azulejeros sevillanos que también pudieron confeccionar la techumbre del presbiterio, e incluso dos pintores de Bruselas, que asumieron la decoración de todo el oratorio, que ya debía de estar prácticamente ultimado cuando, concluido el sepulcro del arzobispo, Moragues acudió a dirigir las obras de la catedral de Tortosa en 1382, llevándose consigo una de las grúas empleadas en la Seo, que llegó a su destino a través del Ebro.
El evidente 'eclecticismo' de la obra finalmente construida obedece a que el prelado, que fue distinguido con la dignidad de patriarca de Jerusalén en 1379, concibió su capilla funeraria como un nuevo 'Templo' de Salomón y a que, partiendo de fuentes referidas a edificios diferentes, por un lado, a las descripciones del `Templo' recogidas en el Antiguo Testamento y a las exégesis realizadas por el franciscano de origen normando Nicolás de Lyra en sus ‘Postillae litteralis' -de las que circulaban copias ilustradas con interesantes propuestas de reconstrucción gráfica del santuario-, y por otro, a las 'imágenes verbales', codificadas y transmitidas a través de vías muy diversas, de la `Cúpula de la Roca', confundida durante siglos con el propio 'Templo', trató de recrearlo 'ad similitudinem', intentando reproducir, de manera parcial y selectiva, algunos de sus rasgos más significativos, como su distribución, o incluso determinados elementos aislados, dotados de un especial valor simbólico.
De esta manera, los pasajes bíblicos y sus comentarios permiten comprender la articulación de la capilla, que cuenta con dos módulos perfectamente diferenciados, a imagen del `Santo' y el `Santo de los Santos'; sus proporciones; la resolución cúbica, con cubierta lígnea dorada, del presbiterio, a imagen del Sancta Sanctorum' del 'Templo', e incluso algunos detalles concretos, como el profundo derrame de las ventanas, probablemente, la fórmula articulada para evocar las 'finestras obliquas' del 'Templo'.
Por otra parte, el deseo de recuperación de la Antigüedad bíblica, así como los modelos ofrecidos por algunas de las ilustraciones de las `Postillae' permiten explicar la apariencia otorgada a determinados elementos, como el fabuloso muro exterior del oratorio, que, a falta de piedras preciosas, terminó decorándose con piezas cerámicas y los alicatados realizados por maestros sevillanos.
Y, por último, las descripciones de la `Cúpula de la Roca' permiten explicar el basamento pétreo de la capilla, la solución cupulada dorada del presbiterio, e incluso la inscripción que todavía puede leerse en su exterior: «[aedifica]ta bene fundata est supra firmam petram»; se trata de una frase tomada del oficio de dedicación de todo templo cristiano, que, según diferentes testimonios, llegó a recorrer la base de la cúpula del conocido edificio islámico durante el breve dominio cristiano de Jerusalén.
Nota: «Al-hafiz Ilahi», «al-mulk Ilahi». Son tres las bandas epigráficas de la techumbre de la Parroquieta que cantan a Dios en árabe. En estilo mítico florido se lee «al-hafiz Ilahi», «la protección de Dios» en castellano, y la inscripción «al-mulk llahi», «el poder de Dios», se repite (aunque no completa) cuatro veces.
La capilla de Gabriel Zaporta
Jesús Criado Mainar - Profesor titular de la Universidad de Zaragoza
Uno de los espacios funerarios más impactantes erigidos en el perímetro de la catedral es la capilla de los Arcángeles, debida al patronazgo del todopoderoso mercader zaragozano Gabriel Zaporta (+1580), que se hizo enterrar en el centro de la misma bajo una lauda de latón con su efigie y a quien podemos ver en oración en un extremo de la pintura mural de la Epifanía.
Para octubre de 1569, cuando el cabildo le cedió la propiedad del recinto autorizándole a rehacer su fábrica, decorarla a su gusto y dotarla de las acostumbradas fundaciones pías, la etapa de esplendor de la escultura renacentista aragonesa había quedado atrás, por lo que tuvo que buscar lejos de Zaragoza a un imaginero que satisficiera sus expectativas. Para el resto no había problema en recurrir a artistas de la ciudad que podían ofrecerle un trabajo muy solvente. Don Gabriel ya había dado pruebas de su gusto abigarrado cuando años atrás, en 1550, hizo decorar el patio de sus casas principales de la calle Nueva -el celebérrimo Patio de la Infanta- con un elaborado conjunto de relieves de yeso debidos a Francisco Santa Cruz, ahora en la sede central de Ibercaja y que, en opinión de Juan Francisco Esteban, es una alambicada ilustración del horóscopo matrimonial del mercader y su esposa, Sabina Santángel.
Urgía a Gabriel Zaporta la puesta en marcha del proyecto, por lo que en noviembre de 1569 firmó sendos contratos con el mazonero Guillén Salbán, alias Mallorquín, y el dorador Juan de Ribera mayor para levantar su espectacular retablo. No estaba todavía claro en ese momento quién iba a realizar las esculturas de alabastro, confiadas en primera instancia a un maestro anónimo poco dotado al que corresponden algunas de las piezas del ático, que no gustaron, por lo que poco después, en el verano de 1570, se recurrió a Juan de Anchieta, que venía de trabajar en el excepcional retablo del convento de Santa Clara de Briviesca (Burgos).
El resultado fue espectacular y se cuenta entre las creaciones más hermosas del Renacimiento peninsular. El grupo titular de los Ángeles caídos es una de las obras maestras de la escultura española de la segunda mitad del siglo XVI, en el que la influencia miguelangelesca, tamizada por el estilo refinado e innovador de Gaspar Becerra, alcanza cotas de calidad excepcionales, como ya señaló José Camón Aznar, incluso antes de que Ángel San Vicente localizara los documentos que atestiguan la participación de Anchieta. Todo se completa con una exquisita policromía, a cargo del mayor de los hermanos Ribera, que nos dejó aquí su mejor trabajo.
Como es habitual, las partes bajas de las paredes laterales sé decoraron con un primoroso arrimadero de azulejos que tiene su prolongación en el pavimento, ahora rehechos. Más arriba, el pintor Pietro Morone completó una de sus creaciones más importantes, integrada por dos murales con la Epifanía -en el lado del evangelio- y la Presentación -en el de la epístola- que continúan en los lunetos con la Adoración de los pastores y la Huida a Egipto. Tanto en las zonas de la pared frontal, que deja libres el retablo, como en el reverso del arco de ingreso, incluyó un bello apostolado. Un trabajo primoroso que recuerda los años que micer Pietro había pasado en Roma bajo la estela de grandes maestros como Perino del Vaga, elegantemente evocado en estas pinturas, en las que este italiano de Piacenza combina sabiamente composiciones inspiradas en grabados con su dominio de primera mano del manierismo romano temprano. Y en el centro del pavimento aún puede verse una plancha de latón, ya citada, con la efigie del comitente, que hizo en 1578 Hernando de Ávila el Viejo.
La capilla nos recibe con una portada de yeso policromado espectacular, en la que Francisco Santa Cruz y su hijo Jerónimo desarrollaron una abigarrada composición llena de figuras y mil detalles que, una vez más, reflejan el gusto por el lujo y la riqueza de don Gabriel y, sin duda, también de doña Sabina. El carácter de mausoleo privado de la capilla se expresa en la gran reja de latón que la clausura, obra capital del maestro bearnés Guillén Tujarón, a quien Zaporta pidió que emulara la que él mismo había hecho años atrás para el arzobispo Hernando de Aragón en su capilla de San Bernardo del mismo templo, que superó con creces: estaba en juego el prestigio de don Gabriel, pero también el del artista, calificado pomposamente en los documentos de pago como «rejero de su Majestad», pues por esos años estaba haciendo las rejas de la basílica de San Lorenzo el Real del Escorial.
Todo estaba concluido para 1579, apenas unos meses antes del fallecimiento del orgulloso comitente.Etiquetas: Arquitectura, Pequeñas historias de la Historia, Sin ir muy lejos