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viernes, enero 31

Gálvez: el militar español que se aventuró «solo» contra las defensas inglesas de Florida

(Un artículo de Esteban Villarejo y Manuel P. Villatoro en el ABC del 1 de febrero de 2015)

En una batalla clave para la independencia de EE.UU., el malagueño entró con 4 navíos en una bahía repleta de navíos británicos: «El que tenga honor y valor que me siga», dijo.

[EEUU] vivió en Pensacola una batalla decisiva para su independencia. Y, fíjense por donde, aquella lid de 1781 fue librada y ganada por la Infantería de Marina de la siempre olvidadiza España. Una vez más las casacas rojas de la Pérfida Albión se cruzaban en el rumbo de nuestra Historia. Esa vez, al inglés le tocó perder.

El de Pensacola, en tierras de la Florida occidental, fue un desembarco audaz y osado dada la dificultad de acceder a su bahía. Una empresa temeraria que, exitosa finalmente, alumbraría para siempre el arrojo (cojones, que se dice ahora) de uno de los personajes más influyentes y desconocidos de la Historia común de España y de EE.UU: Bernardo de Gálvez Gallardo Madrid, vizconde de Galvestón y conde de Gálvez, oficial y luego general del Real Ejército, y virrey de Nueva España.

Tras aquel fuego de Pensacola su escudo de armas siempre luciría el lema de «Yo Solo», porque así fue cómo entró en el bastión inglés de la Florida: «El que tenga honor y valor que me siga».

«Para entender el desembarco de Pensacola, antes debemos remontarnos a la Guerra de los Siete Años (1756-1763), ganada por el Reino Unido a una coalición de naciones entre las que se encontraba Francia y España», relata José María Moreno Martín, jefe de la sección de Cartografía del Museo Naval, que este mes exhibe como «pieza destacada» un mapa en ocho viñetas sobre la batalla de Pensacola.

Tras esa guerra, la España de Carlos III y la Francia de Luis XV, y después Luis XVI, aguardaban avizor una primera oportunidad para devolver el golpe a Inglaterra. Y esa vino con la sublevación de las Trece Colonias (1775) que para sufragar las guerras de la metrópli veían cómo sus cargas impositivas aumentaban sin cesar. La gota que colmó el vaso fue el nuevo impuesto del té, que originó un motín en Boston.

España desde el primer momento ayudó económicamente a los rebeldes norteamericanos llegando a pertrechar a 30.000 rebeldes con sus uniformes, fusiles y 216 cañones, pero... ¿debía intervenir militarmente como hizo posteriormente la Francia de Luis XVI tras la insistencia de Benjamin Franklin? He ahí el dilema del Rey Carlos III. «España se encontraba en una posición más delicada. Por un lado nos encontramos con las tesis del Conde de Floridablanca, que abogaba por mantenerse neutral so pena de desencadenar un efecto dominó de independencias en las colonias españolas americanas. Por otro lado, el Conde de Aranda, embajador de España en París, veía en el apoyo a las Trece Colonias una oportunidad idónea para recuperar Gibraltar», explica Moreno Martín.

Definitivamente se impusieron las tesis del Conde de Aranda y en 1779 España declaró la guerra a Gran Bretaña. Ya nada sería igual en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias: Inglaterra se vería obligada a dividir esfuerzos en el Canal de la Mancha (contra Francia), el Mediterráneo (contra España) y el Golfo de México, donde Inglaterra había arrebatado años antes a España algunas plazas marítimas como era el caso de Pensacola, también conocida como San Carlos de Panzacola. Conclusión: las fuerzas de la guerra por la Independencia de las Trece Colonias se niveló. Por un lado, Reino Unido (120 navíos y 100 fragatas) y, por el otro, Francia (60 navíos y 60 fragatas) y España (60 navíos y 30 fragatas).

Es aquí donde saldrá a relucir el ingenio del entonces gobernador de la Luisiana, el militar malagueño Bernardo de Gálvez (Macharaviaya, 1746 - Tacubaya, en Ciudad de México,1786) quien comenzó a forjar su leyenda militar como capitán en tierras de Nueva España, llevando a cabo una campaña contra los indios Apaches. Con 24 añitos y heridas a doquier, el futuro «Yo Solo», ameritaba ya el galón de comandante de armas de Nueva Vizcaya y Sonora (aproximadamente el actual estado de Nuevo México). El héroe militar español en tierras del ahora EE.UU. forjaba su leyenda, aunque antes regresaría a España para participar en la fallida expedición de Argel (1775), foco central de la piratería en el Mediterráneo.

En su vuelta a América en 1776 Bernardo de Gálvez es destinado a la plaza de Luisiana. Y es por eso que cuando España decide librar batalla a Inglaterra en el Golfo de México todas las venturas se dirigen hacia él. Fijó como objetivo recuperar Pensacola; antes caerían las posesiones británicas de Manchac y Baton Rouge -en la desembocadura del río Mississipi- o Mobila (1779). El círculo se estrechaba así en torno a la capital de la Florida. Sin embargo, su disposición geográfica y su estrecho con escasa profundidad impedía acometer la empresa.

«Se trataba de una operación bastante complicada, por no decir inverosímil», destaca el jefe de cartógrafos. Un 28 de febrero de 1781 partía desde La Habana la expedición española con 36 buques de guerra con José Calvo Irazábal como de jefe de la escuadra. En sus tripas los ansiosos infantes de Marina aguardaban el desembarco. Por tierras otras tropas españolas y después francesas esperaban el desembarco para envolver la plaza de Pensacola.

En este momento nos dirigimos de nuevo al Museo Naval de Madrid. En el mapa de 8 viñetas que se [...] encargó a raíz del informe de la toma de Pensacola «con la clara intención de narrar la historia de una batalla») observamos en su parte central a los navíos españoles frente al escenario de la batalla. La ciudad de Pensacola en su bahía y la isla de Santa Rosa en la bocana de acceso, formando un estrecho con la posición fortificada de Barrancas Coloradas, desde donde provenía el principal riesgo de la empresa.

El trabajo se auguraba duro, ya que, para llegar hasta su objetivo, la escuadra tenía que pasar a través de un estrecho flanqueado por dos baterías de cañones. Una sentencia de muerte sin duda. Por ello, Bernardo de Gálvez se decidió a tomar el fuerte de la isla de Santa Rosa para así evitar ser aniquilados por un fuego cruzado.

Con valentía, las tropas del malagueño desembarcan en el terreno dispuestas a derramar sangre inglesa pero, para su sorpresa, la fortaleza estaba desmantelada. «Consiguieron tomar la isla sin ninguna baja y sin ningún disparo», sentencia Moreno Martín. La moral aumentó pues, para entrar hacia la bahía de Pensacola, ya sólo tenían que pasar a través de la batería de las Barrancas Coloradas.

«Yo solo»

«Una vez conseguido esto, lo que pretendía Bernardo de Gálvez es pasar con toda la escuadra, eso sí, lo más cerca posible de la isla (ya española) para evitar el fuego de las Barrancas Coloradas», afirma el jefe de la sección de Cartografía. La empresa comenzaba a tomar forma, pero, al aventurarse por el estrecho, el fondo del casco del navío en el que viajaban el malagueño y Calvo (el San Genaro), tocó en el suelo: tenía demasiado calado para pasar. Por ello, fue necesario salir a aguas más profundas para no quedar encallados.

En ese momento comenzaron las discrepancias pues, mientras Gálvez quería entrar en la bahía y tomar Pensacola, José Calvo (al mando de la escuadra), se negaba en rotundo a atravesar el estrecho. Y es que argumentaban, no sin razón, que no se conocía bien el terreno y que una peligrosa tormenta tropical se aproximaba hacia el lugar. Además, la batería situada en el fuerte de las Barrancas Coloradas seguía activa y, en el caso de que un navío quedara encallado, toda la escuadra podría sufrir su fuego y ser seriamente dañada.

Para Gálvez, en cambio, no había opción. El marino subió a bordo de un bergantín llamado «Gálveztown» (un barco con menor calado que el «San Genaro») y se dispuso a llevar a cabo una de las mayores heroicidades de la Historia española: entrar sólo en la bahía pasando a través del fuego enemigo. Sus últimas palabras quedarían grabadas en la historia: «Una bala de a treinta y dos recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las que reparte el Fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galvez-town para quitarle el miedo».

No había vuelta atrás, Gálvez enarboló la bandera de Comandante y entró en el puerto junto dos pequeñas cañoneras y un buque de transporte. En contra de lo que se puede pensar, no sufrió serios daños por parte de las baterías enemigas y, además, atrajo el fuego sobre sus barcos.

«De aquí es donde viene la leyenda que se puede leer en su escudo de armas: ‘Yo Solo’, porque pasó sin que le siguiera en principio ningún comandante», explica Moreno. «Después pasó toda la escuadra, ya que había buques que hacían frente al fuego de las Barrancas Coloradas y podían atravesar la zona con seguridad» determina el experto.

La marcha de Calvo y la llegada de refuerzos

Tras la entrada en la bahía de Gálvez, el resto de buques se decidieron a seguirle. ¿Todos? No. Hubo uno que se retiró, y es, según fuentes históricas, el navío en el que se encontraba José Calvo. Al parecer, el oficial decidió volver a La Habana tras ver el éxito del malagueño. Definitivamente, su misión había acabado, como más tarde le haría saber Gálvez mediante una misiva.

Antes de llegar a su destino, sin embargo, se detuvo en Matanzas (Cuba) donde preparó minuciosamente su defensa ante las posibles acusaciones que sufriera al llegar a territorio español. ¿Se apoderó la vergüenza de él?, probablemente, pero nunca se supo a ciencia cierta. Lo que es cierto es que, al partir, dejó a la flota española sin su navío, un gran activo en la contienda.

Tras el ataque inicial, y como estaba planeado, una fuerza terrestre española tomó posiciones para ayudar a asediar Pensacola. Pero esos no serían los únicos refuerzos que recibiría Gálvez. «Ese mes llegó una nueva escuadra de navíos, en un principio se pensaban que era enemiga y que venía a ayudar a los sitiados en Pensacola, pero descubrieron que eran españoles comandados por José Solano y Bote que acudían a socorrer a Gálvez», destaca Moreno. Con esta flota eran ya casi 8.000 los hombres preparados para iniciar el asedio en contra de los 3.000 ingleses.

Además, a los asaltantes también se les unieron cuatro fragatas francesas con casi 800 soldados. Y es que, Francia quería aportar también en esta batalla su pequeño granito de arena (o de pólvora), para favorecer la expulsión de Florida de los ingleses y, por lo tanto, luchar a favor de la independencia de los colonos.

La caída de Pensacola

Tras la entrada en la bahía, todo dependía ahora de las fuerzas terrestres, comandadas por José de Ezpeleta. Este, tenía órdenes de tomar los tres fuertes que defendían Pensacola: el de la «Media Luna», el del «Sombrero» y el del «Rey Jorge». «El siguiente episodio se produjo cuando las fuerzas españolas consiguieron tomar la fortaleza de la Media Luna, donde murieron 52 británicos», explica el jefe de Cartografía.

«A partir de ahí consiguieron pasar a la del Sombrero, luego a la del Rey Jorge y asaltar por detrás la ciudad», finaliza Moreno. La misión tocó a su fin, pues en menos de diez días Pensacola se rindió a los españoles. Las Barrancas Coloradas fueron las siguientes en abandonar la defensa, y es que, tras la caída de la ciudad, poco tenían que hacer ante el arrojo de Gálvez.

Una tormenta imperfecta

Una vez finalizada la contienda un nuevo enemigo se asomó entre las nubes: un huracán que causó grandes problemas a los españoles entre el 5 y el 6 de mayo de 1781, como bien puede apreciarse en una de las últimas viñetas del mapa. «Se puede ver como el autor dibuja una mar rizada y los barcos inclinados con sensación de movimiento», sentencia el experto. Sin embargo, no hubo que lamentar grandes daños, ya que los buques se retiraron de la costa y acudieron a proteger la entrada de la bahía frente a posibles refuerzos ingleses.

A pesar de las pocas bajas que sufrieron los dos bandos durante esta contienda (74 españolas por 145 inglesas), sin duda la de Pensacola fue una de las batallas que favoreció la independencia de los EE.UU. Y es que, gracias a la toma de la ciudad, se abrió otro frente para los ingleses, que se vieron obligados a destinar soldados a las inmediaciones de la zona descuidando en cierta manera la lucha contra los colonos.

La hazaña le valdría a José Solano y Bote el título de «Marqués del Socorro» por la ayuda prestada. A su vez, Gálvez recibiría gracias a la toma de Pensacola el nombramiento de mariscal de campo, además de un título que no le abandonaría jamás… «Yo solo».

En la España descafeinada de hoy, apenas nadie recuerda aquellos avatares acaecidos en la Florida a fines del siglo XVIII. Si preguntáramos en un instituto, Universidad o redacción de periódico (sí, también) qué es Pensacola nos sorprenderíamos con la respuesta. Eso será en España, porque en EE.UU. aún tienen claro que sin el arrojo de Bernardo de Gálvez quizás todo habría sido diferente.

Etiquetas: Grandes personajes, Pequeñas historias de la Historia, s.XIX

posted by Catalina @ viernes, enero 31, 2025 0 comments

jueves, enero 30

Pérez-Reverte publica un 'Cantar del Mio Cid' lleno de apaches

 (Un texto de David Gistau sobre "Sidi", de Arturo Pérez Reverte, que se publicó en El Mundo el 15 de septiembre de 2019)

El Cid de Pérez-Reverte es la reducción del personaje estatuario a la minucia de la hoguera a resguardo y la errancia. El "polvo, sudor y hierro" machadiano es explicado de tal forma que del jinete sabemos cuánto le duelen las escoceduras provocadas por el roce con la silla o cómo entumece el frío nocturno que sucede al calor atroz de la estepa castellana. Hasta añoranzas eróticas lo visitan cuando está a solas. Mastica una cecina seca de la que es fácil suponer que no hay diente que la desgarre.

El Cid del destierro es un ronin, una espada con tarifa de alquiler. La mesnada, contenida por la disciplina y por la fe ciega en quien manda -"Os estaré mirando», les dice el Cid antes de entrar en batalla, y eso basta-, parece degradarse hacia el bandidaje, como a menudo ocurre con los derrotados que permanecen juntos, aunque viene de vivir grandes hechos de los que ponen y quitan reyes. Algunos históricos, como el sitio de Zamora y el asesinato a traición de Sancho. Otros legendarios, como probablemente lo es la Jura de Santa Gadea. Estos hechos, entreverados en el recuerdo con la suciedad cotidiana y la codicia de botín de los vagabundos en armas, concede a esa partida una dimensión histórica que hace aún más dramática su caída en desgracia y de la que carecen los centauros de John Ford a los que aludió Pérez-Reverte cuando anunció que con el Cid iba a hacer un western.

Ahí es donde surge el verdadero gran personaje de este libro: la Frontera. En concreto, la frontera del Duero, un falso limes poroso, inestable, donde los idiomas se mezclan y bastardean, donde el enemigo de un día es el aliado del siguiente, donde los cristianos también se matan entre sí a veces al servicio de una taifa y nada se corresponde con la visión maniquea de la Reconquista. Como en la Frontera americana, la vanguardia cristiana la conforman ínfimos castillos de roca que son como los fuertes de la caballería. Y granjeros, pioneros dispuestos a buscar una vida en un lugar peligroso, al que no llegan la autoridad ni la ley, y donde son trofeos de caza de las partidas de saqueadores, las aceifas.

Convertido en personaje de western, el Cid palpa boñigas para comprobar a qué distancia están los perseguidos y habla de los moros como si fueran apaches. Igual de invisibles, igual de temibles cuando se abaten sobre una granja, un villorrio o un monasterio y todo lo llenan de muerte escatológica. Aunque luego surge la pista histórica, el trasfondo. Como cuando el Cid, al reconocer el uniforme y los tatuajes de un muerto, se sorprende de ver tan al norte ya a los almorávides, las tribus rigoristas, yihadistas, que pasaron de África para aprovechar la relativa flojedad andalusí después de la fragmentación en taifas.

Más allá de su particularidad argumental, ésta es otra de esas novelas en las que Pérez-Reverte filtra sus propias heridas internas de guerra. Un ballestero de Castilla es un recurso para acordarse de un francotirador de Sarajevo. La obsesión por contar los olores, los de la muerte y los de la soldadesca, es propia de quien lleva los de la guerra adheridos a la memoria. De igual forma que parece ser el mismo enjambre de moscas el que lleva acudiendo desde hace miles de años a alimentarse de unas tripas abiertas, que son siempre las mismas tripas abiertas. Mezclados en el autor el investigador y el reportero, el resultado es un trabajo de periodista empotrado en las huestes del destierro que justifican al Cid su Cantar. Y donde los hechos preludian la apoteosis levantina de un representante de esa nobleza baja española que todo lo tenía aún por hacer y lo hacía con la espada. Y que, medio milenio después, saltó a América porque aquí se le habían acabado las fronteras.

Etiquetas: libros y escritores

posted by Catalina @ jueves, enero 30, 2025 0 comments

miércoles, enero 29

La generosidad de los borrachos

(Una tontería graciosa leída en facebook)

103 pasajeros y sólo 40 comidas fueron cargadas en un vuelo de Puerto Rico a New York.

La tripulación no sabia que hacer.

Sin embargo, la jefe de cabina tuvo una idea. Después de unos 30 minutos de vuelo ella anunció nerviosamente:
- "No sé cómo sucedió, pero tenemos 103 pasajeros y sólo 40 cenas." Entonces añadió:
- "Cualquier persona, que sea lo suficientemente gentil y de buen corazón, para ceder su comida a otra persona recibirá bebidas y licores gratuitos e ilimitados durante todo el vuelo.

Su próximo anuncio vino dos horas después: - "Si alguien quiere cambiar de opinión, todavía tenemos 40 comidas disponibles"

Moraleja:
"¡¡Los borrachos tienen un gran corazón!!"

Etiquetas: Alégrame el dia

posted by Catalina @ miércoles, enero 29, 2025 0 comments

martes, enero 28

La sorprendente causa que provoca cada vez más peleas en los aviones

 (Un texto de Héctor G. Barnés en elconfidencial.com del 6 de mayo de 2016)

Cada vez es más frecuente que se saquen los puños a relucir cuando algo ocurre en la cabina de un avión. Un divertido estudio nos descubre qué pasa por nuestras cabezas.
 
¿Dónde suele discutir la gente? Hagamos recuento: en la cola del supermercado (algo extensible a otras colas, por supuesto), en las grandes aglomeraciones, en los bares cuando se han tomado unas cuantas copas de más, en el trabajo o en un restaurante, haciendo que el camarero pague los platos rotos. Hay una situación que sirve casi como compendio de muchas de esas otras: viajar en avión, donde es frecuente la conocida como “air rage” o furia aérea.

Al fin y al cabo, se trata de unos largos y tediosos instantes de nuestras vidas en los que nos vemos obligados a compartir un cada vez más minúsculo espacio con unas cuantas decenas de personas mientras aguardamos sentados varias horas a llegar al destino, mientras pagamos cantidades desorbitadas por algo que se parece lejanamente a un sándwich de máquina y, en algunos casos, sufrimos por nuestro miedo a las alturas. Eso sin tener en cuenta que probablemente llevemos ya unas cuantas horas participando en la yincana del aeropuerto.

Una nueva investigación publicada en el 'Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America' (conocido para los amigos como el 'Pnas') intenta arrojar algo de luz sobre el asunto. Es uno de esos estudios que la prensa suele reproducir porque resultan curiosos. En este caso porque, como señalan los autores, el problema no se encuentra solo en el cansancio, el ruido o los malos olores, sino en otro factor que se nos suele pasar por alto: que haya o no primera clase y, además, que tengamos que atravesar por ella cuando nos desplazamos a nuestro asiento.
 
Como lo oyen. Las cada vez más frecuentes peleas en los aviones –hace apenas un par de meses estalló una batalla campal en un vuelo de Spirit Airlines por el volumen de la música– se deben, en un alto grado, a que aún siga habiendo clases. Y no es un factor para nada secundario. Como asegura la investigación, el hecho de que haya primera clase causa tanta indignación como aguantar un vuelo de nueve horas y media. Hasta ahí parece razonable; a nadie le gusta sentirse marginado.  

Lo más sorprendente llega cuando descubrimos que también resulta clave, para que el efecto sea aún mayor –y las probabilidades de emprender a golpes con la tripulación u otros pasajeros se dispare– que los viajeros de la clase turista pasen por la zona 'business' antes de sentarse en sus propios asientos. En dicho caso, se doblaba la posibilidad de sentirse enfadado, muy enfadado. Vale: parece ser que no solo importa que haya gente que viva mejor que nosotros, sino sobre todo, que los veamos sentados en sus butacones bebiendo su champán y comiendo algo que se parece lejanamente a un sándwich del Ritz.

Pero la cosa va aún más allá: no solo los turistas que veían a los acaudalados de la primera clase se sentían más furiosos. También estos viajeros de clase 'business' se sentían más furiosos cuando los viajeros 'low cost' atravesaban su pasillo, y no porque les resultasen especialmente molestos. Parece ser que, en contra de lo que la lógica podría sugerir –que se sentirían más culpables al ver a esas pobres personas con riñoneras y bañadores circular a su lado–, darse cuenta de sus privilegios les hacía sentirse aún más inclinados a la riña, quizá porque, como sugiere un artículo publicado en 'The New York Mag', “justifican ese privilegio psicológicamente sintiéndose superiores, y como resultado, demandan más de lo que les rodea”. Esto, que parece a simple vista simplemente curioso (“¡cómo son!”) nos dice mucho de la manera en la que está organizada la sociedad moderna y, en concreto, sus espacios.

Si usted es rico, responda mentalmente a la siguiente pregunta: ¿cuánto tiempo hace que no ve a un pobre? Si usted es pobre (vamos, como el 99% de la población), haga la siguiente reflexión: ¿cuánto tiempo hace que no ve a un rico (la tele no cuenta)? Son dos preguntas burdas, pero que nos ayudan a entender que cada vez es más frecuente que las diferentes clases sociales no convivan en un mismo espacio físico quizá porque, como sugiere la investigación, resulta estresante tanto para los menos privilegiados como para aquellos conscientes de que pertenecen a la élite. 

Ya no hay reservados en las discotecas desde donde observar al populacho, ni casas lujosas en mitad de un barrio popular, ni una primera clase al lado de los viajeros turistas. Más bien, hay bares para los ricos y para los que no lo son, barrios lujosos y barrios de clase media, aviones privados y líneas low-cost que garantizan que los caminos de ambos no se crucen. Un buen ejemplo es lo que está ocurriendo en ciudades como Londres, tal y como explicamos en un reciente artículo: que la proliferación de mansiones iceberg y complejos sistemas de transporte provocan que, virtualmente, sea casi imposible ver a uno de estos ricos paseando por la calle.

“El acceso privilegiado se está deslizando insidiosamente a lo que una vez fueron experiencias compartidas, y a lo que una vez considerábamos bienes públicos”, escribe en 'The Guardian' Anne Perkins, una de sus más veteranas periodistas. “En Londres, las plazas y los parques que una vez fueron abiertos cada vez más son propiedad privada. Incluso los parques reales del centro de Londres tienen que generar beneficios cercando zonas para llevar a cabo conciertos o ferias en las que tienes que pagar para entrar”. Por una parte, es un proceso de privatización de lo público por el cual se intenta maximizar la rentabilidad de bienes que en un pasado fueron comunes. Pero la investigación recién publicada sugiere un peculiar correlato psicológico: que si estas cosas ocurren es, entre otras razones, por lo turbador que le resulta a los pobres ver a los ricos y a los ricos ver a los pobres. Ojos que no ven, corazón que no se indigna.

 

Etiquetas: Fieramente humano (psicología-antropología...)

posted by Catalina @ martes, enero 28, 2025 0 comments

lunes, enero 27

La verdad sobre Blas de Lezo: victorias ruinosas, esclavos y agonía de un imperio

 (Un texto de Julio Martín Alarcón en Elconfidencial.com del 10 de febrero de 2019)

Probablemente el almirante español merezca una película, pero esa cinta incluiría sorpresas si quisiera ser justa con los hechos.
 
Después de la heroica defensa naval del puerto de Cartagena de Indias en 1741, llegó el momento de hacer las cuentas. En concreto, a España le tocó pagar 100.000 libras esterlinas, una fortuna de la época en concepto de compensación a los ingleses como consecuencia de la victoria. Es correcto: ganamos la Guerra del Asiento (1739-1748) con la gran defensa del almirante Blas de Lezo al frente, pero además del coste militar hubo que liquidar el asiento contable con una compañía privada inglesa, la 'South Sea Company'. Salía a pagar. La gesta de Blas de Lezo es fácil de encontrar en cientos de páginas. El ventajoso acuerdo final para Inglaterra, no tanto.

Fue el precio por recuperar el comercio de esclavos negros y el navío de permiso que se habían cedido a Inglaterra en el Tratado de Utrecht de 1713 y que motivó a la larga la guerra. El negocio para Inglaterra, que había concedido el monopolio a la Compañía de los Mares del Sur —South Sea Company— demostró ser poco rentable, menos aún después de la interrupción de la guerra, así que tras la derrota, devolvieron la concesión y endosaron a España unas cuentas plagadas de trampas que incluyeron hasta el uso de un cambio monetario descaradamente ventajoso, según describe Reyes Fernández Durán en 'La corona Española y el tráfico de negros. Del monopolio al libre comercio’ (2011). 

Cuando partidos como VOX y otros no dejan de ensalzar al gran marino apodado 'Mediohombre', supuestamente no reconocido en nuestro país -como [en 2019] cuando reclamaron una película durante la gala de los Goya-, habría que recordar que su hazaña no ha dejado de homenajearse en la última década: en 2014, una gran exposición en el Museo Naval, además de cientos de artículos, algunos de los cuales se han pasado de frenada con afirmaciones grandilocuentes que no se corresponden con la verdad, tal y como han demostrado en un reciente libro las historiadoras Mariela Beltrán y Carolina Aguado, comisarias de aquella exposición precisamente ('La última batalla de Blas de Lezo', 2018).

Lo que no se cuenta habitualmente es el escabroso asunto del comercio de esclavos de negros de África que fue lo que motivó la guerra, y menos aún la ruina y el progresivo e imparable declive por el que se deslizaba ya el Reino de España. El tratado que puso fin a la Guerra del Asiento supuso además el fracaso del experimento político primero de Felipe V que con el Real Decreto de Flotas y Galeones de 1720 había comenzado una tímida liberalización del comercio con la inclusión de San Sebastián como puerto de comercio con Venezuela (Virginia León Sanz y Nicollo Guati, 'The Politics of Commercial Treaties in the Eighteenth Century: Balance of Power, Balance of Trade', 2017).

En las postrimerías del conflicto significaría también el fracaso del secretario de Estado de Fernando VI, José Carvajal y Lancaster que consistió en un insólito intento español por armar una paz duradera con Inglaterra (José Miguel Delgado Barrado, 'El proyecto político de Carvajal. Pensamiento y reforma en tiempos de Fernando VI' CSIC, 2001). Antes, Patiño había trasladado la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz y había reformado el comercio naval con los navíos de permiso. Con la victoria y la factura, los impulsos de retomar el poderío en los mares se diluyeron y llegaron las grandes derrotas contra los ingleses.

Tras pagar por ganar la guerra, solo diez años después, en 1761, España perdió dos puertos más importantes aún que Cartagena de Indias a manos de los mismos ingleses. Ocurrió en la Guerra de los Siete Años, que para España duraron solo dos, de 1761 a 1763. Fueron suficientes para perder nada menos que La Habana en 1761, la auténtica joya de la corona del imperio de Ultramar y, al año siguiente, Manila en las Islas Filipinas, que se rindió el mismo primer día del ataque inglés. No tiene mucha película. 

A diferencia de la hazaña de Blas de Lezo, son dos derrotas tan invisibles en la historia de España que parece que nunca ocurrieron. Aquí se practica el olvido igual que en Gran Bretaña. Es fácil porque Cuba y Filipinas se perdieron otra vez en 1898, —en el caso de Cuba, la derrota naval le tocó al puerto de Santiago— el epílogo del desplome final de España como potencia colonial. Curiosamente, el balance de la derrota de la Guerra de los Siete Años se medio salvó, al menos en cuanto a territorios, con la firma de los tratados de paz: España cedió Florida a los ingleses a cambio de La Habana y Manila, que se recuperaron, y Francia compensó a Carlos III por su alianza cediéndole a su vez la inmensa Luisiana en Norteamérica.

Es más grato relatar la defensa de Cartagena de Indias de 1740 que contar no una, sino dos veces como cayó Cuba. Se conoce algo la última, la del almirante Cervera, que hizo lo que pudo en Santiago con una situación de partida tan inferior o más que la que tenía Blas de Lezo en 1740. La armada española no estaba tan anticuada como se ha contado en ocasiones, pero seguía a años luz de los barcos de EEUU. Los hombres que defendieron Santiago de Cuba son tan héroes como Blas de Lezo, solo que ellos perdieron. Pascual Cervera y Topete no solo no se rindió, sino que adoptó una decisión arriesgada para la defensa cuando lanzó a toda prisa a sus barcos fuera de la bocana del puerto para evitar el bloqueo naval de EEUU. No lo consiguieron. Desde lo alto de los restos de la fortificación española de Santiago se percibe lo difícil de la empresa. 

En cuanto a Cartagena de Indias, la gran victoria de Blas de Lezo ha acabado por ensombrecer a Sebastián de Eslava, máxima autoridad de Cartagena de Indias durante el asedio y artífice también de la defensa del puerto, una figura que han rescatado Mariela Beltrán y Carolina Aguado. El relato de la batalla siempre esconde la ruinosa factura de la victoria. No es atribuible por completo a la audaz política exterior y comercial de José de Carvajal y Lancaster en los últimos estertores de la guerra de baja intensidad. Carvajal trató de establecer un acuerdo con los ingleses sobre la base de que era mejor "un aliado caro que tres ladrones", como Francia, Holanda y la propia Inglaterra (Vera Holmes 'Trade and Peace with Old Spain, 1667-1750').

Existe un largo debate en la historiografía sobre las virtudes y defectos de la cesión del asiento de negros y el navío de permiso. Eliminado el orgullo nacional de ceder el pastel de un monopolio a otra potencia, el nexo común reside en que falló por el contrabando de ambas partes y la relativa dificultad para obtener beneficios dentro del esquema de las dos potencias. 

Desde la década de 1720, hasta el estallido de la guerra en 1739, nadie en la administración española se molestó en hacer los balances correctamente con la Compañía de los Mares del Sur, que estaba obligada a presentar las cuentas cada cuatro años (Adrian Finucane, 'The Temptations of Trade: Britain, Spain, and the Struggle for Empire'). Tampoco existía un control exhaustivo en Inglaterra. En el momento de la negociación final el ministro español Carvajal estaba a ciegas, sin cifras ni contabilidad precisa a mano. Aún así se fajó duramente dos años, de 1748 a 1750, para reducir la deuda inicial de 300.00 libras que reclamaban los ingleses hasta la cifra final de los 100.000.

El almirante inglés Edward Vernon estrelló una gran flota y perdió miles de hombres contra Blas de Lezo, que conocía con antelación el ataque inglés y había preparado concienzudamente la defensa. No obstante, los ingleses compensaron la derrota de Vernon con la firma de la paz de la Guerra del Asiento, que les salió a cuenta. Primero, porque la realidad es que las operaciones de la South Sea Company con la concesión de España del asiento de negros no eran rentables. Este fue el verdadero motivo para que Inglaterra declarara la guerra y no la anécdota de la oreja del marino Robert Jenkins, que en Inglaterra acabó dando nombre al conflicto ('War of Jenkins Ear').

Lo importante para Inglaterra del Tratado de Aquisgrán (1748) no fue tanto la compensación económica que consiguió para la Compañía de los Mares del Sur -en la que participaban los políticos 'whigs' ingleses- sino que mantuvo una importante ventaja comercial. Son los puntos 4 y 7 de la paz. El último era un rejonazo para España: los súbditos británicos podían disponer de los derechos de comercio de la época del fin de los Austrias adquiridos en 1667 durante el reinado de Carlos II. La historiadora Reyes Moreno lo recoge en el fragmento anotado del acuerdo: "En el legajo donde se guarda esta convención entre España e Inglaterra (...) se encuentra una nota sin fecha ni firma: 'Tratado de España e Inglaterra, 1750, extinguiendo el asiento de negros, y dando el último golpe mortal al Comercio, industria y libertad mercantil de la nación, principalmente por medio del artículo VII".

El balance global de toda la Guerra del Asiento, a pesar de la gran victoria de Blas de Lezo, fue un desatino que conllevó unas cuentas abusivas o injustificadas, en el mejor de los casos. Solo supuso un pequeño paréntesis en el ocaso de España como imperio, las derrotas humillantes y olvidadas durante la Guerra de los Siete Años, en favor de otras gestas como la de Bernardo de Gálvez, esperaban a la vuelta de la esquina. A su término, Carlos III levantó finalmente el monopolio de Cádiz y de la Casa de la Contratación, la tímida iniciativa de Felipe V que no se continuó: todos los puertos y todas las compañías privadas podrían comerciar, pero el imperio británico era ya dueño de los mares.

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domingo, enero 26

Churchill en mayo de 1940: el instante más oscuro de la historia occidental

 (Un texto de Daniel Arjona en El Confidencial del 29 de noviembre de 2017)

'El instante más oscuro' es un gran libro del historiador Anthony McCarten sobre aquellos días cruciales para la supervivencia de las sociedades abiertas que promete una gran película.
 
Franklin D. Roosevelt comentó en una ocasión que Winston Churchill "tiene cien ideas en un solo día, cuatro son buenas, y las otras noventa y seis son sumamente peligrosas". El 20 de mayo de 1940, en plena ofensiva nazi en Europa y cuando la civilización parecía a punto de derrumbarse, el recién estrenado primer ministro inglés tuvo una de esas contadas ideas buenas, buenísimas... que no por ello dejaba de ser terriblemente peligrosa. Los alemanes ocupaban ya tras solo unos días de ofensiva Holanda y Bélgica y se desparramaban por tierras de Francia sin contención ninguna mientras las defensas galas se deshacían como un azucarillo. El 300.000 soldados del Ejército Expedicionario Británico enviados al continente se dirigían a la carrera hacia Dunkerque en una maniobra de salvamento que se antojaba imposible: el puerto estaba bloqueado por unos buques en llamas que impedían a la Armada acercarse, la Luftwaffe dominaba los cielos y, según el pronóstico aliado, tendrían suerte si lograban rescatar al 10%. Y sin su ejército, Inglaterra estaba perdida. Entonces Churchill...

Entonces Churchill tuvo la increíble idea, que quedó por cierto registrada en las actas de la reunión del consejo de ministros que se desarrollaba ese día: "El primer ministro pensó que, como medida de precaución, el Almirantazgo reuniera un gran número de barcos pequeños [civiles], listos para dirigirse a los puertos y ensenadas de la costa francesa". Escribe Anthony McCarten en su vibrante 'El instante más oscuro, Winston Churchill en 1940' (Crítica): "¿Barcos pequeños? La ocurrencia de Winston —de la que nunca, por lo que yo sé, se le ha considerado responsable (sorprendentemente, no lo ha hecho ninguna biografía ni ningún reportaje periodístico)— fue pedir a la gente, o al menos a aquellas personas que pudieran echar mano de cualquier barco de tamaño conveniente, que participara en una gran armada de embarcaciones civiles de lo más variopinto, cruzando el canal de la Mancha para rescatar al ejército británico atrapado en el continente". 

'El instante más oscuro' es un gran libro sobre aquellos días cruciales para la supervivencia de Occidente y sus sociedades abiertas, que promete una buena película dirigida por Joe Wright y con Gary Oldman en el papel de Churchill, [estrenada] en los cines de todo el mundo el [...] 12 de enero de 2018. Los hechos que narra con el pulso de las mejores novelas van desde la invasión nazi de Holanda el 10 de mayo de 1940 hasta el 29 del mismo mes, cuando las tropas británicas lograron culminar con un éxito inesperado lo que en realidad era una amarga derrota: el rescate de sus tropas. Días terribles en los que, por cierto, y pese a la legendaria determinación y terquedad del 'premier' inglés, las dudas le asaltaron y llegó a concebir seriamente la insoportable idea de negociar con Hitler.

Madrugada del 25 de mayo. Un convaleciente Churchill salta de la cama tan enfermo como colérico. Acaba de leer el desangelado mensaje que el Comité de Defensa dirigido por el general Ironside ha enviado al brigadier Nicholson conminándole a resistir en Calais, la única localidad que se interpone entre los nazis y el ejército británico que se prepara en Dunkerque para la repatriación. El propio primer ministro ha ordenado resistir, pero le subleva que se pida morir a aquellos valientes con frases como la siguiente: "Debe usted obedecer en nombre de la solidaridad aliada". "¡Esa no es manera de animar a unos hombres a combatir hasta el final!", exclamó Churchill, que acto seguido redactó un segundo comunicado dirigido a Richardson: "Los ojos del Imperio están puestos en Calais y el gobierno de S. M. confía en que tanto usted como sus valerosos regimientos llevarán a cabo una hazaña digna del nombre británico".
 
Los 2.000 héroes de Calais lucharon como jabatos hasta el momento mismo en que la esvástica se alzó en la torre del Hôtel de Ville. La decisión de no evacuarlos fue, según recordaba Anthony Eden en sus memorias, "una de las más dolorosas de la guerra". Churchill no habló durante la cena de aquella noche y, al terminar, exclamó: "Me siento físicamente mal". Los siguientes días no iban a ser mucho mejores, Francia caería, su propio Gabinete de Guerra sufriría una gravísima escisión entre su postura beligerante y el pacifismo de Lord Halifax, decidido partidario de la negociación con Hitler, y las pérdidas humanas inglesas crecerían exponencialmente. Pero la operación Dinamo de pequeños barcos civiles lograría el milagro en Dunkerque devolviendo al hogar a nada menos que a 330.000 soldados. Se avecinaban tiempos difíciles, pero Inglaterra se había salvado del desastre.

El 4 de junio de 1944, Churchill pudo dirigirse al fin a una Cámara de los Comunes a rebosar con tanta determinación como esperanza: "Por mucho que grandes sectores de Europa y varios estados antiguos y famosos hayan caído o puedan caer en las garras de la Gestapo y de todo el odioso aparato del régimen nazi, no vamos a flaquear ni vamos a fracasar. Seguiremos adelante hasta el final. Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y los océanos, lucharemos cada vez con mayor confianza y fuerza por el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Lucharemos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; lucharemos en las montañas; no nos rendiremos nunca".

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sábado, enero 25

El mayor error de Churchill: nieve y sangre en los fiordos noruegos

(Un texto de Julio Martín Alarcón en El Confidencial.com del 1 de diciembre de 2018)

[...] Una película recupera el momento en el que el político lideró al pueblo británico, pero oculta su errático comportamiento en el comienzo de la guerra.
 
En el extremo norte de las Highlands escocesas el puerto de Scrabster se erige solitario apenas rodeado por cuatro o cinco casas. El Mar del Norte se abre en el horizonte. Desde allí se puede coger ahora un ferry hasta las Islas Orcadas, un archipiélago inhóspito barrido por el viento y la lluvia incluso en verano, en el último confín de Gran Bretaña. Del embarcadero de Stromness, parte una carretera de parajes desolados, que tras dejar atrás el fantástico anillo neolítico de Brodgar, llega a la capital, Kirkwall, la puerta a la bahía de Scapa Flow, el final del camino. Rodeado de agua gélida, completamente aislado, es la definición de un lugar recóndito.

Allí llegó el 14 de septiembre de 1939, Winston Churchill, recién nombrado primer Lord del Almirantazgo -ministro de Marina- 30 años después de haber ocupado el mismo cargo durante la Primera Guerra Mundial. Viajó para supervisar la que entonces era la mayor base naval de Reino Unido. Estaba intencionadamente situada en el lugar más lejano posible. Hitler ya había invadido Polonia y se esperaba impacientemente su siguiente movimiento. De momento, seguían inmersos en lo que la prensa había denominado la “guerra ilusoria” librada principalmente en el Atlántico. Pero ni siquiera la lejana base quedaba fuera del alcance del Tercer Reich. 

En Scapa Flow el Lord del Almirantazgo anotó: “Me pareció que yo era el único que sobrevivía en el mismo lugar que ocupé hacía tanto tiempo. Pero no, los peligros también eran los mismos. El peligro bajo la superficie más grave, porque los submarinos eran más potentes, el peligro desde el aire, no sólo de que descubrieran donde estabas escondido, sino de un ataque fuerte y tal vez destructivo (…) Si de hecho estábamos repitiendo el mismo ciclo otra vez ¿volvería a tener que soportar el dolor de la destitución?” (Winston S. Churchill, 'La Segunda Guerra Mundial. Volumen I'. La Esfera de los Libros, 2005).

El recuerdo de la batalla de Gallipoli en 1915 había ensombrecido la mente de Churchill. Entonces su desastroso plan de desembarco en el estrecho de los Dardanelos le costó el cargo. Pero desde Scapa Flow, Churchill era capaz de vislumbrar en el otro extremo del Mar del Norte la costa de Noruega como el mayor peligro contra el Tercer Reich. Y en su visión, un nuevo desembarco. Ahora la película 'El Instante más oscuro’' recupera el momento en el que el político lideró al pueblo británico, pero fue su errático comportamiento en el comienzo de la guerra lo que tumbó al gobierno de Neville Chamberlain.

Churchill quería tomar la iniciativa, tal y como expresaría en sus memorias. Según muchos de los altos oficiales quería resarcirse: “el entusiasmo más dirigido de Churchill estaba influenciado por un deseo secreto de borrar el recuerdo de su campaña en los Dardanelos” (Anthony Beevor, 'La Segunda Guerra Mundial', Pasado & Presente, 2012). Diseñó entonces la 'Operación Wilfred' para invadir Noruega, prácticamente una repetición de su error en la Primera Guerra Mundial y el primer gran desastre de los Aliados contra Hitler. Antes de las playas de Dunkerque, se interpusieron los fiordos noruegos. 

El Primer Ministro, Neville Chamberlain y Lord Halifax, ministro de Exteriores se opusieron en un principio. Halifax escribió que “más que un plan, la idea de Churchill era un dolor de cabeza” (Nicholas Shakespeare, 'Six Minutes in May', 2017). Pero al final Chamberlain daría luz verde al plan en abril de 1940. La fallida campaña de Noruega, que terminó con el reembarco de 10.000 soldados británicos y franceses tras unas sangrientas perdidas de unos 4.000 hombres provocó la crisis de gobierno en Gran Bretaña que acabaría con la presidencia de Neville Chamberlain un mes después. Sorprendentemente, en su instante más oscuro, el máximo responsable del fracaso, Winston Churchill, no sólo no fue destituido, a diferencia de 1915, sino nombrado Primer Ministro, cambiando para siempre el curso de la Guerra.

Churchill se había obsesionado especialmente con el lejano puerto de Narvik en el norte de la península escandinava. Desde su cargo como primer Lord del Almirantazgo tenía una posición privilegiada en el mando de la guerra, ya que presidía el Comité de Coordinación Militar, aunque en sus memorias matizara su responsabilidad: “Me encargué de presidir esas reuniones que se celebraron todos los días. Por tanto tenía una responsabilidad excepcional aunque sin el poder de dirigir efectivamente”. En realidad, ya en abril lo único que se interponía entre él y la dirección total de la guerra era el cargo de primer ministro: “Como primer Lord del Almirantazgo presidía el Comité de Coordinación Militar, excepto cuando estaba el propio Chamberlain, que era lo menos habitual, especialmente a partir de abril de 1940” (Gerri Haarr, 'The Battle of Norway: April-June 1940').

Antes, se empecinó en llevar la cuestión de Narvik al Gabinete de Guerra. Desde septiembre de 1939 tenía en la cabeza la 'Operación Wilfred', la invasión de una serie de puertos en la costa escandinava desde donde tener una posición estratégica contra Alemania y para cortar el suministro de hierro. Chamberlain y Halifax se oponían, básicamente porque suponía la agresión a dos países neutrales: Noruega y Suecia. Además, Halifax señaló que no habían partido barcos con cargamentos de hierro de Narvik desde el principio de la guerra. Una y otra vez, Chamberlain desestimó los planes del Almirantazgo, que presentó su propuesta final en diciembre y que fue rechazada por el Gabinete de Guerra en enero (Nicholas Shakespeare, 'Six Minutes in May', 2017).

Mientras, sin saberlo, el único que compartía la obsesión por Narvik no era otro que el almirante Erich Raeder, su homólogo alemán en el Tercer Reich. Raeder, al igual que Churchill, trataba de convencer a Hitler de la importancia de Noruega con la misma argumentación: la importante ruta marítima que suponía para suministrar el hierro de los países escandinavos (Anthony Beevor, 'La Segunda Guerra Mundial', Pasado y Presente, 2012).

No era casual que fueran dos hombres con responsabilidades en la marina los que se obsesionaran con Narvik, que era un puerto. La diferencia sería que, mientras Raeder diseñó la ‘Operación Weserübung’ con un concepto de guerra novedoso, involucrando por primera vez en la historia militar a todos los cuerpos de guerra para una operación conjunta de tierra, mar y aire. Churchill en cambio seguía pensando como en 1915. En cualquier caso, ambos se equivocarían: con la inminente invasión de Bélgica y Francia, el suministro de las minas de la región de la Lorena y el Sarre convertía en un objetivo menor la ruta escandinava (Gerri Haarr, ‘The Battle of Norway: April-June 1940’).

Nadie sabía muy bien cómo era Noruega. Churchill no había estado nunca allí, aunque su sobrino Giles Romilly se encontraba en Narvik como corresponsal del Daily Express y sería mas tarde apresado por los nazis. En Alemania, el general Von Falkenhorst, encargado de la misión de tierra, tuvo que comprarse una guía de viaje de bolsillo para conocer los puntos básicos del país (Gerri Haarr, ‘The Gathering Storm’). Sin embargo, hacia diciembre, Raeder tenía ya un plan elaborado para el desembarco que presentó al Führer.

En sus memorias, Churchill, justifica que su determinación era correcta porque como más tarde supo “el tres de octubre el almirante Raeder, jefe del Estado Mayor de la Armada presentó un plan a Hitler una propuesta titulada ‘La adquisición de las bases en Noruega’”. No obstante, éste se quedó en el cajón. Hitler desestimó la idea mientras se ultimaban los preparativos para su siguiente y previsible movimiento: la invasión de Bélgica, Holanda y Francia, el verdadero objetivo militar.

Mientras, como un león en su jaula, Churchill se revolvía en las tediosas, exasperantes y repetitivas reuniones y comités que presidía, sin poder tomar la decisión final. “El Comité de Defensa se reunía casi todos los días para analizar los informes del Comité de Coordinación Militar y los de los jefes de Estado Mayor y sus conclusiones o sus divergencias se volvían a enviar a las frecuentes reuniones del gabinete. Todo se tenía que explicar una y otra vez”.

Según su criterio, la marina tenía que hacer algo y se interponía en todos los temas de guerra que podía, hasta enfrentarse incluso con el ministro de Exteriores Halifax por la política de comunicación de la BBC. Churchill pedía a Halifax que no se informara de cada convoy hundido para no minar la moral, en contra del criterio del ministro de exteriores, que argumentaba que la credibilidad de las informaciones del gobierno debía permanecer intacta o los ciudadanos desconfiarían de sus noticias. (National Archives. Correspondencia de Lord Halifax).

Finalmente, dio con la clave en febrero de 1940. El buque alemán ‘Altmark’, encargado de suministrar al acorazado alemán Graf Spee se encontraba en el Mar del Norte y albergaba prisioneros de guerra ingleses. Convencido ya de la importancia de los golpes de moral en la población diseñó un rescate del barco a cargo del destructor británico ‘Cossak’, que resultó un éxito (Anthony Beevor, ‘La Segunda Guerra Mundial’, Pasado y Presente, 2012).

El golpe contra Hitler en el Mar del Norte alertó repentinamente a éste de la amenaza y resultó definitiva para sacar del cajón el plan de Raeder de invadir Noruega. El 7 de marzo de 1940, Hitler dio la orden para iniciar la Operación Weserübung a principios de abril. Irónicamente fue la operación de Churchill la que detonó el ataque nazi y no que ésta estuviera prevista desde octubre de 1939, como defendería en sus memorias. Anthony Beevor calificó el el el incidente del ‘Altmark’ como un “riesgo calculado” por parte del Lord del Almirantazgo.

Los franceses se habían sumado a la preocupación de Churchill y después de una serie de planes para evitar la invasión de Finlandia por parte de la URSS, que efectivamente se produjo el en noviembre de 1939, se decidió estudiar la cuestión de Escandinavia. Finalmente un memorándum del Gabinete de Guerra del 27 de marzo desbloqueaba por fin a la Operación Wilfred (National Archives, War Cabinet Memorandum, 27 de marzo de 1940. CAB 66_6_42). 

Churchill estaba exultante, había vencido las reticencias de Chamberlain y Halifax, que fue quien redactó el memorándum, incidiendo en que los países neutrales de Noruega y Suecia serían advertidos en el momento de ser inexcusable la acción británica. El consejo supremo de guerra dio luz verde definitivamente el día 5 para proceder a minar el puerto el 8 de abril. Entonces llegó la sorpresa.

A las 6:37 de la mañana del 7 de abril, el almirantazgo recibió los primeros informes de los movimientos marítimos alemanes, entre ellos dos cruceros y tres destructores que se dirigían hacia Noruega. En Scapa Flow, donde Churchill había rememorado su fracaso de 1915, recibieron un telegrama a las 14:00 en el que el propio Lord del Almirantazgo alertó que se trataban de noticias de dudosa fuente. No podía creer que se le hubieran adelantado, (Nicholas Shakespeare, ‘Six Minutes in May’, 2017)-. La confusión en Londres fue total durante unas horas, tratando de confirmar la operación a gran escala del Tercer Reich.

La realidad era que tal y como relata el historiador noruego Gerri Haarr, en 48 horas la Wehrmacht se había hecho con todos los puertos importantes del país incluyendo Narvik y la capital, Oslo. Habían enviado buques, paracaidistas y a la aviación siguiendo el plan de Raeder. Churchill en cambió se limitó a enviar a toda prisa a su flota el día 9 a Narvik para neutralizar a los alemanes, pero ya habían perdido la iniciativa.

Los noruegos no se rindieron en contra de los cálculos de Berlín. Opusieron resistencia y hundieron varios buques alemanes. Cuando llegó la flota inglesa se produjo un combate naval en Narvik los días 10 y 13 en la que fueron hundidos cinco destructores de la Kriegsmarine.

Durante los días siguientes, a pesar de todas las adversidades, se desarrolló el plan Wilfred, el desembarco aliado en Noruega previsto por Churhill, pero ahora se enfrentaba a un ejército entrenado y preparado para la batalla, que había llegado antes. La aviación alemana resultó además crucial. Aunque la Kriegsmarine perdió numerosos destructores, el 28 de abril la situación para los Aliados era desastrosa. Según Beevor “la impaciencia de Churchill, que constantemente cambiaba de idea e interfería en las decisiones operacionales para exasperación del general Ironside y de la Armada Real, no ayudó a mejorar la situación”.

Chamberlain se sometió a una sesión de control en el parlamento el día 7 de mayo acuciado por la opinión pública, la oposición e incluso un sector de su partido conservador. El denominado ‘Debate Noruego’ como consecuencia de las derrotas aliadas en Escandinavia provocó duras críticas. Además del líder laborista Clement Attlee, se sumaron Lloyd George, antiguo Primer Ministro y Harold MacMillan de su propio partido. La sesión terminó el día siguiente con una moción de confianza. Chamberlain ganó sólo por 81 votos cuando tenía una mayoría abrumadora. Era una derrota política.

Durante el debate, Winston Churchill defendió encendidamente a Chamberlain, cuando la posición de este había quedado ya tocada de muerte. El Primer Ministro, para salvaguardar el cargo propuso a los laboristas un gobierno de coalición, pero Attlee lo condicionó a que Chamberlain saliera del gobierno -Winston S. Churchill, ‘La segunda guerra Mundial. Volumen I.’ La Esfera de los Libros (2005)-. En la reunión estaban presentes además de Chamberlain, Halifax -que se había opuesto inicialmente a la invasión de Noruega- y Churchill, su responsable. Ante la negativa de Attlee, Chamberlain puso su cargo a disposición del rey el día 10. Halifax, el sucesor natural se auto eliminó como candidato y el cargo recayó apenas, seis horas después de la dimisión de Chamberlain, precisamente en Winston Churchill, que aceptó de inmediato.

Ese mismo día Hitler inició la invasión de Holanda, Bélgica y Francia. El 24 de mayo sólo dos días antes de que comenzara la Batalla de Dunkerque, se ordenó la retirada y reembarco de las tropas aliadas en Noruega. Regresaron 10.000 hombres y perdieron la vida 4.000. Hitler ganó en Escandinavia, pero perdió casi a la mitad de su marina y le obligó mantener valiosas tropas de ocupación. No volvería a ser un escenario de guerra relevante.

Con la Batalla de Francia llegó el gran momento político de Churchill. El 18 de mayo en su discurso ‘Their Finest Hour’ expresó: “Si fallamos y entonces el mundo entero, incluyendo Estados Unidos, todo lo que hemos conocido y hemos protegido se hunde en el abismo de una nueva era oscura (…) Por lo tanto, preparémonos para nuestros deberes, y de esta manera aseguremos que el Imperio Británico dure mil años, entonces los hombres dirán: "Esta fue su mejor hora”.

Al igual que Hitler, Churchill recurrió al sueño imperial de los mil años. El Tercer Reich solo llegó a cinco, con el desplome de Alemania en 1945 y el suicidio de Adolf Hitler en el búnker de la cancillería. El británico, a siete, tras el comienzo de su desintegración con la independencia de la India y Pakistán, concedida en 1947. Para entonces, el gran líder de la victoria contra el Tercer Reich, Winston Churchill, había perdido la confianza de los votantes, y tuvo que conformarse con la oposición en favor del laborista Clement Attlee. Fiel a su lema: “En la derrota: resistencia”, se presentó de nuevo en 1950 y ganó. A diferencia de 1940, su retorno al número 10 de Downing Street fue en las urnas, pero ya no quedaba imperio.

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viernes, enero 24

Todo es relativo (2)

Queridos padres :

Me he ido a vivir con mi novia, ya se que solo tengo 14 años, pero estoy perdidamente enamorado. No os la presento porque ya sé los prejuicios que tenéis con las strippers tatuadas, pero os equivocáis. Aunque sea 21 años mayor que yo, me ama, y me ha ofrecido su caravana en el Camping de Castefa para que viva con ella y el bebe que esta en camino. No es solo sexo salvaje, queremos daros muchos nietos ahora que aun su SIDA no esta muy avanzado. La Vane se merece eso y mas, que lo ha pasado muy mal al dejar la prostitución. Ella me ha abierto los ojos y ahora se que la marihuana no es mala, vamos a plantar para vender a los yonkis del Camping a cambio de de cocaína y speed. Espero poder visitaros algún día con los nietos.

Vuestro hijo que os quiere Chencho.

Posdata: es todo mentira. Estoy en casa de la yaya. Solo quería recordaros que tener un hijo que ha suspendido 6 asignaturas de la ESO no es ni de lejos lo peor que os puede pasar. Ya me diréis cuando sea seguro para mi persona volver a casa.

Respuesta del padre: hijo, estoy tan disgustado que en un arrebato de locura te he quemado la Play y he cagado sobre tu ropa. He distribuido fotos tuyas en bolas en tuenti a tus contactos y he hecho correr el bulo de que eres gay.

Es todo mentira : ahora te daras cuenta de que hay cosas peores que la hostia que te voy a dar cuando llegues a casa.

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jueves, enero 23

Traición, secretos y muertes en la Corte británica: el desconocido reinado de Ana Estuardo

(Un texto leído en el ABC el 17 de enero de 2019, publicado a raíz del estreno de "La favorita")

La película «La favorita», dirigida por Lanthimos y protagonizada por Olivia Colman, Emma Stone y Rachel Weisz, profundiza en las intrigas y manipulaciones del triunvirato de la Corte británica a principios del siglo XVIII.

Dos siglos después de que Carlos V se retirase en el monasterio de Yuste para reposar en su peculiar silla la gota galopante que le impedía seguir gobernando, una mujer con el mismo padecimiento dirigió su país durante 12 años, convirtiéndose en la primera Reina de Gran Bretaña tras ser testigo de la unificación de Inglaterra y Escocia.

Pese a sus méritos, Ana Estuardo es una de las más desconocidas monarcas de la historia del país británico, en parte porque, a pesar de sus insólitos diecisiete. Se casó en 1683 con el príncipe protestante Jorge de Dinamarca; una unión impopular por las inclinaciones francesas del país natal del hermano del Rey Cristian V de la que nacieron diecisiete hijos, aunque solo uno, Guillermo de Gloucester, sobrevivió a la infancia.

Así, Ana no dejó herederos que hablaran de ella. De hecho, explican los responsables de «La favorita», si Ana hubiera dejado un heredero, puede que no hubiese existido Estados Unidos como tal, ya que Jorge III quizá nunca se habría convertido en rey.

A pesar de que Yorgos Lanthimos se inclina hacia la psicodinámica y las chispas que saltan en las relaciones interpersonales, la base de «La favorita» empezó con el de por sí plagado de misterio reinado de la Reina Ana (Olivia Colman). «Lo que más me llamó la atención fueron estos tres personajes, su poder, sus relaciones frágiles y cómo el comportamiento de tan pocas personas podía alterar el curso de una guerra y el destino de un país. También es para mí una historia de amor que puede ser bastante divertida, dramática y que se tiñe de oscuridad», afirma el director.

Accedió al trono británico en 1702, básicamente porque no hubo otro sucesor protestante de la casa de los Estuardo. De este modo, a principios del convulso siglo XVIII la Reina Ana asume el poder cuando Inglaterra estaba al borde de una oleada de cambios. La Reina supervisaría una contienda con Francia, considerada la primera guerra mundial de los tiempos modernos, y la unión de Inglaterra con Escocia para forjar el Reino de Gran Bretaña a través del Acta de Unión rubricado en 1707. Además, se enfrentaría a una nueva e impactante era de amarga división nacional, con los whigs y los tories enfrentándose como partidos y luchando encarnizadamente entre sí para lograr mayor influencia a medida que nacía un nuevo sistema político bipartidista.

Para el mundo de las agendas personales y políticas en rápida expansión en el que se desenvolvía, a los ojos de los demás la Reina Ana no era la candidata ideal a gobernar el país. Se la percibía como una persona muy propensa a la manipulación, debido a los constantes problemas de salud que la aquejaban, su conocida docilidad, su glamour nulo a causa de sus innumerables afecciones de la piel y de las articulaciones, y debido a que poseía una educación limitada, explican en la nota de prensa de «La favorita».

Todo aquello suponía, a su vez, que la Reina Ana estuviera rodeada de personas que competían para conseguir más influencia hallando una manera de ganarse su confianza, o tal vez, su corazón. De ahí el título de la película, que profundiza en la relación de la monarca británica con dos de sus personas más cercanas, Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz) y Abigail Masham (Emma Stone).

Las intrigas del triunvirato

Las dos mujeres, que se adentraron de forma profunda en el santuario interno de An Estuardo, crearon un triunvirato de jugadoras femeninas potentes y poco comunes para cualquier época, menos aún en aquel periodo conocido como la Preilustración.

La primera fue la legendariamente audaz y encantadora Duquesa de Marlborough, mejor amiga de Ana Estuardo desde la infancia que, una vez que esta ascendió al trono, se convirtió en su principal asesora política y tal vez (según los rumores que han circulado durante siglos) en su amante. Su marido, el duque de Marlborough, John Churchill, dirigió las tropas inglesas en la Guerra de Sucesión Española.

La segunda fue Abigail Masham, prima de Sarah de nacimiento que, a pesar de ello, se encontraba en la miseria debido a la bancarrota familiar y entró a formar parte de la Casa Real como una humilde doncella. Sin embargo, Abigail iniciaría una batalla épica y vehemente contra Sarah para convertirse en la nueva «favorita» de la Reina, volviéndose indispensable para Ana, mientras la llevaba en la dirección política opuesta a la de Lady Sarah.

«Era una historia fantástica de traición con una insólita oportunidad de ver a mujeres brillantes comportarse mal, y el hecho de que está basada en una historia real la hacía tanto más atractiva. Desde entonces, el guion ha sufrido innumerables cambios. Sin embargo, la historia central, la de tres mujeres que luchan por sobrevivir traicionando a los demás, ha perdurado», asegura la productora Ceci Dempsey. «Sabíamos que, si Yorgos se hacía cargo del drama de época británico, lo redefiniría para crear algo completamente único. Eso fue emocionante. Yorgos es alguien que no solo tiene una visión, sino que puede ponerla en orden para contar algo audaz, inconfundible e inspirador. Cuando encuentras personas con ese tipo de visión, las sigues a cualquier lugar que te lleven», cuenta, por su parte, otro de los productores de «La favorita», Ed Guiney.



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miércoles, enero 22

Origen de la expresión: "Truco del almendruco"

(Leído en facebook)

Forma sencilla de solucionar algo.

Durante la Cuaresma cristiana no se podía consumir ningún alimento de origen animal, por lo que la leche se sustituía por la bebida de almendras. Esta se obtenía de la recolección del almendruco verde, que es más tierno, antes de que se convirtiese en almendra (que era mucho más dura y difícil de triturar). Se machacaban en un mortero y se mezclaba con agua y miel para quitarle amargor, y con estos trucos se sustituía la leche de vaca u oveja.

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martes, enero 21

Louis de Funès, el cómico millonario que enterró oro en su castillo

(Un artículo deBeatriz Juez en El Mundo del 1 de septiembre de 2019)
 
Sus muecas exageradas, sus onomatopeyas, su energía explosiva y sus tics llenaron la gran pantalla y le convirtieron en una leyenda del cine francés. Louis Germain David de Funès de Garlaza y Soto, más conocido Louis de Funès (1914-1983), fue un cómico con mayúsculas que hizo reír a generaciones de franceses y sigue haciéndolo.105 años después de su nacimiento, el cómico francés de origen español, que en los años 60 encarnó como nadie a Francia y los franceses, está de actualidad con la inauguración este verano del Museo Louis de Funès en Saint-Raphaël, una localidad de la Costa Azul entre Cannes y Saint-Tropez. El museo de Saint-Raphaël es heredero de otro que había en el castillo de Clermont en Le Cellier en Bretaña. Este palacete de estilo Luis XIII perteneció a la familia del escritor francés Guy de Maupassant, familiar de Jeanne de Funès, la mujer del actor.
 
Los De Funès heredaron esta propiedad, donde el actor pudo disfrutar de su familia y dedicarse a una de sus pasiones: la jardinería. Allí cultivaba su huerto y sus rosas. El museo de Le Cellier cerró sus puertas en 2016 por problemas financieros. Tras el enfado de sus fans, su nieta, Julia de Funès, y sus familiares decidieron impulsar un nuevo proyecto en la Costa Azul.
 
Casado en dos ocasiones y padre de tres hijos, Louis de Funès era hijo de migrantes españoles. Sus padres, el abogado sevillano Carlos Luis de Funes de Garlaza (1871-1934) y la gallega Leonor Soto Reguera (1879-1957), eran de familias burguesas. Huyeron a Francia porque sus familias se oponían a su matrimonio. La pareja se instaló en Courbevoie, en las afueras de París, y tuvo tres hijos: Marie, Charles y Louis, el más pequeño.
 
Louis de Funès se casó en 1936 en primeras nupcias con una mujer llamada Germaine y fue padre de un niño: Daniel (1937-2017), que durante años fue el hijo secreto del actor. Se separaron enseguida. Germaine se encargó del niño junto a su nuevo esposo. El cómico conoció en 1942 a la que sería su segunda esposa, Jeanne (1914-2015), en una escuela de jazz de París durante la Ocupación alemana. Se divorció de Germaine y se casaron en 1943. Tuvieron dos hijos: Olivier y Patrick. Jeanne se convirtió en su agente.
 
Sus comienzos en el mundo del espectáculo no fueron fáciles. Trabajó de pianista de jazz en un bar parisino y acumuló pequeños papeles en el cine y en el teatro. Según su hijo Patrick, siempre le atrajo el teatro por "el contacto directo con el público y su lado imprevisible".
 
El éxito le llegó más tarde. Los críticos le descubrieron en La travesía de París (1956). Se consagró como el rey de la comedia en Francia gracias a El gendarme de Saint-Tropez (1964), El hombre del Cadillac (1965) y La gran juerga (1966). "Es un payaso genial con una potencia cómica extraordinaria", dijo Yves Montand.
 
Muchos le recordarán por la escena de la nariz de la película Oscar (una maleta, dos maletas, tres maletas) de 1967, que antes interpretó con gran éxito en el teatro. Sus papeles del gendarme Cruchot o del comisario Juve en Fantomas (1964) le hicieron muy popular. "Yo lo que quiero es hacer reír", proclamó el cómico, uno de los actores mejor pagados de Francia en los años 70.
 
Jean-Jacques Jelot-Blanc, autor de una biografía del actor, decía que "en su vida privada, Louis de Funès no era tan gracioso. Y sus compañeros de cine, actores, productores, no le querían mucho, pero tenía al público con él". Corría el rumor de que era difícil trabajar con él y que iba de estrella.
 
Sus hijos, Olivier y Patrick de Funès apuntaron en Louis de Funès. Niños, no habléis demasiado de mí (editorial Le Cherche Midi) que su padre era "un hombre tan divertido en la vida como en la gran pantalla". Olivier, de 70 años, trabajó en el cine junto a su padre, pero después fue piloto de Air France. Patrick, de 75 años, fue radiólogo. Su nieta Julia, que es filósofa e impulsora del nuevo museo, también niega ese rumor. "No era siniestro" en su vida privada. 

Jelot-Blanc retrataba en Louis de Funès. El Oscar del cine (editorial Flammarion, 2014) al cómico como "un hombre tímido y sobre todo muy austero. Después de una jornada de rodaje, no se iba de fiesta con los otros". Su biógrafo cree que esto se debe a su éxito tardío.

AUSTERO CON EL DINERO

Tenía miedo de perder todo lo que había conseguido a lo largo de su carrera y volver a pasar calamidades como en sus comienzos, según su biógrafo. En mayo de 1968, enterró, por miedo de lo que pudiera pasar, un cofre en el jardín del castillo de Clermont con dinero y lingotes de oro, según la leyenda que circula en Francia.
 
Sin duda, quedó marcado por la experiencia de su padre, quien se arruinó con el comercio de esmeraldas sintéticas. Su padre se declaró en 1926 en bancarrota e hizo pasar por un suicidio su marcha a Venezuela. Su mujer logró dar con él en 1933 y se lo llevó a Francia. Murió solo y arruinado en 1934 en España.
 
De Funès encarnó en Las locas aventuras del Rabbi Jacob (1973) al francés Victor Pivert, que se hace pasar por un rabino ortodoxo neoyorquino para escapar de los árabes y la policía que le persiguen. Tuvo un gran éxito de público y obtuvo la nominación a mejor película extranjera en los Globos de Oro en el año 1974. Probablemente sería imposible rodar ahora una película así. 

Según su hijo Olivier, De Funès habló de manera cómica de temas que nadie osaba hablar en esa época, como la homosexualidad en la escena de la ducha en El hombre del Cadillac o el racismo en Las locas aventuras del Rabbi Jacob y lo hizo "sin nunca traspasar la frontera del buen gusto".
 
En 1975, De Funès sufrió un infarto. Volvió a la gran pantalla con Muslo y pechuga (1976) del director Claude Zidi en el que interpretaba a un famoso crítico gastronómico. Después de 150 películas y un centenar de obras de teatro, De Funès murió el 27 de enero de 1983 víctima de otro infarto. El cómico está enterrado en el cementerio de Le Cellier, junto a su esposa Jeanne, que falleció en 2015 a los 101 años.

Etiquetas: Tardes de cine y palomitas

posted by Catalina @ martes, enero 21, 2025 0 comments

lunes, enero 20

Polémicas geográficas en Google Maps

(Un texto de Gonzalo Prieto publicado en geografía infinita el 30 julio de 2013)

Si uno busca en Google Maps la isla de Jura, situada en la costa occidental  de Escocia, se dará cuenta de que ha desaparecido. Así lo ponía de manifiesto hace unos días la agencia británica ‘Deadline’, a través de esta información.

La única carretera que atraviesa este pequeño territorio flotaba en el mar y los contornos de la isla, como puede verse en la siguiente captura tomada del servicio de mapas del gigante tecnológico, a día de hoy siguen desaparecidos. Al hilo de esta «desaparición», vamos a repasar otros conflictos y «pérdidas» sonadas relacionadas con Google Maps. Nadie es perfecto…Ni siquiera Google.

El problema informático de Jura no parece fácil de solucionar porque a día de hoy el todopoderoso Google no ha podido hacer nada. O eso, o ha subestimado el valor de este pedazo de tierra y ha decidido aplazar la cuestión.

La compañía, cuando fue advertida del falló prometió ponerse manos a la obra para solucionarlo: «Somos conscientes del problema y nuestros ingenieros están trabajando duro para arreglarlo».

«Esperamos que el mapa de Jura vuelva a la normalidad tan pronto como sea posible», explicó un portavoz a ‘Deadline’. La isla existir, existe, tal y como se puede apreciar en la siguiente vista aérea.

La isla de Jura forma parte de las Hébridas del Sur, un archipiélago situado cerca de Glasgow. La habitan menos de 200 habitantes, que, según sabemos, no han acabo en el mar.

Jura no sólo existe, sino que fue el lugar elegido por George Orwell para escribir buena parte de su celebérrima novela ‘1984’. Allí se retiró en 1946, a una casa propiedad de la familia del que por entonces era el editor del Observer, periódico en el que Orwell trabajaba primero como crítico literario, después como corresponsal.

Tras enviudar (su mujer murió en una operación rutinaria a causa de la anestesia) y quedar como padre soltero decidió abandonar el Londres de la posguerra y buscar el rumbo al norte, hacia la remota isla de Jura. Allí terminó una de las obras maestras de la literatura del siglo pasado.

El descuido, que no pasa de ser una anécdota, le ha venido muy bien a una pequeña destilería ubicada en la isla, Jura Whisky, que creó una campaña ad-hoc en las redes sociales. El usuario debía insertar las coordenadas donde creía que estaba la destilería y tuitearlas. De este modo pasaba a participar en un sorteo de lotes de sus productos.

Aunque no hacía falta que la destilería desapareciera del mapa junto a su isla para que fuera conocida en Reino Unido y fuera de sus fronteras. Atrae al año a unos 5.000 visitantes, la mayoría de los que acuden a Jura, y produce 1,4 millones de litros anuales de alcohol premium. Un whisky que debe ser conocido por el mismísimo Barack Obama, que les sigue en su cuenta de Twitter.

La isla de Jura también fue alabada por el Primer Ministro Británico, David Cameron, en el programa de radio de BBC 4 ‘Desert Island Discs‘, donde los invitados –siempre famosos– eligen qué discos se llevarían a una isla desierta. Y para historias estrambóticas, Jura fue elegida por los miembros de la banda KLF, en 1994, como el lugar donde quemar un millón de libras en billetes (y grabarlo, si no pa qué).

San Pedro y Miquelón, en el fondo del mar

En el pasado, hay más ejemplos de ‘patinazos’ de Google. Es es caso de San Pedro y Miquelón. En 2010, el territorio francés de ultramar, cercano a las costas de Terranova (Canadá), fue borrado del mapa.

Sus tierras fueron a parar al mar, pero sus calles permanecieron en la superficie. Igual que Jura. El autor del tristemente extinto blog de mapas ‘The map room’, Jonathan Crowe, dejó constancia –con humor– del fallo a través del sistema de incidencias de Google Maps.

Como ya contamos en el blog, el achipiélago de San Pedro y Miquelón cuenta con una de las poblaciones más decrecientes del planeta. Fue fundado por pescadores de origen francés y vasco, de ahí que en su bandera aparezca la ikurriña.

La caída de habitantes representa a un total de 57 personas, una cifra baja, pero que cobra más importancia cuando los pobladores de la isla son 5.774 en la actualidad, según la última estimación.

En 2010 el número censados por el Instituto Nacional de Estadística francés era de 6.312 habitantes. Esto supone que durante ese periodo, la población ha caído un 8,5%. Pero eso es otro cantar.

Conflictos fronterizos en Latinoamérica y Asia

Con todo, los conflictos más «intensos» en los que se ha visto envuelto Google tienen que ver con las fronteras. De momento no han pasado a mayores, pero sí que han provocado alguna que otra tensión entre naciones vecinas y no siempre bien avenidas. Ocurrió en 2010 entre Nicaragua y Costa Rica.

Un grupo de militares nicaraguenses se adentró en Costa Rica y plantó su bandera. El comandante al mando de la operación arguyó que en Google Maps ese territorio aparecía como suyo, según explicaba el primer periódico del país, La Nación, en un artículo que ya no está en su web, pero que cita por ejemplo El País.

La presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, llegó a aparecer en la televisión para pedir calma a la población. Google Maps emitió un comunicado explicando que los datos habían sido tomados del Departamento de Estado de Estados Unidos. En el texto recordaba algo que parece obvio, que  sus mapas no debían ser tomados como referencia para dirimir conflictos fronterizos.

La incursión del Ejército no fue inocente. Una zona del territorio fronterizo entre los países lleva siglos en disputa. Se trata de la conocida como Isla Calero.

En 1858, el tratado de Cañas-Jerez determinó que la orilla sur del Río San Juan era para Costa Rica, mientras que el control del río quedaba en manos nicaragüenses, si bien Costa Rica tenía el derecho de utilizarlo para el comercio.

En Asia, otra frontera, en este caso entre Camboya y Tailandia, levantó polvareda. Así Camboya arremetió contra Google por lo que calificó como un mapa «radicalmente engañoso» de la disputada frontera con Tailandia, acusando al mayor buscador del mundo de ser «profesionalmente irresponsable».

Los dos países estaban inmersos por entonces en un conflicto armado en torno al templo de Preah Vihear, del siglo XI, cuya propiedad fue a parar, tras años de diferencias, a Camboya en 1962, por una decisión de un tribunal internacional. El conflicto se reavivó en 2007 y continuó hasta 2011, cobrándose decenas de víctimas mortales en ambos bandos. A día de hoy, la titularidad de ese «punto caliente» sigue siendo camboyana.

Georgia desapareció de Google Maps en 2008. En aquel momento se dijo que esa desaparición se debía a que Google había querido mantenerse neutral en la guerra que por entonces mantenían Rusia y Georgia por los territorios de Abjasia y Osetia del Sur, que querían independizarse de Georgia.

Tras el conflicto, ambos territorios lograron el reconocimiento de una minoría de países, encabezados por Venezuela, y los georgianos que vivían en esas zonas tuvieron que abandonarlas.

Otro caso de desaparición de Google Maps es el de Corea del Norte, que hasta este año no aparecía en Google. De hecho, a día de hoy es posible ver desde el aire Pyongyang o consultar los mapas de los gulags, los campos de concentración norcoreanos. De hecho, los usuarios han incluído «recomendaciones«: «la comida deja mucho que desear», «no hay Starbucks»…

* Fuentes: La historia de Jura la encontré en este artículo de The Atlantic Cities. La de Orwell está sacada de este artículo del Guardian, enlazado en The Atlantic Cities. El «hundimiento» de Saint-Pierre y Miquelon, en el citado ‘The mapa Room’. Este artículo sobre la disputa fronteriza entre Nicaragua y Costa Rica. Este artículo de Business Insider me recordó las desapariciones de Georgia y Corea. En él aparecen otras polémicas relacionadas con Google Maps.

Etiquetas: Culturilla general

posted by Catalina @ lunes, enero 20, 2025 0 comments

domingo, enero 19

Las montañas que estuvieron 100 años en los mapas sin existir

(Un texto de Gonzalo Prieto publicado en geografía infinita el 20 junio de 2015)

A lo largo del siglo XIX era frecuente que los mapas de África recogieran una cordillera conocida como las montañas Kong. Por lo general, se representaban con su nacimiento en las tierras altas del Golfo de Guinea y se estiraban de manera recta por debajo del desierto del Sáhara.

Aparecieron por primera vez en los mapas en 1789, a raíz de las expediciones a África Occidental del explorador escocés Mungo Park. Park exploró una buena parte de África Central y Occidental y fue el primer europeo en atravesar la parte media del río Níger.

No en vano, el río Níger fue un misterio para los exploradores occidentales durante siglos, tal y como cuenta en su blog Germán Fernández Sánchez.

Según relata, sólo su curso medio, al sur del desierto del Sahara, era conocido por los viajeros. Así, nada se sabía de su nacimiento ni de su desembocadura.

Debido a la compleja orografía de África occidental, el Níger nace a pocos cientos de kilómetros del Océano Atlántico, en Guinea. Pero da un rodeo de cuatro mil kilómetros hacia el nordeste y el sudeste, a través de Malí, Níger y Benín. Todo para desembocar en Nigeria, de nuevo en el golfo de Guinea.

Por ejemplo, el naturalista romano Plinio el Viejo y el explorador árabe Ibn Battuta creían que el Níger pertenecía a la misma red fluvial que el Nilo. Por su parte, León el Africano pensaba que fluía de este a oeste.

En el siglo XV, los exploradores portugueses, siguiendo las ideas de León el Africano, lo confunden con el curso alto del río Senegal.

Volviendo a las misteriosas montañas Kong, Después de su primera expedición, Mungo Park relató sus viajes al cartógrafo inglés James Rennel, que publicó un mapa que muestra los descubrimientos de Park en 1798.

El mapa de Rennel mostró una cordillera que corría de este a oeste entre el río Níger y la costa africana hacia el sur.

Lo más curioso es que las montañas inexistentes de Kong estuvieron presentes en los mapas durante casi un siglo. La existencia de la cordillera fue refutada por fin a finales de 1880 por el explorador francés Louis-Gustave Binger, que se decidió a visitar este punto del planeta.

Durante sus expediciones a lo largo del Níger en 1887 y 1888, Binger inspeccionó la zona con mucho más detalle que los exploradores anteriores y atestiguó firmemente que no existía la supuesta cordillera.

Pero, a pesar de que Binger probara que las Montañas del Kong eran una ficción, no desaparecieron de inmediato de los mapas y atlas.

Las montañas de Kong ocasionalmente aparecieron en mapas y atlas hasta bien entrado el siglo XX, mucho después de que su existencia hubiera sido refutada. De hecho, por error, reaparecieron en el índice del Atlas Mundial de Goode en 1995.

Los especialistas estadounidenses Thomas Bassett y Philip Porter han identificado cuarenta mapas que muestran las montañas de Kong en distintas fases de desarrollo desde 1798 hasta 1892, llegando a formar una cordillera del tamaño de un estado pequeño africano.

Tal y como cuenta Simon Garfield en su libro En el mapa, «ante la falta de testimonios que desmintieran su existencia, los cartógrafos se fueron copiando unos a otros».

«Pero el hecho de que algunas de las representaciones más convincentes de las montañas Kong aparecieran en los mapas muchos años después de que los hermanos Lander confirmaran que el Níger desembocaba en el golfo de Guinea ponía en entredicho la teoría de que habíamos entrado en una nueva era científica», añade.

Hoy en día, los mapas son un poco más fiables. Con todo, todavía contienen imprecisiones (deliberadas o no), e incluso errores de bulto.  como el reciente descubrimiento de que una isla del Pacífico Sur llamada Sandy no existe a pesar de que figura en mapas y publicaciones científicas desde el año 2000 así lo aseguraran.

Eso, hasta que un equipo de investigadores de la Universidad de Sidney descubrió que esta franja de tierra no existía en realidad, después de viajar a la zona donde la sitúan los mapas y no hallar ni rastro de ella. La isla aparecía en Google Earth. En los mapas de Google los errores no están ausentes.

Etiquetas: Culturilla general

posted by Catalina @ domingo, enero 19, 2025 0 comments

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