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sábado, agosto 23

Leche de burra para bebés

(Leído en el muro de Facebook de "Datos Históricos" hace unos días)

En el París de finales del siglo XIX, la desesperación llevó a soluciones impensadas. Cada año, más de seis mil niños eran abandonados en los hospicios de la ciudad. Muchos de ellos nacían con sífilis congénita, una enfermedad transmitida de madre a hijo durante la gestación o el parto. Las nodrizas no podían alimentarlos, pues el riesgo de contagio era altísimo. La lactancia artificial, por su parte, solía ser una sentencia de muerte.
Fue entonces cuando el médico Joseph Marie Jules Parrot ideó un experimento inusual: en los jardines del Hospice des Enfants Assistés se levantó un establo con cabras y burras. Los bebés eran llevados allí y, sin intermediarios, mamaban directamente de las ubres de los animales.
Contra toda expectativa, los resultados sorprendieron. Los niños alimentados con leche de burra tenían una tasa de supervivencia mucho mayor que aquellos alimentados con leche de cabra o métodos artificiales. Sin embargo, el sistema no pudo sostenerse: la producción de leche era escasa frente a la cantidad de niños necesitados. La práctica duró poco más de una década, quedando como un episodio singular en la historia de la medicina y la infancia.
Hoy, aquella fotografía que muestra a un pequeño bebiendo de una burra, con otras enfermeras aguardando su turno, refleja el límite difuso entre la ciencia, la necesidad y la dignidad humana en una época donde la supervivencia era, muchas veces, cuestión de ingenio desesperado.
 
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(Un poco más de información encontrada en https://xsierrav.blogspot.com/2017/11/mamar-de-una-cabra-mamar-de-una-burra.html)
 
En el último cuarto del siglo XIX se abandonaban entre 4.500 y 5000 niños por año en los hospicios de París. La pobreza, la prostitución y la falsa moral que no aceptaba los hijos naturales de solteras o prostitutas eran las principales causas. Las instituciones de acogida solían disponer de un torno en donde podían abandonarse los niños al tiempo que se garantizaba el anonimato de la madre. El torno giraba y el niño se introducía en la inclusa. El personal que allí trabajaba (generalmente monjas) ni siquiera veían el rostro de la madre, que tras dejar allí a su hijo podía irse sin ser vista por nadie y evitando juicios y comentarios a su desesperada decisión. 
 
 Muchos de los niños abandonados eran recién nacidos contagiados de sífilis congénita, una infección de transmision sexual (causada por el Treponema Pallidum),  que también se puede transmitir de la madre al hijo durante la gestación o en el momento del parto. Se suponía que en estos años, un 15% de la población parisiense sufría de esta enfermedad. 

Tal cantidad de niños abandonados ("les enfants trouvés") suponían un grave problema  para las instituciones de acogida, que debían ocuparse de su alimentación y supervivencia. Procurar la alimentación de estos niños durante las primeras semanas de vida no era empresa fácil, en una época en la que la lactancia artificial era  muy rudimentaria. Algunos eran amamantados por enfermeras nodrizas, pero no había tantas nodrizas para atender la altísima demanda. Además las amas se exponían a contraer la sífilis por el contacto de la mama con los lactantes infectados (chancro del pezón de las nodrizas) y este riesgo hacía disminuir todavía más la oferta. 
 
Con el fin de detectar los posibles casos de sífilis y poder separar a los niños sanos de los enfermos, los neonatos que ingresaban en el Hospital eran sometidos a una cuidadosa observación clínica. Se les buscaba sobre todo la presencia de ampollas en manos y pies (pénfigo sifilítico), fisuras perianales o lesiones en nalgas y muslos. Así podían separarse a los niños en sifilíticos comprobados o presuntamente sifilíticos. Este segundo grupo, sin lesiones clínicas permanecían en observación durante un período de 15-40 días, ya que frecuentemente las lesiones luéticas aparecen en este lapso de tiempo. 

En cuanto a la alimentación, al principio se les daba una mezcla edulcorada de agua tibia, jarabe de achicoria y aceite de almendras dulces. Este preparado facilitaba la expulsión del meconio, pero mantenía al recién nacido en un duro régimen de ayuno casi completo. A los niños que lograban sobrevivir un par de días se les intentaba administrar leche de vaca mezclada con agua. Las diarreas que sobrevenían frecuentemente producían una altísima mortalidad.
 
A la vista del desolador panorama, el médico francés Joseph Marie Jules Parrot (1829-1883) — un pionero en el campo de la pediatría — decidió experimentar un nuevo método de lactancia, basada en la leche de burra y de cabra, de composición más similar a la de la mujer que la leche de vaca. 
 
A este efecto, el Dr. Parrot hizo construir en los jardines del Hospice des Enfants Assistés un establo para albergar estos animales. 

Las ubres de las cabras y burras, eran más pequeñas que las ubres de las vacas y permitían la lactancia directa, evitando la manipulación y la contaminación de la leche. 

Y así lo hicieron. Una enfermera se encargaba de llevar a los niños al establo (cinco veces durante el día y dos por la noche). Colocaba el niño en sus rodillas, y su boca ante la ubre del animal. Con la mano izquierda la enfermera sujetaba la cabeza del niño y con la derecha presionaba de vez en cuando la mama del animal para facilitar el flujo de leche.
 
Mediante este método fueron amamantados 86 niños con sífilis congénita. El índice de supervivencia de los niños criados con leche de burra fue considerablemente mayor que los alimentados con la leche de la cabra.

Sin embargo, a pesar de los buenos resultados, la experiencia sólo se logró mantener durante unos años (de 1881 hasta 1893). Las burras producen menos de 2 litros de leche al día durante la lactancia del pollino (solamente 6 meses). Esta escasa producción era insuficiente para alimentar a la gran cantidad de “pequeños pacientes” que albergaba esta institución.  
 
Las conclusiones de la lactancia con leche de burra del Dr. Parrot se presentaron en la Académie de Médécine en julio de 1882. La relativa limitación del experimento puede hacer pensar que fue una mera anécdota sin transcendencia. Sin embargo, fue uno de los detonantes para seguir investigando y trabajando en mejorar las  fórmulas de lactancia artificial. Los resultados obtenidas de estos experimentos supondrían importantes avances en la nutrición del recién nacido.  

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