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jueves, diciembre 3

Isaac Peral, el visionario hundido



(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 1 de septiembre de 2013)

Inventó el submarino torpedero en 1888, décadas antes de que se convirtiera en la gran arma del siglo XX. Pero España despreció su hallazgo. Cuando se cumplen 125 años de la botadura de la gran creación de Isaac Peral, indagamos en la fascinante vida de este genio incomprendido.

«Si España hubiese tenido un solo submarino de los inventados por Peral, yo no hubiese podido sostener el bloqueo ni 24 horas».

Así lo reconocía el almirante George Dewey, jefe de la Escuadra estadounidense que puso cerco a Santiago de Cuba y que aniquiló a la Armada española en la bahía de Manila (Filipinas) durante la guerra entre España y los Estados Unidos en 1898.

«El submarino de Isaac Peral pudo cambiar el rumbo de la historia. Quién sabe si Cuba y Filipinas hubieran seguido siendo españolas...», conjetura Diego Quevedo, alférez de navío destinado en el Museo Naval de Cartagena y experto en la figura del inventor cartagenero. El próximo domingo se cumplen 125 años de la botadura del mayor ingenio tecnológico que España dio al mundo en el siglo XIX: el primer submarino de propulsión eléctrica y capaz de lanzar torpedos, un novedoso buque que copiarían el resto de las flotas navales, con resultados devastadores en las dos guerras mundiales. Ese invento cambiaría para siempre la manera de combatir en el mar. Pero la miopía del almirantazgo y del Ministerio de Marina españoles para vislumbrar su potencial selló su desgraciada suerte.

El submarino fue botado en Cádiz el 8 de septiembre de 1888. Diez años más tarde, España perdió su doble estatus como potencia naval y colonial cuando fue barrida por la flota de Dewey con una facilidad insultante. Para entonces, tanto Isaac Peral como su submarino habían corrido una suerte paralela. El inventor había muerto en 1895 en Berlín, ciudad a la que había viajado para operarse de un cáncer de piel. Tenía 43 años y había renunciado a su sueño de seguir construyendo submarinos. Desmoralizado y harto de zancadillas, pidió la baja en la Armada, y esta ni siquiera le concedió una pensión. En cuanto a su submarino, se pudría literalmente en el arsenal gaditano de La Carraca, expoliado de sus elementos de valor y usado como retrete por el personal del astillero. En 1929 fue trasladado a Cartagena. Y ahora acaba de pasar por el taller para hacerle un lifting contra el óxido después de estar décadas a la intemperie.

Isaac Peral y Caballero nació en Cartagena (Murcia) en 1851, donde estaba destinado su padre, capitán de Infantería de Marina. A los ocho años presenció el embarque de un contingente de tropas rumbo a Marruecos, y el fervor patriótico le impresionó. Ingresó en la Marina a los 14 años. Navegó en 32 buques. De sus 25 años de servicio, 16 los pasó embarcado. Alcanzó el grado de teniente de navío. Pasó apreturas para mantener a su mujer y sus cinco hijos, sobre todo después de abandonar la carrera militar.
Fue un hombre de ciencia. Realizó cartas hidrográficas. Publicó trabajos sobre álgebra, geometría y huracanes. Cayó enfermo cuando un barbero le cortó por accidente una verruga en la sien y desde entonces se dedicó a la docencia. Era un pionero de la electricidad. La idea del submarino surgió en 1885, cuando la Marina Imperial alemana amenazó con bloquear islas españolas en el Pacífico. Peral pensó que un submarino torpedero podría contrarrestar la superioridad naval en superficie de las grandes potencias.

Consiguió que el Gobierno aceptase su proyecto, que resultó muy polémico y tuvo apasionados defensores y detractores. Él mismo diseñó los planos, aunque no era ingeniero naval; y sería también el comandante del sumergible, que tenía una dotación de 12 hombres. La construcción se realizó en Cádiz, donde el buque era visto con cierta guasa y fue bautizado como 'el cacharro' o 'el puro'. Costó 300.000 pesetas de la época, cuando el precio de un acorazado rondaba los 40 millones. 

El día de la botadura la expectación era enorme. Y también el escepticismo. Un ingeniero pidió al general Montojo que prohibiese el acto. «Vamos a hacer el ridículo. En cuanto este barco caiga al agua, empezará a dar vueltas como una pelota», profetizó. Peral pintó una línea con yeso en el casco y aseguró que el agua no la rebasaría. Y así fue. La maniobra fue un éxito y comenzaron las pruebas de mar. En los meses siguientes el submarino realizó una inmersión, siguió el rumbo fijado, lanzó torpedos... Pero el Gobierno canceló el proyecto. «No pasa de ser una curiosidad técnica sin mayor trascendencia», dictaminó el informe que lo sentenciaba.

No solo eso, Peral fue arrestado por un incidente absurdo. Viajó con su mujer a la Exposición Universal de París. Tenía permiso del capitán general de Cádiz, pero no el del ministro de Marina. Pasó dos meses en una celda. Pero su fama ya era tal que el ministro se vio obligado a ponerlo en libertad sin cargos. «Ofrecí al Gobierno mis ideas y se me han inferido agravios que no creo haber merecido como premio a mis modestos, pero leales servicios», escribió Peral, dolido. Pidió la cuenta y pasó a la vida civil. «Los ingleses le pusieron un cheque en blanco para que trabajase para ellos, pero era un patriota y se negó», cuenta Quevedo. Siguió inventando: un proyector, una ametralladora eléctrica, un varadero múltiple... Y fundó una empresa para instalar alumbrado público en ciudades. Pero incluso entonces se topó con la incomprensión. «Quien pasee por la calle tendrá tremendos encontronazos con los malditos palos», publicó un periódico que veía las farolas no como un progreso, sino como un peligro público.

Las peripecias del invento de Peral

El invento fue durante mucho tiempo un incómodo trasto para los gobiernos. Se pidió su desguace, pero al final en 1930 fue llevado a Cartagena donde estuvo hasta 1965 en los jardines de la base de submarinos. Estaba catalogado como ornato de fuente hasta hace pocos años.

El deterioro por las lluvias, el salitre y el agua de las fuentes que lo adornaban obligó a recomendar su puesta a cubierto. Todavía lleva las hélices originales, de hierro, con la firma del fabricante inglés. Dentro ya no quedaba nada: se abrió el casco para sacar los motores y los aparatos que no cabían por la escotilla. El casco del submarino no llevaba ni una sola soldadura: todas las planchas están remachadas en caliente, como las del Titanic.

El casco había recibido 21 capas de pintura. La original era gris claro “como el lomo de una ballena plteada”, según una periodista de la época.

Un tesoro muy codiciado

Los planos los diseño el propio Peral y los revisó un ingeniero naval. Pese a que recibió ofertas, el inventor no quiso trabajar para otros países. "El submarino -dijo- será para  España o para nadie". Pero las autoridades españolas consintieron el espionaje, por mucho que Peral protestara. Las grandes potencias tenían barra libre para ver los trabajos. Incluso un oscuro traficante de armas, Basil Zaharoff, habría conseguido al parecer los planos. Ingenieros alemanes reconocerían más tarde que el proyecto de Peral les sirvió de modelo para construir la flota que causó estragos en la Primera Guerra Mundial. El sumergible tiene 22 mts de eslora y desplazaba 79 toneladas a flote y 87 sumergido. Cada torpedo costaba 6.000 pesetas de la época.

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