Las Vegas: así empezó todo
(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 28 de
julio de 2013)
Con un golpe de suerte, así se inició la aventura de Las
Vegas. Era principios del siglo XIX y una caravana de comerciantes descubrió
agua en medio del desierto. Aquel manantial no tardó en convertirse en chicas,
cartas, juego, especulación, mafia y blanqueo de dinero. Bienvenidos a los
turbios orígenes de la ciudad que nunca duerme.
Es un oasis en mitad del
desierto y también un espejismo, la construcción de un sueño que pasa de
generación a generación como un hechizo... a través de soñadores profesionales. Un mafioso como 'Bugsy'Siegel, un cineasta como
Howard Hughes y ahora el hijo de un taxista lituano Sheldon Adelson empeñado en
agarrar al sueño americano por el cuello y exprimirlo y convencido de que el
oasis y el espejismo se pueden replicar en Asia y en Europa (Eurovegas, en
Madrid).
¿Pero cómo empezó todo? Con
un golpe de suerte. Una caravana que se desvía de la ruta camino de Los Ángeles
y que encuentra un manantial en el desierto de Mojave, en mitad de la nada.
Corría el año 1829, y durante el resto del siglo XIX Las Vegas no sería más que
un abrevadero para viajeros y caballos.
Todavía conserva esa impronta de lugar de paso. Vas, sueñas que te forras,
te despluman y te marchas. El ferrocarril de la Union Pacific hizo cristalizar
la ciudad. Al principio fue una mancha de tiendas de campaña, las de los
trabajadores que colocaban las vías, con mesas de juego y burdeles para que se
dejasen allí la paga. En 1905, la compañía subastó 1200 parcelas en un día, a
300 dólares el kilómetro cuadrado. Fue
la fundación oficial de la Ciudad del Pecado, como pasaría a ser conocida
décadas después.
Luego vino la ofensiva
puritana con la Ley Seca, que ilegalizó el alcohol y el juego. El estado de
Nevada lo hizo en 1910. Un periódico tituló: «Adiós para siempre a la ruleta».
Para siempre, en realidad, duró tres semanas en Las Vegas, donde pronto
surgieron los clubes ilegales. Pero Las Vegas no hubiera sido más que una colección de antros de mala
muerte sin la Gran Depresión de 1929 y la recesión posterior que propiciaron
que el Estado, corto de fondos, autorizase el juego en 1931 para recaudar
impuestos y que se levantase el veto al alcohol poco después. La construcción
de la presa Hoover, en el río Colorado, a 48 kilómetros de la ciudad, supuso
una nueva riada humana. Mano de obra a la que había que entretener. Las obras
duraron cinco años. Fue entonces cuando banqueros y mafiosos se percataron de
que el juego podía ser mucho más lucrativo combinado con una burbuja
inmobiliaria y que, además, así podían seguir haciendo caja cuando los obreros
se marchasen. Financieros y señores del
crimen se aliaron. El precio de los terrenos se disparó. La electricidad que
fluyó desde la presa prendió los carteles de neón y revivió el espejismo. Las
Vegas se convirtió en un reclamo y la avenida de seis kilómetros que la
vertebra, en una de las más filmadas del planeta.
El Ejército estableció una
base aérea en 1941 con la condición de que se prohibiese la prostitución. El
barrio rojo, conocido como Bloque 16, parecía quedar fuera de juego, pero se
reaccionó diseminando el negocio y reciclando a las strippers en bailarinas. Ese mismo año surgió El Rancho Vegas, el primer resort
y un concepto de hotel casino revolucionario que rompía con el salón del Oeste,
de suelos de serrín y escupideras. Su éxito inspiró a un Gánster emprendedor,
Bugsy Siegel a quien dio vida Warren Beatty en la película Bugsy, de 1991, que
consiguió convencer a un jefe mafioso y a banqueros mormones para que
invirtiesen en el Flamingo, un lujoso hotel 'todo incluido'. La idea era sencilla: que el huésped no se
marchara hasta quedarse sin blanca. El concepto se perfeccionó. Espectáculos
musicales, comida de bufé, moquetas mullidas que ralentizan el paso, salas de
juego sin relojes ni ventanas para perder la noción del tiempo... A Siegel lo
acribillaron a balazos en un ajuste de cuentas, pero su apuesta funcionó. Se
construyeron más hoteles casino y la Mafia empezó a blanquear dinero a
espuertas. Eran los años cincuenta. Los de Frank Sinatra, Dean Martin y
su Rat Pack, la 'pandilla de ratas', completada con Sammy Davis Jr., Peter
Lawford y Joey Bishop. Cantantes, políticos, actores o humoristas como Ronald
Reagan, que acabaría siendo presidente de los EE.UU., ganaban allí más en una
semana que haciendo una película en Hollywood.
Una prosperidad basada en un
estatus especial: no hay cobertura social ni sueldo base para la legión de
crupieres, camareras y empleados. Tampoco hay velocidad mínima en las
carreteras. Y se permiten los matrimonios y los divorcios exprés. Así lo quiere la Cosa Nostra, y el Gobierno hace la
vista gorda mientras recauda una porción del pastel. Hasta las pruebas
nucleares en el desierto se convierten en un reclamo turístico. Los huéspedes
degustan 'cócteles atómicos' en las terrazas, con vistas a las nubes en forma
de hongo. Ocho millones de personas
visitaban Las Vegas cada año. En los sesenta llegaron las tragaperras, más
baratas de mantener que los crupieres. Se desvanece el glamour. La
Administración Kennedy empezó a apretarle las tuercas al crimen organizado y
Las Vegas se reinventó, aunque el cineasta Howard Hughes mantuvo viva la llama
de la megalomanía. En 1966 había sufrido un accidente de aviación. Vivía
aislado desde entonces y era adicto a la morfina. Se mudó al Desert Inn,
huyendo de los altos impuestos de California y, cuando supo que los hoteles
desgravaban, compró todas las propiedades que pudo. Las inversiones de Hughes
animaron a otros empresarios. La propuesta consistía en que la ciudad tuviese
un sesgo más familiar. Una especie de Disney World para mayores, con el
aliciente mítico del reciente esplendor.
Ese modelo evoluciona en losOchenta hacia el
megarresort, que crecen con cada burbuja y se reformulan con cada recesión. Es
en esta época cuando Sheldon Adelson forja su imperio. Monta una agencia de
viajes y organiza una feria de informática en la ciudad que se convierte en
cita mundial. Con lo que gana compra un hotel mítico, aunque de capa caída: el
Sands. Lo derriba y levanta el Venetian, una imitación pretenciosa de la ciudad
italiana con paseo en góndola incluido. Su
idea: hoteles temáticos, llenos de respetables asistentes a los congresos los
días laborables, que se desmadran durante el fin de semana, para volver el
lunes al tajo con resaca y la oportuna laguna en la memoria que los libra de la
mala conciencia. Se dice que lo que pasa en Las Vegas queda en Las Vegas.
Adelson tiene una fortuna de 14.000 millones de euros y es el decimocuarto
hombre más rico del mundo. Asegura que dará trabajo en España a más de
200.000 personas. Presume de tratar a sus empleados con paternalismo y mano de
hierro. A la vieja usanza de Las Vegas, con los derechos laborables mínimos. Es
idolatrado por el Gobierno chino por sus inversiones en aquel país, mientras
que el Ejecutivo de Obama lo investiga por su presunta conexión con las mafias
de la prostitución china. Que el
proyecto que pretende levantar en Madrid, y al que le ha salido competidor en
Cataluña, sea un salvavidas para la economía o un lastre está por ver. Pero
solo será un pálido reflejo de ese espejismo que es Las Vegas.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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