Otra fantasía: el 'rey de Cataluña'
(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 30 de junio de 2019)
El papa de El Palmar de Troya lleva un título ridículo, pero existente. En cambio, el de rey de Cataluña, sobre ser una designación fantasiosa, no existió nunca ni como pretensión.
No hay que cansarse de denunciar el interesado error. No hubo ‘rey de Cataluña’, como
tampoco rey de la Alcarria ni obispo de Pedrola. Catalanes y alcarreños
tuvieron reyes, y los pedrolanos, obispo. Solo que se llamaron rey de
Aragón, rey de Castilla y arzobispo de Zaragoza. Fácil de entender.
Aragón
era un ente político (condado) ya en el siglo IX. En el XII nació la
palabra Cataluña y tuvieron reyes los catalanes, que llamaban ‘senyor
rei’ al rey de Aragón. Abrió la serie Alfonso II (I en la lista de los
condes barceloneses), hijo de la reina aragonesa Petronila y del conde
Ramón Berenguer IV de Barcelona.
Aragón era reino desde un siglo atrás. Su antiquísimo título condal, falto de sentido, había desaparecido. En cambio, el rey de Aragón fue conde de Barcelona y solo él podía serlo. Pero Barcelona y Cataluña no eran lo mismo.
El
señorío del conde de Barcelona no se extendía a la totalidad de lo que
sería Cataluña. Su hegemonía catalana fue un largo proceso, culminado
por el rey de Aragón. En efecto, Alfonso II, que había heredado de su
madre el reino aragonés, tuvo de su padre ocho condados: Barcelona,
Berga, Besalú, Gerona, Manresa, Osona (Vich), Cerdaña y Conflent
(Prades), estos dos en actual territorio francés, y las ‘marcas’ o
tierras fronterizas ganadas por él al islam de Tortosa y Lérida. El rey
Alfonso añadió a todo ello el dominio del Rosellón (hoy francés) y del
Bajo Pallars.
Esta
docena de territorios «desde Salses -hoy en Francia, cerca de Perpiñán-
a Tortosa y Lérida» (‘de Salsis usque Dertusam et Ilerdam’) acabaron
siendo conocidos como Cataluña. Como bien dicen los historiadores,
incluidos los catalanes (los serios, que los hay muy buenos), a quienes
los fanáticos ignoran, tal conjunto, regido por un mismo señor, no
recibió nombre que implicase rango o nivel jurídico o político. Cataluña
no fue nunca designada por sus señores ni sus instituciones como reino,
ducado, condado ni ninguna otra cosa. Ello extrañará solo a quienes
juzguen aquel pasado con ignorancia anacrónica, con mentalidad ajena al
tiempo en que esas cosas ocurrían.
Aquello
era una parte de los dominios del rey de Aragón y conde de Barcelona,
títulos ambos inseparables y prestigiosos, que no requerían cambio
alguno.
Cómo se hizo Cataluña
La homogeneidad de los dominios que luego fueron Cataluña fue trabándose por etapas que nos son bien conocidas.
Barcelona
fue la cabeza y solar del conjunto, el ‘cap i casal’, y le aportó sus
prestigiosos fueros (‘Usatges’), convertidos en base legal común. Los
compiló el rey Alfonso II en 1173.
Sus
soberanías se escribieron en el ‘Libro del dominio del rey’ (repárese:
no ‘del conde’), compilación de sus derechos territoriales, encargado
por Alfonso a un clérigo jurista.
Y
las hazañas del linaje condal se plasmaron en las ‘Gestas de los Condes
de Barcelona’ (‘Gesta Comitum Barchinonensium’), cuya primera versión
ordenó también el rey Alfonso II.
La
unificación de las potestades aragonesa y barcelonesa en una sola mano
hizo preciso distinguir entre las dos soberanías de Alfonso y así
comenzó la nomenclatura diferenciada: el rey consultaba con sus barones y
asesores procedentes de ambas partes en su curia o corte: «...cum
consilio et voluntate baronum curie mee, Catalanorum et Aragonensium».
Se asienta, de este modo, junta a la muy antigua ‘Aragón’, la palabra
‘Catalonia’.
Este conjunto
político acabó recibiendo la calificación de ‘Principado’, que aún se
usa en los registros cultos de nuestras lenguas. No en el sentido de que
tuviera como soberano a alguien con título de príncipe. Designaba un
conjunto político regido por un ‘princeps’, voz latina que, en la Edad
Media, designaba a cualquier gobernante soberano en un territorio (de
ahí ‘El príncipe’ de Maquiavelo).
Ocasionalmente, algún
conde de Barcelona se había titulado ‘princeps’, en este sentido de
gobernante máximo o principal. Pero el ‘principatus Catalonie’ es un
nombre tardío, del siglo XIV (1350), que resolvió con economía
de lenguaje y de concepto el problema de una designación inteligible,
precisa (en la medida en que no designa un reino, ducado, marquesado ni
condado) y honrosa. Fue idea de Pedro IV, no en vano llamado rey
Ceremonioso. En la práctica, abarca todos los territorios representados
en las Cortes catalanas y cuyo soberano es el jefe ‘del Casal d’Aragó’. Y
no es título de príncipe, sino denominación que en derecho equivale a
dominio de soberanía ejercida por un ‘princeps’: el rey de Aragón y
conde de Barcelona, calidades unidas e indisolubles.
Hubo conde de Barcelona, rey de Aragón e, incluso, ‘princeps’ de Cataluña y fueron siempre la misma persona. Pero el ‘rey de Cataluña’ es una fantasía infantiloide, aún más falsa que las barras de Wifredo el Velloso.
Etiquetas: Culturilla general
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home