Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

viernes, noviembre 13

Chachapoya, hijos de las nubes

 (Un texto de Antonio Corbillón en el Heraldo de Aragón del 25 de agosto de 2019)

Los chachapoya pararon al inca y se aliaron con los españoles. Dejaron su historia enterrada y momificada en las cuevas de los Andes. El espeleólogo y cura español Agustín Rodríguez y su equipo desvelan su pasado. «Ni siquiera en Egipto ha habido un hallazago similar».

Hay dos escenarios para la aventura humana en los que todavía no están todas las rutas marcadas. Uno es el cosmos, que tendrá que esperar por las distancias siderales y la complejidad técnica. El otro son las cuevas, en cuyo interior no dejan de abrirse libros completos de nuestra historia, como revelan tantos ejemplos, desde la Garganta de Oldupai (Tanzania) a Altamira (Cantabria), pasando por Atapuerca (Burgos) o la más reciente de Misliya (Israel).

Algunos de esos capítulos del relato humano se están despejando en los abismos de caliza de un remoto rincón en el nordeste del Perú, un lugar casi fronterizo con la Amazonia en el que la cultura chachapoya se atrevió a pararles los pies a los todopoderosos incas. La perdida lengua de estas tribus dice que su nombre podría traducirse como 'los que habitan los bosques de las nubes', por su destreza para ocupar sierras que alcanzaban los 3.800 metros de altura. Desde que se descubrieron los primeros vestigios en 1843, poco más de siglo y medio de exploraciones dejan aún enormes páginas en blanco de esta cultura.

Un ambicioso proyecto español lleva quince años leyendo, página a página, el relato de esta tradición andina. Este mes de agosto, cerca de medio centenar de voluntarios han vuelto a las cuevas para realizar una campaña más de su proyecto Machaypampa. Incluirá un documental de unos 50 minutos. En todo ello trabaja un plantel heterogéneo de espeleólogos, biólogos, sanitarios, documentalistas y todas aquellas ramas que ayuden a escudriñar en las entrañas de la tierra.

De entrada, llama la atención el origen de todo. Un proyecto solidario que nació en los años noventa en los barrios populares de Usera (Madrid) para luchar contra la lacra de la droga. «Se nos ocurrió orientar a los jóvenes a los que tratábamos de recuperar hacia actividades al aire libre», arranca su relato Agustín Rodríguez Teso. Además de un entregadísimo cura, es un amante de la espeleología y la montaña. Durante años y a través de su asociación, Espeleokandil, jóvenes marginales encontraron con él una salida activa al mundo.

En el año 2000, Rodríguez Teso acudió a Perú para visitar a una comunidad religiosa. Cuatro años antes, la arqueología peruana se había revolucionado con el hallazgo de unas 200 momias en una pared vertical de la conocida como Laguna de los Cóndores, en el distrito de Leymebamba, en el flanco oriental de los Andes.

La 'fiebre' de los saqueadores de yacimientos (huaqueros les llaman en la zona) provocó graves destrozos. A pesar de las diez horas en mula necesarias para aproximarse al lugar y los centenares de metros de desnivel en la pared, los asaltantes destrozaron a machetazos docenas de momias. En cuanto se pudo poner orden se recuperaron unas 190 piezas. «Ni siquiera ha habido un hallazgo similar en Egipto», recuerda Agustín. Esa 'revolución' le pilló «haciendo otras cosas».

Mientras realizaba por tierra el viaje hacia su destino religioso, su ojo de espeleólogo ya se iba fijando en aquellas paredes. Había caído en la cuenta de que los límites del río Marañón son calizos, mientras los Andes son de granito. «Aquí tiene que haber muchas cuevas», pensó. Cuando su colega el cura local le iba señalando restos de más ruinas por la serpenteante carretera, Rodríguez Teso le preguntó si alguien más se había aventurado a indagar. «¿Para qué?», le respondió sorprendido.

En las comunidades andinas todavía hay un respeto cerval a las cuevas, escenarios de encantamientos, brujería y mal de ojo. Incapaz de controlar los rituales en torno a ellas, la Inquisición española acabó de demonizarlas. «Eso explica que solo haya un grupo espeleológico en todo Perú», explica el padre Agustín. La conexión se disparó en su cabeza. ¿Y si montamos una expedición? Quince años después, la huella del entonces incipiente proyecto Machaypampa ha marcado un antes y un después en la recuperación de una de las culturas más enigmáticas y desconocidas del pasado peruano.

Alrededor del año 800 de nuestra era, los chachapoya habitaron un amplio territorio entre los ríos Huallaga y Marañón, en la cuenca del Uctubamba. Dominaron y se adaptaron a las alturas como nadie, hasta el punto de que fueron los únicos capaces de bloquear el imparable avance de los incas desde Cuzco. Túpac Yupanqui, el décimo inca (1470), no pudo con ellos, y tuvo que rematar su faena su sucesor y antepenúltimo inca, Huayna Cápac. Pero décadas después, cuando llegaron los españoles en 1532, los chachapoya supieron tejer alianzas con ellos para librarse otra vez de su dominio. Incluso llegaron a presentarse ante el virrey español para reclamar el respeto de sus encomiendas (haciendas). Solo sucumbieron a las nuevas enfermedades que trajo la soldadesca. «Si Pizarro hubiera llegado cincuenta años antes les habríamos conocido mucho mejor», lamenta Rodríguez.

Una rica historia que se tragó la selva y quedó en el olvido durante cientos de años. Los expedicionarios de Espeleokandil se dieron cuenta enseguida de que estaban ante un filón. «En cada cueva que entrábamos había restos». En estos tres lustros de idas y venidas han explorado, fotografiado y recogido restos en al menos 27 cavidades. De hecho, su compromiso ha logrado paliar en parte el destrozo incalculable, pero hasta cierto punto comprensible, provocado por los buscadores de restos que alimentan el mercado negro. Una momia pueden suponer entre 3.000 y 5.000 euros. «Y eso es todo un capital en Perú», reconoce Agustín.

Con sus trabajos dentro de las cuevas tratan de explicar lo que pasó fuera. Cómo se produjo la ocupación y en qué momento unas poblaciones nómadas dieron el paso a la construcción de ciudadelas tan impresionantes como Kuélap, capital del territorio, con muros de piedra en talud de hasta 20 metros de altura.

El reto logístico ha sido muy complejo. Se trata de oquedades situadas a gran altura (hasta 150 metros del suelo). «Eran muy profundas. Tenemos evidencias de enterramientos a más de 35 metros de descenso en vertical. ¿Cómo los bajaron?», se pregunta el espeleólogo y hoy también historiador vocacional Rodríguez Teso.

Una labor no exenta de riesgos, como el accidente que obligó en 2014 a montar un operativo de rescate de uno de los espeleólogos, felizmente recuperado de una de las simas. El centro de operaciones de aquella crisis se organizó desde la Diócesis de Madrid.

A lo largo de los años, y siempre en colaboración con especialistas locales, además del soporte de instituciones de prestigio como el British Museum, los expedicionarios españoles han rastreado en todas las crónicas de la época colonial, donde ya había evidencias de «exequias de personajes principales en las paredes de las colinas». Su momificación parece ser una técnica, copiada y perfeccionada, de sus rivales incas.

En estas piezas se han encontrado vestigios que hablan de un gran desarrollo. Los chachapoya tenían fama de grandes curanderos. En los restos aparecidos se han documentado incluso pruebas de trepanaciones craneales. «También muchos cráneos fracturados, pero pocas extremidades rotas. Debían de ser maestros en el manejo de las hondas», avanza Rodríguez.

No hay nada de relato escrito de la historia chachapoya y se sabe muy poco del oral. Por esto, estos años están abriendo un enorme campo arqueológico que tendrán que ir despejando nuevas generaciones de investigadores locales. En esta labor hay un gran cuidado para no dar a conocer nuevas coordenadas arqueológicas si no hay garantías previas de que habrá medios para hacer un trabajo profesional. «No hay dinero para preservar toda la riqueza de Perú, es imposible. Y tiene que ser toda su población la que se conciencie para respetar su propia cultura».

El gen del equipo Machaypampa nació de la solidaridad, una forma de ser que también ha exportado a tierras peruanas. Los progresivos descubrimientos han abierto esta zona del país al interés turístico. Machu Picchu y Cuzco son una imagen de marca del turismo cultural. Como alternativa y sin buscar competencia alguna, la localidad de Leymebamba (Departamento de Amazonas) ha despertado a los visitantes gracias a un coqueto museo que reúne los frutos arqueológicos de toda la actividad de los expertos españoles.

«Tenemos claro que tiene que haber una parte comunitaria que alcance a la población local. El turismo de aventura, bien llevado, puede ser un motor de desarrollo», remarca este religioso, cuyo equipo impulsa cursos de espeleología para que sean ellos quienes gestionen sus propios recursos. Y estos parecen ser ingentes. Hace 15 años, la gran ciudad de Kuélap mostraba unas 200 casas. Hoy ya se han descubierto más de 600. «La vegetación preservó el sueño de las momias durante casi 500 años». Ahora se trata de que el desbroce de la selva despeje también el futuro de los herederos del bosque de las nubes.

Etiquetas: