¿Somos tan buenos como creemos?
(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 6 de enero de 2019)
Para creérselo del todo, también necesita ser visto por los demás como una buena persona. El problema es que quizá los demás no estén de acuerdo y piensen que usted no es tan justo, generoso, altruista y respetuoso como parece. Pueden ser pocos o muchos los que discrepen. Da igual, con que haya alguien que cuestione su bondad se pondrá a la defensiva. Se sentirá tratado injustamente.
La mala noticia es que los demás tienen razón. Usted no es tan bueno como cree. La ciencia ha demostrado que la inmensa mayoría de la humanidad ‘padece’ de prejuicios inconscientes. Pero tiene remedio. Al menos, eso piensa Dolly Chugh, una científica social estadounidense que estudia la psicología de la gente buena. Chugh es profesora de la Escuela de Negocios Leonard Stern de la Universidad de Nueva York y lidera un equipo de investigación sobre la conducta. «¿Y si le digo que nuestro apego a ser buenas personas se interpone en el camino para que seamos mejores personas? ¿Y si le digo que el camino hacia ser una persona mejor comienza dejando de ser una buena persona?», plantea.
Para explicar esto hay que entender primero cómo funciona la mente humana. «El cerebro depende de ‘atajos’ para hacer gran parte de su trabajo», prosigue Chugh. Eso significa que la mayoría de las veces los procesos mentales ocurren sin que nos demos cuenta.
La racionalidad limitada
Los científicos suponían que el cerebro humano tendría una gran capacidad de procesamiento. En cada momento debe leer unos once millones de bits. Solo descifrar la información que le llega a través de los ojos y convertirla en imágenes supone diez megas (diez millones de bits); los receptores de la piel le envían un millón de bits por segundo. Y el resto de los sentidos, unos cientos de miles… Todos esos ‘megas’ se ejecutan de manera automática, sin que nos demos cuenta. Lo que los investigadores no se esperaban es la paupérrima capacidad de la mente humana para procesar datos de manera consciente. Como máximo -por ejemplo, un pianista leyendo una partitura- es capaz de asimilar cincuenta bits por segundo.
Esta es la premisa de la que parte la racionalidad limitada, que estudia el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman y que ha dado lugar a una rama científica que toca la sociología, la psicología, la teoría de la información y la conducta económica. En resumen, la mente humana tiene recursos limitados de almacenamiento y un poder de procesamiento muy justito. Y, como resultado, necesita salirse por la tangente para hacer la mayor parte de sus tareas. « Alguna vez ha tenido un día muy ocupado en el trabajo, condujo a casa y, al llegar a la puerta, se ha dado cuenta de que no sabe cómo ha llegado allí? Esto sucede porque la mayoría de las funciones cerebrales funciona en segundo plano. Vamos con el piloto automático», expone Chugh.
Esta investigadora y sus colaboradores, Max Bazerman y Mahzarin Banaji, están aplicando lo que sabemos sobre racionalidad limitada al campo de la ética. Hasta ahora se pensaba que tomar una decisión moral, formular un juicio de valor o diferenciar el bien del mal eran terreno exclusivo de la mente consciente. Sin embargo, los últimos experimentos apuntan a que también tomamos ‘atajos’ a la hora de decidir cómo nos portamos. Resulta que el piloto automático también limita nuestra ética.
Y uno de los campos abonados a la ética limitada es el de los prejuicios. En especial, los prejuicios inconscientes. «Los tenemos tan interiorizados que no nos percatamos de que están ahí», afirma Chugh. Analizando información de millones de personas gracias al big data, los investigadores han comprobado que la mayoría de los estadounidenses blancos puede relacionar más rápida y fácilmente a la gente blanca con cosas buenas. Sin embargo, les resulta más difícil asociar a la gente negra con cosas buenas. Otro ejemplo. La mayor parte de las personas -tanto hombres como mujeres- relaciona más rápida y fácilmente a los hombres con la ciencia. Una afinidad que no son capaces de ver de manera tan directa y automática cuando se trata de mujeres. Son ‘atajos’ que tomamos en una fracción de segundo.
Conmigo o contra mí
Hay una razón evolutiva en este esquema mental. Reaccionamos rápido para detectar enemigos, depredadores, amenazas… Nos vino fenomenal para sobrevivir en entornos hostiles. Pero en una sociedad civilizada nos hace cometer errores e injusticias. Y socavan la convivencia.
Los ‘atajos’ funcionan de manera binaria. Y se basan en los estereotipos, porque es una manera rápida de encasillar. Los más habituales son el sexo y la orientación sexual, la edad (viejo/joven); la política (izquierda/derecha); el peso (flaco/gordo); la apariencia (guapo/feo); la inteligencia (listo/tonto)… Cualquier elemento de nuestra identidad puede convertirse en un estereotipo binario: capacitado/discapacitado; taurino/animalista… En todos estos temas, el cerebro funciona en modo automático. O eres de los míos o no lo eres. O estás conmigo o contra mí.
El problema se agrava, según Chugh, porque nuestra definición de buena persona tampoco admite matices. «En esa definición binaria no hay lugar para crecer. Para aprender. Que es lo que solemos hacer en otros ámbitos. Si necesitas aprender contabilidad, te apuntas a un curso. Si vas a ser padre o madre, lees libros sobre el tema. Hablas con expertos, aprendes de tus errores, actualizas tu conocimiento, vas mejorando… Pero cuando se trata de ser buena persona, pensamos que simplemente debemos saber cómo serlo, sin esfuerzo», explica.
« ¿Y si nos olvidáramos de ser buenas personas? Y si nos conformáramos, de momento, con ser personas decentes, medianamente buenas», propone. «Una persona decente comete errores, pero trata de aprender de ellos. No espera a que la gente los señale. Practica para encontrarlos. A veces puede ser embarazoso. Pero eso te permite progresar. En cualquier otro aspecto de la vida aprendemos así. ¿Por qué no en este?», se pregunta. Al fin y al cabo -concluye Chugh- es la única vacuna cuya eficacia está demostrada contra el populismo y la exclusión.
Los prejuicios influyen en nuestras acciones
Los prejuicios inconscientes influyen en nuestras acciones, aunque no nos percatemos. Nos ayudan a filtrar la información y a tomar decisiones rápidas. Pero a veces estos ‘atajos’ mentales nos hacen que juzguemos a la gente a la ligera. Estas son las ‘zonas rojas’ ante las que hay que estar alerta.
Aprender en lugar de justificar
A pesar de nuestro apego a ser buenas personas, cometemos errores. ¿Qué pasa cuando alguien cuestiona nuestra bondad? ¿O critica nuestra opinión? Nos ponemos a la defensiva. Hemos entrado en la zona roja. Pero situarnos en ella nos estanca. Y nos impide mejorar. Porque justificamos nuestras meteduras de pata en vez de aprender de ellas.
Tener en cuenta la regla del 20/60/20
En sociología se considera que cuando se intenta promover un cambio en un grupo, el 20 por ciento se mostrará favorable; otro 20 se opondrá y será inútil intentar convencerlos. La clave está en el 60 por ciento restante, que no tiene una posición inamovible. El problema es que los políticos, agentes sociales y medios suelen concentrar la mayoría de los esfuerzos en los que ya están convencidos, (solo hay que fijarse en un mitin).
Huir del ‘efecto eco’
Uno de los fenómenos más intrigantes de la era digital, en la que tendríamos acceso -si quisiéramos- a todo tipo de opiniones, es que nos refugiamos en lo que ya pensábamos. Solo vemos lo que queremos ver. Los científicos lo llaman ‘efecto eco’. Las redes sociales son propensas a crear estos compartimentos estancos y excluyentes. Y la sociedad está cada vez más polarizada.
¡Ojo!, igualdad no es equidad
Nuestra identidad está formada por diversas capas. sexo, raza, religión, nacionalidad, estado civil… Algunas de ellas conllevan privilegios que nos facilitan la vida; otras nos la obstaculizan. El problema es que los que disfrutan del privilegio lo tienen tan asumido que no consideran que gocen de ninguna ventaja. Igualdad no es equidad. Son dos términos que solemos confundir. La igualdad significa que se trata a todo el mundo de la misma manera, sin tener en cuenta las dificultades que afectan a sus vidas. La equidad sí que las tiene en cuenta a la hora de repartir las oportunidades.
Cómo entrenarse para detectar tus prejuicios
Google sometió a 26.000 de sus empleados a un plan para erradicar el prejuicio inconsciente en el trabajo. No lo hízo por altruismo. Las empresas diversas e inclusivas tienen mejores resultados económicos. Estas son las pautas.
Realice una ‘auto-auditoría’
Mire los últimos diez tuits que ha leído, las diez canciones que se ha bajado y diez personas con las que esté conectado. Le servirá para saber si solo escucha su ‘eco’ -opiniones y gustos que coinciden con los suyos-.
Confíe en la mentalidad de crecimiento
Invirtiendo tiempo, esfuerzo y estudio, cualquiera puede adquirir una destreza y crecer en conocimiento. Deje de pensar que las personas no pueden hacer aquello para lo que no han nacido.
Practique la conciencia reflexiva
Reconozca que quizá no sabe cosas sobre la gente que no es como usted, y busque modos de solucionarlo. Empiece con sus amigos o compañeros de trabajo. No intente ‘resolverles’ la vida. Escuche.
Hable con gente más joven
Considérelo una tutoría inversa (reverse mentoring), en la que recibe información de gente con menos experiencia, pero más acostumbrada a los cambios. Pregúnteles por sus vidas. No los contradiga.
Etiquetas: Cosas que hay que saber
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home