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miércoles, enero 20

El arrecife de caucho

 (Un artículo de Javier Guillenea en el Heraldo de Aragón del 14 de mayo de 2017)

Quisieron crear un banco de coral con neumáticos viejos para atraer vida. Se equivocaron.

El profesor de ingeniería oceánica de la Universidad Atlántica de Florida Ray McAllister tuvo hace 45 años una brillante idea. Se le ocurrió crear un arrecife de coral artificial, una nueva maravilla que se sumaría al arrecife natural, el de toda la vida, que sufría el desgaste de los turistas que buceaban en las costas de Fort Lauderdale, en Estados Unidos.

En realidad, McAllister no propuso nada nuevo. A principios de los años setenta del siglo pasado la cantidad de neumáticos viejos que se desbordaban en los vertederos había llegado a tal punto que ya nadie sabía qué hacer con ellos. Alguien pensó que una manera de rebajar la altura de las grandes montañas de caucho que oscurecían el horizonte bien podría ser sepultándolas en el mar. De esta manera se podrían matar dos pájaros de un tiro. Por una parte, se eliminaría el problema medioambiental provocado por toneladas de ruedas en desuso. Por otra, se crearía un nuevo ecosistema repleto de floreciente vida marina.

Animado por esta perspectiva, McAllister fue más allá y en 1972 propuso una operación a gran escala. Planteó arrojar al agua dos millones de neumáticos para construir el mayor arrecife artificial del planeta. En no mucho tiempo los corales abrazarían el caucho y acabarían creando todo un paraíso para fauna, buceadores y pescadores. Esa era la idea.

Por el bien del planeta

El proyecto fue acogido con alborozo por la población de Fort Lauderdale. Numerosas empresas y particulares donaron miles de ruedas en desuso. Con la ayuda de un centenar de entusiastas voluntarios se formó una flotilla de embarcaciones que trasladaron los neumáticos al punto elegido para hacer del mundo submarino un lugar mejor donde vivir. A este entusiasmo se le sumó el fabricante de neumáticos Goodyear, que vio ante sí una excelente oportunidad de eliminar de forma elegante sus desechos y realizó el gesto simbólico de lanzar al mar desde un dirigible un neumático pintado de color dorado. Incluso el Cuerpo de Ingenieros del Ejército se sumó a una tarea que se adivinaba titánica además de histórica. Todos querían aportar su grano de caucho por el bien del planeta.

Fue así como nació el 'Osborne Reef' (arrecife Osborne), con una superficie de 15 hectáreas, a unos dos kilómetros de la costa y a unos 20 metros de profundidad. Y fue también así como la brillante idea de McAllister provocó un desastre medioambiental que aún tratan de enmendar los antaño entusiastas vecinos de Fort Lauderdale. El paraíso prometido es hoy un desierto gris sin rastros de vida.

Por algún motivo todavía por descubrir, las especies marinas no se sintieron especialmente atraídas por los neumáticos. Se dijo que se debía a los hidrocarburos que los recubrían, a las sustancias tóxicas que segregaba el caucho o a los metales pesados que liberaba a medida que se iba descomponiendo. El caso es que allí no se mudó nadie a vivir. Sin la cohesión del coral, los neumáticos quedaron a merced de las corrientes. Habían sido depositados en fardos, unidos por sogas de plástico y cables de acero para que se mantuvieran juntos en el lecho marino pero, con el paso del tiempo, las sujeciones comenzaron a romperse por la corrosión y los neumáticos empezaron a moverse por el fondo al compás de los elementos.

En 1995 el huracán Opal se llevó mil neumáticos al oeste de la costa de Florida. Tres años después, el Bonnie desplazó miles más a las playas de Carolina del Norte. Empujados por las corrientes y el mar de fondo, los que quedaban comenzaron a rodar y a destrozar los corales naturales que encontraban a su paso. El arrecife natural, el de toda la vida, sufrió un golpe mortal. 'Osborne Reef' es hoy una catástrofe ecológica. Lo que debía haberse convertido en un oasis es un enorme páramo de 35 hectáreas regido por la ley sin vida de los neumáticos y los productos tóxicos que desprenden.

En Estados Unidos aún intentan reparar un desastre que solo sirvió para vaciar los vertederos. En 2007 el Departamento de Control Ambiental asumió las labores de limpieza con el apoyo de la Armada y la Marina estadounidenses. Se estima que para remediar las consecuencias del bienintencionado proyecto de Ray McAllister se necesitarán entre cuarenta y cien millones de dólares y que serán necesarios unos veinte años para que 'Osborne Reef' vuelva a la vida. «Simplemente no funcionó. Fue una mala idea», reconoció McAllister cuando ya era demasiado tarde.

En los años 70 las agencias internacionales catalogaban los neumáticos como no contaminantes, por lo que parecía una buena idea utilizarlos como arrecifes para favorecer la vida en el mar. Es lo que se hizo en doscientos puntos de todo el mundo donde aun se trata de remediar el error. En Europa, Francia lidera el ránking de países con más neumáticos sumergidos. Solo en el Mediterráneo arrojaron 86.000 metros cúbicos que ahora tratan de recuperar.

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