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viernes, marzo 12

La peor soprano de la historia

 (Artículo escrito por Irma Cuesta en el Heraldo de Aragón del 16 de abril de 2016)

A Florence Foster-Jenkins le faltó talento y le sobró entusiasmo. El cine recrea ahora la vida de esta particular Castafiore que, dicen, murió de pena por las críticas.

Aunque lo habitual es que uno coseche fama y honores por ser bueno en lo que hace, ya sea cantar, bailar, escribir o construir puentes, hay quienes han pasado a la historia por todo lo contrario. Es el caso de Florence Foster-Jenkins, posiblemente la peor soprano de toda la historia.

La existencia de Foster-Jenkins, recreada este año en dos películas, la francesa 'Madame Marguerite' y la norteamericana 'Florence', es sin duda una vida de cine. Convencida de que su amor por la música, salpicado con una buena educación, podría llevarla a codearse con la mismísima Luisa Tetrazzini, Florence jamás se rindió a la evidencia: para su desgracia, su voz oscilaba de los agudos a los susurros obligando a su acompañante al piano a compensar como podía sus errores de ritmo y variaciones de tiempo. Incapaz de dar con el tono adecuado, como no fuera por pura casualidad, cada vez que daba un recital el público hacía lo indecible por aguantar las carcajadas.

La única hija de Charles y Mery Jane Dorrance Foster fue una niña feliz, con una evidente facilidad para tocar el piano, a la que las cosas le fueron bien hasta que quiso seguir estudiando música en Europa y su padre decidió que no le pagaría el viaje. Sin dinero ni permiso paterno, la incipiente concertista cogió las maletas, huyó de casa a los 17 años y se casó con el primero que se cruzó en el camino: un médico llamado Frank Thornton Jenkins que, además de no comprender a aquella joven tan apasionada como perseverante, le contagió la sífilis.

Su vida (Pensilvania, 1868-Nueva York, 1944) se enredó aún más cuando una lesión en el brazo la obligó a dejar el piano para siempre. Sus biógrafos cuentan que fue viviendo en Nueva York con su madre, ya separada de Jenkins, cuando en su cabeza comenzó a fraguarse la idea de convertirse en cantante de ópera. Tomada la decisión, bastó que la muerte de su padre le sirviera en bandeja una fortuna considerable para poner en marcha su plan, sin importarte lo más mínimo no ser capaz de sostener una nota.

'Diva del alboroto'

Aún así, entre 1941 y 1944 la hija del acaudalado abogado grabó nueve arias y varias canciones que han pasado a la historia recopiladas en tres discos: 'The Muse Surmounted: Florence Foster Jenkins and Eleven of her Rivals', 'The Glory of the Human Voice' y 'Murder on the High C's'. Es imposible averiguar qué pensaría hoy si supiera que algunas de esas grabaciones acumulan miles de visualizaciones en Youtube, o qué le parecerían las películas que ahora recrean su vida, pero hay quien opina que le arrancarían una sonrisa.

La aspirante a diva recorrió su particular camino a la fama de la mano de St Clair Bayfield, un actor británico homosexual, especialista en Shakespeare, que se convirtió en su amigo y compañero hasta la muerte. Bautizada como 'diva del alboroto', inasequible al desaliento, mantuvo viva la ilusión de convertirse en estrella durante tres décadas. En sus recitales, a los que invitaba a amigos y conocidos, se disfrazaba con un vestido largo de tul, una diadema y un par de alas. Para asombro de los asistentes, siempre empezaba con el aria 'Reina de la noche', de la 'Flauta mágica' de Mozart, una pieza solo apta para las más grandes.

Como si con eso no fuera suficiente, terminaba los recitales vestida de Carmen. Mantón y castañuelas incluidas, abordaba su particular versión de 'Clavelitos' mientras lanzaba rosas a un público que, a esas alturas, ya no sabía si reír o llorar.

Aunque nadie lo sabe a ciencia cierta, hay quien dice que murió de pena. Unos días después de su primer y último gran concierto en el neoyorquino Carnegie Hall, el 25 de octubre de 1944, la jovencita que recuerda a la Castafiore, esa mujer rica, generosa y amigable que nunca le dio la menor importancia a que su voz fuera extremadamente alta y chillona, falleció de un infarto bajo un manto de críticas tan demoledoras que ni siquiera St Clair Bayfield fue capaz de esconderlas. Su obituario, publicado en el 'World-Telegram', decía así: «Era sumamente feliz en su trabajo. Es una pena que tan pocos artistas lo sean».

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