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miércoles, agosto 17

Camino de Kumano (IV): El límite del dolor

(La columna de Paulo Coelho en el XLSemanal del 21 de abril de 2013)

“Y las cicatrices van más allá del cuerpo físico; muchas heridas que estaban abiertas en mi alma fueron expulsadas por el dolor que sentí. Hay ciertos sufrimientos que solo se logran olvidar cuando podemos flotar por encima de nuestros dolores”.

(Durante mi visita a un camino de peregrinación en Japón descubro el Shugendo, práctica ancestral de usar la naturaleza para el aprendizaje espiritual).

Estamos en lo alto de una montaña, al lado de una columna de piedra con algunas inscripciones. Desde aquí arriba puedo divisar un templo en medio del bosque.

-Ese es uno de los tres santuarios que el peregrino tiene que visitar, y, cuando llega aquí, siente una inmensa alegría al saber que ya está cerca de uno de ellos -dice Katsura-. Según la tradición, ninguna mujer podía pasar de este punto si estaba en su periodo menstrual. En cierta ocasión, una poetisa llegó hasta aquí y vio el templo, pero, debido a su menstruación, no podía continuar. Comprendió que no tendría fuerzas para esperar cuatro días sin comer y decidió darse la vuelta sin alcanzar su objetivo. Escribió una poesía dando las gracias por los días que había pasado caminando, se preparó para regresar a la mañana siguiente y se acostó para dormir. La Diosa se le apareció entonces en sueños. Le dijo que podía proseguir, porque sus versos eran bonitos. Como puedes ver, hasta los dioses pueden cambiar de opinión movidos por las bellas palabras. En la columna de piedra está escrito su poema.

Katsura y yo comenzamos a caminar los cinco kilómetros que nos separaban del templo. De repente, me vinieron a la memoria las palabras del biólogo que había conocido: «Si la Diosa quiere que practiques Shugendo el camino del arte de la acumulación de experiencia, ella te mostrará lo que tienes que hacer».

-Voy a quitarme los zapatos le digo a Katsura.

El suelo es pedregoso, el frío es cortante, pero Shugendo es la comunión con la naturaleza en todos sus aspectos, inclusive en el del dolor físico. Katsura también se quita los zapatos; comenzamos a caminar.

Ya al dar el primer paso, una piedra puntiaguda se me clava en el pie y siento que el corte ha sido profundo. Reprimo el grito y continúo. Diez minutos después estoy caminando a la mitad de la velocidad inicial; el pie herido duele cada vez más y pienso por un momento que aún me queda mucho viaje por delante, puedo sufrir una infección, mis editores me esperan en Tokio, hay entrevistas y encuentros concertados. Pero el dolor enseguida aleja estos pensamientos; decido dar un paso más, y otro, y continuar hasta donde me sea posible. Pienso en los muchos peregrinos que pasaron por allí practicando Shugendo sin comer durante muchas semanas, sin dormir durante días. Pero el dolor no me deja tener pensamientos profanos o nobles -apenas hay dolor, un dolor que ocupa todo el espacio, que me asusta, que me obliga a pensar que tengo un límite y que no lo voy a conseguir-.

De todas maneras, aún puedo dar un paso más, y otro. El dolor ahora parece invadir el alma y me debilita espiritualmente, porque no soy capaz de hacer lo que mucha gente hizo antes de mí. Se trata de un sufrimiento físico y espiritual al mismo tiempo, no parece una boda con la Madre Tierra, sino un castigo. Estoy desorientado, Katsura y yo no nos cruzamos ni una palabra, todo lo que existe en mi universo es el dolor de pisar en las piedras pequeñas y cortantes que señalan el camino entre los árboles.

Entonces ocurre una cosa muy extraña: el sufrimiento es tan grande que, en un mecanismo de defensa, me parece que estoy flotando por encima de mí mismo e ignorando lo que estoy sintiendo. En el límite del dolor hay una puerta a un nivel diferente de conciencia y ya no hay lugar para nada más, apenas para la naturaleza y para mí mismo.

Ahora ya no siento más el dolor, estoy en un estado letárgico, los pies continúan siguiendo el camino automáticamente y yo entiendo que el límite del dolor no es mi límite; puedo ir más allá. Pienso en todos los que sufren sin desearlo y me siento ridículo por estar flagelándome de esta manera, pero he aprendido a vivir así -probando la gran mayoría de las cosas que tengo delante-.

Cuando paramos, reúno valor para mirar mis pies y ver las heridas abiertas. El dolor, que estaba escondido, regresa con fuerza; creo que el viaje ha terminado aquí, y que no me será posible caminar durante muchos días. Mi sorpresa fue mayúscula al día siguiente al descubrir que todo había cicatrizado; la Madre Tierra sabe cómo cuidar de sus hijos.

Y las cicatrices van más allá del cuerpo físico; muchas heridas que estaban abiertas en mi alma fueron expulsadas por el dolor que sentí mientras caminaba por el sendero de Kumano hacia cierto templo del que no recuerdo el nombre. Existen ciertos sufrimientos que solo se logran olvidar cuando podemos flotar por encima de nuestros dolores.

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