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jueves, febrero 15

La Seo: Un templo de estado

(Un texto de L. García en el Heraldo de Aragón del 1 de diciembre de 2019)

La Casa de Aragón hizo de la Seo un templo de predilección. Alfonso I decidió dedicarla al propio Jesucristo Salvador y dotó a la catedral de grandes prerrogativas, incluso de monopolios en la administración de sacramentos.

Con los años aumentó su preeminencia. En 1205, el papa autorizó al rey ungirse y coronarse en Zaragoza, aun sin ser sede metropolitana (lo era Tarragona, ciudad de la Corona, pero fuera del reino). En 1318, el obispado fue convertido en arzobispado y su potestad fue metropolitana, alcanzando jurisdicción incluso sobre territorios no aragoneses. Siendo el arzobispo la primera dignidad clerical y nobiliar de Aragón y sus rentas muy copiosas, los reyes eligieron con cuidado a los titulares de la mitra. En el apogeo de la dinastía, a partir del Compromiso de Caspe, los arzobispos fueron en cuatro casos vástagos de la Casa Real, cubriendo los reinados entre Juan II y Carlos I. Su heráldica con las barras rojas salpica el altar mayor; y el Niño en la Epifanía muestra el oro que le ha dado Melchor: una moneda de Juan II.

El rey de Aragón, Valencia y Mallorca y conde de Barcelona jura respetar los Fueros del reino -las leyes que acuerda él mismo con las Cortes que convoca y preside- en la Seo de Zaragoza. Pero antes debe ser coronado solemnemente y reconocido por la representación legal de los aragoneses. Una ceremonia previa a estas dos es, acaso, la más trascendental: la unción con óleo santo, al modo en que se consagra a obispos y sacerdotes, ello hace del rey una persona consagrada. El gran ceremonial regio de la Seo del Salvador es triple, aunque se le denomine solo 'coronación' y sus dos partes esenciales (la consagración sacramental; y la coronación) se verifican necesariamente en la capital aragonesa, según pacto de 1205 entre el papa y el rey.

El ritual exige un minucioso atuendo, detallado por Pedro IV en el siglo XIV. La ceremonia es larga, incluso prolija, y se celebra ante los prelados y representaciones no solo de Aragón, sino de los restantes estados cuyo señor es el monarca aragonés.

Tras una larga vigilia de purificación espiritual y corporal, el rey queda vestido con una túnica escarlata, abierta por delante y abotonada por la espalda, porque ha de ir revestido como un sacerdote. Sobre la túnica se añade una amplia 'camisa de lienço nueva', a modo de roquete. Cubre su cabeza con un amito (prenda cuadrada y con una cruz). A continuación, viste una prenda larga de lino blanco, ceñida con un cíngulo de seda de igual color: el atuendo sacerdotal se completa con una estola, que pasa sobre el hombro izquierdo, y un manípulo, ambos de ‘vellut vermello' (terciopelo rojo), una dalmática de seda, al modo de los subdiáconos, con las bocamangas ‘obradas de perlas'. Calza borceguíes de terciopelo rojo, al modo de los prelados, ‘obrados con filo d'oro'. Y, finalmente, una túnica talar con el señal real desde los hombros hasta los pies: «una dalmática de vellut vermello, y con la nuestra señal reyal decorada». El rey se transforma en un escudo heráldico viviente, en atuendo rojigualdo, «con las mangas amplas semblant que acostumbra a levar el diácono, guando dize el santo Evangelio a la missa». En respeto al venerable símbolo de los Aragón, la prenda debe ornarse con «obrages de oro, e sembrada de perlas, e piedras preciosas».

Cuando el rey se ha revestido, salen de la sacristía en procesión los abades y obispos y, al final, el arzobispo de Zaragoza (desde que fue creado en 1318). Tres infantes reales o muy nobles caballeros, llevarán, el pomo rematado con una cruz, que representa el mundo; el cetro o `virga virtutis' (vara de la virtud); y la corona, ésta en bandeja de plata. Los prelados harán un semicírculo en torno al altar, sobre el que son depositados los tres signos de la realeza. El rey, de rodillas, atiende a los rezos en los que los dignatarios de la Iglesia, procedentes de los diversos estados de la Corona, piden a Dios por el nuevo monarca.

Además de la corona, el pomo y el cetro, la espada real es bendecida para que el rey haga con ella la voluntad de Dios: defender a la Iglesia, combatir a los herejes «et pauperes, orphanos et viduas defendere». El rey la torna del altar «e ell mismo cíngasela sin ayuda de otra persona». La alza tres veces y la devuelve al altar.

Se anuncia que se va a consagrar al rey «al qual por successión legítima el regno pertanye»: queda así declarado que el poder le llega de su propio linaje y derecho. Confirmado el hecho por los asistentes, el arzobispo pregunta, con la solemnidad del latín: «¿Quieres mantener la santa fe católica a ti transmitida y observar sus obras justas? -Quiero. -¿Quieres ser protector y defensor de las sagradas iglesias y de sus ministros? -Quiero. -¿Quieres gobernar y defender tu reino, que Dios te ha concedido? -Quiero. Y prometo que, en lo posible, con el auxilio divino y apoyo de todos los míos, obraré fielmente en todas las cosas».

Y al público le pregunta: «¿Quieres someterte a este príncipe y guía (`prínceps ac rector') según te obliga la fidelidad prometida antaño por ti al sucesor legítimo de este reino de Aragón y asegurar su reino y mantenerlo con firmeza y obedecerle, según dice el apóstol: "Toda alma se someta a los poderes superiores del rey?». Los clérigos y el pueblo dicen: «Amen. Fiat, fiat, fiat» (Así sea, hágase, hágase, hágase).

El arzobispo toma «olio sanctificado» y persigna al rey diciendo: «Te unjo como rey de este pueblo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén» y anuncia que el soberano consagrado va a ceñirse la corona: este la coge del altar «e ell mismo pósela en su cabeça sin ayuda de otra persona». Hace otro tanto con las demás insignias regias: cetro, en la mano diestra y pomo de oro, en la izquierda. Se invocan las tradiciones de Israel, para que Dios dé al rey la gracia que alcanzó Aarón, hermano de Moisés, en el Tabernáculo donde Israel guardaba las Tablas de la Ley, cuando su vara seca fue la única que floreció entre todas; la taumaturgia del profeta Eliseo que separó las aguas del Jordán con el manto de Elías; la fe del rey Ezequías, que obtuvo de Yahvé quince años más de vida; la tenacidad de Zacarías, que, bajo dominio persa, reedificó el templo destruido de Salomón; y la fuerza de Gedeón, destructor de los enemigos en la batalla.

Coronado el rey, se sienta en «el sitio reyal mayor» (trono) y los clérigos loan al rey como mediador entre el Dios clero y el pueblo del reino. El arzobispo entona el Tedéum, la más solemne oración de alabanza y gratitud a Dios.

Esta misa especial contiene intervalos que destacan la función del rey, para que entregue doce monedas de oro en el ofertorio; para que reciba la paz; y para pedir a Dios que lo proteja, que lo libre de pecado y le dé capacidad para gobernar a su pueblo «secundum voluntatem Tuam».

Concluida la solemnidad, el rey sale de la catedral, monta a caballo, coronado, y con cetro y pomo, y procesiona con un amplio y regulado séquito. A la derecha, lugar de mayor dignidad, Aragón y Valencia. A la izquierda, Cataluña y Mallorca. «E ordenamos que vaya por aquest orde, yes saber: más cerca del rey a la part dreyta, uno de los infantes qui sia heredado en Aragón, e cerca de aquest otro qui sia heredado en el regno de Valencia. Despues un comte d'Aragón, otro de Valencia e por consiguient todos los otros barones e cavalleros del regno de Aragón e de Valencia por aquest orden vayan. E después en aquesta part misma luego cerca de aquestos vayan los jurados de Çaragoça e después los ciudadanos de Valencia. E después los de Huescha. E después los de Xátiva», seguidos por los de Tarazona, Morella, Calatayud, Alzira, Daroca, Orihuela, Teruel, Burriana y demás localidades.

«E a la ezquerra part, más cerca del rey vaya uno de los infantes que sia heredado en Cathalunya. E después, un comte e los comtes. E después, los vescomtes e otros barones e cavalleros. E después los prohomens que hi serán de Barchinona. E después los de Mallorchas. E después los de Lérida». Siguen Gerona, Perpiñán, Tortosa y otros lugares de Cataluña.

No se dice nada del palio bajo el cual cabalga el soberano, porque la ciudad de Zaragoza se encarga del mismo y se da por bueno lo que haga: «Del palio que será levado sobre el rey no femos mensión, por tal que los de Çaragoça lo dan».

La comitiva se dirige a la Aljafería, donde le espera una fiesta deslumbrante.

Nota: El Niño del retablo sostiene una moneda de oro de Juan II, detectada por M. C. Lacarra. Cuajado de plantas y animales que estudió Javier Delgado, el retablo está también salpicado de escudos con las barras de Aragón.

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