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jueves, febrero 6

Sangre azul en confinamiento: reinas y príncipes recluidos

(Un texto de M. Millán en el Heraldo de Aragón del 19 de abril de 2020)

Monarcas con cuna en Aragón y fortalezas que se levantan en la Comunidad son los protagonistas de algunos de los confinamientos más sonados de la historia. Amores no correspondidos, locuras o derrotas en batalla fueron detonantes de su reclusión.

«Érase una vez, en un país muy lejano -tanto, que es inventado-, una princesa que fue encerrada en la torre más alta del fortín». Esta historia se repite en algunos cuentos de hadas y caballeros, donde la fantasía contagia al público y confina a sus personajes. También han existido reclusiones reales por partida doble: fueron verídicas y tuvieron por protagonistas a miembros de la realeza, personajes de sangre azul que quedaron presos entre los fríos muros de un castillo. Algunos de esos monarcas tuvieron cuna aragonesa; en otros episodios se trató de fortalezas alzadas en Aragón.

Sobre unos escarpes de la margen izquierda del río Ebro y ante la confluencia del Jalón se emplaza el castillo de El Castellar, cerca de la actual Torres de Berrellén. En esa fortaleza, mandada construir por el rey Sancho Ramírez, fue encerrada Doña Urraca en el año 1111, según atestiguan las viejas crónicas. Su matrimonio con Alfonso I el Batallador no funcionó y, verosímilmente, el entendimiento entre ambos no era el mejor. La reina de León quedó encerrada entre los pétreos muros del castillo y, luego, también de otro en tierras oscenses. «Sin confirmar su realización, el cronista anónimo da noticia de un plan urdido por los consejeros del rey para encerrar a Urraca en el castillo de Peralta», dice María del Carmen Pallarés Méndez en su libro 'La Reina Urraca'.

En la misma provincia, en el castillo de Monzón monumento nacional, residió Jaime I entre 1214 y 1217, cuando Doña Urraca, esposa de Alfonso I, conoció la reclusión en varias fortalezas aragonesas, como la de El Castellar y la de Peralta. Jaime I también vivió un encierro de infancia, en su caso en el castillo de Monzón, cuando todavía era un niño, tras la muerte de su progenitor. La batalla de Muret arrebató la vida a su padre, Pedro II de Aragón, así que el pequeño fue hecho rehén del ejército papal, enemigo de Pedro. Un acuerdo, con bula pontificia, lo envió a la fortaleza montisonense, bajo la guarda y custodia de los templarios, cumpliendo de esta forma el requisito de que estuviera con una Orden Militar bajo autoridad del Papa. En el tiempo que duró este confinamiento recibió educación y se alojó en una torre de planta trapezoidal que recibió su nombre, cita en su portal el Ayuntamiento de Monzón.

También el desenlace de una guerra motivó que Carlos de Viana quedase preso. Su padre, Juan II de Navarra y Aragón, le recluyó durante dos años tras vencerlo en Aibar, en 1451. La fortaleza de Tafalla y, después, las de Mallén y Montroy fueron los escenarios de su prisión. Allí escribió una 'Crónica del Reino de Navarra', bien conocida de los medievalistas españoles. Los cronistas de la época lo definieron como un entusiasta de la cultura, imagen que ha trascendido en la iconografía.

Carlos fue hijo de un rey y medio hermano de otro, ya que compartía padre con Fernando el Católico. Dos hijas de este último por tanto, sobrinas de Carlos de Viana, también sufrieron sendos encierros en fortalezas de piedra. Juana, más conocida como ‘la Loca', permaneció casi medio siglo (46 años) confinada en la vallisoletana localidad de Tordesillas, ordenada por la voluntad de su padre.

Similar experiencia vivió su hermana Catalina de Aragón, quien contrajo matrimonio con el rey Enrique VIII de Inglaterra. El enlace fue deshecho por el rey que, en 1535, la enclaustró en el castillo de Kimbolton, la redujo al silencio e incluso estuvo privada de usar el correo.

Y rey de Aragón hubiera sido el hijo mayor de Felipe II, Carlos, cuya violenta discapacidad lo destinó al encierro hasta su muerte. La historia, deformada, le hizo mártir en la literatura romántica y protagonista de una ópera de Verdi.

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