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miércoles, diciembre 22

Otro cuento de navidad

(Otro de Claudio Coelho publicado en El Semanal)

En la víspera de Navidad, el párroco de la pequeña villa de St. Martín, en los Pirineos franceses, se preparaba para celebrar la misa cuando empezó a percibir un perfume maravilloso. Era invierno y hacía tiempo que las flores habían desaparecido; pero allí estaba aquel agradable aroma, como si la primavera hubiera surgido fuera de época.Intrigado, salió de la iglesia para buscar el origen de tal maravilla, y se encontró con un muchacho sentado en el umbral de la puerta de la escuela. A su lado había una especie de árbol de Navidad dorado.El joven no demostró mucha alegría.

–Es verdad que eso que cargo conmigo se ha ido haciendo cada vez más pesado a medida que yo caminaba, y sus hojas se han hecho duras. Pero no puede ser oro y tengo miedo de la reacción de mis padres.

Y a continuación relató su historia:
–Salí esta mañana para ir a la gran ciudad de Tarbes, con el dinero que mi madre me había dado para comprar un árbol de Navidad. Sucede que, al cruzar un pueblo, vi a una señora mayor, sola, sin familia con la que celebrar la gran fiesta de la cristiandad. Le di algún dinero para la cena, pues estaba seguro de que conseguiría algún descuento en mi compra.Al llegar a Tarbes, pasé por delante de la gran prisión, y vi a un grupo de personas esperando la hora de la visita. Estaban tristes, ya que pasarían la noche lejos de sus seres queridos. Escuché a algunas comentar que ni siquiera habían conseguido comprar un pedazo de torta. Entonces, movido por el romanticismo propio de mi edad, decidí que dividiría mi dinero entre aquellas personas, que lo necesitaban más que yo. Guardaría una cantidad mínima para el almuerzo; el florista es amigo de nuestra familia, y seguramente me daría el árbol y yo podría trabajar para él la próxima semana, pagando así mi deuda. Sin embargo, al llegar al mercado supe que el florista no había ido a trabajar. Intenté que alguien me prestase dinero, de manera que pudiera comprar el árbol en otro lugar, pero fue en vano.Me convencí de que conseguiría pensar mejor qué hacer con el estómago lleno. Cuando me aproximé a un bar, un niño que parecía extranjero me preguntó si le podía dar alguna moneda, ya que llevaba dos días sin comer. Como pensé que en cierta ocasión el Niño Jesús debió de haber pasado hambre, le entregué el poco dinero que me quedaba, y decidí volver a mi casa. En el camino de regreso, arranqué una rama de pino; intenté arreglarla, cortarla, pero se fue poniendo dura como si fuera de metal, y estaba lejos de ser el árbol de Navidad que mi madre espera.–Querido muchacho –dijo el padre–, el perfume de este árbol no deja dudas de que ha sido tocado por los Cielos.

Déjame contarte el resto de tu historia:
–Cuando tú dejaste a la señora, ella inmediatamente pidió a la Virgen María, madre como ella, que te devolviese esta bendición inesperada. Los parientes de los presos se convencieron de que habían encontrado un ángel, y rezaron agradeciendo a los ángeles las tortas compradas. El niño que encontraste agradeció a Jesús haber podido saciar su hambre… La Virgen, los ángeles y Jesús escucharon las plegarias de los que habían sido ayudados. Cuando tú quebraste la rama del pino, la Virgen colocó en él el perfume de la misericordia. A medida que tú caminabas, los ángeles iban tocando sus hojas, y transformándolas en oro. Cuando todo estuvo listo, Jesús contempló el trabajo, lo bendijo, y a partir de ahora a quien toque este árbol de Navidad se le perdonarán sus pecados y sus deseos serán atendidos.Y así fue.

Cuenta la leyenda que el pino sagrado aún se encuentra en St. Martín; pero su fuerza es tan grande que todos aquellos que ayudan a su prójimo en la víspera de Navidad, no importa cuan lejos se hallen de esta pequeña villa, reciben su bendición.

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