Jugando al ajedrez en Castilla
(Este artículo es un aperitivo del libro «Sobra un rey», donde el escritor y periodista José García Abad cuenta la guerra soterrada que enfrentó a Fernando el Católico con su yerno Felipe el Hermoso cuando murió Isabel de Castilla.)
Fue una lucha sin cuartel y sin reglas, una guerra sucia, la que enfrentó a Fernando el Católico, el viejo zorro que inspiró a Maquiavelo, y a su yerno Felipe el Hermoso, un joven arrogante, pletórico de vida y de promesas pero que murió a los pocos meses de llegar a Castilla en circunstancias sospechosas.
Los alabarderos de Fernando nunca llegaron a enfrentarse en campo abierto con los 2.000 lansquenetes, la tropa alemana de elite, con la que llegó a las costas gallegas El Hermoso, pero la pugna fue brutal. Los cuarteles generales de ambos bandos no dudaron en recurrir a los procedimientos más arteros: secuestros, torturas, asesinatos, traiciones, sobornos, amenazas y manipulación de la opinión pública.
Todo empezó cuando, en un frío día de noviembre de 1504, agonizaba Isabel la Católica en Medina del Campo tras una larga y penosa enfermedad. Su esposo Fernando, con quien había compartido las tareas de Estado durante 30 años, no aparece en el lecho donde sufre Isabel terribles dolores, el mayor de los cuales es la ausencia de su querido compañero, quien pretexta sufrir unas tercianas.
El aragonés mostraba así la irritación que le embargaba porque la reina no le había confiado en su testamento la gobernación del Reino ante la supuesta incapacidad de Juana, la heredera legítima.
Finalmente Isabel cede y añade un codicilo a su testamento en el que dispone que si su hija Juana no puede o no quiere reinar será Fernando, su padre, quien lo haga hasta que su nieto Carlos no alcance la mayoría de edad.
El conflicto es inevitable. Fernando convoca las Cortes en Toro para formalizar la toma de poder mientras Felipe, perfectamente informado por sus espías de los movimientos del aragonés, declara nulas dichas cortes y se hace proclamar rey de Castilla en la colegiata de Santa Gúdula en Bruselas.
Como puede adivinarse la gran víctima de esta querella es Juana de Castilla, injustamente llamada La Loca, que es utilizada despiadadamente por padre y esposo y que acaba encerrada de por vida en Tordesillas, por decisión de ambos y, muertos estos, por su hijo Carlos.
Fernando envía a su secretario y hombre para todo, Lope de Conchillos, a la corte flamenca con la misión de introducirse subrepticiamente en la cámara de Juana y convencerla de que firme una carta cediendo sus derechos de «reina propietaria de Castilla» a favor de su padre, lo que la reina accede convencida de que es lo mejor para el reino. Sin embargo, Felipe cuenta con un formidable valido, don Juan Manuel, señor de Belmonte, que había sido enviado por Fernando como embajador ante la corte flamenca pero que se pasa al servicio de El Hermoso, un partido más prometedor que el del viejo monarca.
Don Juan Manuel, personaje inteligente y taimado, intercepta la carta que Conchillos llevaba velozmente a Castilla, encarcela a éste en la terrible cárcel flamenca de Villaborda, le tortura y obtiene información de los movimientos de Fernando.
Don Juan Manuel emprende viaje a Castilla a la velocidad que le permitía un bien organizado servicio de carruajes propiedad de la familia Tassis -de donde derivan los actuales taxis- y acomete la tarea de reclutar nobles y obispos, que también éstos contaban con formidables ejércitos para la causa del flamenco.
Con la excepción notable del duque de Alba, siempre fiel al Rey Católico, don Juan Manuel no tiene mayores dificultades para convencer a la nobleza que ansiaba recuperar los viejos privilegios eliminados por los Reyes Católicos en aras de la organización de un estado centralizado.
Don Fernando reacciona con rapidez. Utiliza la Inquisición de Toledo para interrogar hábilmente a un embajador de El Hermoso, del que obtiene información sobre la estrategia flamenca, lo que le permite neutralizar a algunos nobles con regalos y promesas.
Cuenta también de forma incondicional con las ciudades, siempre a favor de la Corona, que les garantiza sus libertades frente a los nobles, y con obispos importantes como Diego Ramírez de Villaescusa, Juan Rodríguez de Fonseca y, aunque de forma insegura con Cisneros, arzobispo de Toledo, la diócesis más rica y más poderosa.
Y cuenta con su habilidad para manejar a lo que hoy llamamos prensa, un oficio desarrollado por cronistas en nómina y por independientes.
Felipe el Hermoso tarda un año en poder dirigirse a España mientras reúne un poderoso ejército y don Juan Manuel le va organizando las complicidades precisas. Finalmente desembarca en A Coruña pero evita encontrarse con Fernando hasta no estar seguro de que éste no tendrá más remedio que rendirse. Cuando se encuentran en Villafáfila, Fernando aparece montado en una mula acompañado por unos pocos cortesanos desarmados en contraste con los 2.000 lansquenetes que El Hermoso ha traído de Flandes y con lo más granado de la nobleza al frente.
Fernando combinó la humildad con la ironía con quienes habían sido sus mejores amigos, echó los brazos al conde de Benavente y, al notar sus armas debajo de la capa, le dijo riendo: «¡Cuánto habéis engordado, conde!», a lo que éste le respondió: «Son los tiempos que corren», después se dirigió a su buen amigo Garcilaso y le recriminó suavemente: «¿Tú también, García?», quien contestó, corrido: «Señor, por Dios, así venimos todos».
El viejo rey firma la cesión de poderes y emprende viaje a Zaragoza y de allí a Nápoles. Felipe marcha a Mucientes donde espera que las Cortes le reconozcan como monarca, pero los procuradores proclaman a Juana como reina propietaria y a él como «legítimo esposo», le relegan a la condición de consorte.
El Hermoso le había concedido a don Juan Manuel la fortaleza y el gobierno de Burgos y para agradecérselo y festejar la huida de Fernando le ofrece un espléndido almuerzo. Después y con el propósito de bajar la excesiva comida Felipe retó a un juego de pelota a Juan de Castilla en el que Felipe se empleó a fondo pero que interrumpió al sentirse indispuesto. El rey se fue a la cama muriendo el viernes, 25 de septiembre de 1506 de una extraña enfermedad. ¿Muerte natural o envenenamiento? Ésa es la cuestión que hasta ahora no se ha resuelto aunque las mayores sospechas recaen en Fernando el Católico valiéndose de su fiel servidor Lope de Conchillos. Muerto El Hermoso, Fernando recuperó el reino de Castilla donde gobernó hasta su muerte.
La figura de Fernando se ha elevado con el tiempo. Es un monarca moderno, maestro en el arte de la propaganda.
Maquiavelo había recomendado a los reyes que se impusieran por el temor y el amor de los súbditos pero aconsejaba, como más seguro, aplicar el temor. Fernando, sin embargo, sostiene que además del temor, que siempre es saludable, hay que conseguir la complicidad del pueblo para lo cual éste debe estar debidamente informado.
Por otro lado la historiografía moderna ha revisado hechos dados por sentados hasta ahora al socaire de una visión patriotera de la historia. Para empezar, la locura de Juana. Hoy se reconoce la extraordinaria lucidez de esta desgraciada mujer, quien a pesar de su locura de amor por Felipe, su promiscuo esposo, nunca cedió a las pretensiones de éste de que le cediera sus derechos a la Corona de Castilla, relegándole a la condición de consorte y optando por su padre como el hombre mejor preparado para regir los destinos del reino. Doña Juana nunca fue inhabilitada por lo que la detentación de a corona por Carlos puede considerarse en puridad de concepto una usurpación.
La historia moderna pone también en cuestión la legitimidad de Isabel la Católica como heredera de su hermanastro Enrique IV en perjuicio de Juana de Trastamara, a la que la historia ha puesto el apodo también injusto e interesado de La Beltraneja insinuando así que su padre no era el rey sino su favorito Beltrán de la Cueva. Fernando proporcionaba unos cuantos maravedíes cada vez que los cronistas mencionaban dicho apodo. El Rey Católico consideró casarse con La Beltraneja, su sobrina política, para recuperar el título de rey de Castilla, lo que hubiera llevado a la ilegitimidad el largo periodo que reinó con Isabel. Era un rey que, como aconsejaba Maquiavelo, estimaba que la moral era propia del ámbito privado pero que no afecta al gobernante que sólo debe regirse por el interés del Estado.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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