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miércoles, diciembre 28

Un caso de venenoterapia

(Extraído de un artículo de Francisco Doménech en el suplemento tercer Milenio del Heraldo de Aragón publicado el 31 de mayo)

En los años setenta se puso de moda un tratamiento contra el cáncer basado en un extracto vegetal. Por desgracia, esa terapia alternativa fue responsable de un caso de envenenamiento natural. De fondo estaba un proceso químico que nos lleva a descubrir tres compuestos: amigdalina, benzaldehído y cianuro de hidrógeno.

Sucedió en California, a principios de los ochenta. Paciente: mujer de de 67 años. Diagnosticada con un cáncer operable, rechaza la cirugía y la quimioterapia. Elige una terapia alternativa y toma un extracto natural. Tras unos meses, comienza a tomar también la variedad amarga de la almendra, de la cual España es el segundo productor mundial. Enseguida aparecen náuseas, vómitos y dolor abdominal. Sufre un colapso. En el hospital, enseguida identifican el envenenamiento agudo. Logran salvarle la vida y culpan a la amigdalina, presente en el producto alternativo y en los frutos. Resulta que en nuestro intestino hay unas enzimas que descomponen amigdalina en glucosa y otros dos compuestos: benzaldehído y cianuro de hidrógeno.

Es habitual que se cuele una almendra amarga en medio de los frutos del almendro dulce (Prunus dulcius). Acostumbrados a eso, no solemos reparar en que, además de tener un sabor insoportable, las almendras amargas son muy tóxicas y tomar un puñado de ellas es peligroso. Eso no lo sabía la protagonista de nuestro caso clínico, documentado en California a principios de los años ochenta.

Esa paciente de 67 años tomó una docena de almendras amargas como parte de una terapia alternativa contra el cáncer. En poco más de quince minutos sufrió un colapso. En el hospital, los médicos reconocieron los síntomas (náuseas, vómitos y fuerte dolor abdominal) y los atribuyeron a un caso de envenenamiento agudo, del que responsabilizaron a una sustancia llamada amigdalina.

No es casualidad que su nombre derive del griego antiguo ‘amígdala’ (‘almendra’). La amigdalina se descubrió en el interior de las almendras amargas. Y nuestra paciente tomaba además un extracto natural obtenido de las semillas de albaricoque, que también contienen amigdalina. Había comprado en México ese producto, de nombre comercial Laetrile, pues en EE. UU. ya lo habían prohibido en 1977, por no haberse demostrado su eficacia contra el cáncer y sí su toxicidad.

La paciente había empezado con la forma inyectable, pero luego se pasó a las pastillas de Laetrile, más baratas. Por la vía oral empezó el problema serio, explicaron sus médicos en ‘The Western Journal of Medicine’: al digerir la amigdalina, esta se encuentra en nuestro intestino delgado con una encima llamada ß-glucosidasa, que rompe sus moléculas. En esa reacción se libera cianuro de hidrógeno, el temido veneno.

Esa enzima de nuestra flora intestinal hace que la amigdalina resulte 40 veces más tóxica en pastillas que en inyecciones. Y, en nuestro caso clínico, la paciente reforzó ese efecto tóxico con la ingestión de almendras amargas. Aun así, los médicos pudieron salvarla. Pero en 1977 había habido dos casos fatales: una niña de 11 meses y una joven de 17 años murieron por ingestión de pastillas y ampollas de Laetrile, respectivamente.

La amigdalina contiene azúcar y produce cianuro. Su descomposición también produce el tercer protagonista de nuestro enigma, el benzaldehído. Obtenido de esta forma, a partir de fuentes naturales (semillas de albaricoque) es imposible que no se cuelen pequeñas cantidades de cianuro. El benzaldehído obtenido por otras vías químicas no contiene nada de cianuro, pero está considerado un saborizante artificial y por eso se vende mucho más barato que el natural. ¿Seguimos pensando que todo lo natural es bueno?