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domingo, septiembre 7

K: la okupa del castellano



(Extraído de un texto de Isabel Ibáñez en el Heraldo de Aragón del 6 de julio de 2014)

«Es tan rara como yo», decía Matute, que se sentaba en el sillón K de la RAE. Hay quien la cree marginada... ¡Si hasta se puede escribir kilo con q!  

«Ana María, hemos reservado para ti la letra más singular del alfabeto castellano, la gentil ka mayúscula, clásica y peregrina, distinta, pero, sin embargo, nuestra. Como tus libros siempre, como tú, por fin, en la Real Academia Española». Eran las palabras de bienvenida del escritor y académico Francisco Rico al desembarco de 'la Matute' en la RAE. Porque si hay alguien que encarnara ese espíritu original, rebelde, indomable de la 'k', era sin duda la entrañable autora de 'Olvidado rey Gudú’, […]. Singular, rara, especial... Una letra con un centenar de entradas en el diccionario, apenas dos páginas y media frente a las 14 de la 'q' y las 350 de la 'c', las dos letras con las que comparte sonido en castellano.

La 'k' es una letra más del castellano, con todos sus derechos y deberes, pero suele ser sustituida por 'c' y 'q' cuando llega una nueva palabra que la contiene, en la mayoría de los casos proveniente de otros idiomas. En la calle, sin embargo, la 'k' experimenta un reinado marginal, rebelde, fuera del sistema. Cuando los ciudadanos quieren expresar rebeldía, lucha... recurren a la 'k': okupas, anarkos, punkis... Así lo consideraba el también académico Rafael Lapesa Melgar (1908-2001) en el libro 'Al pie de la letra. Geografía fantástica del alfabeto español': «La conciencia social de determinados grupos ha producido en épocas recientes movimientos de recuperación de esta grafía, considerada marginada. (...) Esto causa su presencia en términos como okupa (...) e incluso le permite dar nombre a movimientos más amplios que la utilizan como un moderno equivalente del escudo de armas en lemas como 'Vallekas por la kara’. (...) La 'k' ha mantenido su presencia, tanto en los momentos de esplendor y preferencia en textos de notarios, religiosos o gramáticos, como en la morada más humilde de las pintadas callejeras o en las señales de identificación de los marginados».

José Antonio Pascual, vicedirector de la RAE y ocupante del sillón de la 'k' minúscula desde 2002, reconoce que es la letra rebelde del alfabeto. De hecho, la RAE admitió el término okupa, así, con 'k': «Se trata de una letra para mostrar la disconformidad y hasta la rebeldía. Precisamente es la rareza de su empleo la que le da esa posibilidad. Flaco favor le haría la Academia a la disidencia de los okupas institucionalizando su grafía e integrándolos así en el sistema».

Por otro lado, en los últimos tiempos la tecnología le está dando un valor añadido: en el lenguaje de los móviles, en los ‘sms’, en los 'Whatsapp’, es la reina indiscutible. Más que por ignorancia, suele relevar a la 'q' por rapidez: la 'k' es independiente y la 'q' va de la mano e la 'u'. El experto entiende que en los móviles «es razonable el uso de 'k' por pura economía. Eso no es a incorrección»

Pero, ¿de dónde sale la ‘k’? Lo cuenta Pascual: "Se trata de una letra que estaba ya en el alfabeto fenicio y en la mayor parte de los que conocemos de la antigüedad, como el griego. Incluso existió en latín, pero esta lengua optó por relegarla a muy pocos casos. El castellano, como las demás lenguas románicas, siguió lo que hizo el latín. Esa es la razón de la marginalidad de la 'k'». Así, se mantiene la 'k' en los casos en que una palabra procede de lenguas con alfabetos no latinos, como el griego, ruso o japonés, o incluso de otras con alfabeto latino, como el euskera o el alemán, que se sirven de la 'k' para un sonido que el castellano representa con ‘q' o 'c'. «Pero. incluso en estos casos hay veces en que se evita la 'k'. Hay que tener en cuenta, además, que en la primera mitad del XIX se prescindió de la k en el alfabeto, lo que explica que en aquel momento muchas palabras que tenían 'k' la perdieran», añade el experto.

Con estos argumentos, rockero se convierte para la RAE en roquero. Aunque el colmo es la frase con la que aprendimos la letra del abecedario -«con k de kilo»- pueda caer en el olvido, porque la Academia permite el uso de quilogramo, quilómetro... «Las letras son meras convenciones, de forma que si se ha optado en español por la 'c' y 'q' no es sorprendente que ocurra esto, como no lo es que en alemán o en euskera ocurra lo contrario. Soy comprensivo, pero reconozco que en casos como el de kilo y en muchos más no debiéramos separarnos de los usos internacionales».

Volviendo a nosotros, al escritor Mateo Alemán la 'k' le parecía inútil, extranjera y difícil de escribir». Miguel de Unamuno la llama «antipática y antiespañola». Salvador de Madariaga creía que «antagónica con el espíritu castellano». Gregorio Salvador y Juan R. Lodares, en su 'Historia de las letras’, le dedican un capítulo titulado 'La malquerida’... Menospreciada, marginada... «Lo de menosprecio como metáfora está bien, pero no como realidad -sostiene el académico Pascual-. Yo, que he escrito cosas hermosas sobre la 'k', no creo menospreciarla porque no me sienta demasiado preocupado por su situación. Si la función que tiene la 'k' está ocupada por otras letras, se entiende que se haya convertido en una letra marginal en nuestra lengua. Hay lenguas que han optado, por razones parecidas a estas, por prescindir de la ‘v’ para representar un sonido que está bien representado por la 'b’. Con ello no se hunde el mundo».
En el otro extremo se situaba el gramático Gonzalo Correas, que en el siglo XVII decidió firmar como Korreas y abogaba por usar siempre la 'k'. ¿Qué opina José Antonio Pascual? «No había subversión, sino discrepancia. Correas estaba amparado en una razón: la comodidad. Un principio que justificaría el empleo de la 'k'. Pero, ¿es este el único principio del que hemos de partir? ¿No es importante también que el castellano trate de caminar al lado de las demás lenguas románicas en su sistema de escritura? La elección del francés, del portugués, del catalán y en parte del italiano es, con respecto a esto, la misma que hace nuestro idioma». Y recuerda cómo hubo gente que auguró «el hundimiento del alma del español», el día que se decidió considerar la 'll' como dos letras, no como una sola, igual que la 'ch'. «Considerarlas como una sola letra había sido un invento nuestro de hace un siglo, que complicaba enormemente las búsquedas alfabéticas. ¡Y cambiar eso costó Dios y ayuda!».

Respecto al futuro que le espera como ocupante del sillón k minúscula, indica que «el mismo que a mí: llevar un modesto pasar. ¡Y que no nos la quiten! Precisamente por esa especie de cosmopolitismo que consiste en facilitar la comunicación con otras lenguas que en algunos términos internacionales coinciden en servirse de la 'k'.  

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