Los Goering: el diablo y… el ángel
(Un texto de A. R. Paddington en el XLSemanal del 5 de mayo
de 2013)
Albert Goering dedicó su vida a salvar a muchos de los
judíos que su hermano mayor, Hermann, número dos de Hitler, buscaba eliminar.
Incluso se las ingenió para financiar a la resistencia. Sale a la luz su
fascinante historia.
Marzo de 1938. Varios miembros de las SS se mofan de una anciana a la que
han colgado un cartel con la inscripción «soy una cerda judía», y a la que
exhiben en el escaparate de la tienda de su propio hijo. Un hombre apuesto pasa
por allí por casualidad. Entra y le quita el cartel a la mujer. Un oficial
armado le cierra el paso. Él se limita a enseñar su carné de identidad.
Su nombre es Goering, Albert Goering. El hermano pequeño de Hermann Goering,
el número dos de Adolf Hitler y autor de la 'solución final a la cuestión judía
en Europa'. Albert se llevó a la anciana sin resistencia.
Antítesis de su hermano, odiaba a los nazis y desde el
principio dijo que Hitler significaba guerra y se marchó de Alemania. Primero,
a Austria; luego, a Praga. Durante los años del nazismo salvó a muchos de la
muerte que su propio hermano propiciaba.
Albert Goering era un galán. Ingeniero
de profesión, tocaba el piano y tenía mucho éxito con las mujeres. Pese a su
aspecto de bon vivant despreocupado, resultó ser un hombre con convicciones
morales, como dice George Pilzer, el hijo de una de las personas a las que
salvó la vida.
No se sabe a cuántos salvó. A muchos los ayudó a huir,
pero a otros los sacó incluso de los campos de concentración. Además, financió
a la resistencia y miraba hacia otro lado cuando en la fábrica de armamento
donde ocupaba un puesto de responsabilidad desaparecían armas para la lucha
contra el régimen nazi.
Durante los 12 años transcurridos entre el ascenso al poder de los nazis
y la capitulación alemana, los hermanos no se vieron a menudo; como mucho, en
las grandes celebraciones familiares. Pero Albert necesitaba a Hermann y supo
utilizarlo. Sin su respaldo habría sido arrestado y ejecutado
por la Gestapo, que conocía perfectamente con quién se relacionaba y a qué se
dedicaba. Pero Hermann siempre les recordó que los miembros de su familia eran
intocables.
«Muchas personas le debieron la vida en aquellos años al hermano del
todopoderoso Hermann Goering», escribió Ernst Neubach, autor de un extenso
artículo titulado Mi amigo Göring en
la revista Aktuell en 1962, el
primero en reivindicar a Albert. Era judío y le debía la vida: Albert lo ayudó
a huir a Francia. El menor de los Goering también salvó a su
médico, Max Wolf, de ser enviado a Dachau. A su amigo Oskar Pilzer, un
productor de cine, lo llevó en persona hasta la frontera. Más tarde, instalado
ya en Praga, escribió una carta al comandante del campo de Dachau: un folio con
membrete oficial y en el que solo figuraba el apellido Goering y en el que
exigía que se liberara a Josef Charvát, médico y miembro de la resistencia. El
comandante tenía dos Charvát en el campo y, por si acaso, soltó a los dos. De
ese modo, el líder comunista quedó libre.
Por detalles como estos, la historia de la salvación de
«judíos a los que conocía y a los que no conocía», como escribió Neubach,
adquiría en ocasiones tintes de comedia, a pesar de ser tremendamente seria.
Tan seria que también podría haberle costado la vida al propio Goering, tal y
como manifiestan los informes de los propios servicios nazis de seguridad
durante su estancia en Praga.
En un informe completo sobre sus actividades, fechado el 23
de octubre de 1944, se puede leer que resultan llamativos sus «frecuentes
contactos con los círculos judíos» y que incluso se habría casado con una
posible judía. Goering había contraído matrimonio con una checa, si no judía,
sí al menos eslava, de un pueblo a cuyos habitantes los nazis consideraban
infrahombres.
Pero nada pudieron hacer. Su hermano mayor extendió su mano
protectora sobre él, pese a que quizá nunca hablaron del tema. Miembros de la
numerosa familia Goering cuentan que nunca se trataron cuestiones políticas en
las reuniones familiares. Sus dos hermanas estaban también casadas con nazis
destacados. Es probable que ninguno quisiera saber exactamente qué hacía el
otro.
Albert fue a la cárcel varias veces, pero siempre salía al
poco tiempo, conversación con Berlín mediante. Solo una vez estuvo a punto de
no escapar. En 1944 realizó el acto más audaz de todos: salvar a internos del
campo de concentración de Theresienstadt, donde murieron 33.000 prisioneros. Su
amigo Jacques Benbassat contó más tarde: «Llegó y dijo: 'Soy Albert Goering, de Skoda (la fábrica de Praga que
dirigía). Necesito trabajadores. Y llenó un camión de prisioneros. El jefe del
campo no planteó ningún problema; era Albert Goering. Luego los llevó al bosque
y los liberó». Fue su última intervención. Enterado Heinrich
Himmler, fue directamente a por él, pero Hermann fue alertado y dejó todo para
salvarlo. «Mi
hermano me dijo que era la última vez que me podía ayudar», declaró Albert en
Núremberg.
Pero ¿por qué se lanzó Albert Goering a tan arriesgada
tarea? El
nazismo le resultaba repulsivo, es cierto, pero en su biografía se incluye un
motivo más personal. Un pariente -que prefiere que no se cite su nombre- afirma
que en la familia era un secreto a voces que Albert solo era hermanastro de
Hermann. En realidad era fruto de un romance que Fanny -su
madre- tuvo con un médico, Hermann von Epenstein, un hombre rico y cultivado...
y judío.
Esto explicaría la decisión de Albert de ayudar a las
víctimas del nazismo. Pero si la Gestapo hubiese descubierto este secreto
familiar, acaso ni Hermann Goering hubiese sobrevivido.
Los hermanos se reunieron por última vez en mayo de 1945, en una cárcel
de tránsito en Augsburgo. En el patio de la cárcel se abrazaron y Hermann dijo:
«Lo siento mucho, Albert. Has tenido que sufrir mucho. Pero tú vas a salir
libre pronto. Encárgate de mi mujer y de mi hija. ¡Adiós!». Un
año después, Hermann fue condenado por crímenes contra la humanidad. Antes de
ser ejecutado, se suicidó con una cápsula de cianuro.
Pero Albert Goering no fue liberado pronto. En absoluto. Cuando el 9 de
abril de 1945 se presentó ante los estadounidenses en Salzburgo, pensó que se
le mostraría cierto respeto por sus acciones humanitarias. En los
interrogatorios contó quién era y lo que había hecho. Nadie lo creyó. Para
probar sus actos, presentó una lista muy detallada de 34 personas a las que
había salvado. Entre ellos estaban la esposa de Franz Lehár, compositor de
origen judío. Fue ella la que salvó a Albert Goering. Llevaba un año como
prisionero de guerra cuando entró en servicio un nuevo especialista en
interrogatorios, un hombre llamado Victor Parker. La
casualidad quiso que la esposa del músico húngaro fuera tía suya. Los
estadounidenses por fin creyeron su historia y lo sacaron de la prisión. No
quedó en libertad: lo enviaron a Praga por si allí había pendiente algún cargo
contra él.
Albert llegó a la cárcel de Pankrác, donde compartió celda con criminales
de guerra y asesinos. Un tribunal popular checo se encargaría de juzgarlo.
Comparecer ante un tribunal en la Praga de 1947 siendo alemán y llevando el
apellido Goering equivalía a una sentencia de muerte. Sin embargo, empleados de
la empresa Skoda y miembros de la resistencia checa declararon uno tras otro a
favor del acusado. El tribunal decretó su puesta en libertad en
marzo de 1947.
En 1962, cuando Ernst Neubach quiso llamar la atención del
mundo sobre su amigo Albert, nadie se interesó por él. En 1998 un documental
británico se aproximó, pero pasó inadvertido. Unos años más tarde un joven
australiano, William Hastings Burke, fascinado por el personaje, se propuso
recuperar su memoria. De ese esfuerzo surgió el libro El hermano de Hermann. ¿Quién fue Albert Goering?, editado [en
2012].
Burke investigó cómo había sido la vida de Albert tras su
puesta en libertad en Praga. Tenía 52 años. En 1947, se reunió con su familia
en Salzburgo. No pudo conseguir trabajo. El apellido Goering era un lastre. Trabajó como escritor, dibujante y
traductor, pero esporádicamente y muy mal pagado. El encontrarse sin nada
provocó un derrumbe en Albert; cayó en la depresión, en la infidelidad y en el
alcoholismo. Su última esposa checa, Mila, pidió el divorcio y
junto con su única hija, Isabel, emigró a Perú. Él nunca más volvió a ver ni
hablar con su hija. Sus últimos años los pasó en Múnich, viviendo con paquetes
de comida enviados por judíos a los que había ayudado. Murió
a los 71 años, el 20 de diciembre de 1966, de un cáncer de páncreas en una casa
de alquiler junto con su casera, con quien se casó poco antes de morir.
Albert Goering habría podido cambiarse el nombre, como hicieron tantos
nazis. Pero prefirió no hacerlo. Dicen sus parientes que por lealtad a su padre
'oficial'. Cuentan que mencionaba que lo había tratado siempre bien, como a un
hijo. Y Albert, un hombre de principios, habría considerado una traición
renunciar a su apellido.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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