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miércoles, enero 27

Las chicas de los recortables de Matisse



(Un texto de Krissi Murison publicado en el XLSemanal del 23 de marzo de 2014)

Durante los últimos años de su vida, Henri Matisse reclutó un pequeño ejército de chicas jóvenes y bellas que lo ayudaron a producir algunas de sus famosas obras recortables. […]

«Jacqueline Duhême tenía 20 años cuando Henri Matisse la hizo ir a su estudio por primera vez. Corría 1948, y el maestro del arte moderno estaba cerca de cumplir los 80. Unos días antes, había visto a Matise en el jardín de su casa. Estaba dibujando recuerda Jacqueline, más de 65 años después. Yo admiraba muchísimo su obra, pero no quería molestarlo, de forma que le escribí una carta, plagada de errores. Me respondió diciendo. ‘Venga a verme’».

Durante los dos años siguientes, Jacqueline trabajó como ayudante de Matisse en los apartamentos-estudios que el artista tenía en Cimiez, a las afueras de Niza, y en el cercano pueblo de Vence. Jacqueline fue una de las muchas chicas jóvenes y guapas empleadas por el artista durante sus últimos años. Algunas de ellas, como la joven pintora holandesa Annelies Nelck, empezaron a colaborar con él como modelos. A otras se les encomendó labores más específicas: pintar hojas de papel en gouaches vistosos para que Matisse después las recortara, o subirse a escaleras para pegar las siluetas recortadas en las paredes, donde formaban collages gigantescos.

Matisse estaba discapacitado tras haber sufrido una colostomía en 1941 y raras veces se movía de la cama o de su silla de ruedas. De hecho, hizo que pusieran la cama al centro de su taller. Desde allí impartía sus instrucciones blandiendo un bastón de bambú.

El afecto entre Matisse y sus ayudantes estaba basado en el trabajo. Si alguna le fallaba o no mantenía las debidas distancias, no tardaba en ser despedida. «Pronto comprendí que estaba obsesionado con su obra. Trabajaba día y noche. Era un adicto al trabajo», afirma Paule Caen-Martin, quien se convirtió en colaboradora del artista a los 20 años, después de que Jacqueline se marchara en 1949.

El equipo colaborador de Matisse tenía una importancia determinante en su obra. A finales de los años treinta, quien llevaba sus estudios y sus asuntos era Lydia Delectorskaya, una rubia de Siberia que había escapado de la Rusia postrevolucionaria. Lydia empezó a posar como modelo para Matisse a los 25 años. Luego se convirtió en su cuidadora, en la gerente de su estudio y en la persona a la que el artista más unido estaba, lo que finalmente acabó con su matrimonio de 25 años. Lydia era también responsable de la selección de las ayudantes.

Paule recuerda haber sido descubierta gracias a su hermano, que estudiaba Bellas Artes. «Un día, el profesor de mi hermano preguntó. ‘¿Alguno de vosotros tiene una amiga que quiera posar para Matisse?’. Mi hermano me dio su número, llamé y al día siguiente fui a ver a Lydia, quien dijo ser ‘la institutriz’».

Pocas mujeres duraban mucho en el estudio. Si una lograba sobrellevar los cambiantes estados de ánimo y las exigencias incesantes de Matisse, entonces corría el riesgo de irritar a Lydia porque el maestro estaba encariñándose demasiado de ella. Paule se las compuso para cultivar una buena relación con Lydia, pero muchas veces tuvo problemas para satisfacer las exigencias del maestro. Un día cometió el error de presentarse en el taller con la nariz requemada por el sol. «Matisse detestaba la nueva moda de tomar el sol», recuerda hoy con un suspiro.

Pero Paule acabó marchándose tras una discusión por otro asunto, durante la elaboración de los Desnudos azules. «Me dijo que ya no me fijaba en lo que estaba haciendo. Pero yo estaba exhausta, necesitaba unas vacaciones y era joven… Quería salir por las noches a bailar. Él era un hombre muy posesivo. En el atelier vivíamos bien, nos daban de comer estupendamente, pero teníamos que trabajar todos los días, domingos incluidos».

Matisse era consciente de las presiones a las que sometía a sus chicas. «Las pobrecillas… No entienden nada -comentó cierta vez-. Pero lo que está claro es que no voy a renunciar a trabajar los domingos simplemente porque a ellas les apetece estar con sus amantes».

Jacqueline habla de una atmósfera en el estudio más agradable que la descrita por Paule. «Matisse tenía un espíritu muy juvenil y un gran sentido del humor. Nos pasábamos el día riendo. Lydia no participaba tanto en la diversión. Hay que tener en cuenta que nunca paraba de trabajar».

Jacqueline hoy es una vivaracha mujer de 86 años, una artista que vive rodeada por su propia obra, y su pisito está lleno de tesoros artísticos: el recorte de un corazón rojo regalado por Matisse; cartas de Picasso enmarcadas; un retrato que le hizo Man Ray…

Los años anteriores a estar ella con Matisse no habían sido fáciles para el artista. A sus problemas de salud y el fin de su matrimonio se sumaba lo decreciente de su reputación. A finales de los años treinta, sus obras habían dejado de venderse. Mientras el fascismo se enseñoreaba de Europa, los luminosos desnudos de Matisse de pronto resultaban anticuados.

Pero su jubilosa producción artística escondía los propios demonios interiores.  Durante la ocupación nazi, su exmujer y su hija, Marguerite, fueron detenidas por la Gestapo por ayudar a la Resistencia. Marguerite fue encarcelada, interrogada y torturada casi hasta la muerte. Matisse, que tan solo se enteró de lo sucedido después de su puesta en libertad, se hundió.

Lydia era quien se llevaba la peor parte cuando el maestro estaba de mal humor. La relación entre Lydia y Matisse es materia de muchas especulaciones. Está claro que Amélie, la mujer del maestro, sospechaba que había una relación amorosa entre ellos. Con el tiempo le dio un ultimátum: o ella o yo. Lydia fue despedida del estudio y diez días más tarde trató de suicidarse. Al poco tiempo, Amélie estaba pidiendo la separación y Lydia de nuevo se encontraba en el taller.

Paule asegura que nunca vio indicios de que mantuvieran relaciones físicas. «Cuando llegué al estudio, Matisse ya estaba discapacitado. Su relación personal se movía a un ritmo que no dejaba lugar a la intimidad…».

Jacqueline corrobora sus palabras: «Matisse estaba muy enamorado de su esposa. Le escribía cartas y me encargaba que las echase al correo. Así que no creo que entre Lydia y él hubiera algo. Matisse era un hombre muy sincero. Antes de casarse, había tenido sus aventuras, pero luego para él solo existió Amélie». Tampoco parece que existieran otros motivos, como la presencia de las ayudantes, por mucho que todas fuesen jóvenes y guapas.

Jacqueline recuerda que Matisse la trataba de forma paternal. «Siempre era muy bueno conmigo. Me dio el primer diccionario que tuve, porque la ortografía no era mi fuerte. También intentó enseñarme a escribir a máquina. Le preocupaba lo que pudiera ser de mí cuando me fuera de su casa. Se preocupaba mucho por mi futuro».

Annelies Nelck fue modelo de Matisse para numerosos dibujos y continuó en su estudio en la época de los recortables. Sólo se marchó para casarse, lo que irritó enormemente al maestro, que no entendía que renunciase al trabajo artístico.

Jacqueline dejó el taller en 1949 y se marchó a Italia, donde encontró trabajo como niñera. Luego fue contratada por la revista Elle como dibujante. Desde entonces es una artista e ilustradora reconocida.
Paule Caen-Martin se casó al poco de dejar el estudio de Matisse. Vendió un dibujo regalado por el artista para comprarse el apartamento donde hoy vive. Sigue manteniendo contacto con la familia del artista. Lydia Delectorskaya estuvo al lado de Matisse hasta el 3 de noviembre de 1954, cuando el maestro falleció en la cama de su estudio en Cimiez. Inmediatamente después se marchó con la maleta que tenía preparada desde hacía 15 años. Murió en 1998.

El arte de la tijera

-La técnica de los recortes de Matisse no iba a ser más que un recurso temporal. Un apaño para seguir trabajando mientras su mala salud le impidiese pintar. Sin embargo, cuanto más perseveró con los recortes, más entusiasmado se sintió con sus posibilidades. Matisse decía que se trataba de «esculpir en colores puros».

-Cuando recobró la salud lo suficiente como para volver a plantarse frente al caballete, Matisse no quiso hacerlo. «Los recortes son el estilo final más curioso y distintivo que se puede encontrar en la trayectoria de cualquier artista», afirma Nicholas Cullinan, comisario de la exposición en la Tate Modern de Londres.

-«Los recortes son la muestra de cierto carácter clarividente -dice Cullinan-. Son un ejemplo temprano de las instalaciones con las que hoy estamos tan familiarizados, pero que Matisse ideó por su cuenta».

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