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domingo, enero 17

La doble muerte de Amadeo de Saboya



 (Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 19 de marzo de 2008)

Cuando falleció a los 44 años, hacía ya diecisiete que habían acabado con Amadeo I de España, el que pudo ser nuestro mejor rey del siglo XIX.

España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien”. 

Estas frases llenas de amargura y desesperanza son el epitafio de un rey, pronunciado por él mismo. Porque Amadeo I de España ofició su propia ceremonia fúnebre –su abdicación– diecisiete años antes de que muriese Amadeo de Saboya, un 18 de enero de 1890 en un gélido Turín batido por los vientos alpinos. Una neumonía mató al hombre; el extremismo y la cerrazón de los españoles acabaron con un rey que podría haber sido el mejor del siglo. 

La Historia muestra toda su crueldad cuando permite concebir esperanzas que luego echa por tierra. Todo parecía apuntar a que Amadeo Fernando María de Saboya, segundo hijo del rey de Italia, tendría buenas cartas en la vida. 

Su postura liberal, su catolicismo moderado, debían ser el bálsamo que apaciguara a los españoles tras soportar a dos reyes inicuos como Fernando VII e Isabel II. Su designación por las Cortes con amplia mayoría debía hacerle aceptable para todos los partidos. Su carácter y apostura debía hacerle simpático para el pueblo... Pues no encontró en España ni apaciguamiento, ni aceptación, ni simpatía, sino todo lo contrario. 

Más decepciones. Tenía un valor acreditado en el campo de batalla: a los 21 años había cargado contra los austriacos al frente de los Granaderos de Lombardía, en la batalla de Custozza, resultando herido. Pero en España tiró pronto la toalla, renunció a la corona antes de tres años, pese a las llamadas a que continuara en su puesto que le hicieron importantes personalidades políticas. Y para terminar con las expectativas defraudadas, era un hombre fuerte y sano, pero no vivió mucho. En su veraneo en Santander en 1872 –sin duda su mejor época en España– se fue nadando hasta un barco de guerra fondeado en alta mar, sobrecogiendo a todos con su hazaña deportiva. Y sin embargo murió con sólo 44 años, al poco de haberse casado en segundas nupcias y haber tenido un nuevo hijo. 

Buscando rey
La Revolución de 1868 echó a Isabel II, un desastre como reina, entregada en manos de curas cavernícolas y monjas visionarias. El poder quedó en manos de los generales Prim y Serrano y del partido progresista. Las Cortes Constituyentes votaron que la forma del Estado sería la monarquía constitucional. Este adjetivo, constitucional, era el quid de la cuestión, suponía que el monarca estaría sometido a la Constitución, al Parlamento, a la soberanía popular. 

No fue tarea fácil encontrar un monarca para España. Las potencias extranjeras presionaban a favor de sus respectivos candidatos, con tanto empeño que Francia y Prusia terminaron enzarzándose en la guerra franco-prusiana. Los progresistas españoles no estaban dispuestos a aceptar a ningún pretendiente que no tuviese credenciales liberales, de acatamiento absoluto al sistema constitucional. 

Esa exigencia apuntaba hacia los Saboya, que en Italia estaban desempeñando perfectamente el papel de monarcas liberales sometidos a la burguesía, hasta el punto de que la Casa de Saboya había sido excomulgada por el muy reaccionario Papa Pío IX. Sin embargo, faltaba que algún candidato serio aceptara la corona española, pues la situación del país era inquietante. 

Al fin dio el paso adelante el duque de Aosta, hijo segundo de Víctor Manuel de Italia. Había nacido en 1845, estaba por tanto en unos espléndidos 25 años, y desde hacía tres se hallaba casado con María Victoria del Pozzo de la Cisterna. Era una noble italiana sin sangre real, pero con una considerable fortuna y, lo que era más importante, ya le había dado dos hijos varones a Amadeo, con lo que se aseguraba la continuidad dinástica. 

Elegido
El 16 de noviembre de 1870 las Cortes eligieron rey de España al duque Amadeo de Aosta por una amplia mayoría de 191 votos. Quitando 64 votos en contra de los republicanos, no tuvo oposición reseñable de ningún otro candidato; el hijo de Isabel II, que luego reinaría como Alfonso XII, sólo obtuvo dos apoyos. 

Una delegación de parlamentarios, de la que formaba parte Gabriel Rodríguez, tatarabuelo de quien esto escribe, acudió a ofrecerle la corona a Florencia, donde hubo un enorme júbilo. Fue prácticamente lo último que salió bien del reinado aún nonato. 

Nada más poner el pie en España, el 30 de diciembre de 1870 en Cartagena, Amadeo I recibió la noticia del asesinato del general Prim, el hombre fuerte del régimen, su valedor fundamental. Su reinado fue turbulento desde el primer día, por tanto. Los republicanos organizaban conspiraciones para proclamar la república y, en el otro extremo, los carlistas comenzaban a echarse al monte en Cataluña y el País Vasco. La Iglesia le negó legitimidad por estar excomulgado, la Grandeza de España le declaró el boicot, el partido progresista que le apoyaba se escindió y no fue capaz de gobernar con mínima eficacia. 

Le hicieron incluso un atentado calcado del de Prim: un grupo de hombres armados con trabucos tendió una emboscada en la calle del Arenal al coche descubierto en el que iba con su esposa. Se irguió valientemente frente a los terroristas, que fallaron los tiros, pero su régimen estaba herido de muerte. 

El último clavo del ataúd de la primera muerte de Amadeo de Saboya fue la insubordinación del Arma de Artillería en bloque. El Gobierno decidió disolverla, a lo que Amadeo se opuso. Al final, obediente a los principios constitucionales, firmó el decreto que le ponía delante el presidente del Gobierno, pero a continuación abdicó. 

El 11 de febrero de 1873 las Cortes aceptaron la abdicación –que en un sarcasmo histórico era formalmente anticonstitucional– y proclamaron la I República, mientras el país se precipitaba en la Tercera Guerra Carlista. 

De Madrid al Polo
Poco antes de la abdicación, nació en Madrid el tercer hijo de Amadeo, Luis Amadeo, duque de los Abruzzos. Este príncipe, español por nacimiento e infante de España por derecho, aunque italiano por toda su vida, resultó ser uno de los grandes exploradores de finales del XIX. Conquistó montañas desde el Himalaya hasta los glaciares del Ruwenzori en el África Ecuatorial, pasando por Alaska. Su mayor hazaña fue, sin embargo, la expedición polar de 1899- 1900, que llegó hasta los 86º 33’ de latitud Norte, más cerca del Polo Norte que nadie hasta la fecha.

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