Gonzalo Guerrero. El conquistador que se hizo indio
(Un texto de Fernando González Sitges en el XLSemanal del 12
de enero de 2014)
Fue capturado y esclavizado por los mayas. Pero cuando siete
años después Hernán Cortés quiso liberarlo, Gonzalo Guerrero ya se había convertido
en un indígena más. Su extraordinaria peripecia no pasó a los grandes libros de
historia porque se lo tachó de traidor.
La batalla había acabado. Los hombres del adelantado Pedro del Alvarado
avanzaron sin atreverse a bajar sus armas. La selva estaba sumida en un
silencio sobrecogedor. Olía a humedad, a pólvora y a sangre. Los cadáveres
mutilados salpicaban el suelo. Soldados blindados con corazas
herrumbrosas, espadas y arcabuces yacían junto a guerreros mayas de piel
morena, pinturas bélicas y armas menos sofisticadas pero igualmente efectivas.
La batalla había sido atroz y los españoles supervivientes se reagrupaban junto
al cadáver de uno de los vencidos. Por su aspecto, aquel hombre debía ocupar
uno de los más altos rangos en el ejército maya. Pero algo desconcertaba a los
españoles. Aquel maya caído, a pesar de presentar nariz y orejas perforadas,
pese a sus pinturas y tatuajes de guerra, mostraba una poblada barba.
Aquel guerrero caído no era maya. Solo podía tratarse
de una leyenda viva, del español que se había hecho maya, del andaluz que había
renegado de su país, había formado una familia con los enemigos de España y
luchaba contra la que había sido su patria. Ese hombre caído por un ballestazo y rematado por un disparo de arcabuz
no podía ser otro que Gonzalo Guerrero. Corría el año 1512 cuando un bote
arribó a las playas de la península de Yucatán con diez personas a bordo. Aquella
costa aún no se conocía en Europa y los recién llegados, víctimas de un
naufragio, saltaron a la playa en un estado cercano al agotamiento y la
inanición. Para su sorpresa, aquella tierra desconocida estaba poblada. Un
grupo de guerreros mayas les salió al paso. El encuentro derivó en una breve
lucha en la que el capitán Valdivia, al mando del navío hundido, perdió la vida
junto con algunos de los náufragos. Los mayas capturaron al resto y los esclavizaron. De aquel cautiverio de
años solo sobrevivirían Gerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero. La dureza de
los trabajos y las enfermedades tropicales acabaron con el resto.
Entre los dos supervivientes había una diferencia
fundamental que iba a marcar el destino de cada uno de ellos. Aguilar siempre
estuvo suspirando por volver a España. Los mayas le parecían salvajes y era
impermeable a su cultura. Gonzalo Guerrero, por el contrario, fue capaz de
abrirse a una nueva civilización, a una gente diferente, a un pueblo que,
aunque distinto, tenía grandes valores. Cuando Hernán Cortés recaló, siete años
después, en la isla de Cozumel, frente a las costas mayas, se enteró de que
había dos españoles prisioneros de los indígenas. Cortés mandó a buscarlos ofreciendo un
rescate por ellos. Solo Aguilar acudió a su llamada. Guerrero se había adaptado
a su nuevo mundo, se había hecho valer y había conseguido la libertad. Y no
solo era ya un hombre libre. Enamorado de la hija de un jefe maya, Guerrero se
había casado y había tenido hijos; los primeros mestizos entre dos mundos.
Cortés recibió su negativa como una intolerable traición.
A partir de ese momento
Gonzalo Guerrero fue considerado un traidor, un hereje y un apátrida. Cuando posteriormente los españoles intentaron
conquistar la tierra de los mayas, Guerrero instruyó a estos en las técnicas de
batalla necesarias para contrarrestar los ataques españoles. Por primera vez,
los conquistadores se enfrentaban a gentes que no temían a los caballos, que
hacían empalizadas y fuertes en los lugares de paso, que no temían el sonido de
los disparos y que habían adaptado sus armas para las nuevas situaciones de
guerra. Los cronistas de la época, que
escribieron mucho después sobre el enigmático personaje, siguieron los
intereses y las indicaciones de quienes los pagaban. Y para algunos la figura
del Guerrero traidor les venía como anillo al dedo. «La presencia
de un personaje como Guerrero pudo contribuir muy bien a explicar el gran
fracaso de Francisco de Montejo en la conquista de Yucatán» explica Salvador
Campos Jara, el mayor experto en Gonzalo Guerrero.
Gonzalo aparecía ahí como alguien que había explicado
a los mayas que los españoles no eran seres inmortales, que las técnicas de
guerra, el fuego, la pólvora... no eran el trueno en poder del Dios. De repente
ese personaje podía justificar la nueva situación bélica de la conquista, y la
gran ruina que tuvo Montejo en aquellas guerras». Mientras en México se lo
considera el padre del mestizaje, aquí Gonzalo Guerrero es casi un desconocido.
¿Por qué? «Primero -explica Campos-,
porque está casado con una indígena con la que tiene hijos... y aquello era un
pecado imperdonable, expresamente prohibido por las Ordenanzas Reales; segundo,
porque tiene perforadas las orejas y la nariz, sajada la lengua y el cuerpo
tatuado, lo cual indicaba un abandono del camino de la fe; y tercero, por
traidor: se había involucrado en la resistencia de los indígenas. Naturalmente
quien ponía un interés particular, el amor, a un interés colectivo, la guerra,
era inmediatamente demonizado y convertido en traidor, hereje y apátrida». De
ahí el castigo y el injusto olvido.
Otra visión de la Conquista
Gonzalo Guerrero no fue el
único de los españoles que al llegar a América cambiaron su opinión sobre cómo
debía tratarse a los nativos del Nuevo Mundo. Estos son otros tres personajes
que dejaron su propia huella.
Fray Bartolomé, el amigo de los indios
El Apóstol de los Indios (Sevilla, 1474) llegó a
América en 1502, y en 1512 fue el primer español en ordenarse allí sacerdote.
En Cuba, lo conmovió la exterminación de los indígenas y los abusos de los
españoles. Desde entonces luchó hasta su muerte por defender los derechos
humanos de los nativos. Creía en la evangelización como única justificación de
la presencia española en América. Tras varios fracasos en la Corte, en 1520
logró que Carlos I le encargase un plan de colonización pacífica. Fracasó, pero
lo consiguió más tarde, en 1537, en Guatemala. Las Nuevas Leyes de 1542
adoptaron muchas de sus propuestas. Regresó a Castilla en 1547. Murió en Madrid
en 1566.
Bernardino de Sahagún, el antropólogo
Nacido en León en 1499, estudió en la Universidad de
Salamanca y, tras ordenarse fraile franciscano, zarpó hacia Nueva España
(México) en 1529, poco después de ser conquistada por Cortés. Allí se dedicó a
formar académica y religiosamente a los hijos de los nobles mexicas, de los que
fue recogiendo testimonios orales de la cultura, costumbres y religión del
pueblo vencido. Parte de esos alumnos terminaron por ser sus discípulos y lo
ayudaron a recopilar el material para su monumental Historia general de las
cosas de la Nueva España y el denominado Códice florentino, ambos
claves para conocer la cultura mexica. Las tres copias de la primera obra
fueron censuradas y confiscadas por la Corona. Perdidas durante siglos, estaban
en el Palacio Real de Madrid, que conserva una.
Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el chamán
Zarpó en 1527 en la expedición
de Pánfilo de Narváez que conquistó Florida. Buscaban la Fuente de la Eterna
Juventud y sufrieron el acoso de los indios, además de temporales y epidemias.
Separado de su grupo, él y otros 14 españoles terminaron acogidos por los
pacíficos indios carancaguas. Álvar Núñez empezó así un periplo de seis años
acompañando a diversas tribus por el sur de los Estados Unidos y el norte de
México. Los indios le enseñaron a curar con las manos y su fama de curandero
creció. Tras salvar a un hombre con una flecha clavada al lado del corazón, se
'consagró' como chamán. Regresó a España en 1537 y volvió a embarcar, hacia
Paraguay. Allí descubrió las cataratas de Iguazú.Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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