El hundimiento del poderío inglés
(Un artículo de Luis Reyes en la revista Tiempo del 9 de
diciembre de 2016)
Mar de China, 10 de diciembre de 1941. La aviación japonesa
hunde el mejor navío de la Royal Navy.
“Fue el impacto más terrible que recibí en toda la
guerra”, dice Churchill del hundimiento del Prince of Wales. Como primer
ministro ya había vivido la paliza que el Ejército alemán propinó al inglés en
1940, la rendición de Francia, el abrasamiento de Londres por la Luftwaffe, en
fin, la soledad frente a un enemigo todopoderoso, el “polvo, sudor y lágrimas”,
pero nada le conmovió tanto como la pérdida de ese acorazado, por lo que tenía
de simbólica.
El Prince of Wales era el orgullo de la Royal
Navy, su acorazado más moderno, la apodaban el Unsinkable (no hundible).
Inglaterra en los peores momentos siempre confió en la muralla de su marina,
cuando Felipe II envió la Armada Invencible o cuando Napoleón amenazaba con la
invasión. La facilidad con que unos avioncitos japoneses hundieron al Prince
of Wales y al Repulse (un formidable crucero de batalla) no solo
señalaba el fin de la era de los acorazados, sino también el del dominio
incontestable de los mares que Inglaterra había gozado desde tiempos de Nelson.
Tras la catástrofe no quedaron navíos británicos en el Pacífico ni el Indico,
algo que no sucedía desde hacía 150 años.
El caso es que la concatenación de hechos que
culminaron con la pérdida de la supremacía naval inglesa había comenzado con
una magnífica noticia tres días antes. Churchill pasaba la noche del domingo 7
de diciembre en su mansión rural de Chequers cuando el mayordomo le comunicó
que, según habían oído los criados por la radio, los japoneses habían atacado a
Estados Unidos.
Inmediatamente telefoneó a Roosevelt y mantuvieron un
escueto diálogo: “Señor presidente, ¿qué pasa con Japón?”. “Nos han atacado en
Pearl Harbor. Ahora estamos todos en el mismo barco”. Churchill tuvo que
morderse la lengua para no gritar de alegría, estaba exultante y pensó, según
recogen sus Memorias: “Habíamos ganado la guerra... El destino de Hitler
estaba escrito... los japoneses quedarían reducidos a polvo”. La formidable
potencia americana aseguraba, en efecto, el triunfo final, pero la alegría se
tornó en llanto en solo 48 horas.
El Estado Mayor naval japonés era altamente
profesional y había señalado tres “elementos disuasorios” de sus planes de
conquista: la Flota del Pacífico con base en Pearl Harbor, la Fuerza Aérea de
Extremo Oriente con base en Filipinas, ambas americanas, y la Fuerza Z
británica, con base en Singapur. En su ataque sorpresa, sin declarar la guerra,
del 7 de diciembre de 1941 (“el día de la infamia”, como lo bautizó Roosevelt),
los aviones nipones eliminaron las dos primeras amenazas; solamente les faltaba
liquidar a los británicos.
Curiosamente el Almirantazgo había enviado a Singapur
a la Fuerza Z (el Prince of Wales, el Repulse y 4
destructores) precisamente para que sirviese de “disuasión” a los japoneses. Se
pensaba que la mera presencia de los poderosos buques británicos enfriaría las
ambiciones expansivas de Tokio. Es decir, los ingleses querían ganar el partido
sin jugarlo. Este planteamiento resultaría fatal porque la Fuerza Z no tenía un
plan estratégico de combate, solamente iba a pavonearse.
Conscientes del fallo, Churchill y el Almirantazgo se
reunieron para resolverlo al día siguiente de Pearl Harbor, pero no se pusieron
de acuerdo porque Churchill quería que la Fuerza Z se uniera a lo que quedaba
de la Flota americana y el Almirantazgo se resistía a esa pérdida de autonomía.
“Decidimos consultarlo con la almohada y resolver a la mañana siguiente lo que
haríamos con el Prince of Wales y el Repulse –cuenta Churchill–
Al cabo de un par de horas estaban en el fondo del mar”.
Fuerza Z
El Prince of Wales estaba en construcción
cuando empezó la Segunda Guerra Mundial. Se iba a llamar Rey Eduardo VIII,
pero el escándalo de las relaciones del monarca que llevaron a su abdicación
hizo que se cambiara el nombre. En 1940, estando en el astillero casi acabado,
un bombardeo alemán le hizo una brecha y retrasó su botadura. Eran señales
nefastas para el nonato acorazado.
Tampoco tuvo un nacimiento como dios manda, no estaba
terminado cuando lo botaron para la cacería del acorazado Bismark, la
mayor amenaza alemana en el Mar del Norte. Dos tercios de su poderosa
artillería no estaba operativa cuando recibió el bautismo de fuego en la batalla
del Estrecho de Dinamarca, en mayo de 1941. Pese a ello se enfrentó al Bismark
en un intercambio de golpes brutal, del que ambos salieron malparados,
aparentemente peor el inglés. Un proyectil del Bismark había atravesado
de lado a lado su cámara de derrota matando a 14 hombres, aunque no le funcionó
la espoleta y no estalló. Si lo hubiera hecho habría destruido el centro
neurálgico del Prince of Wales. El buque inglés le causó al Bismark
una brecha por la que perdía aceite, lo que serviría para seguir su rastro
hasta que lo hundió la aviación naval británica.
Tras reparar sus heridas de batalla, le asignaron al Prince
of Wales una misión vital: llevar al primer ministro Churchill a una
entrevista secreta con Roosevelt en medio del Atlántico, en agosto del 41. EEUU
no había entrado todavía en guerra, pero de hecho el americano y el inglés
sellaron un pacto, la Carta del Atlántico, que adelantaba el compromiso bélico
de Washington. El encuentro en aguas de Terranova culminó con una misa en el Prince
of Wales, “un momento espléndido, aunque la mitad de los que estaban allí
morirían muy pronto”, en palabras de Churchill.
El 25 de octubre el Prince of Wales marchó a
Singapur, la gran base en la Península Malaya que cerraba la puerta entre el
Indico y el Pacífico, para integrar la Fuerza Z, pero su poder
disuasorio fue cero. Al día siguiente de Pearl Harbor los japoneses invadieron
Malasia, una finca inglesa de enorme valor estratégico, pues era el mayor
productor mundial de caucho, la materia prima de los neumáticos. La Fuerza Z
zarpó de Singapur para interceptar los convoyes de desembarco japoneses, aunque
no los encontró. Por el contrario un submarino nipón la encontró a ella.
El jefe de la Fuerza Z, el almirante Philips,
llamado por su baja estatura almirante Thumb (Pulgarcito), no
llevaba cobertura aérea porque despreciaba la baja calidad de los aviadores
japoneses. Se ve que aún no sabía el destrozo que habían hecho los pilotos
nipones en Pearl Harbor. Lo pagaría con su vida, porque a las 11.00 del 10 de
diciembre comenzaron a llegar oleadas de aviones japoneses que alcanzaron al Prince
of Wales y al Repulse con bombas y torpedos. El Repulse fue
hundido a las 12.33 y el Prince of Wales a las 13.20, arrastrando entre
ambos a 840 marineros al fondo del mar, incluido Pulgarcito. Era el
final de la supremacía británica sobre los mares.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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