Códice Mendoza, los mandamientos de los aztecas
(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 31 de
mayo de 2015)
La bravura era la máxima virtud. La indolencia, el adulterio
y la cobardía, los peores pecados. La digitalización del Códice Mendoza, uno de
los manuscritos más raros del mundo, divulga las leyes del imperio de
Moctezuma.
“Hijo mío muy amado, entiende que esta casa donde has
nacido no es tu casa, solo es el nido
de un pájaro que ha de volar. Porque eres soldado y sirviente… Tu oficio
es dar de beber al Sol con la sangre de los enemigos”.
Así recibían las parteras a
los recién nacidos varones en el Imperio
azteca antes de cortarles el cordón umbilical y envolverlos en una faja. La
comadrona gritaba; pues el parto era un combate; y el bebé, un guerrero
capturado. En cuanto a las niñas, recibían una advertencia. “Habéis venido a un
lugar de cansancios, trabajos y congojas”; y su cordón umbilical era enterrado
bajo las cenizas del hogar, pues su destino era que no salieran de casa.
Niños y niñas venían al mundo en una sociedad compleja
y fascinante, muy militarizada, con escuelas y supermercados, reglas estrictas
y castigos terribles; pero también muy avanzada, con unos conocimientos
científicos de primer orden en astronomía, ingeniería, agricultura… Todos estaban al servicio de un imperio con
capital en Tenochtitlán, bien engrasado administrativamente por una
eficiente burocracia, dividido en 38 regiones fiscales, donde el grano de cacao
y la habichuela fueron monedas oficiales. Y donde, además de guerrear, se
comerciaba y había gremios y oficios muy diversos.
Ascenso social
El Códice Mendoza, digitalizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México, es la mejor ventana para asomarse a esa sociedad, cohesionada por el temor a unos dioses intimidatorios, dominada por la nobleza, pero que proporcionaba la oportunidad de ascender a los que se distinguían en el combate. Capturar enemigos era el pasaporte al éxito social. Y, viceversa, los que habían nacido nobles podían acabar convertidos en esclavos si mostraban cobardía; o incluso morir ajusticiados si eran sorprendidos en un desliz, como la ebriedad o el adulterio.
Capturar enemigos era el pasaporte al éxito social. Y
viceversa, los que habían nacido nobles podían acabar convertidos en esclavos
si mostraban cobardía; o incluso morir ajusticiados si eran sorprendidos en un
desliz, como la ebriedad o el adulterio.
El códice nace de la curiosidad de los conquistadores españoles. Es uno de los manuscritos más raros del mundo. Y según los expertos Baltazar Brito y Gerardo Gutiérrez, “es el documento más relevante que describe el imperio controlado por Moctezuma”. La historiadora Frances Berdan -autora del estudio de referencia- lo considera “el más completo de los códices mesoamericanos, pues combina la historia de las conquistas imperiales, las cuentas de los tributos de las provincias y una crónica etnográfica de la vida cotidiana”.
Una hipótesis sostiene que entre 1541 y 1542 el virrey Antonio de Mendoza ordenó la preparación del códice a un tlacuilo, o dibujante mexica, Francisco Gualpuyoguacal, mientras que el glosado en español habría sido realizado por el canónigo Juan González.
El Códice Mendoza es el documento más importante que
describe el imperio Moctezuma. La lectura de los códices se hacía en voz alta.
Al que no atendían lo castigaban clavándole espinas.
A simple vista parece un cómic. Fue concebido como una larga tira de papel vegetal plegado a manera de biombo. Estos códices servían a los mexicas como libreto para una representación teatral. La lectura se hacía en voz alta y ante un público atento y respetuoso, pues en la educación azteca el alboroto o la falta de atención eran sancionados, a veces con sadismo, clavando espinas u obligando al infractor a aspirar el humo de una fogata donde se asaban chiles. Pero los españoles pensaron que sería difícil escenificarlo y decidieron rehacerlo para facilitar su lectura y añadir anotaciones a los dibujos; y les quedó un tebeo de 71 folios.
Está dividido en tres secciones. Las primeras páginas narran la historia oficial de los mexicas desde 1325 a 1521. La parte central muestra los pueblos sometidos y los tributos que debían pagar. Y la última sección (16 páginas) es una narrativa de la vida cotidiana desde el nacimiento a la muerte: la educación de los niños, los castigos y reprimendas, las ceremonias, la gastronomía, el trabajo, el matrimonio, la guerra, los sacrificios humanos, la jubilación…
Una vez terminado, el Códice Mendoza fue enviado al rey Carlos I, pero nunca llegó a su destino, pues el barco fue asaltado por bucaneros franceses. Tras tener distintos dueños fue comprado por John Selden para su colección de manuscritos orientales, que fue adquirida por la Biblioteca Bodleiana de Oxford en 1659, donde está alojado actualmente. El redescubrimiento del Códice Mendoza se debe al excéntrico vizconde de Kingsborough, en el siglo XIX.
La digitalización pone a disposición de todo el mundo un manuscrito esencial para entender la historia prehispánica de México, aunque para los mexicanos es “la repatriación virtual” de un tesoro nacional.
La crueldad de los castigos
A partir de los ocho o los diez años, a los niños
desobedientes se les podían clavar espinas de maguey (planta parecida al
cactus), golpearlos con una vara o hacerles aspirar el humo de chiles asados…
Las sanciones eran más duras en la juventud: podían llegar a la lapidación por
robar o emborracharse o incluso a la muerte, por tener relaciones sexuales
fuera del matrimonio.
Solo los ancianos podían descontrolar
con el alcohol, pues habían cumplido con sus deberes en la vida. La
‘jubilación’ llegaba a los 52 años. El adulterio también merecía pena de
muerte. A los infieles, sin importar el sexo o la edad, se les aplastaba la
cabeza con una piedra y el cuerpo era abandonado fuera de la ciudad para que
fuera devorado por las alimañas.
Los consejos a los
hijos
Los padres aconsejaban a sus hijos que fueran virtuosos y
obedientes. La holgazanería era castigada. Y acabar siendo un vagabundo o un
borracho era caer en lo más bajo. Se transmitían de padres a hijos algunos
oficios, como el de platero y el de pintor o tlacuilo, que
debía saber de muchas materias, pues los dibujos ilustraban lecciones y
representaciones teatrales sobre la historia y las costumbres. Los hijos
también aprendían a hacer los adornos con plumas en la vestimenta de los
oficiales. Los trajes de los guerreros estaban acolchados con algodón remojado
en salmuera para endurecerlo. Los banquetes eran amenizados por músicos y
cantores. Y practicaban juegos, como la pelota o los dardos, en los que se
apostaba fuerte.
Los sacrificios humanos
Los prisioneros eran usados como ofrendas a los dioses. Había 18 fiestas al año con estos rituales sangrientos. Los rivales capturados morían con el pecho abierto y los corazones pulsantes, arrancados por los sacerdotes. Pero existía un extraño vínculo entre vencedor y vencido: en el banquete caníbal en el que se comía maíz y tiras de carne del cautivo, el captor renunciaba a comerse al que había sido su prisionero.
PARA SABER MÁS
La edición digitalizada, bilingüe
y gratuita del Códice Mendoza está disponible en la página web www.codicemendoza.inah.gob.mx. Ha sido realizada por el
INAH de México, La Bodleian Library de Oxford y el King’s College de Londres Etiquetas: Culturilla general, Pequeñas historias de la Historia
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home