Dadaísmo: cien años de disparate
(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 17 de abril
de 2016)
Los dadaístas rugieron, bailaron a lo loco, recitaron poemas
en idiomas inexistentes, improvisaron incongruencias, inventaron tendencias e
influyeron en el arte posterior. Lady gaga o el punk son algunos de los
herederos de estos excéntricos rebeldes que hace un siglo subieron sus
insolencias al escenario de un cabaret en Suiza.
Un joven bajito con monóculo declama un conjuro maorí
mientras se contonea como una bailarina de la danza del vientre. Después, tres
actores leen a la vez un poema, cada uno en un idioma diferente. A continuación,
un tipo de aspecto amenazador mira fijamente al público mientras recita con gruñidos
y rugidos una de sus
composiciones.
Los números se suceden, amenizados con música al piano tocada
por un tipo de una palidez cadavérica. El público -casi todos, estudiantes-
recibe las intervenciones en una atmósfera vibrante. Así describe Jed Rasula,
autor del libro Dadá. El cambio radical del siglo XX (Anagrama), el
ambiente en el Cabaret Voltaire, el local de variedades de Zúrich (Suiza) donde
se incubó el movimiento
dadaísta.
Aquel espectáculo disparatado, improvisado y caótico tuvo lugar la noche del 5 de marzo de 1916 y marcó el inicio de una tendencia
artística y vital que ha tenido importantes consecuencias en otros movimientos como
el surrealismo o el arte povera. Andy Warhol, Salvador Dalí,
Marina Abramovich y Lady Gaga son algunos de los herederos de aquella «guerra de
guerrillas cultural que estalló en medio de una guerra catastrófica», en palabras
de Jed Rasula.
El dadaísmo fue la manera de expresar el descontento y desconcierto
de un grupo de jóvenes a los que la Primera Guerra Mundial empujó a escapar a Zúrich.
Allí huyeron de la guerra, en mayo de 1915, los alemanes Hugo Ball y Emmy
Hennings: él era un soñador con inquietudes espirituales, lector de Nietzsche y
del anarquista Bakunin, un tímido con ansias de ruptura; ella era extravagante,
desinhibida, había probado las drogas, conocía la cárcel… Esta extraña pareja pasó
hambre en Zúrich hasta que se enroló en un circo: él tocaba el piano (era un virtuoso)
y ella cantaba.
Esta etapa en compañía de malabaristas, faquires y
funambulistas les disparó la vocación por el espectáculo. Al regreso de una de las giras del
grupo, Ball contactó con el dueño de un café y le propuso reconvertir el local.
Puso un anuncio: «Se hace una invitación a los jóvenes artistas de Zúrich para que
acudan con sus propuestas y aportaciones
sin que importe su orientación particular». Dos días después, el Cabaret Voltaire
subía el telón. Sin saber quiénes iban a actuar ni qué iban a hacer. Saltó al escenario
un jovencito que comenzó a recitar, en rumano, los poemas que iba sacando del bolsillo
de su abrigo. Era Tristan Tzara. Lo había acompañado un compatriota, Marcel Janco,
artista que empapeló el local con sus trabajos. Después se sumaron a la panda
el poeta alemán Richard Huelsenbeck y el pintor, poeta y escultor germano
francés Jean Arp.
'Sokobauno sokobauno' u 'hojohojolodomodoho'. Con alocuciones
de este tipo salpicaba Huelsenbeck sus creaciones poéticas; 'plegarias
fantásticas' las llamaba él. Pretendían ser giros africanos. En las actuaciones
del Cabaret Voltaire se sucedían las incongruencias entreveradas de 'umba umba'.
La panda se ponía máscaras y bailaba
alocadamente por todo el local.
«Realizaban sesiones cómico-grotescas en las que se ridiculizaban
todos los valores, incluidos los artísticos», explica Francisco Calvo Serraller
en El arte contemporáneo.
La tribu buscó un nombre y eligió al tuntún una palabra del
diccionario: salió dada, que significa 'caballito de madera' en francés.
«Para los artistas rumanos del cabaret era algo que se decían entre
ellos continuamente: 'da, da', es decir, 'sí', 'sí’; y decidieron que era la palabra
perfecta para designar el estado de ánimo que los invadía», cuenta Jed Rasula.
Tristan Tzara, que comenzó como el benjamín de la tropa,
acabó como cabeza del grupo que expandió y contagió sus burlas rupturistas a la música, la pintura, la
literatura. Los poemas dadá, por ejemplo, se componen recortando palabras de un
periódico, echándolas en una bolsa, sacudiéndolas y sacándolas de nuevo al
azar. «Dadá lo reduce todo a la sencillez de los orígenes», definieron ellos, que
rechazaban las definiciones. Tampoco aprobaban los manifiestos, y, sin embargo, Tzara redactó varios,
donde, por supuesto, dice: «En principio estoy en contra de los manifiestos de la
misma manera en que estoy en contra de los principios».
Huelsenbeck se marchó a Berlín y fundó el Club Dada, con ilustres
miembros como Hannah Höch, George Grosz y Raoul Hausmaim. Jean Arp y Max Emst
lo difundieron por Colonia. Kurt Schwitters fundó una sucursal en Hannóver. En Nueva
York, el espíritu dadá impregnó
a Marcel Duchamp - que en 1917 creó su célebre obra Fuente (un urinario)-
y a Man Ray, entre otros.
Tristan Tzara se unió a Francis Picabia y André Breton en
París en 1920. El carácter internacional es una de las características del dadaísmo,
junto con la agilidad creativa y la insolencia. Pero la efervescencia fue
diluyéndose: su actitud de negación y rechazo
a todo acabó apagando la euforia experimental inicial. De sus cenizas nació en
1924 el surrealismo, impulsado por André Breton. No es dadaísta asentarse.
Y, sin embargo, son muchos los hijos de la locura dadá: la escritura
automática, los collages musicales, los fotomontajes (inventados por Raoul
Hausmann y Hannah Höch), los happenings (actuaciones improvisadas)
y las performances. «Suministraron las bases
del arte conceptual», sostiene Will Gompertz, exdirector de la Tate Gallery.
Sin el dadaísmo «no habrían existido el surrealismo, el pop art ni el punk», añade Jed
Rasula. Fueron nihilistas, agitadores, anárquicos, excéntricos, gamberros. «Éramos
unos golfos», reconoció Hannah Höch.
El urinario más influyente
Lo firmó Mutt y lo presentó
a una exposición de la Sociedad
Internacional de Artistas lndependientes en NuevaYork en 1917. La junta
directiva decidió no mostrar aquel urinario que, según Marcel Duchamp, era una obra de arte titulada ‘Fuente’.
Duchamp, junto con Man
Ray, fue uno de los dadaístas de Nueva York, aunque él no se definía como tal.
Fue autor de rompedoras obras ready-made, objetos cotidianos titulados
como obras de arte: En previsión
de un brazo roto,
por ejemplo, era una pala quitanieves colgada del techo. Su trabajo marcó el surrealismo y el pop art y fue
crucial para el arte conceptual. En
2004, 500 expertos en arte votaron !a obra
más Influyente del siglo XX: ganó
su Fuente.
Etiquetas: Pintura y otras bellas artes
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