El hijo secreto de Felipe II
(Extraído de un artículo de Luis Reyes en la revista Tiempo
del 28 de agosto de 2015)
Mar del Norte, agosto de 1588. Los ingleses dan por muerto
al príncipe de Asculi, bastardo del rey.
Felipe II tuvo aventuras extramatrimoniales, como era normal entre los
soberanos de la época. Al casarse con Isabel de Valois, como solo tenía 13 años
se decidió aplazar la consumación del matrimonio, y consoló su espera con doña
Eufrasia de Guzmán, dama de su hermana, que en 1565 tuvo un hijo del rey.
Así lo relató el embajador veneciano Giovanni Soranzo
en su Relación del Estado de España, un informe al Senado de Venecia,
que tuvo ecos desde Roma a los Países Bajos, donde sería utilizado en su
batalla propagandística por Guillermo de Orange, jefe de la rebelión. Orange
cumplió el papel que hoy desempeña la prensa del corazón al publicar una Apología
–origen de la Leyenda Negra–, donde aireaba los líos amorosos, reales o
supuestos, de Felipe II. “Cuando se acostó con doña Eufrasia, quedando esta
embarazada, obligó al príncipe Asculi a casarse con ella”, dice Orange, que
añade que Asculi murió de pena por no poder evitar “que el bastardo de otro
hombre se convirtiera en su heredero”.
Antonio de Leyva, príncipe de Asculi, era un señero
nombre de la aristocracia hispano-italiana, nieto del vencedor de Pavía.
Eufrasia era de noble estirpe, los Guzmán, aunque su sangre no era limpia, pues
tenía un bisabuelo judío. Eso sí, era el más notable de los conversos, Salomón
Ha Leví, rabino mayor de Burgos, de bautizado Pedro de Santa María, que llegó a
obispo de Burgos. El bastardo del rey recibió el nombre y título de su padre
oficial, Antonio Luis de Leyva, príncipe de Asculi, y se convirtió en un
jovenzuelo juerguista y mala cabeza.
En Semana Santa, las grandes solemnidades se
celebraban en las Descalzas Reales. En el Oficio de Tinieblas se iban apagando
las velas para representar la muerte de Cristo y, al hacerse la obscuridad, los
fieles sonaban carracas, pues, según el Evangelio, la tierra se estremeció y
“hasta las piedras hablaron”. Pero un grupito de jóvenes de la más alta
nobleza, entre los que estaba Asculi, “invitados de la obscuridad y el demonio,
habían afrentado a las damas, comenzando a querer besarlas y aún pasar más
allá”. Las crónicas añaden que “escupieron a las mujeres y les tiraron las
almohadillas, y anduvieron entre ellas haciendo otras cosas deshonestas”.
La gamberrada indignó a Felipe II, no solo por su
carácter sacrílego, sino porque en el convento de las Descalzas vivían sus dos
hijas queridísimas, de modo que consideró que la afrenta se había hecho en su
propia casa. Instruyó el caso su confesor, fray Diego de Chaves, que actuó con
severidad: Asculi, junto a los otros nobles, fue encarcelado varios meses, y
luego condenado a fuerte multa y dos años de destierro. Las alegaciones de
Eufrasia de que se trataba de “muchacherías” no ablandaron al rey. Al regreso
del destierro, Antonio Luis cometió una nueva fechoría, acuchillando a un paje.
Esta vez fue la justicia ordinaria quien lo encerró en un castillo, y de nuevo
Felipe II hizo oídos sordos a Eufrasia, negándose a leer siquiera las cartas
que le envió.
La Armada. Estos episodios de violencia tenían una
deriva positiva en la época, el ejercicio de la milicia. Antonio Luis de Leyva
se fue a las guerras de Flandes y el gran caudillo Alejandro Farnesio lo nombró
capitán general de la artillería. Luego, en “la empresa de Inglaterra”, que los
detractores de Felipe II llamaron la Armada Invencible, Asculi, de 23 años, se
incorporó al estado mayor del duque de Medina Sidonia, jefe de la expedición.
El espionaje inglés en Lisboa lo señalaba como uno de los tres comandantes
adjuntos. Llegó, por cierto, con un séquito regio de 39 personas, y embarcó en
la nave capitana, el San Martín, junto a Medina Sidonia, que ordenó “en
el castillo de popa ha de estar mi persona y junto a ella Asculi”. Algunas fuentes
señalan que había órdenes secretas para que tomase el mando si Medina Sidonia
caía.
No vamos a detallar el fracaso de la empresa de
Inglaterra, que tampoco fue el desastre que pretendía la propaganda inglesa. La
mayoría de las bajas fueron por naufragio en las costas irlandesas en el viaje
de vuelta y entre ellas estaba el Santa María de la Rosa, del que solo
se salvó un marinero genovés. Hecho prisionero, para agradar a sus captores,
declaró que en su hundimiento había muerto Asculi. Los ingleses le dieron
inmediatamente mucho bombo a la noticia de la muerte de un hijo de Felipe II,
que magnificaba la derrota española, pero era pura mentira. En realidad, Asculi
se había perdido la expedición.
Al diseñar Felipe II la campaña, lo más difícil, según
señalaron todos los expertos, no sería la batalla contra la flota enemiga, ni
siquiera el desembarco en Inglaterra, sino la recogida del Ejército de Flandes,
los 30.000 veteranos de Farnesio, un Ejército formidable frente al que no
podrían resistir los ingleses. La operación se reveló imposible, porque la
Armada no podía llegar a ningún puerto flamenco a embarcarlos, se quedó
esperándolos en Calais, y Farnesio no quiso arriesgar a su ejército en
barcazas, entre los traicioneros bancos de arena y los peligrosos corsarios
holandeses. Desesperado por la no comparecencia de Farnesio, Medina Sidonia
envió a buscarlo a la persona de más calidad, el bastardo del rey.
Pero en esas lanzaron los ingleses un ataque con navíos incendiarios y la Armada se tuvo que hacer a la mar, arrastrándola el viento lejos de la costa. Asculi se encontró así abandonado en tierra, y le escribió una compungida carta a Felipe II explicando que Alejandro Farnesio le había prohibido intentar a la desesperada alcanzar su barco, y que “mi mayor desgracia es no estar junto a mis compañeros de guerra”.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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