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sábado, abril 7

El trágico destino de la expedición que buscaba el paso del Noroeste en el Ártico

(Un texto de Clemens Höges en el XLSemanal del 30 de octubre de 2016)

El británico Sir John Franklin zarpó hace 171 años en busca del paso del Noroeste, la ruta que debía unir el Atlántico con el Pacífico. Algo salió mal. Jamás se supo de su expedición. Después de tantos años aparece el navío Terror (nombre premonitorio) en perfecto estado. Un auténtico buque fantasma.

Las leyendas de los inuits recuerdan las espantosas figuras que sus cazadores descubrieron entre la niebla: hombres blancos, famélicos, con los rostros marcados por la enfermedad, con unas bocas que eran agujeros vacíos, sin dientes, prueba clara de escorbuto. En los relatos se habla de un grupo de hombres que, con sus últimas fuerzas, arrastraban un bote grande y un trineo por el suelo helado. En una de sus botas altas guardaban trozos de otros hombres blancos.

Los hombres blancos eran parte de la tripulación de Sir John Benjamin Franklin. En 1845, el explorador británico comandó una expedición formada por los navíos de guerra Terror y Erebus para encontrar el mítico paso del Noroeste, la ruta marítima más corta entre Europa y Asia. Sin embargo, Franklin, sus naves y sus 129 hombres desaparecieron en el hielo sin dejar rastro.

En los años siguientes se enviaron hasta 40 expediciones para descubrir qué había ocurrido. En la búsqueda del Terror y el Erebus han muerto más hombres que en la misión de los dos barcos perdidos.

El misterio se ha resuelto. Expertos de la organización canadiense Arctic Research Foundation han encontrado el Terror en perfecto estado: como si fuera un barco fantasma, yace casi intacto en el fondo del océano helado, a solo 24 metros de profundidad, recto, apoyado sobre su quilla. Los tres mástiles están rotos, pero descansan sobre la cubierta. Incluso las ventanas de cristal del camarote del capitán han resistido los embates del mar y el tiempo. Según el jefe de operaciones de la organización, Adrian Schimmowski: «Si pudiéramos sacar el barco a la superficie y achicar el agua, flotaría sin problemas».

El Erebus lo encontraron -mucho más deteriorado- hace dos años. La posición de ambos barcos apunta a una historia heroica y terrible. Unos pocos hombres de la tripulación debieron aventurarse a saltar a tierra, en un último combate por la supervivencia.

Los restos del Terror se han localizado gracias a un golpe de suerte. Un marinero inuit le contó al jefe de la expedición, Adrian Schimmowski, una anécdota que desencadenó el hallazgo. Le comentó como un día que salió a pescar vio a los lejos un enorme trozo de madera sobresaliendo del hielo en la costa occidental de la isla del Rey Guillermo. Parecía un mástil. El jefe de la expedición decidió probar suerte y dar un rodeo por aquella bahía. Cuando ya viraban para regresar, una forma extraña apareció en la pantalla del sónar. Era la silueta de un barco muy grande.

Inmediatamente, el equipo envió un robot submarino a las profundidades. empezaron a aparecer planchas de madera, una rueda de timón, un casco, un enorme bauprés, hasta la campana de un barco. Una gruesa ancla salía de su escobén, como si alguien hubiese fondeado tranquilamente antes de que el navío se hundiera. Además, de la cubierta asomaba una chimenea, objeto muy poco habitual en los veleros de aquella época, pero con el que sí contaba el Terror.

El robot entró por un agujero abierto en el casco del buque y grabó unas botellas de vino, unas latas de conservas en un estante, camarotes, una especie de escritorio con los cajones abiertos. El Terror y el Erebus fueron equipados con todo lo que la tecnología de la época podía ofrecer. Llevaban un daguerrotipo, el precursor de las cámaras fotográficas; víveres y suministros para tres años, incluidas miles de latas de conservas; y unas máquinas de vapor de varias toneladas de peso para esquivar la amenaza del hielo flotante. Como las máquinas consumían cantidades ingentes de agua dulce, se montaron unas desalinizadoras alimentadas con carbón, que también producían agua potable. Nadie podía prever que probablemente las desalinizadoras y las conservas causaron el envenenamiento de la tripulación.

La pista la han proporcionado los cadáveres perfectamente conservados de tres marineros que encontró un equipo de científicos canadienses. Parece que Franklin echó el ancla frente a una pequeña isla llamada Beechey para pasar el primer invierno. Allí murieron aquellos tres hombres. Fueron enterrados en el permafrost. El verano siguiente, los barcos siguieron avanzando a buen ritmo, pero el hielo sorprendió a la expedición al oeste de la isla del Rey Guillermo. Murieron 9 oficiales y 15 marineros. Lo peor es que el hielo siguió impidiendo avanzar a los barcos durante todo el verano hasta enlazar con el siguiente invierno.

Mientras, en marzo de 1848, ante la falta de noticias, la Armada envió al Ártico varias misiones de búsqueda. Sin éxito. Siguieron sucesivas expediciones con el mismo resultado. Cuatro años más tarde circularon por Londres los informes del científico escocés John Rae, que había conversado con los inuits de la costa norte de Canadá. El anciano In-Nook-Poo-Zhe-Jook le habló de aquellos hombres blancos medio muertos que intentaban arrastrar un bote sobre el hielo de la isla del Rey Guillermo. Otros le contaron que los blancos se habían convertido en caníbales.

La mujer de Franklin, Lady Jane, no quiso creerlo. El escritor Charles Dickens se puso de su parte y descalificó a Rae. En las décadas siguientes, los científicos confirmaron que los inuits tenían razón. En muchos lugares se encontraron huesos de integrantes de la expedición con las marcas inconfundibles de cuchillos de metal, algo de lo que los inuits carecían en aquella época.

Lady Jane envió su propia expedición a la isla del Rey Guillermo. Hallaron un extraño montículo de piedras. A su alrededor, restos de la equipación de Franklin. un sextante, un maletín médico, la tapa de una caja para transportar armas… En medio del montículo había guardado un pequeño cilindro con un mensaje de los desesperados hombres de la expedición.

Los barcos estaban atrapados en el hielo, decía la misiva, y añadía que Franklin había muerto en junio de 1847. Comunicaban que habían decidido abandonar los barcos y que intentarían alcanzar a pie un lugar llamado Back s Fish River, ya en el continente, a muchos cientos de kilómetros al sur. Pasado ese río había un puesto comercial. No tenían ninguna posibilidad de éxito. Poco más adelante, Lady Jane y sus expedicionarios hallaron un bote cubierto por la nieve. En el interior reposaba el esqueleto de un hombre corpulento, tapado con pieles y mantas. Era uno de los oficiales. También hallaron huesos de un hombre de pequeña estatura. Además, en el interior del bote había relojes de oro, cubiertos de plata, libros religiosos, botones de la Armada, pipas, tabaco… en absoluto el tipo de cosas que uno lleva cuando pretende arrastrar un bote por el hielo durante cientos de kilómetros.

¿Por qué los hombres dejaron el refugio que ofrecían los barcos? Y ¿por qué, a pesar de todos sus suministros, estaban tan enfermos? En 1984, el antropólogo Owen Beattie viajó con otros expertos a la isla de Beechey para estudiar los cadáveres rodeados de hielo de los únicos muertos de la expedición que fueron sepultados convenientemente. Certificaron que tenían altas concentraciones de plomo, lo que podría explicar su desorientación y debilidad. El plomo estaba en las latas de conservas que llevaban a bordo. Poco después, otro científico completó la teoría: también eran de plomo las tuberías de las máquinas con las que la expedición se abastecía de agua potable.

Otro misterio es que ninguno de los buques ha aparecido donde deberían haber estado. Acabaron más al sur de lo que se esperaba, paradójicamente cerca del paso del Noroeste. «Es poco probable que los arrastrara el hielo», dice John Geiger, director de la Real Sociedad Geográfica Canadiense.

Erebus y Terror eran navíos ingleses de guerra que fueron reforzados para la misión en el Ártico. El Terror tenía chimenea, algo raro en un velero de la época, porque transportaba una enorme máquina de vapor para impulsarse a través del hielo. Sus pecios se conservan muy bien: se ha hallado la rueda del timón del Terror, la campana del barco, el ancla, botellas de vino, latas de conservas en los estantes, incluso escritorios con los cajones abiertos dentro de los camarotes.

Puede que algunos hombres regresaran a los barcos después de la expedición mortal por el hielo, los volvieran a dejar en condiciones de navegar y fueran con ellos hacia el sur en busca de la salvación. Si fue así, los últimos hombres con vida de la expedición fueron también los primeros en encontrar el paso del Noroeste: el paso desconocido se encontraba a espaldas de los barcos. A los muertos les corresponde el honor del descubrimiento.

***
Debilitados por el plomo

A tres marineros los enterraron en la isla de Beechey. El análisis de los cadáveres indica que los hombres de la expedición pudieron sufrir una intoxicación por plomo que los debilitó y desorientó. Eso explica que abandonaran el barco y murieran a pesar de tener víveres; entre ellos, latas de conserva selladas con plomo, un 'veneno' también presente en las cañerías de la máquina con la que se abastecían de agua potable.

La ruta de Franklin

Los barcos zarparon de Inglaterra en mayo de 1845. En julio superaron Groenlandia y se internaron en el estrecho de Lancaster, considerado la puerta de entrada al paso del noroeste. Buscaban una zona sin hielo para navegar de Europa a Asia sin necesidad de bordear América o África. Los restos de los barcos de Franklin se han encontrado cerca de este paso que finalmente cruzó Amudsen en 1906.

Un héroe en horas bajas

Cuando le ofrecieron liderar la expedición, John Franklin era un héroe (había participado en la batalla de Trafalgar) en decadencia: lo habían cesado como gobernador de Tasmania y era demasiado mayor (59 años) para liderar una expedición tan dura.


 

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