Stefan Zweig, ¿Un cobarde o un pacifista radical?
(Un texto de Marta Medina en elconfidencial.com del 18 de abril de 2017)
Fue el autor -junto a Mann- más leído de su época. Lo
llamaron cobarde por no condenar expresamente el nazismo. Ver a Europa
"destruirse a sí misma" lo llevó al suicidio.
"De esta
manera considero lo mejor concluir a tiempo y con integridad una vida cuya
mayor alegría era el trabajo espiritual y cuyo más preciado bien en esta tierra
era la libertad personal. Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer
después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto".
Con estas últimas palabras y una sobredosis de barbitúricos, Stefan Zweig, el
escritor más reconocido -junto a Thomas Mann- de la primera mitad del siglo XX,
ponía el punto final a su vida y a su obra el 22 de febrero de 1942. Lo hacía
acompañado de su mujer, Lotte, en Petrópolis, una ciudad brasileña a 66
kilómetros de Río de Janeiro, exiliado e incapaz de ser testigo de cómo su
Europa, su adorada Europa, se "destruía a sí misma" víctima de la
"derrota de la razón y el más enfervorecido triunfo de la brutalidad"
que había supuesto no ya una Primera, sino una Segunda Guerra Mundial.
Si ya en vida
hubo voces que lo tacharon de cobarde por su rechazo a posicionarse
explícitamente en contra del régimen nazi -cosa que sí hizo dentro de su obra-,
algunos de sus coetáneos también vieron su muerte como un acto de debilidad: el
propio Mann cuestionó en una carta a su hija Erika que el suicidio del austríaco
hubiese sido "a causa de la pena o de la desesperación" y afirmó que
"su nota de despedida es completamente inadecuada" y que era "imposible
sentirse conmovido".
En la
intimidad de su diario, el autor de 'La montaña mágica' llegó a confesar que
encontraba "la muerte de Zweig estúpida, débil y reprensible".
"Pero lo más interesante es que Mann, 10 años después, volvió a escribir
sobre él y su mirada era totalmente diferente", advierte Maria Schrader,
directora de 'Stefan Zweig: Adiós a Europa', el film biográfico en el que
repasa los últimos años de exiliado del autor vienés hasta el día de su muerte
y que se estrena este viernes 21 en la cartelera española.
En 1952, un
arrepentido Mann reculaba: "Confieso que me he peleado con el fallecido
sobre su decisión, algo que entonces vi como una deserción de todos los
inmigrantes que compartimos el mismo destino, una especia de triunfo a favor de
los dirigentes alemanes que vieron en este acontecimiento detestable la caída
de una víctima particularmente prominente". "Desde entonces he
aprendido a verlo de otra forma y he empezado a pensar de otra manera respecto
a su marcha".
A pesar de las
continuas acusaciones de imparcialidad -una característica que el austríaco
percibía como una virtud-, un Zweig convertido en uno de los mayores referentes
de la intelectualidad europea se negaba enérgicamente a censurar de forma
abierta al régimen de Adolf Hitler mientras sus compañeros intelectuales iban
sucumbiendo -en el mejor de los casos- al exilio y la comunidad judía -de la
que él formaba parte- era objeto de persecución por parte de las autoridades.
Una aparente equidistancia que queda rota en su autobiografía 'El mundo de
ayer: Memorias de un europeo', publicada póstumamente en 1942, donde describió
a Hitler como un "agitador inculto, enredado en un germanismo de la
especie más mezquina y brutal" y de quien dice que "en los raros
momentos en que le brillan los ojos se nota que algo demoníaco se esconde
dentro de ese hombre singular".
El último
tercio del siglo XIX había sido para Europa "la época de oro de la
seguridad", reflexionó Zweig. "Todo lo radical y violento parecía
imposible en aquella era de la razón", hasta que el momento de mayor paz,
prosperidad y libertad en Europa -se podía viajar sin apenas necesidad de
pasaporte- tocó a su fin con el estallido de la Gran Guerra. Tras varias
décadas de avance tranquilo, "nuestro mundo retrocedía un milenio en lo
moral", pero "la misma humanidad se elevaba hasta alturas
insospechadas en lo que a la técnica y el intelecto se refiere". En esa
época, todavía joven y sin prever lo que acechaba, Zweig y muchos de los
intelectuales de su entorno sólo tenían ojos "para libros y cuadros".
"Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos
la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan
su época. Por eso no recuerdo cuando oí por primera vez el nombre Adolf Hitler
el hombre que ha traído más calamidades a nuestro mundo que cualquier otro en
todos los tiempos", se lamentaba en estas memorias escritas entre 1939 y
1941. "Será la posteridad la que, disponiendo de una mejor documentación
de la que tenemos nosotros, los contemporáneos, dará a esta figura su correcta
medida histórica". Lo que muchos de sus contemporáneos sintieron como
falta de implicación, para el escritor austríaco era "un pacifismo radical",
defiende Schrader. "Yo le tengo mucho respeto por insistir en no atacar de
ninguna de las maneras; nunca utilizó sus instrumentos, nunca utilizó sus
palabras para atacar ni para generalizar. Fue un oponente de los términos generales
de la guerra. Si entendemos que no hay nada que pueda parar el horror, ¿dónde
te colocas como pacifista?. Este era el motivo de su desesperación".
Zweig, el gran
biógrafo de los próceres de la historia europea -Fouché, María Antonieta, María
Estuardo, Erasmo de Rotterdam, Verlaine, entre muchos otros-, acababa sus días
en una humilde casucha petropolitana, casi una década después de huir de
Salzburgo a causa del auge del nacionalsocialismo y seis años más tarde de que
el régimen nazi hubiese prohibido su obra. "Nací en 1881, en un imperio
grande y poderoso -la monarquía de los Habsburgos- pero no se molesten en
buscarlo en el mapa: ha sido borrado sin dejar rastro", comienza 'El mundo
de ayer'. "Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y
supranacional, de donde tuve que huir como un criminal antes de que fuese degradada
a la condición de ciudad de provincia alemana. En la lengua en que la había
escrito y en la tierra en que mis libros se habían granjeado la amistad de
millones de lectores, mi obra literaria fue reducida a cenizas. De manera que
ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de
los casos".
Zweig, que
hasta 1936 había recorrido el globo como una celebridad, de ponencia en
ponencia, de encuentro literario en encuentro literario, se había visto a
embarcar hacia Latinoamérica dejando a su exmujer y sus hijas atrás, con quienes
más tarde se reencontraría en Nueva York. En su periplo, su barco tuvo que
atracar en Vigo, ciudad que los pasajeros tuvieron la oportunidad de visitar a
pesar de que la Guerra Civil ya había estallado. De su fugaz paso por España,
el escritor recuerda que "delante del ayuntamiento, donde ondeaba la
bandera de Franco, estaban de pie y formados en fila unos jóvenes, en su
mayoría guiados por curas y vestidos con sus ropas campesinas, traídos seguramente
de pueblos vecinos. De momento no comprendí para qué los querían. ¿Eran obreros
reclutados para un servicio de urgencia? ¿Eran parados a los que allí daban de
comer? Pero al cabo de un cuarto de hora, los vi salir del del ayuntamiento
completamente transformados. Llevaban uniformes nuevos y relucientes, fusiles y
bayonetas. ¿Dónde lo había visto antes? ¡Primero en Italia y luego en
Alemania!".
Schrader, en
su película, incide en ese sentimiento de desarraigo que, a pesar de sentir
gratitud hacia los países que lo acogieron, acabó por superar a un Zweig nómada
y al que, además, muchos acudían para conseguir los visados necesarios para
abandonar Europa, terriblemente preciados en un momento en el que millones de
personas se hacinaban en los puertos del Atlántico huyendo del Holocausto y la
guerra. Incluso él, a su paso por Reino Unido, tuvo que solicitar un pasaporte
apátrida después de que la invasión alemana en Austria. "París,
Inglaterra, Italia, España, Bélgica, Holanda: esa vida errante de gitano y
presidida por la curiosidad había sido agradable de por sí y, en muchos
aspectos, provechosa. Pero, a la postre, uno necesita un punto estable de donde
partir y a donde volver; nunca lo he sabido tan bien como hoy, cuando ya no
deambulo por el mundo por propia voluntad sino porque me persiguen".
Schrader,
después de haber visto cientos y cientos de películas ambientadas en los países
que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, ha querido descubrir con 'Stefan
Zweig: Adiós a Europa' "qué ocurrió con aquellos que pudieron marcharse y
cómo los recuerdos de la guerra les persiguieron" y cómo afrontaron
"una existencia totalmente dividida, en la que estaban físicamente en un
lugar pero tenían la cabeza en otro, con la familia y los amigos dejados atrás:
la maldición de todos los exiliados", explica.
Tres cuartos
de siglo después de la muerte de Zweig, Schrader encuentra ciertos ecos en la
actualidad respecto al momento que le tocó vivir al escritor en su juventud.
"Hasta hace poco habíamos conseguido, en menos de 75 años, convertir a
Europa de un lugar terrible a un continente unido que ha vivido el periodo de
paz más largo de su historia. Molesta tanto pensar que la gente pueda renunciar
a ello tan fácilmente". Y "creo que este periodo está acabando. Lo parece.
Incluso creo que ya lo ha hecho".
"La repetición nunca es inocente", prosigue Schrader. "En mi caso personal, yo he vivido la Guerra Fría, me han sacado de trenes y de coches en fronteras europeas tantas veces… Y hace 10 días fui a Dinamarca -país al que he viajado tantísimas veces sin mostrar ningún documento de identidad- y me pidieron el pasaporte en el tren al pasar la frontera. Y te digo por qué. Me lo pidieron a mí por mi aspecto [morena]. Pero no le piden el pasaporte a todo el mundo, sino que se pasean por el tren buscando gente étnicamente diferente. Y es un control racista, que me parece el más terrorífico, porque podrías pensar que podrían controlar a todo el mundo de la misma forma, pero no es así. Me da mucho miedo lo que está pasando."
Etiquetas: libros y escritores
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