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viernes, junio 21

Guerlain, herencia aromática


(Un texto de Cristina Frigola en un suplemento dominical del Periódico de Aragón de febrero de 2019 complementado con algunas notas leídas en un texto de Laura Requejo en la revista Mujer de Hoy del 20 de octubre de 2018)

De principios del siglo XIX al París más pop, pasando por los felices años veinte, las fragancias de Guerlain han definido el lujo y la vida moderna. 

Durante casi dos siglos, Guerlain ha explorado las diferentes facetas de la belleza a través del perfume, el maquillaje y el cuidado de la piel. Ha predicho revoluciones en el mundo de la moda y en los cánones estéticos y ha anticipado profundos cambios en la vida y aspiraciones de las mujeres.

Fue en la tienda de especias de su padre, una increíble "cuna de olores", donde se fraguó el destino olfativo de Pierre-François Pascal Guerlain. Marcado para siempre por aromas intensos procedentes de tierras lejanas, se convirtió en perfumista-químico y en 1828 fundó su primera tienda junto a los bellísimos jardines de las Tullerías de París, la cual llevaba su nombre. La opulenta maison, en lo que ahora es el Hotel Le Meurice, no era solo un paraíso de aromas estimulantes; también un lugar donde el público más selecto podía encontrar las nuevas maravillas de la cosmética. En poco tiempo rivalizó en convocatoria con los salones de la época, y se erigió en punto de encuentro de dandis, príncipes, damas de alta alcurnia y amantes de lechos aún más elevados.

Eran tiempos del reinado del teatro en la vida social parisina, de las operetas de Offenbach y de los éxitos grandiosos de la Comédie Française. Y a todos esos actos públicos marcaban los cánones que había que destacar sobre la multitud no solo con una vestimenta apropiada, también con los afeites dignos de la voluptuosidad femenina. De hecho, la opulenta tienda de Pierre-François en la Rue de Rivoli, en lo que ahora es el Hotel Le Meurice, no era solo un paraíso de aromas estimulantes, también era un bazar de las sorpresas en las que el público de la época podía encontrar novísimas maravillas de la cosmética, como cremas para protegerse del sol, coloretes, maquillajes o bálsamos para los labios.

En poco tiempo, Guerlain rivalizó con los salones de la época abriendo una serie de boutiques, desde la rue de Rivoli, pasando por la place Vendome, hasta los Campos Elíseos. Su savoir faire contribuyó a que la Ciudad de las Luces, inagotable fuente de inspiración, se convirtiera en la capital de la elegancia y el lujo.

Como en todo folletín de aquella época, en esta historia también hay una heroína. Española y aristócrata, por más señas. ¿Su nombre? Eugenia de Montijo, la mujer que le narró a Mérimée las peripecias sentimentales de Carmen, la gitana con el drama pasional más famoso de la historia. En 1853 la granadina se convierte en emperatriz de los franceses y se gana el corazón del pueblo llano con una reverencia desde el balcón de Notre Dame.

Pierre-François-Pascal se rinde a sus encantos y le dedica una magnífica Eau de Cologne Impériale de alma hespéride que huele a rosa, a jazmín y a azahar, y que lleva tallado en cristal una corona de abejas, símbolo de la grandeza industriosa del Segundo Imperio.

El bello insecto se transforma también en emblema de la casa. A día de hoy, sigue enredado en sus frascos de perfume. Y no solo eso. La protección del futuro de las abejas se ha erigido en la actualidad en máxima prioridad en la historia que Guerlain quiere escribir en el siglo XXI. De hecho, la conservación de la biodiversidad es la aspiración última de la maison, que también ha creado una Reserva Natural de orquídeas en Tianzi (China), en la que está consiguiendo reintegrar en su hábitat variedades que ya casi estaban extinguidas.

La emperatriz Eugenia nombró a monsieur Guerlain perfumista oficial de Su Majestad después de que éste crease para ella esta colonia. En poco tiempo, todas las casas reales europeas lo habían elegido como proveedor de fragancias. Con ellas se perfumaban la reina Victoria en Reino Unido, Isabel II en España y la emperatriz Sissi de Austria.

De Pierre-François heredó su hijo Aimé la pericia para los aromas. Y lo elevó a la categoría de arte con mayúsculas con la creación de Jicky, el primer perfume moderno de la historia que combinó las notas sintéticas y naturales. En tiempos de fascinación por las maravillas del progreso y de Exposiciones Universales, esta fragancia vanguardista estableció por primera vez la pirámide olfativa y se alejó de la mera reproducción de la naturaleza. Jicky se atrevía a dejar de imitar a las flores para elevar su propia personalidad por encima de la realidad. Hasta tal punto que, pese a ser un aroma femenino, al principio solo se atrevieron a usarlo los hombres.

No fue la única disrupción en la historia de la belleza que debemos a Aimé Guerlain. También se inventó la barra de labios tal como la conocemos ahora (la llamó Ne m’obliez pas, que significa no me olvides, y el prodigio técnico también era recargable).

Su sobrino Jacques Guerlain se encargó de hacer que la maison cruzara el umbral del siglo XX en una Belle Epoque que reclamaba joie de vivre y nuevas estructuras olfativas. Ávido coleccionista del impresionismo, Jacques establecería una base reconocible para todos sus perfumes que denominó Guerlinade (un sello secreto que combinaba bálsamos, bergamota, lirio, rosa y jazmín). También firmaría hasta 400 creaciones, entre las que han hecho historia el prodigio impresionista que es L’Heure Bleue (perfume de cabecera de Charles Chaplin), el capricho japonés de Mistouko y la portentosa brillantez de Shalimar, el primer perfume oriental de la historia, creado para enmarcar olfativamente un París, el de los años 20, desenfrenado pero intelectual y habitado por personajes míticos como Hemingway, Diaghilev o Francis Scott Fitzgerald.

Ya a mediados del siglo XX, y con apenas 18 años, Jean-Paul Guerlain demostró a su abuelo que era capaz de estar a la altura de su apellido y firmó con él su primer perfume: Ode. Le siguieron dos masculinos emblemáticos, Vetiver y Habit Rouge, un oriental femenino visionario, Samsara, y un millón de ideas soprendentes: del mítico Rouge G que se inventó en los años 50a las Terracottas que transfomaron la belleza en los 80. 

Cuenta la leyenda que Jacques se encargó personalmente de entregar su libro secreto de fórmulas a su heredero material actual, Thierry Wasser, un perfumista con una pituitaria prodigiosa. Aunque este suizo rompe la tradición del apellido Guerlain, aporta una sensibilidad exquisita y un fiero espíritu aventurero que le lleva a descubrir en persona los ingredientes más suntuosos en los lugares más recónditos del planeta.

Cuando en la primavera de 2009 Guerlain se atrevió a embotellar La Petite Robe Noire como parte de su colección exclusiva, Wasser recuperó la cereza negra y la bergamota en las notas de salida, la rosa negra en el corazón de la fragancia y el té ahumado y el pachulí en las notas de fondo. Un perfume delicado y sensual que pretende ser la quintaesencia de la mujer parisina. Guerlain rompió con las formas tradicionales mediante una original campaña orquestada por el dúo de artistas Kuntzel & Deygas, retomando la tradición de colaborar con ilustradores. […]

Así, a lo largo de estos 190 años, Guerlain ha sido una historia de atrevimiento y exploración, de herencia y futuro. Arte con mayúsculas, con creaciones icónicas como Jicky, la primera fragancia moderna, o Creme a la Fraise, uno de los primeros productos de vanguardia para el cuidado facial. La Maison cruzó el umbral del siglo XX en una belle époque que reclamaba joie de vivre y nuevas estructuras olfativas como I’Heure Bleue, perfume de cabecera de Charles Chaplin, o la portentosa brillantez de Shalimar, el primer perfume oriental de la historia, creado para enmarcar el París de los años veinte. A mediados del siglo XX sorprendió con dos aromas masculinos emblemáticos, Vetiver y Habit Rouge, e infinidad de ideas sorprendentes: del mítico Rouge G que se inventó en los años cincuenta a las terracotas que transformaron la belleza en los ochenta.

Por el camino, la Maison ha creado una estela de belleza y lujo ejemplificada en la originalidad y magnificencia de sus boutiques. De la Rue de Rivoli a la Rue Saint Honoré, en la lujosísima esquina con la Place Vendôme, y desde 1868 con su maison en los Campos Elíseos. Este edificio de paredes de mármol, creado por el arquitecto del Ritz, Charles Mewès, cuyos interiores han reinterpretado figuras míticas del diseño, de Giacometti a Peter Pilotto, se erige ahora en templo cosmopolita de la belleza de nuestros tiempos.

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