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jueves, agosto 1

A Woman Captured, una esclava doméstica en la Hungría de hoy

(Un texto de Paka Diaz en la revista Mujer de Hoy del 17 de noviembre de 2018)

Ni es ficción ni es una excepción. El documental A Woman Captured muestra la vida de una esclava doméstica en la Hungría de hoy. Una historia que demuestra que solo es invisible lo que no queremos ver.

Al pensar en la esclavitud, lo primero que nos viene a la mente son los años de colonialismo en América, cuando los comerciantes norteamericanos y europeos tejieron una próspera red basada en la venta de seres humanos, en su mayoría procedentes de África, como mano de obra gratuita. Aquello duró hasta mediados del siglo XIX y ahora nos repele pensar en esos tiempos. Nos ofende y suspiramos con alivio al creerlo superado. Por eso es tan sorprendente descubrir que en nuestros días hay más personas esclavas que entonces. De hecho, en pleno siglo XXI hay más esclavos que en ningún otro momento de la historia. Y son infinitamente más baratos.

El documental húngaro A Woman Captured –presentado en Sundance, premiado en el Festival de Atenas y exhibido recientemente en la Cineteca de Madrid, durante el Festival Promesas del Este– narra la historia de una mujer esclavizada como sierva doméstica en la Europa de hoy. Marish trabaja unas 18 horas al día, tanto en la casa de Eta, su dueña, como de limpiadora en una fábrica. Pero no percibe ningún sueldo: todo el dinero que gana va íntegramente a su captora, que apenas le proporciona unos cuantos cigarrillos al día, las sobras de la comida y un hueco para dormir en el sofá del salón.

Marish es como un fantasma al que nadie ve, una mujer en la cincuentena que aparenta 80 años y que vive atrapada: solo puede salir de la casa para tender en el jardín o para coger el cercanías que la lleva a la fábrica. La directora húngara Bernadett Tuza-Ritter oyó hablar de Marish mientras estudiaba Cine en la universidad. Cuando le tocó hacer su trabajo final de carrera, un corto de cinco minutos sobre la vida de una persona, recordó la historia de aquella mujer que cambiaba su trabajo por comida y vivienda, y pensó que le gustaría saber algo más de ella. Así que habló con la captora y logró introducirse en sus vidas.

La joven estudiante llegó a un acuerdo con Eta: en la película, solo podría aparecer el rostro de Marish. Tenía prohibido grabar al resto de la familia, pero sí escuchamos sus voces y vemos sus figuras. Se asiste impresionado al indigno trato que le dispensan a una mujer que se manifiesta a lo largo del metraje como tierna y con un sorprendente sentido del humor. La llaman estúpida, se burlan de ella y recibe mucho peor trato que el perro de la casa. “Marish podría ser cualquier mujer –explica la directora Tuza-Ritter a Mujerhoy–. Tuvo problemas económicos y Eta se ofreció a ayudarla. En teoría iba a acogerla a cambio de ayuda en casa, pero de facto la convirtió en su esclava. En ese momento, Marish estaba desesperada y no podía ni imaginar el túnel oscuro en el que se estaba metiendo”.

Al principio, Bernardett Tuza-Ritter se mantuvo como observadora, tratando de mostrar “solamente” lo que ocurría en aquella familia. “Eta me exigió que no me viera con Marish fuera de la casa y que no tuviéramos conversaciones privadas”, recuerda. Sin embargo, poco a poco fue ganándose la confianza de Marish y, juntas, idearon su huida de aquel infierno.

La película narra todo ese proceso y contiene escenas claustrofóbicas, como cuando la captora la encierra en una habitación. “Hubo momentos muy duros. Incluso llamé a la policía, pero no hicieron nada, así que pensé que lo mejor era ayudarla a escapar”, comenta la directora.

Hoy, Marish ha conseguido un trabajo y vive con su hija pequeña y su nieto. Se suponía que la policía iba a investigar a Eta y a su familia, a los que la directora considera “personas peligrosas”, pero hasta ahora las autoridades no han hecho nada.

Lo más increíble es que la historia de Marish no es excepcional. La esclavitud moderna ocurre por situaciones de explotación altamente abusivas que las personas no pueden abandonar o rechazar, ya sea porque los están amenazando con violencia a ellos o a sus familias, les han quitado su pasaporte y/o están reteniendo su salario. Así, quedan atrapados en trabajos debido a las deudas excesivas o a la violencia.

Otras veces, sencillamente, han nacido en contextos donde el libre albedrío no existe y, desde niños, solo pueden imaginar un futuro tan esclavo como su presente: trabajar cargando ladrillos o piedras 16 horas al día a cambio de la mera subsistencia.

Hace años, la prestigiosa fotógrafa norteamericana Lisa Kristine estaba realizando un reportaje en Ghana cuando vio unos barcos con jóvenes dentro. “Pensé que era un grupo de amigos haciendo vela. La imagen me parecía de postal, pero mi guía me sacó del error: eran esclavos dedicados a la pesca”.  

Kristine había descubierto la esclavitud moderna en el año 2009 cuando participaba, con una exposición, en la Cumbre de la Paz de Vancouver. Allí, rodeada de premios Nobel como el Dalai Lama, la activista Jody Williams y la expresidenta de Irlanda Mary Robinson, escuchó hablar del tema por primera vez. A su regreso a casa, contactó con la ONG Free The Slaves y se ofreció a trabajar como voluntaria para dar testimonio de esta lacra. Hoy, sus imágenes se pueden ver por todo el mundo, da conferencias sobre el tema (entre ellas, una charla TED que se ha hecho viral) y ha publicado el libro Slavery to liberation: bound to freedom [De la esclavitud a la liberación: obligados a la libertad] (Ed. Goff). Aún así, sabe que la mayoría de la población no es consciente de la magnitud del problema. En 2009, cuando ella empezó a trabajar en el tema, había algo más de 20 millones de personas esclavas en el mundo. Y no solo en zonas de conflicto y secuestradas por organizaciones terroristas, como el emblemático caso de la reciente premio Nobel de la Paz Nadia Murad, que fue esclavizada por el ISIS junto a más de 3.000 mujeres de etnia yazidí.
En torno a la trata de personas existe un boyante mercado instalado en el mundo ante la pasividad de los organismos internacionales, la connivencia de los gobiernos occidentales y el mayoritario desconocimiento de los ciudadanos, que no ven, o no quieren ver, lo que sucede.

Este mercado de seres humanos genera más de 150.000 millones cada año en sectores como la prostitución, la minería, la pesca o diferentes cultivos como el de cacao. Y todas sus víctimas tienen algo en común: la falta de recursos y el desamparo de la sociedad.

De los 40 millones de esclavos que contabiliza The Global Slavery Index –incluyendo los países occidentales–, el 71% son mujeres y el 21%, niñas y niños. Resulta paradójico que mientras que en 1850 un esclavo en el sur de los Estados Unidos costaba una cantidad equivalente a 35.000 €, hoy la media en el mundo es de 80 € por persona, según el libro Gente disponible: nueva esclavitud en la economía global, de Kevin Bales, director de la ONG Free the Slaves.

“Lo peor es que son como fantasmas a los que no vemos. Pasan a nuestro lado y ni nos damos cuenta de las condiciones en las que viven. Estamos hablando de personas que trabajan en condiciones inhumanas hasta 18 horas al día, sin poder comer ni beber, solo lo mínimo para sobrevivir”, denuncia Kristine. Ella sabe de lo que habla: ha fotografiado durante años a las niñas víctimas de la trata con fines sexuales en Nepal y a mujeres y ancianos en los hornos de ladrillos en la India. También a niños de cinco a 10 años, trabajadores en yacimientos de piedra, que cargan enormes losas más grandes que ellos. Otros pescan sin descanso, con la piel agrietada por la humedad. “Son niños y son esclavos. Esa es su vida, día tras día. No les pagan, trabajan los siete días de la semana y apenas obtienen suficiente comida para vivir. Tienen algo en común: la pobreza extrema”.

Para poder hacer sus fotos, Kristine tiene que seguir un estricto protocolo ya que conseguir llegar a las personas esclavizadas es complicado y hay que evitar alertar a sus dueños. Por eso resulta fundamental controlar sus emociones. “No les puedo ofrecer ayuda, ni dar dinero o interferir, debido al peligro que puede suponer para todas las personas involucradas –explica la fotógrafa–. Pero una vez el dolor pudo conmigo. Me encontraba en unos hornos en la India, donde había mujeres y ancianos cargados con enormes pilas de ladrillos. Sus ojos no tenían vida y hasta mi cámara falló a causa de las altas temperaturas. Corrí al coche y puse el aire acondicionado a toda potencia para enfriarla. Al regresar a hacer fotos pensé que mi cámara tenía mejores condiciones de vida que aquellas personas. Me eché a llorar”, recuerda.

El guía le advirtió que no podía seguir llorando, porque les estaba poniendo en peligro a todos. Ella se repuso y desde entonces centra toda su frustración y su esperanza en recorrer el mundo dando testimonio. “Muchos ni siquiera saben que están esclavizados –explica Lisa Kristine–. Trabajan 16, 17 horas al día sin ningún tipo de pago, porque así lo han hecho durante toda su vida y no tienen nada con qué compararlo. En la India visité aldeas donde familias enteras estaban esclavizadas en el comercio de la seda. Hice un retrato de familia: las manos negras teñidas eran las del padre, mientras que las manos azules y rojas eran de sus hijos. Mezclan el tinte en estos barriles grandes y sumergen la seda en el líquido hasta los codos, pero el tinte es tóxico”.

Para erradicar esta lacra es fundamental el compromiso de los ciudadanos occidentales. The Global Slavery Index, el informe elaborado por la ONG The Walk Free Foundation, que hace un recuento anual de personas esclavizadas en todo el mundo, ha demostrado que en los países desarrollados es mucho más alta de lo que se pensaba. Pero los grandes focos persisten y son conocidos por todos los gobiernos del mundo. De hecho, el 58% de los esclavos de todo el mundo se acumulan en cinco países: India, China, Pakistán, Bangladesh y Uzbequistán.

Otro de los países con más prevalencia es Libia, el estado al que la Unión Europea paga cada año millones de euros para tratar de frenar la inmigración. “Los testimonios de las mujeres que han pasado por Libia son sobrecogedores e incluyen esclavitud, violaciones, torturas, asesinatos…”, apunta María Jesús Vega, portavoz de ACNUR España.

Y no solo ocurre en territorios en conflicto. En Qatar y Emiratos Árabes Unidos, mujeres emigrantes de Asia y del África subsahariana son empleadas como trabajadoras del hogar en condiciones de explotación, con sus pasaportes e ínfimos salarios retenidos, y cualquier intento de revertir esa situación es criminalizado.

En Occidente, por otro lado, The Global Slavery Index estima que hay más de 400.000 esclavos explotados solo en los Estados Unidos; 136.000 en el Reino Unido y 105.000 en España. En nuestro país, las ONG consideran que el mercado principal es la industria del sexo y las víctimas son en su mayoría mujeres procedentes de Europa del Este (especialmente de Rumania y Bulgaria), Sudamérica (sobre todo Venezuela, Paraguay, Brasil, Colombia y Ecuador), China y Nigeria.
Pero no es el único mercado de seres humanos en España. “Las víctimas del trabajo forzoso provienen a menudo del Sudeste Asiático, de China y Vietnam, y están sometidos a trabajo forzoso en los sectores textil, agrícola, de la construcción, industrial y de servicios. Otros informes sugieren que algunas víctimas fueron traficadas para la extracción de órganos”, enumera Jacqueline Joudo Larsen, investigadora senior de Walk Free Foundation, que recuerda que los migrantes irregulares son especialmente vulnerables a la esclavitud porque no hablan el idioma local, no conocen las vías de asistencia y pueden haber acumulado una deuda significativa hasta llegar a su destino. Además, suelen tener miedo de acudir a la policía. “Pero también se ha encontrado que víctimas españolas han sido traficadas en vuestro territorio”, advierte para remarcar la fuerza despiadada del mercado de seres humanos.

Además, España aparece entre los países con un alto riesgo de tener casos de esclavitud moderna en su industria pesquera, junto a China, Japón, Rusia, Corea del Sur, Taiwán y Tailandia. Estos siete países acumulan en la actualidad el 39% de las capturas mundiales. “Los pescadores pueden ser atraídos a situaciones de esclavitud mediante oportunidades de empleo aparentemente legítimas. Pero una vez reclutados se encuentran incapaces de irse, debido a la naturaleza de la pesca en alta mar. Escapar es a menudo imposible durante meses o años”, explica Jacqueline Joudo Larsen, que reconoce que, aunque el Gobierno español se ha mostrado muy receptivo, su labor contra esta lacra es insuficiente.

La Fundación Walk Free recomienda ampliar las definiciones de explotación para incluir también el matrimonio forzado y extender los períodos de reflexión para las víctimas identificadas. El informe más reciente de GRETA (Grupo de Expertos en Acción contra la Trata de Personas del Consejo Europeo) destaca la necesidad de “aumentar las inspecciones de trabajo en los sectores del trabajo agrícola y doméstico, desarrollar un plan de acción nacional para todas las formas de explotación y garantizar que se están investigando”.

La historia de Marish, la mujer húngara esclavizada, representa a todas las personas de todas las edades que en estos momentos se encuentran atrapadas por el mercado de la esclavitud. La suya es una historia esperanzadora con final feliz. “Para mí, ha sido muy emocionante comprobar lo mucho que puedes ayudar a alguien haciendo que se conozca su historia”, reconoce Bernadett Tuza-Ritter. En la web awomancapatured.com, recaudan dinero que se destina íntegramente a Marish.
Este mes se estrena el documental en Hungría, el país de origen de la realizadora, donde se calcula que existen unas 36.000 personas que viven como esclavas y donde la cinta ha sido la semilla de una campaña contra la esclavitud que se hará en televisión con una versión editada.

Una de las preguntas que más le hacen a Bernadett Tuza-Ritter en cualquier parte del mundo tras ver su filme es: ¿cómo es posible que pueda vivir una persona esclavizada a tu lado y no te des cuenta? “La historia de Marish ocurre en todas partes, pero es difícil saberlo porque siempre sucede de puertas para dentro. Por eso es tan complicado de detectar y de abolir –responde–y por eso es tan importante ser conscientes de su existencia y no olvidarles”.