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lunes, abril 20

Corsarios de acero: así se libró la Segunda Guerra Mundial en el mar


(Un texto de Alberto Rojas en El Mundo del 12 de noviembre de 2019)

El experto Craig L. Symonds publica en España su obra sobre las batallas navales desde 1939 a 1945. 'La Segunda Guerra Mundial en el mar' no sólo es precisa con los hechos. También es adictiva como una novela de piratas y ágil como un torpedero.

Acaban de servir la cena a bordo. Chuletas de ternera y repollo, un menú poco usual en un submarino. El capitán Günther Prien ordena profundidad de periscopio y comprueba que no hay barcos aliados a su alrededor. Después el sumergible sale a superficie y los motores eléctricos dejan su labor a los diésel, que comienzan a petardear y a soltar su olor a humo por toda la nave. En la torre, Prien saca los prismáticos y dirige una maniobra osada: entrar por uno de los vigiladísimos canales de las islas Órcadas (Escocia) camino de la base británica de Scapa Flow, la principal de la Royal Navy. Lo hacen por el llamado estrecho de Kirk, que los británicos habían taponado con barcos hundidos. Por un pequeño hueco, en el que llegan a arañar el casco del submarino, entran en la base.

Todos los tripulantes, por instinto, comienzan a hablar en susurros, aunque no sirva de nada. Minutos después, el capitán alemán detecta en sus prismáticos la silueta de su presa, el acorazado Royal Oak, que sólo necesita una andanada de sus cañones más pequeños para mandar al U47 al fondo. Pero el U47 no ha sido detectado. Lanza tres torpedos a 3.000 metros de distancia a las 0:58. Ninguno impacta, pero los británicos siguen sin ver el peligro. A la 1:13 vuelve a disparar otros tres torpedos y esta vez sí dan en el blanco, hundiendo uno de los barcos más importantes del enemigo y del mundo en aquel momento.

No se puede empezar mejor un libro sobre guerra naval que con la misión del U47 el 14 de octubre de 1939. El historiador estadounidense Craig L. Symonds agarra al lector de las solapas y lo mete en el interior del agobiante submarino para cumplir una de las misiones más audaces de la Segunda Guerra Mundial, atravesando aguas heladas en la noche en busca de un enemigo superior pero confiado en su guarida. Con esta narración se vencen también las reservas de empezar a leer un volumen. de tamaño considerable, pero que atrapa desde la primera página a la 747. La Segunda Guerra Mundial en el mar (La Esfera de Los libros) tiene la carga épica las novelas marítimas de Patrick O'Brian, la capacidad adictiva de Veinte mil leguas de viaje submarino, el pulso narrativo de Nicholas Montsarrat en Mar cruel y la precisión histórica de cualquier libro de Max Hastings. Y lo más importante: pone en contexto las principales batallas navales y explica lo cruciales que fueron casi todas ellas en el transcurso de la guerra. «Salvando la invasión de la URSS, el mar tuvo una importancia capital en el desarrollo del resto de la contienda», asegura el autor.

Craig L. Symonds cree que, más allá del ataque del U47 en Scapa Flow, «la maniobra marítima más valiente y a la vez más estúpida de la guerra fue la decisión japonesa de atacar a la flota estadounidense en Pearl Harbor», otra de las grandes batallas a la que le dedica páginas, mapas, detalles y anécdotas en esta obra. «Decidido a obtener acceso sin restricciones a los campos petroleros y otros recursos naturales del Pacífico Sur, Japón temía que la posesión estadounidense de Filipinas interrumpiera las líneas de suministro. Para evitar cualquier interferencia con esas líneas de suministro, trataron de eliminar la flota de batalla de EEUU el primer día de la guerra. Nunca esperaron ganar una guerra con los Estados Unidos en el sentido convencional, pero creían que un año o dos después de tratar de regresar a Filipinas, los estadounidenses se cansarían de sus pérdidas y aceptarían una negociación. Fue una suposición desastrosa».

El libro revisa las grandes operaciones navales dentro de una guerra terrible de seis años, donde cada batalla llenaba cementerios y causaba un enorme impacto en la opinión pública, pegada a los noticieros previos a las películas proyectadas en los cines. El mundo ardía, y también ardía el mar. Mar del Plata, Atlántico Norte, Dunkerque, Pearl Harbor...

El autor también analiza las tácticas y sus protagonistas, pero sobre todo como la posesión de varias armas determina en muchos casos quién gana y quién pierde. El acorazado, que empieza siendo el fetiche de todas las armadas en 1939, acaba en el baúl de la Historia en 1945. «Incluso antes de la guerra, muchos oficiales navales vieron que el portaaviones probablemente superaría al acorazado como el arma principal de la guerra naval. Pero la tradición de la supremacía del acorazado era difícil de superar. Justo antes de la guerra, en 1939, los alemanes construyeron los acorazados de gran tamaño Bismarck y Tirpitz y los japoneses construyeron los enormes Yamato y Musashi con la creencia de que podrían afectar el equilibrio naval del poder. Curiosamente, los cuatro barcos fueron finalmente hundidos por aviones, la mayoría de ellos partiendo de portaaviones. Aunque los submarinos desempeñaron un papel importante tanto en el Atlántico como en el Pacífico, en 1943 era evidente para todos que el portaaviones se había convertido en el arma principal de la guerra naval», asegura Symonds.

Sobre el Bismarck, el autor recuerda el enorme pánico que se instaló entre los aliados cuando este acorazado alemán hizo su aparición en el Mar del Norte: «Este barco demostró lo peligroso que era hundiendo el crucero de batalla británico Hood en el estrecho de Dinamarca en 1941. Sin embargo, su misión -y la de los acorazados de bolsillo alemanes como Deutschland y Graf Spee- no era atacar a los buques de guerra británicos, sino hundir a los cargueros aliados, que era la misma misión asignada a los submarinos. Hay pocas dudas de que si un avión no lo descubre desde el aire, el Bismarck podría haber hecho un gran daño a los convoyes transatlánticos, pero gran parte de la preocupación de Churchill se basó en la percepción. Gran Bretaña gobernaba las olas. La existencia misma de un acorazado gigante como el Bismarck en el Atlántico Norte socavaba esa afirmación. Por eso dirigió tantos recursos para encontrarlo y hundirlo».

¿Fue relevante para la guerra en el mar el papel de los descifradores de códigos? «Durante 30 años después de la guerra, el papel de los descifradores de códigos en Bletchley Park, cerca de Londres y en Station Hypo, en Hawai, permaneció bajo secreto. Cuando finalmente se reveló en la década de 1970 hubo una tendencia a exagerar su importancia. Romper el código naval alemán Enigma fue un elemento clave de la victoria aliada, especialmente en la Batalla del Atlántico, pero no fue la razón por la que los aliados ganaron la guerra. Después de todo, los alemanes también estaban leyendo gran parte de las comunicaciones secretas británicas. El descifrado de código es parte de la Historia, pero no cuenta toda la Historia».

El agua se vuelve sangre en Normandía, hay que mojarse para embarcar en Dunkerque, tragas humo en Guadalcanal, saltas de una isla a otra hasta Iwo Jima y Okinawa. Para Symonds, hay victorias que se convirtieron a la larga en terribles derrotas, y derrotas que enseñaron tanto sobre el enemigo que al final condujeron a la victoria: «Como sugerí, la decisión japonesa de atacar Pearl Harbor fue una estúpida locura. De hecho, fue tan audaz y tan estúpida que los estadounidenses descartaron una operación así por la misma razón.

EEUU estaba en alerta la primera semana de diciembre de 1941, pero esperaba un ataque japonés a sus bases de Filipinas, no a Hawai. En ese momento, EEUU no había decodificado el código operativo japonés; y en cualquier caso los japoneses usaron una estricta disciplina de radio en su camino a Hawai. El ataque sorpresa fue tanto un éxito japonés como un fracaso estadounidense. Pero hago una reflexión sobre ello: si la flota japonesa hubiera sido descubierta mientras cruzaba el Pacífico, y si EEUU hubiera enviado su propia flota para enfrentarla, los japoneses habrían vencido casi con toda seguridad (tenían seis portaaviones frente a los dos estadounidenses) y los barcos de EEUU podrían haberse hundido en alta mar, donde habrían sido irrecuperables. En ese sentido, puede haber sido un golpe de suerte para EEUU que los japoneses obtuvieran su victoria sorpresa el 7 de diciembre de 1941».

La gran mayoría de barcos atacados en Pearl Harbor por los japoneses fueron reflotados en poco tiempo y devueltos al combate. Tan sólo quedó bajo las aguas el acorazado Missouri, otro ejemplo de barco insignia hundido por un avión, igual que el Bismarck alemán, el Royal Oak británico y el Yamato japonés.

Sobre la importancia de la guerra en el mar en el teatro de operaciones europeo, ¿era tan superior la armada británica sobre el Tercer Reich? «Cuando comenzó la guerra, el comandante de la Kriegsmarine era el almirante Erich Raeder. Estaba decidido a construir una armada de superficie alemana que pudiera desafiar a la Royal Navy en el mar. En cambio, las prisas de Hitler por comenzar cuanto antes su conquista de Europa hizo que esos esfuerzos estuvieran en fase de diseño cuando comenzó la guerra en 1939. En consecuencia, aunque la armada alemana demostró ser bastante eficiente, nunca fue lo suficientemente grande como para desafiar a los británicos. En 1943, Hitler ordenó desmantelar los barcos y puso la Marina de Guerra alemana en manos de Karl Donitz, experto en submarinos. Si lo hubiera hecho en 1939, podría haber funcionado; pero en 1943 ya era tarde».

Otro de los momentos decisivos es Midway. Symonds habla de la importancia real de esta batalla en el desarrollo de la guerra: «Es el punto de inflexión en el Pacífico. El 4 de junio de 1942, los aviones estadounidenses hundieron a cuatro portaaviones japoneses en un solo día. No aseguró la victoria estadounidense, pero ahí ya se intuía el ganador final».

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