Historias de espías: Garbo, el espía español que se inventó un ejército para engañar a Hitler
(Un texto de Alberto Rojas en El Mundo del 3 de agosto de
2019)
Antifascista convencido, intoxicó a los nazis con informes
que elaboró con datos sacados de la biblioteca de Lisboa. Cuando los británicos
lo reclutaron como doble agente, confundió a Hitler sobre el desembarco de Normandía.
Los personajes que cambian el destino de las guerras suelen
ser los que no disparan ninguna bala. En 1939 un hombre gris y anodino, de pelo
ralo y mirada penetrante, se presenta en el número 16 de la calle Fernando el
Santo de Madrid. Allí se encuentra la antigua embajada británica. Asegura al
embajador Hoare que desea espiar para los aliados, pero lo despiden sin
tomárselo en serio.
Es el catalán Juan Pujol, recién llegado de Barcelona y salvado del
paredón por un fraile llamado Celedonio. Viene de trabajar de chófer para el
cuartel general de Franco, lo que limpia su nombre ante los ojos de esa España
que ha vencido a la otra media, pero por dentro es un furioso antifascista
convencido. Uno de los grandes impostores de la Historia.
Entonces cambia de táctica. En vez de trabajar para los
británicos, lo hará para los alemanes, a los que en realidad pretende intoxicar
y, ya de paso, sacarles todo el dinero que pueda. Durante un tiempo frecuenta los bares del
corazón de Madrid, sobre todo aquellos alrededor de la embajada del Tercer
Reich: café Lyon, Embassy, el hotel Ritz, la cervecería El
Águila. Allí se sienta y observa a los espías de uno y otro bando. Nadie le enseña.
Es autodidacta.
Cuando ya ha tejido una red de informantes, se ofrece a
Karl-Erich Kühlenthal, un oficial del servicio secreto nazi. Tal es su
capacidad de persuasión que no sólo consigue que lo contrate, sino que confíe
ciegamente en él. Le encargan
una misión complicada: viajar a Londres para espiar al enemigo,
reconocer movimientos de tropas, reclutar agentes, sabotear y enviar información
vital para los bombardeos sobre Gran Bretaña. Los nazis le piden que elija un
apodo. Se decide por Arabel, la unión de «Araceli Bella», el piropo que le dice
a su mujer, Araceli González.
Pero
Pujol no viajará a Londres, sino a Lisboa, otro lugar clave para el espionaje. En
sus cafés de país neutral se espían todos contra todos, se leen los periódicos
del enemigo y se pasan mensajes en clave publicados en esos mismos periódicos
como anuncios por palabras. Pujol, ya convertido en Arabel, viaja allí con una
maleta en la que lleva un cuaderno, tinta invisible, un libro de códigos para
enviar la información y 3.000 marcos alemanes. Entonces
comienza su actividad intoxicadora en la biblioteca pública de la ciudad.
Valiéndose de guías de viaje, periódicos y noticieros que veía en los cines,
elabora informes largos, ampulosos, circulares, con información supuestamente crujiente
aderezada con lugares comunes, invenciones más o menos creíbles y folklore
británico. Para su sorpresa, sus controladores alemanes en Madrid valoran esos
informes como el oro.
Los británicos han convocado a sus mejores científicos para
ganar la guerra secreta, ya que la otra, en verano de 1940, parece perdida. Si
los nazis cuentan con ejércitos y armas muy superiores, Londres tiene la enorme
suerte de reclutar al
matemático Alan Turing, un genio capaz de descifrar lo
indescifrable: el código Enigma que usa el Tercer Reich. Ya desde el principio
son capaces de leer un porcentaje de todo el tráfico alemán, así que el MI5
británico localiza y reconstruye los mensajes de un tal Arabel enviados a
Berlín. Lo buscan por Londres, pero no lo encuentran. Poco a poco se dan cuenta que la información
que envía a los nazis es mercancía podrida y cuentan además, con la suerte. No
tienen que encontrar a Pujol porque Pujol les encuentra a ellos.
De nuevo, ofrece ayuda a los británicos y esta vez no dejan pasar la
oportunidad.
El comité XX o de la Doble Cruz recluta agentes nazis para
convertirlos en agentes dobles y darles así la oportunidad de redimirse. Pujol
entra en ese servicio con el sobrenombre «Garbo». Entonces sí que va a Londres
y comienza a tejer su monumental red de hasta 27 colaboradores por toda Gran
Bretaña. Los informes que redacta van trufados de
información veraz pero inocua entregada por el MI5 mezclada con mentiras.
El objetivo es que lo que cuenta Garbo sea comprobable desde los aviones de
reconocimiento fotográfico alemán.
Por ejemplo, un supuesto colaborador de Garbo cuenta que una
flota de barcos mercantes se dirige al puerto de Liverpool con material de
guerra de EEUU. Luego se monta la mascarada en el puerto juntando unas cuantas
embarcaciones para el desguace que, desde arriba, dan el pego. Los nazis llegan
a valorar por estas acciones a Garbo tanto que se tragarán el mayor engaño de
la guerra.
Durante la primavera de 1944, Garbo intoxica a los alemanes con el destino
del desembarco que los aliados preparan en Francia. Les insiste
en que será en Calais y no en Normandía. Y le creen. Incluso dos días después
de haber desembarcado las tropas en las arenas normandas, Garbo vuelve a
confundirles al decir que se trata de una maniobra de distracción, que la
verdadera operación seguirá siendo en Calais. Y vuelven a creerle, sobre todo
Hitler, que le otorga la Cruz de Hierro.
¿Qué le debe el mundo libre a Garbo? Pujol salvó miles de vidas, luchó y venció a un
monstruoso régimen y pagó un precio por ello. Fingió su muerte en
los años 50 en Angola. Después volvió a casarse y se instaló en un pueblecito
pesquero en Venezuela, donde fue enterrado como un héroe de la Segunda Guerra
Mundial.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s.XX
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