Historias de espías: la dama coja que burló a los nazis y fue clave el Día D
(Un texto de Alberto Rojas en El Mundo del 24 de agosto de
2019)
Con una pierna de madera, Virginia Hall saboteó a los
alemanes en la Francia ocupada, escapó de las garras del mismísimo Klaus
Barbie, el carnicero de Lyon, y fue clave en el desembarco de Normandía.
Código: Cuthbert.
Organización: SOE (R. Unido) / OSS / CIA (EEUU).
Tiempo de servicio: De 1940 a 1966.
Logros principales: Puso bombas, estudió movimientos de
tropas, reclutó agentes, se coordinó con la resistencia y preparó el Día D en
Normandía.
Condecoraciones: Cruz de Servicio Distinguido / Orden del
Imperio Británico.
Por definición, un espía es alguien que pasa desapercibido,
se mezcla con el pueblo, crea un personaje y se esconde tras él en una
existencia precaria y llena de peligros para hacer un trabajo de observación e
información que suele ser aburrido. Por eso resulta tan extraño que una de las
mejores y más determinantes agentes de inteligencia de la Segunda Guerra
Mundial pidiera desplegarse en la Francia ocupada por los nazis con una
característica tan llamativa: tenía una pierna de madera.
Virginia Hall, un personaje clave en el desarrollo de agencias como la CIA,
se pegó un tiro accidental en una partida de caza en Turquía y perdió la
pierna, por lo que tuvieron que ponerle una ortopédica con la que cojeaba de
forma visible. Por eso los nazis, en los carteles de «se busca» la llamaron
así: La dama coja. Pero mucho antes
de ser espía fue diplomática en la Europa de los años 30, por lo que vio el
ascenso del nazismo y la podredumbre moral que se extendía con los
totalitarismos.
La amputación de la extremidad le hizo renunciar a su
carrera como embajadora, ya que había una norma en el departamento de Estado de
EEUU que impedía serlo a personas a las que le faltara algún miembro, pero eso
no la frenó. Virginia Hall era una persona amante del viaje y la aventura. Había recorrido los mares en clippers a vela y
conocía Europa gracias al desarrollo del tren. Hablaba inglés,
francés y alemán a la perfección y era un activo muy valioso para el
apocalipsis que iba a comenzar el 1 de septiembre de 1939 con la invasión
alemana de Polonia.
Virginia Hall se unió al
servicio de ambulancias en Francia y ahí comenzó su guerra.
Evidentemente, y al margen de lo útil que podría ser como sanitaria, el destino
quiso que tuviera un papel mucho más destacado. Hay dos momentos clave para
ello. El primero, su huida en bicicleta (pedaleando con su pierna de madera)
hasta la costa francesa del Canal de la Mancha, donde embarcó en uno de los
últimos ferris hacia Gran Bretaña cuando Francia caía en manos de los nazis con
refugiados como Manuel
Chaves Nogales, en célebre periodista sevillano. El segundo,
cuando coincidió con Vera Atkins, espía británica y hábil reclutadora de la
sección F (por Francia) del SOE, la Ejecutiva de Operaciones Especiales
responsable de enviar agentes a Europa para sabotear, espiar, robar y, sobre
todo, matar nazis, algo así como los Malditos
Bastardos de Tarantino.
Lanzada en paracaídas
sobre Francia, se hizo pasar por periodista y comenzó su labor: informar a
Londres sobre los movimientos de tropas alemanas y poner bombas en
instalaciones militares. Su fama fue extendiéndose entre la Resistencia
francesa y entre los agentes de la Gestapo, que hicieron imprimir carteles con
un supuesto retrato suyo y el siguiente texto: «Esta mujer que cojea es una de
las más peligrosas agentes de los aliados en Francia, y debemos encontrarla y
destruirla». Se convirtió en la obsesión de Klaus Barbie, el carnicero
de Lyon, un tipo que torturaba personalmente a prisioneros franceses y que
se escondió con Josef Mengele en Brasil tras la guerra. Barbie organizó
redadas, vigiló todas las transmisiones en morse enviadas a Londres para
determinar su posición en el mapa, capturó y torturó hasta la muerte a otros
prisioneros en busca de información para dar con ella... Todo en vano. La dama
coja consiguió escapar cruzando los Pirineos hacia España, a pie, con su
única pierna.
Durante seis semanas
la metieron en una prisión en Figueras hasta que la embajada de EEUU presionó a
las autoridades franquistas para sacarla de allí. Virginia Hall dejó de trabajar
con el SOE británico pero pasó a espiar para la OSS, la Oficina de
Servicios Estratégicos de Estados Unidos, madre de la actual CIA.
Washington tenía
planes para ella y su bicicleta: volver a la costa norte francesa, establecerse
en Normandía y comenzar a documentar defensas en las playas, armas,
ejércitos y lo que es más importante, reclutar agentes y coordinarse con la
Resistencia para cortar las comunicaciones de los alemanes en las horas
decisivas del Día D. Miles de franceses volaron vías férreas, atacaron
convoyes, cambiaron señales de tráfico y cortaron hilos de telégrafo a sus
órdenes. Pero Virginia Hall no estaba sola. Diana Rowden, Violette Szabo y
Lilian Rolfe cubren otras zonas con el mismo cometido. Algunas fueron detenidas
por los nazis y acabaron sus días en el campo de exterminio de Ravensbrück o
en el de Dachau.
Moviéndose cerca del
frente fue los ojos de la guerrilla en Francia. La información recabada viajaba
a Londres en morse gracias a un transmisor alimentado con su bicicleta.
Al final de la Segunda
Guerra Mundial consiguió volver a la capital británica, donde la recibieron
como a una auténtica leyenda. El rey de Inglaterra quiso condecorarla,
al igual que el presidente de EEUU, Harry S. Truman, pero ella prefirió que
fuera el fundador de la OSS, William Joseph Donovan, quien le impusiera la
medalla en un acto sencillo en su despacho, sin la presencia de nadie más.
Etiquetas: Culturilla general, Pequeñas historias de la Historia, s.XX
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