Submarinismo en tierras secas. Bruselas bajo el agua
(Un texto de C. Carabaña en una
de las revistas Ling de 2017)
Nemo 33, bautizada en honor al
mítico capitán de 20.000 leguas de viaje submarino, es un edificio
piscina. Ubicado en la Rue de Stalle 333, al sur de la capital de Bélgica, es
el resultado de ocho años de trabajo del ingeniero y submarinista John
Beemaerts. Cansado de tener que iniciar a los nuevos acólitos de la religión
del buceo en el peligroso Atlántico, concibió Nemo 33 como una opción más
agradable.
Con ayuda del arquitecto
Sebastián Moreno-Vacca, finalmente se inauguró en 2004 Nemo 33. El 33 hace
referencia a la profundidad máxima de la piscina, 33 metros, aproximadamente un
edificio de 10 plantas. Durante una década fue la piscina más profunda del
planeta, hasta que la Y-40, en Padua, Italia, vino a quitarle el récord.
Pero ¿cómo es meterse en un
edificio inundado? ¿Cómo es adentrarse en un espacio tan extraño? Según las
referencias de quienes lo han probado, es "una experiencia insólita"
con "la sensación de adentrarse en una fantasía futurista y aséptica, un
desconcertante cruce entre un quirófano subacuático y un silo de misiles
inundado", explicaba en su momento la revista Inmersión. En realidad, Nemo
33 es una matrioska, un edificio dentro de otro. Los primeros 12 metros de la
fosa están sobre el nivel de la superficie, pero los siguientes 21 van
internándose, como en otra novela de Verne, en Un viaje al centro de la
tierra.
Además, en caso de que el
acompañante tenga aversión al agua o simplemente piense que las vacaciones no
son para hacer deporte, hay un restaurante y una zona de ocio. En las paredes
hay ventanas donde se pueden ver los movimientos de los buceadores y la oferta
gastronómica es tailandesa. Eso no es casualidad. El turismo de buceo tiene una
de sus mecas en el país del sureste asiático. Un homenaje justo en un buceo
diferente.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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