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lunes, agosto 25

Salàs, un paseo por el túnel del tiempo

(Un texto de Miquel Echarri en el número 104 de la revista de Renfe)

En Salàs, municipio ilerdense de poco más de 300 habitantes, una familia de entusiastas ha creado y administra desde hace décadas un conjunto de comercios históricos. A través de ellos, y de manera atractiva y fidedigna, acercan a la experiencia de cortarse el pelo o comprar a granel en las estribaciones del Pirineo catalán a mediados del siglo XIX.

Enclaustrada en un rincón al noroeste de la geografía catalana, la comarca de Pallars Jussà es tierra de dinosaurios. También de espléndidos lagos de origen glacial o cárstico. De impetuosos ríos, como el Flamisell, el Manyanet o el Rialb, que se precipitan en cascada sobre riscos y valles. De pinos, hayas y robles. De aves carreras, como el imponente buitre leonado, y de corzos, tejones, rebecos, jabalíes, nutrias, tritones o ranas rojas. Y, por si fuera poco, está Salàs, una discreta villa de 360 habitantes que existe desde el año 840 y que alberga un par de tesoros. El primero, un recinto medieval amurallado en perfecto estado de conservación, con sus antiguos portales y sus torres de vigilancia, incluida la torre cilíndrica, junto al bello y adusto portal de Soldevila. El segundo, su parque de tiendas musco (botigues museu), una pulcra reconstrucción de los establecimientos comerciales que disponía la población en su apogeo, entre 1860 y 1910, y que en la actualidad incluye un estanco, una farmacia, una imprenta, una mercería, una barbería, un quiosco, una chocolatería, un café y un colmado de productos "ultramarinos y coloniales”.

Este otro "parque" es un puente tendido a ese Salàs de mediados del XIX que tuvo más de 1300 habitantes y que albergaba una de las principales ferias ganaderas de la comarca además de un molino y una red de talleres artesanales, fondas, hoteles, comercios y albergues. Hace 30 años, Siscu Farras, natural del pueblo y profesor de Historia, concibió esta singular celebración del patrimonio y las tradiciones locales. "Coincidió con la jubilación de mis padres, que regentaban una de las últimas tiendas de alimentación de Salas. Me cedieron el mobiliario del local, básculas, herramientas… Reliquias, algunas antiquísimas, que pensé que podría exhibir, como testimonio del rico pasado comercial del pueblo.

Así –“inspirándonos en iniciativas similares realizadas en pueblos de Francia”, reconoce Farras- nació un centro de interpretación concebido al principio como un hobby y convertido más tarde en un negocio familiar sin grandes pretensiones: "Recreamos tres espacios: una tienda similar a la de mis padres, pero más antigua, una barbería y una farmacia. Con los años, gracias también a la colaboración del ayuntamiento de Salas, que vio en nuestro proyecto un posible incentivo para el turismo, hemos ido ampliando nuestro museo".

Hoy cuentan con un total de diez espacios (botiguesmuseusalas.cat): "Todos son fruto de un trabajo de investigación escrupuloso y están recreadas de una manera atractiva y coherente. Realizamos varias visitas guiadas semanales con grupos de muy pocas personas", precisa. También han organizado una veintena de exposiciones temporales sobre el pasado del comercio. Farras recuerda las dedicadas a "la cadena de farmacias chilenas Cruz Verde o la más reciente, sobre el uso comercial del nitrato de Chile y la participación en él de un ciudadano del Pallars, Matías Granja, que acabó convirtiéndose en uno de los hombres más ricos de América Latina”.

Ya jubilado, a sus 71 años, Farras explica que su museo, más que un negocio, es un "acto de amor". Pero celebra que haya contribuido a "revitalizar un eje comercial en el casco antiguo de Salas que se estaba muriendo". Ahora, los que acuden a este municipio a diez kilómetros de la capital comercial, Tremp, pueden disfrutar de una inmersión en el viejo Salas y rematar la jornada comprando lo que necesiten en las tiendas del nuevo. "Nuestro pueblo, como tantos otros, se juega su supervivencia", remata Farràs. Y qué mejor manera de contribuir a ella que con cultura y belleza.

El proyecto, que cuenta con diez espacios, propone un viaje en el tiempo a través de la interpretación de antiguos comercios, como la farmacia, donde descubrir cómo se hacían los medicamentos.

Las Botigues Museu han contribuido a "revitalizar un eje comercial en el casco antiguo de Salàs que se estaba muriendo", comenta Siscu Farràs. "Nuestro pueblo, como tantos otros, se juega su supervivencia", remata. Y qué mejor manera de contribuir a ella que con cultura y belleza.

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domingo, mayo 25

Camino Sanjuanista: un camino mágico hacia el interior

(Un reportaje de Ginés Donaire en el suplemento de viajes de El País del 13 de noviembre de 2021)

Tres comunidades y cuatro provincias vertebran la ruta que alumbró san Juan de la Cruz hace cinco siglos por un territorio fascinante de montañas y valles.

Recorremos unos 150 kilómetros en seis etapas en pleno otoño, cuando el Camino sanjuanista alcanza su plenitud por el cromatismo de los paisajes. De Boas de Segura (Jaén) a Caravaca (Región de Murcia), con un alto en la albaceteña Nerpio. El itinerario es una encrucijada de influencias levantinas, andaluzas y también manchegas.

No es una ruta mística, ni tampoco una peregrinación. Es el camino en sí mismo, un viaje hacia el interior de España siguiendo la huella de san Juan de la Cruz, el carmelita que en el siglo XVI iluminó este gran sendero lleno de naturaleza que en otoño se convierte en un festival de colores por la inmensidad de sus paisajes. Ocho municipios, cuatro provincias y tres comunidades autónomas vertebran el Camino de san Juan de la Cruz, el particular Camino de Santiago del sur de España que ahora se ha puesto en valor turístico para deleite de los muchos andariegos —acepción propia de Santa Teresa con la que se conoce a estos senderistas— que ya se atreven a emular al santo y poeta universal.

"Mi Amado las montañas / los valles solitarios nemorosos, / las ínsulas extrañas, / los ríos sonorosos, / el silbo de los aires amorosos", escribió san Juan de la Cruz en una de sus estrofas del afamado Cántico espiritual (1578). Era una de las muchas semblanzas que el carmelita hizo de una ruta, majestuosa y desconocida a la vez, que realizó al menos en siete ocasiones sin más compañía que la de su burra y la de otro fraile. Un camino que es una encrucijada de influencias levantinas, andaluzas y manchegas, pero con una personalidad, tradición e historia en común. Historiadores y geógrafos coinciden en reconocer a este territorio como, el epicentro de la comarca natural de la sierra de Segura. Nada que ver con la división administrativa del territorio que trazó Javier de Burgos en 1833 sin tener en cuenta sus vínculos históricos. Así, Beas de Segura, que pertenecía a la provincia de La Mancha, pasó a Jaén; la sierra de Segura del viejo Reino de Murcia se repartió entre Jaén, Albacete y Murcia (que son la esencia del camino sanjuanista); mientras que la incorporación plena de Caravaca y Moratalla a Murcia no se produjo hasta 1874.

El origen de esa comunidad humana habría que retrotraerlo a la Oróspeda de los romanos, en las fuentes del Betis y del Táder, a la montaña de Tudmir en época islámica. La Reconquista supuso la incorporación de esta zona a Castilla, formando parte del Reino de Murcia pero bajo la administración de la Orden de Santiago, cuya principal función era la defensa de la frontera contra el islam. La Orden de Santiago marcaría, con una especie de soberanía política, económica y religiosa excepcional, un carácter propio y diferenciado de otros territorios vecinos hasta el siglo XIX.

Ya en el siglo XVIII, el ministro Ensenada, para potenciar la marina de guerra y abastecer a los astilleros, crearía la Provincia Marítima de Segura de la Sierra (1748-1833). Empezaron las talas masivas, el ajorro o arrastre por tierra y una especie de pastoreo flotante de maderadas de grandes pinos (los salgareños eran los más apreciados por su esbelta rectitud) que los gancheros llevaban por los cauces de los ríos Segura y Guadalquivir para sacarlos a la orilla, en Calasparra por una cuenca, y Córdoba y Sevilla por la otra, hasta acabar en Cartagena o Cádiz. La extracción masiva no se interrumpió al desaparecer la Provincia Marítima y siguió surtiendo de vigas al entibado de las minas y de travesaños a los ferrocarriles.

Aunque el Camino de san Juan de la Cruz (caminodesanjuandelacruz.org) se diseñó hace cuatro años entre Beas de Segura, en Jaén, y Caravaca de la Cruz, en la Región de Murcia, ya se tramita una ampliación hasta Villanueva del Arzobispo, lo que eleva la extensión de la ruta a unos 180 kilómetros. Allí, en el monasterio del Calvario, el carmelita pasó sus primeros tiempos en Andalucía. Entre una loma de olivos de la sierra de Las Villas, con el bello municipio jiennense de Iznatoraf haciendo de vigía, se conservan, a duras penas, los restos de este monasterio junto a un gran pilar y una hermosa fuente. En Villanueva, la señalización del camino sanjuanista se inicia en la puerta de la umbría de la parroquia de San Andrés y se prolonga hasta el santuario de la Virgen de la Fuensanta, donde el caminante encuentra otra estatua del místico y, en su torreón, la celda donde estuvo alojado este poeta del Renacimiento español durante su estancia en el lugar.

Son muchos los autores, entre ellos el filósofo Domingo Henares, quienes sostienen que san Juan de la Cruz no escribió su obra cumbre, el Cántico espiritual, entre las inhóspitas paredes de una cárcel conventual de Toledo, sino en los campos y lugares habitados más apacibles de Jaén, en especial en el camino entre Villanueva del Arzobispo y Beas de Segura.

Beas de Segura - Hornos de Segura (24,4 kilómetros)

La primera etapa del camino oficial la iniciamos en Beas de Segura, donde san Juan de la Cruz permaneció varios años al abrigo del convento carmelita fundado por santa Teresa de Jesús en 1575. Dos gigantes de la espiritualidad que son el principal argumento del espacio expositivo La villa de Beas. El siglo XVI y la mística.

A las puertas de ese convento, junto a las esculturas de estos dos ilustres personajes, emprendemos el camino guiados por el club de senderistas El Camino, un grupo de amigos que se conocieron hace siete años haciendo el Camino de Santiago y que ahora se esfuerzan por divulgar el itinerario sanjuanista que en estos primeros tramos se encuentra ya perfectamente señalizado. Una etapa muy exigente por sus grandes desniveles y fuertes pendientes, como la del camino de La Parrilla, que alterna pistas forestales y sendas entre pinos y encinas. Más adelanté, el trazado se empina y zigzaguea entre grandes peñascos para alcanzar su mayor altitud en las Cumbres de Beas, a 1.291 metros.

Las sierras jiennenses de Las Villas y de Segura emergen entre las impresionantes vistas que ofrece este sendero, que en un buen tramo coincide con el cordel de la trashumancia del ganado que cada otoño ve transitar por estas veredas a miles de ovejas y cabras cuando dejan las zonas más gélidas de Segura en busca de pastos más cálidos en Sierra Morena. En primavera harán el camino a la inversa. Y también se entrecruza con esta primera etapa el sendero GR 247 Bosques del Sur, que, con 478 kilómetros señalizados, es la más larga ruta senderista circular de España, y que gira en torno al mayor espacio protegido del país: el parque natural Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas.

Esta primera parte concluye tras un descenso que nos llevará a caminar en paralelo al pantano del Tranco (recomendable un paseo en su barco solar; tranco.es) y teniendo en el horizonte la imponente silueta del pueblo de Hornos de Segura, un gran peñasco coronado por el castillo que conserva el tipismo de villa medieval.

Hornos de Segura – Pontones (22,7 kilómetros)

Esta etapa se adentra en lo más profundo de la sierra de Segura, una zona de gran riqueza paisajística entre pistas, sendas y caminos de herradura en buen estado. En sus primeros pasos circunda algunas de las numerosas aldeas que, como La Platera, sobreviven al paso del tiempo, y por otras cortijadas ya abandonadas, como La Agracea, que simbolizan la expropiación forzosa que sufrieron más de 2.000 vecinos tras la declaración del Coto Nacional de Caza en la segunda mitad del pasado siglo.

En el ascenso decimos adiós al olivar y damos la bienvenida a un rico bosque mediterráneo con ejemplares de cornicabras y madroños, disfrutando del hermoso ecosistema serrano y el azul del pantano en lo hondo. Tras atravesar las aldeas de Montalvo y Casas de Carrasco llegamos a Pontones, la localidad que en junio de 1975 se fusionó con Santiago de la Espada alumbrando el municipio de Santiago-Pontones. A cinco kilómetros, en la aldea de Fuente Segura, nace el río Segura, que aparece como un surgente que mana agua bajo una gran roca. Su cauce discurre por las provincias de Jaén, Albacete, Murcia y Alicante (desemboca en Guardamar del Segura) y toda su cuenca la riegan afluentes como el Zumeta, el Taibilla, el arroyo de Letur, el de Benizar o el mismo río Tus.

Pontones-Santiago de la Espada (21 kilómetros)

"Pastores, los que fuerdes / allá por las majadas al otero: / si por ventura vierdes / aquel que yo más quiero, / decidle que adolezco, peno y muero", son otros de los versos del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz.

Este tramo transcurre íntegramente por tierras a más de 1.300 metros de altitud. Lo hace a través de una senda paralela al río Segura con excelentes vistas sobre un valle donde las aguas se encajan entre bosques de ribera y con la Cueva del Agua (junto a la aldea de Poyotello) como uno de sus principales reclamos. Es quizá el lugar de mayor concentración de ganado, que se caracteriza por el uso extensivo y la trashumancia de la oveja segureña, una raza autóctona propia de los montes y altiplanicies del sureste. Por eso el paisaje está repleto de testimonios de esta actividad, como las tinás (cobertizo para el ganado), el tornajo (abrevadero en un tronco acanalado), el lavadero o el descansadero. La cañada, de 75 metros de ancho, el cordel (37,5) y la vereda (21) han sido los caminos tradicionales del ganado. Y la misma localidad de Santiago de la Espada tuvo un origen pastoril en 1525, con un primer asentamiento de pastores llamado El Hornillo. Un nombre que le vino dado porque era alrededor de un hornillo donde los ganaderos cocían el pan durante sus estancias. En el centro urbano, junto al Ayuntamiento, se encuentra la posada donde se hospedaba san Juan de la Cruz, que conserva casi intacta la balconada original de finales del siglo XVI.

Santiago de la Espada - Nerpio (32,2 kilómetros)

Junto al puente del río Zumeta, por donde transcurre el camino sanjuanista, el grupo de teatro aficionado Artemix sorprende con una escenificación de la vida de san Juan de la Cruz y su encuentro con santa Teresa de Jesús, con los hábitos prestados por los propios carmelitas —algunos de ellos intactos desde el siglo XVI—. Es su contribución a la divulgación de un camino que los lugareños quieren ahora explotar turísticamente.

En la vega del Zumeta, entre huertas y labranzas, parte el sendero que nos conduce a Nerpio, en la provincia de Albacete. Poco más allá el río se encaja entre montañas y aparece el hermoso cañón del Zumeta, cerca del viejo camino de herradura con muros de contención de piedra seca en vaguadas y taludes. El pico de esta etapa se alcanza en la sierra de Huebras (1.575 metros), pero muy cerca de allí se otea un amplio horizonte del valle y lejanas sierras al sur como las Cabras, la Guillimona, la Sagra o Castril, estas últimas parte de la incursión que hace la ruta en la provincia de Granada.

A Castilla-La Mancha se entra en cuanto se toma el desvío hacia Nerpio, al dejar la carretera A317. La bienvenida al viajero se la da el hermoso valle del río Taibilla y llama la atención la estampa tan singular de la aldea de Las Quinterías, bajo un gran abrigo rocoso que por momentos emula al cañón del Colorado. A Nerpio llegaremos tras una parada previa en la pedanía de Pedro Andrés, donde sobresale la silueta del castillo santiaguista de Taibilla conocido como el guardián de la frontera, y siguiendo la deliciosa, ruta de los nogales centenarios, que adquieren en otoño todo su esplendor cromático y paisajístico. Pedro Andrés es también un buen lugar para disfrutar de la gastronomía de esta ruta sanjuanista. Platos como el potaje carmelitano, las migas de harina, el ajoharina, el ajo modorro, atascaburras, olla gitana, ajo pringue o la sopa castellana son los más señeros de la cocina tradicional de esta inmensa comarca.

Nerpio-El Sabinar (21,1 kilómetros)

El paisaje de Nerpio es grandioso. La alternancia de grandes sierras y montañas (se llegan a alcanzar los 2.000 metros en la sierra de las Cabras) con valles y barrancos ofrecen una continua sorpresa al andariego. En este municipio albaceteño, donde confluyen los ríos Taibilla y Acedas, destaca su puente de piedra realizado en el año 1903; una joya de ingeniería.

Entre Nerpio y la localidad de Moratalla se encuentra una de las mayores concentraciones de abrigos de arte rupestre, sobresaliendo por su importancia el de Solana de las Covachas (para visitarlas, hay que reservar; 967 43 81 70). Se trata de un conjunto de pinturas en multitud de cavidades rocosas —la mayoría de estilo levantino y también esquemático neolítico— que forman parte del arte rupestre del arco mediterráneo en la península Ibérica que en 1998 fue declarado por la Unesco patrimonio mundial. La etapa concluye en la pedanía de El Sabinar, a la que se llega por una llanura entre almendros, plantas aromáticas y otros ejemplares recios y vetustos de sabina albar, en su emplazamiento ibérico más meridional.

El Sabinar-Caravaca de la Cruz (36 kilómetros)

La última (o primera, según se mire) etapa del camino es la más larga, pero también la más suave. Discurre en buena parte por el amplio y llano Campo de San Juan, rodeado de altas sierras, con suaves ondulaciones entre el cereal, la lavanda, apriscos y el sonido .de esquilas de ganado. Cerca queda el curso alto del río Alhárabe que nos guiará desde el embalse de La Risca hasta la aldea del mismo nombre. El Collado de la Cruz, de algo más de 1.100 metros de altitud, es la última dificultad que hay que afrontar antes de divisar Caravaca, sin duda uno de los municipios donde la huella de san Juan de la Cruz queda más patente.

La localidad murciana nos recibe con la escultura del santo andariego, obra de Rafael Pi Belda (1986). A escasos metros se encuentra el monasterio de Nuestra Señora del Carmen de los Carmelitas Descalzos, fundado por san Juan de la Cruz en 1587, hoy convertido en hospedería rural (hospederiacaravaca.org). También conviene visitar la Casa de san Juan de la Cruz, donde se alojaron los frailes en 1586 mientras se adecuaba el que sería el convento de Nuestra Señora del Carmen; y la antigua iglesia de la Compañía de Jesús, actualmente un gran espacio cultural que alberga un gran lienzo del carmelita realizado por el pintor jiennense Santiago Ydáñez.

Como resume Pascual Gil Almeda, prior de los Carmelitas Descalzos en Caravaca y principal artífice de la puesta en valor turístico de esta ruta: "Este es un camino con una originalidad propia que no debe perder su identidad y que sirve para descubrir la universalidad de un personaje como san Juan de la Cruz, uno de los pilares de la mística occidental".

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viernes, mayo 9

Música extática en Tarapith (La India)

(Un texto de Luis Mazarrasa, autor de La ruta de los mogoles, en el suplemento El Viajero de El País del 30 de octubre de 2021)

En este pueblo indio se inicia una incursión por el Estado de Bengala al encuentro de los místicos aghoris, antiguas mezquitas y sabrosos mangos.

En Tarapith, un pueblo indio situado al sur de esa estrechísima y remota franja del Estado de Bengala Occidental comprimida entre la región de Bihar y Bangladés, nadie parece saber, o más bien querer saber, algo de los aghoris. Aunque junto al crematorio ubicado en los límites de esta población viven desde hace cientos de años individuos de esta comunidad de santones seguidores de Shiva, las respuestas que el viajero recibe al preguntar por ellos son invariables: "Aghoris?, no existen, solo son unos falsarios". O "aquí hace mucho que no hemos visto uno". Ir a su encuentro es el primer objetivo de un viaje por el interior de Bengala; […]

Los sadhus (santones) de esta secta arrastran un ancestral malditismo y un rosario de acusaciones: nigromancia, canibalismo de cadáveres, rituales prohibidos, sexualidad degenerada... Aun así, no es difícil toparse con ellos. Basta con seguir la calle principal del pueblo, donde se erige el templo dedicado a la diosa Tara, una personalidad de la consorte de Shiva que da nombre al lugar, hasta un descampado junto al crematorio —puerta de embarque hacia el nirvana— que al caer la noche se ilumina con decenas de lamparillas de los vendedores de objetos religiosos y unas pocas hogueras en torno a las que meditan, charlan o duermen estos místicos para quienes nada de lo que existe o se da en este mundo es malo per se, ya que también ha sido creado o consentido por Dios. En Tarapith viven en pequeñas chozas adornadas con calaveras que utilizan para ingerir bebidas con sustancias que ayudan a provocar el éxtasis, huesos provenientes de crematorios y pieles de serpientes.

Suena música extática desde algún recodo del lugar y huele a carne quemada y varillas de incienso. Pero está muy oscuro; los aghoris están concentrados en visualizar a Tara, que suele aparecerse entre los restos incinerados en las noches de luna llena, y todos observan al pardesi, el extranjero intruso, con desconfianza, así que decido volver a la mañana siguiente para intentar que alguno me cuente algo de su verdad, o una milonga, porque, ahumado entre las cremaciones, el primer asceta con quien trabo conversación al volver intenta convencerme de sus poderes mágicos mediante un anillo bailarín en un bol. Barbudo, como todos los sadhus, y de negro hasta el turbante, le acompaña otro aghori muy afable, recubierto de pies a cabeza con la ceniza de lo que fueron cadáveres. Ante el "mago", varios huesos humanos y el tridente de Shiva clavado a la entrada de su chabola.

Desde Tarapith, un par de autobuses me acercan en pocas horas en dirección noreste hasta Murshidabad, una localidad pequeña, rural, descongestionada y agradable a orillas del río Hugli, un afluente del Ganges. Si Tarapith es la esencia del más puro hinduismo, Murshidabad conserva toda la impronta musulmana de la antigua capital del glorioso Sultanato de Bengala, vasallo del Imperio Mogol en los tiempos de apogeo de Akbar o Shah Jahan e independiente hasta que los británicos derrotaron al nabab en la batalla de Plassey en 1757 y urdieron una traición para que uno de sus generales lo asesinara en la puerta de la muralla. Por ello, la primera visita es para rendir homenaje al bravo Siraj ud-Daulah ante los restos de la Puerta del Traidor, un arco de ladrillo que sobresale entre el frondoso bosque.

En Murshidabad, próspera ciudad hasta el expolio que comenzó con la derrota ante la Compañía Británica de las Indias, el legado del Sultanato se plasma en los numerosos restos de mezquitas como la preciosa Katra, cementerios, imambaras (centros ceremoniales chiíes), cañones de bronce, murallas y fuertes derruidos e invadidos por la jungla. Hay que visitarlos en bici o en autorickshaw, ya que están muy desperdigados por los alrededores.

Uno se va con pena de Murshidabad, una de esas poquísimas localidades-oasis que en la India sobreviven sin aglomeración humana, ni urbanismo desbocado, ni cláxones, ni ruido, ni suciedad, ni apenas tráfico, y con un montón de antiguos monumentos desvencijados, como estampas de una novela de Salgari.

El mantra de las 'hijras'

La principal estación ferroviaria de Murshidabad está a unos pocos kilómetros al norte, en Azimganj, y para llegar hay que cruzar el caudaloso Hugli en una balsa a motor repleta de motoristas, comerciantes, mujeres rodeadas de críos y cabras; casi todos, también las cabras, escrutan con timidez al extranjero perdido en un río de la Bengala profunda.

En el tren, una familia que viene de una boda me invita a unos dulces y me cuenta un poco su vida, al tiempo que me asaeta a preguntas sobre la mía; otro pasajero se arranca con un tambor y al poco de que el convoy cruce el Ganges entran en el vagón dos hijras —esas ancestrales figuras transgénero, maquilladas y vestidas con ropa de mujer, que son temidas, respetadas, divinizadas y al tiempo ridiculizadas en la India, un país donde todo lo que se diga de él vale lo contrario— e imponen las manos en la cabeza de los pasajeros para bendecirlos mientras recitan un mantra. "Les damos dinero para que no nos pongan en ridículo al montarnos un escándalo", cuenta Nitesh, un estudiante bengalí que se desvive por explicarme lo que no entienda, que es casi todo.

Malda, junto a la línea fronteriza de Bangladés y en el camino hacia las laderas del Himalaya, tiene poco interés para el viajero, salvo el de tomar el pulso a una ciudad india de tamaño medio en la que es difícil ver a un extranjero o el de probar sus excelentes mangos. Pero es donde hay que contratar un vehículo, un taxi o un lento autorickshaw —que en casi toda Bengala son eléctricos— para recorrer en una jornada las ruinas de Gaur y Pandua, a unos 10 kilómetros al norte y 25 al sur, respectivamente. Esparcidas y rodeadas de bosques se hallan la magnífica mezquita Baradwari, en Gaur, construida en las primeras décadas del siglo XVI, y la darwaza Dakhil (portalón monumental); las delicadas mezquitas Sona y Adina, en Pandua (siglo XIV), y el precioso mausoleo de Eklakhi, cuyo nombre deriva del coste de las obras para su construcción —ek lakh, 100.000 rupias— y bajo cuya bóveda reposan los restos de un sultán, su esposa e hijo. E internándose por los senderos del bosque aparecen minaretes de piedra ocre, puertas de las viejas murallas y tumbas de altos dignatarios.

Ya en Calcuta, la capital de Bengala Occidental, que hoy se llama Kolkata en honor al pueblo de pescadores desde donde los británicos comenzaron a pulir su joya de la corona colonial, tras un plato de gambas al excelente curry malai —a base de leche de coco, jugo y hojas de lima, canela o clavo, entre otros ingredientes— en el restaurante The Bhoj Company, curioseo en el bazar de Chowringhee Road entre los tenderetes de saris, varillas de incienso, DVD de películas de buenos y malos de Tollywood —industria del cine en lengua bengalí—, instrumentos de percusión, objetos religiosos y un montón de baratijas para una clientela ávida de consumir, tras muchos años de austeridad en la que era una de las urbes más pobres del mundo. En plena calle, dos comerciantes de brillantes tejidos se afanan en inflar de cintura para abajo el cuerpo de un maniquí con una bomba para neumáticos. Al finalizar, uno de ellos aprieta el trasero del figurín para comprobar si encajará en un pantalón estrecho. Lo que se vive en Bengala, al igual que en toda la India, no se vive en ningún, otro lugar.

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