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sábado, julio 31

Mitos: prohibido hacer fotos con ‘flash’

(Un artículo de Fernando Gomollón Bel en el suplemento Tercer Milenio del Heraldo de Aragón del 27 de febrero de 2018)

 Muchos museos, galerías y exposiciones prohíben fotografiar sus cuadros utilizando el flash.¿Estropea la luz la pintura? ¿Es la luz del flash especialmente perjudicial para las obras de arte? ¿Son todos los flashes iguales?

El mito: […] ¿Por qué prohíben el flash en las exposiciones? 

VERDADERO O FALSO Lo de prohibir el flash es una tontería. Puede tener sentido en una exposición como la que visité en Madrid. Al estar ambientada con tan poca luz, los destellos pueden molestar a otros visitantes. Al fin y al cabo, la muestra se ha preparado para estar iluminada de una forma muy concreta y ver flashazos cada dos por tres no es nada agradable. Pero… ¿y en un museo? Claro, la luz estropea los cuadros, destroza las obras de arte. ¿O no?

Sin luz seríamos incapaces de admirar las obras de arte. Aparte de la obviedad de que a oscuras no vemos un pimiento, es importante recordar que la luz es el ingrediente fundamental para que podamos apreciar el color. Los objetos absorben parte de la luz que les llega y reflejan otra (el color que vemos). Me explico: un tomate es rojo porque absorbe toda la luz que le llega salvo la luz roja, que se refleja. El tomate no emite luz roja (lo veríamos brillar en la oscuridad), refleja toda la luz roja que recibe. Tiene que haber luz para poder apreciar los colores.

Pero… ¿la luz estropea los cuadros? Porque cuando se te olvida el ticket del parquímetro muchos días en el coche… la tinta acaba desapareciendo. Y también muchos cuadros de Van Gogh tenían colores más vivos y, poco a poco, se están desvaneciendo. Igual que puede cambiarnos el color de la piel, la luz puede alterar el color de los pigmentos.

¡Qué lío! Sin luz, no vemos, pero la luz estropea los cuadros. ¿En qué quedamos? ¿Se pueden hacer fotos con flash? En 1995, David Saunders hizo un estudio para la National Gallery de Londres que demostraba que, si bien el efecto de muchos flashazos (muchos, hicieron más de cuatro millones de fotos) era perjudicial, era exactamente equivalente a tener los cuadros sometidos a la iluminación normal de una sala de museo. Vamos, que la luz del propio museo hacía el mismo efecto que el flash. Saunders averiguó que el verdadero peligro para los cuadros está en los flashes de xenón que emiten luz ultravioleta, más energética y por lo tanto más peligrosa. Igual que estropea más nuestra piel, estropea más los pigmentos. Por eso la mayoría de cámaras y smartphones incorporan un filtro en el flash para reducir al máximo la emisión de este tipo de luz.

En resumen, que eso de que es mejor no usar flash para preservar el arte… es un mito. Una mentira gorda. Salvo para preservar obras con pigmentos muy sensibles, la prohibición no tiene sentido. Sentido científico, quiero decir. Luego el museo puede tener sus razones: cuestiones de derechos de autor o, quizás, como en la exposición de Harry Potter, evitar que las galerías se conviertan en una feria ambulante con luces brillando en todos los rincones.  

De propina

En la actualidad, los flashes funcionan gracias a los condensadores y las lámparas de xenón. El condensador acumula energía y, cuando pulsamos el disparador, la libera de golpe e ilumina la lámpara. Los móviles suelen utilizar diodos led para iluminar nuestras fotos (y para ayudarnos a buscar las llaves en la oscuridad de la noche). Pero, antiguamente, los flashes eran auténticas bombas de luz. Los primeros usaban magnesio, un metal muy inflamable que, según los químicos del siglo XIX «producía una luz muy parecida a la luz natural». Más adelante se introdujeron los polvos flash que, como los mágicos polvos flu de las pelis, producían mucha luz, ruido y algo de humo. Se preparaban mezclando polvo de magnesio con clorato de potasio y encendiendo la mezcla con una cerilla. Esto era una operación arriesgadísima, hasta que en 1899 se inventó un dispositivo que usaba una pequeña descarga eléctrica para iniciar la reacción (algo que podía hacerse a distancia). 

No solo la luz de una sala puede afectar a los cuadros. También es importante controlar la humedad. A veces los artistas se aprovechan de los cambios que las condiciones ambientales provocan en sus cuadros para crear obras ‘vivas’, como el ‘Cuadrado higroscópico’ de Fran Herbello.

Para aprender mucho más sobre la estrecha relación entre la ciencia y el arte, os recomiendo seguir a dos blogueros especialistas en este tema que escriben de maravilla: Oskar ‘Kimikarte’ González (@Oskar_Kimikarte), autor del artículo que ha inspirado esta sección y de ideas tan chulas como #Kimikarte en Twitter, y Deborah García Bello (@deborahciencia), que además de tener dos libros chulísimos, habla sobre arte en su blog Dimetilsulfuro.es y su nuevo canal de You Tube.

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viernes, julio 30

Carrier, el inventor del aire acondicionado

(Un texto de José María Robles en El Mundo del 17 de agosto de 2019)

Se llamaba Willis Haviland Carrier, a los 25 años este ingeniero inventó “una máquina para tratar el aire” que ocupaba una habitación entera en una hoja llena de fórmulas y permitió que el mundo funcione como funciona hoy y que siga siendo soportable en tiempos de temperaturas cada vez más altas.

Frederic Tudor zarpó en 1806 rumbo a Martinica con un cargamento extraordinario. Su compañía había extraído hielo de los ríos congelados de Massachusetts durante el invierno y el comerciante estadounidense pretendía venderlo en el Caribe. Sin embargo olvidó de un detalle fundamental: en Martinica no estaban familiarizados con el concepto de refrigeración. Los habitantes de la isla jamás se habían bebido una cerveza fría ni comido una bola de helado. Para ellos, menos propensos al asombro que los habitantes de Macondo, aquellos bloques no tenían ningún valor, ya que su función les resultaba prescindible. En conclusión: el hielo de Tudor acabó derritiéndose y el negocio se le escapó literalmente como agua entre las manos.

El fracaso del Ice King de Boston podría haber figurado entre las mayores pifias de la Historia, de no ser porque el comerciante después hizo fortuna exportando toneladas de sus primitivos cubitos a la India. Pero si el caso de Tudor es recordado más de 200 años después es sobre todo porque su misión, la que le empujó una y otra vez a navegar miles de kilómetros con un producto perecedero como pocos, la que le llevó a evangelizar con el frío como si fuera un conquistador del polo, fue la misma que a comienzos del siglo XX inspiró a uno de los personajes más decisivos en el funcionamiento de la sociedad industrial: Willis Havilland Carrier. El hombre que le salva la vida cada verano.

¿Que no le suena de nada? No se preocupe. No es usted el único. Carrier es el padre del aire acondicionado y, paradójicamente, casi un desconocido.

Salga a la calle y haga la prueba. Primero dedique un minuto a contar cuántos equipos de los que permiten que los hogares sean habitables en las peores olas de calor ve en las ventanas de su barrio. Luego pregunte al azar a los transeúntes que pasen a su lado quién es el artífice de ese milagro doméstico. Es muy probable que sólo unos pocos de ellos identifiquen al individuo al que la revista Time consideró en 1998 una de las 100 personas más influyentes del siglo XX. A diferencia de los Einstein, Bell, Tesla o Hawking, Carrier es un genio sin rostro.

Nacido en un pueblecito del estado de Nueva York en 1876, heredó de su madre la afición a trastear dentro de relojes, máquinas de coser y otros dispositivos. Su interés por la cacharrería y su habilidad con las matemáticas lo llevaron a la universidad, donde se graduó en Ingeniería Eléctrica. Su primer empleo (10 dólares a la semana) lo encontró en una compañía que fabricaba dispositivos de extracción de aire y sistemas de calefacción para secar la madera y el café.

Con 25 años dio respuesta a uno de los grandes retos de la Humanidad: el control del ambiente interior. Lo hizo diseñando para un impresor de Brooklyn un sistema que permitía regular el calor y la humedad por medio de tubos enfriados. Un boceto permite hacerse una idea de las dimensiones del armatoste, que ocupaba toda una habitación, como los primeros ordenadores. Carrier patentó su «aparato para tratar el aire» en 1906; cinco años más tarde presentó ante la Sociedad Americana de Ingenieros Mecánicos la que sigue siendo la base de todos los cálculos de la industria del aire acondicionado: un aparente galimatías de ecuaciones conocido como fórmula racional psicométrica básica.

Con la I Guerra Mundial y la decisión de su empresa de eliminar el departamento de aire acondicionado, Carrier decidió fundar su propia compañía con otros seis ingenieros. Aportó 32.600 dólares y el primer año ya recibió 40 encargos. Sus investigaciones para controlar la temperatura atrajeron a la industria textil del sur de EEUU. Y después a muchas otras de distintos sectores: tabaco, cine, medicina, armamento... Así, el aire acondicionado fue durante dos décadas un privilegio de las fábricas, no de las personas.

El frío artificial sólo fue un bien de consumo masivo después de la II Guerra Mundial, con su introducción en grandes almacenes, salas de cine, hospitales, oficinas, aeropuertos, hoteles y viviendas particulares. Todo ello como parte de la estrategia trazada por Carrier desde que patentó el primer sistema para acondicionar el aire en grandes espacios: la máquina de refrigeración centrífuga.

"Sentó las bases del estudio del aire ambiente, mezcla de aire seco y vapor de agua, determinando la importancia de la humedad en el confort humano y en la conservación de los alimentos", explica Pedro Vicente Quiles, vicepresidente ejecutivo del comité técnico de Atecyr (Asociación Técnica Española de Climatización y Refrigeración). Hoy de esa climatización interior dependen servicios vitales como la investigación en laboratorios, las intervenciones quirúrgicas en hospitales, la refrigeración de los servidores de internet e incluso el diseño de programas espaciales.

Frente a estos usos, enternece comprobar cómo el primer acondicionador de aire casero colocado en las oficinas de Carrier en Newark podía confundirse al primer golpe de vista con una cómoda de estilo Alfonsino. Y también cómo ha empequeñecido década a década hasta convertirse en una presencia invisible y silenciosa en millones de hogares de todo el mundo. Se podría decir que en las ciudades españolas amenaza al abanico, al botijo y a la silla a la fresca como principal remedio contra el calor, robándole a la vida callejera parte de su encanto folclórico y transformando al mismo tiempo el paisaje urbano.

El 28% de las casas en España cuenta ya con un equipo de refrigeración, constata el informe más reciente del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDEA), organismo dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica. En el 53% de los casos, dicha refrigeración procede de un aparato de un aire acondicionado. Según otro estudio que el portal inmobiliario Idealista publicó el pasado verano, y que tomaba como referencia las cerca de un millón de viviendas en venta y alquiler que ofertaban en sus canales, Sevilla es la ciudad con el mayor parque de pisos climatizados (69,5%), seguida de Córdoba (56,4%), Barcelona (55,2%), Palma de Mallorca (54,1%), Jaén (53,9%), Valencia (51,8%) y Madrid (49,8%). Por el contrario, las ciudades que en menor medida recurrían a la refrigeración son Oviedo y Vitoria (0,5%), Burgos (0,7%), Santander y Lugo (0,8%).

"España e Italia son los países europeos con mayor consumo de aire acondicionado", señala Quiles. "En viviendas, la climatización es cada vez más demandada por motivos de confort y, en el caso de nuestros mayores, por motivos de salud. La gente tiene la sensación de que cada día la va a necesitar más. Podemos afirmar que hace 30 años se consideraba necesaria la calefacción y optativa la climatización. En la actualidad, en el sector terciario se considera igualmente necesaria la climatización y en el sector residencial se instala cada vez más".

Hace casi un año, en el agosto más achicharrante de las últimas seis décadas y con su ciudad por encima de los 40 grados durante varios días, hubo quien sí se acordó de Carrier. "Que en Córdoba no se le haya dedicado siquiera una simple plazoleta... Es increíble", bromeó el influencer local Rafalcor en Facebook con mensaje impreso sobre un retrato del pionero. Al día siguiente, un seguidor contactó con él para impulsar una recogida de firmas en Change.org. Su objetivo: que el Ayuntamiento pusiera el nombre del estadounidense a una calle, "aprovechando el próximo proceso de renombre de parte de nuestro callejero con motivo de la aplicación de la Ley de Memoria Histórica (y teniendo en cuenta la neutralidad de este gran inventor en la Guerra Civil Española y la ausencia de controversia por este motivo)".

Rafalcor admite ahora que la campaña tenía una pretensión "cómica", pero que su difusión en las redes sociales y su salto a los medios de comunicación la hicieron llegar hasta la Gerencia Municipal de Urbanismo avalada por casi 2.000 firmas. "El equipo de gobierno de aquel momento apoyó la idea y reconoció que se podría estudiar, viendo la aceptación social", añade el influencer, que da un barniz de realidad a la postal turística de su ciudad: «No todo aquí son casas blancas y callejuelas. Incluso en los tradicionales patios cordobeses y con su inteligente arquitectura se pasa un calor inhumano".

Carrier murió en 1950, cuando su invento que hoy es la imagen de una multinacional cotizada en Bolsa empezaba a popularizarse a una escala que seguramente nunca imaginó. No pudo ver, por tanto, el verdadero impacto de aquel invento que al principio enfriaba con el efecto equivalente de 50.000 kilos de hielo derretido al día. Como tampoco pudo enfrentarse a las críticas del movimiento ecologista, que sostiene que los climatizadores consumen gran cantidad de energía eléctrica, lo que se traduce en mayores emisiones de dióxido de carbono y en el agravamiento del calentamiento global.

Rafalcor define a Carrier como "un superhéroe sin capa" y como el tipo que "en Córdoba ha salvado más vidas que la penicilina". Puede que una rotonda, una avenida o una estatua a caballo en el interior de la península sean poca cosa para reconocerle el mérito. Una investigación reciente de la universidad ETH de Zurich garantiza que Madrid será tan calurosa como Marrakech en 2050. Bienvenidos a Carrierland.

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jueves, julio 29

Malta, 'el Álamo' cristiano donde una tropa de españoles cambió la historia

(Un texto de Javier Brandoli en elconfidencial.com del 22 de diciembre de 2019)

En 1565, el ejército turco comenzó una batalla contra el último bastión cristiano del Mediterráneo que tras cuatro meses repelió el ataque con la ayuda de los soldados españoles.

Hubo un Álamo, un 300, una Numancia que ocurrió hace unos siglos en una roca en medio del Mediterráneo. Pero nadie ha hecho una gran película en Hollywood, ni tiene eco en la mayoría de libros escolares, ni figura entre las mediáticas gestas militares de la historia, ni siquiera de la española que es especialmente protagonista de este relato de cabezas usadas como proyectiles, cuerpos mutilados crucificados flotando en una bahía y hombres masacrándose por defender su Dios. La guerra es cruel y esta batalla lo fue también, como heroica, irreal, novelesca.

Bajando en la nueva estación de autobuses, ya casi no se ven los viejos armatostes de colores que recorrían esta isla, se llega en La Valeta, capital de Malta, hasta el Auberge de Castilla, sede de la oficina del Primer Ministro. Hace casi 20 años viví aquí unos meses, regresé diez años después, en 2010, y ahora me reencuentro con el viejo edificio "castellano" vallado por las agitadas protestas políticas y jalonado por un parlamento construido por el arquitecto italiano Renzo Piano e inaugurado el 4 de mayo de 2015.

Girando a la derecha, desde los Altos Jardines de las Barracas, se contempla la bahía rodeada de los fuertes de San Ángel, en la ciudad de Birgu; los restos del fuerte de San Miguel, en Senglea, del que ya no queda apenas nada tras los fuertes bombardeos sufridos en el otro gran asedio que sufrió la isla protagonizado por las tropas nazis en la II Guerra Mundial; y el fuerte de San Telmo, en la Valeta. Entre esas murallas y ese mar en 1565 intentaron abrir una brecha más de 40.000 soldados otomanos para conquistar el último bastión cristiano del Mediterráneo que les quedaba por tomar y que les debía llevar después hasta las ansiadas Sicilia y Baleares. 500 caballeros, 1000 soldados entre españoles e italianos, 100 soldados de galeras y esclavos, algo más de tropa griega y siciliana, y unos 2000 pobladores locales (algunas crónicas hablan de 5000) consiguieron vencerlos.

El Asedio de Malta comenzó en realidad unos siglos antes. Es la historia de una sucesión de derrotas y asedios previos. Las tropas musulmanas llevan desde la toma de Jerusalén por Saladino en 1187 haciendo retroceder a las tropas cristianas por todo el Mare Nostrum. Acre, en 1291 y Rodas en 1522 habían sido ya dos dolorosas derrotas para los soldados de la cruz que veían como sus dominios se reducían en el Mediterráneo. Tras la derrota de Rodas contra los ejércitos otomanos del temido Solimán el Magnífico, los caballeros de la Orden Hospitalaria de San Juan deambulan siete años sin tener un lugar en el que asentarse hasta que el emperador Carlos V les concede la Isla de Malta. Hay varias versiones sobre el acuerdo: una dice que los caballeros se comprometen a enviar a España al emperador cada año un halcón y otras añaden agua bendita de una fuente natural y ofrecer una misa en una de las islas en las que la leyenda dice que San Pablo naufragó.

El diario de un español

Sea como fuere, los caballeros desde 1530 de la ahora Orden de Malta comienzan rápido a levantar fortificaciones sabedores de que Solimán en algún momento les hará una visita. Felipe II decide hacer de esta isla una base desde la que hostigar a las naves berberiscas que ya han atacado las Islas Baleares. En 1565, tras haber sufrido en 1551 el archipiélago un duro ataque de los musulmanes que acaba con la reconquista musulmana de la cercana Trípoli y la conquista de la vecina Isla de Gozo donde los otomanos se llevan a la mayor parte de habitantes como esclavos, el gran maestre de la Orden, el francés Jean Parisot de La Valette, sabe que el ataque musulmán es inminente. “A nosotros, con la presa de Malta, nos resultarían muchos bienes y grandezas, pues correríamos todos aquellos mares de Poniente con mucha de nuestra reputación y daño de nuestros enemigos y con el tiempo nos apoderaríamos de Sicilia”, había dicho Solimán el Magnífico a sus generales. Desde ese instante, el relato más fiable de los hechos y el único de un testigo directo de lo que acontece en Malta es del soldado italiano españolizado Francesco Balbi di Correggio que escribió un diario con lo sucedido durante cuatro meses de asedio.

Los turcos aparecen el 18 de mayo de 1565. Las tropas otomanas desembarcan en la zona este, en la desprotegida espalda de las tres fortificaciones que hoy son el bello puerto pesquero de Marsaxlokk, Sant Thomas Bay y Marsaskala. La correlación de fuerzas es complicada de cifrar con exactitud, pero los historiadores hablan de entre 40.000 y 45.000 turcos y entre 6000 y 9000 cristianos. "La Valette había ordenado el adiestramiento militar obligatorio de los pobladores locales los meses previos al desembarco", asegura el relato de Joseph Ellul, 'El Gran Asedio de Malta'. El francés también ordenó hacer acopió de maíz y prepararse para una larga resistencia que esperaba que acabara con la llegada de una flota de rescate mandada por Felipe II. “El Maestre quiso saber la gente que tenía, y tras contar a sus hombres sumó 4.920", escribe Balbi. Entre ellos estaban 400 soldados españoles que llegaron a socorrer Malta el 10 de mayo, días antes de la llegada de Solimán. Según el soldado italiano había “500 caballeros de hábito de todas las naciones”.

Sobre el número de turcos que desembarcaron hay discrepancias también, ya que el propio La Valette envió una carta a Felipe II a los cuatro días de comenzar el asedio en el que cifraba su número en 17.000, algo que el mismo rectificó días después en una misiva enviada al Prior alemán y en la que se hablaba ya de 40.000 otomanos. (Quizá al gran Maestre le interesó rebajar la cifra ante Felipe II para que pensara que había opciones de victoria).

Tras tomar comunión todos los defensores, asegurar las empalizadas en el mar y esperar a que el virrey de Sicilia, Don García de Toledo, enviara naves para romper el asedio, el Gran Maestre despliega sus tropas sobre las murallas atendiendo a las lenguas de los caballeros. En la parte española se puede leer sobre los muros el Puesto de Castilla y Puesto de Aragón, ya que unos hablaban en castellano y otros en catalán.

El 19 de mayo, una expedición de caballeros enviada por la Valette a Marsaxlokk comprueba que el desembarco es de miles de hombres con víveres suficientes para realizar acometidas durante meses. Los alrededores de la bahía de Marsaxlokk se convierten en el primer escenario de los combates. El capitán español Juan de Guaras está al mando de una pequeña tropa a caballo que logra acabar con la vida de cien turcos. El 26 de mayo, sin embargo, es herido de un flechazo y tiene que pasar a la retaguardia.

Para entonces, el lunes 29 de mayo, “los otomanos comienzan a bombardear las defensas de San Telmo”. Su obsesión durante semanas por atacar este fuerte es estratégicamente uno de los errores que les pudo costar la victoria final. Los turcos creen que si toman el control de este castillo podrán destrozar por su ubicación con facilidad el resto de defensas cristianas. Al otro lado, una tropa compuesta por cien caballeros y alrededor de 500 soldados repele el fuego de los cañones musulmanes. Los generales de Solimán, dos mandos divididos en sus tácticas, el visir Mustafa Bajá y el almirante Pialí Bajá, creen que en tres días habrán tomado la plaza. La situación es tan grave que el 6 de junio los caballeros y mercenarios españoles e italianos que aguantan las embestidas turcas piden a La Valette que les dejé salir a campo abierto a morir luchando con la espada en la mano.

La misiva enviada a San Ángel está firmada también por los caballeros españoles y anuncia un posible motín. El Gran Maestre les dice que deben aguantar, que llegarán pronto refuerzos desde Sicilia y apela al orgullo castellano. “Nosotros iremos a defender lo que vosotros no queréis. Los españoles, por supuesto, no permitieron que los franceses hicieran su trabajo”, me explicó Esteban, un profesor de historia maltés que nos hizo de guía sobre las mismas murallas hace 20 años. La feroz defensa que presentan españoles e italianos lleva a que algunos caballeros crucen a nado por la noche la bahía desde el Fuerte de San Ángel hasta el Fuerte de San Telmo para ayudar a sus compañeros.

El 16 de junio, explica Balbi, “al salir del alba, fueron los turcos al asalto general por todas partes, con tanto estruendo de vocería y ruido de atabales, chirimías y clarines y otros instrumentos militares a su uso, que parecía quererse acabar el mundo”. Fue una carnicería en la que perdieron la vida 1.500 turcos y 150 cristianos. Entre estos últimos, falleció el caballero español capitán Medrano, “después de haber peleado todo el día en todas partes y haber hecho maravillas de su persona y animado a sus soldados. Murió habiendo derribado muerto un jenízaro que ya tenía plantada su bandera en un cestón”, relata Balbi. La Valette, al enterarse de su muerte, ordenó que fuera enterrado “con la mayor honra que se le podía hacer”. El desánimo cayó a plomo sobre los valientes defensores que sabían que su derrota era inminente.

El ataque final

El sábado 23 de junio, víspera de San Juan Bautista, los turcos comienzan el ataque final. Los pocos caballeros que aún están con vida se refugian en la iglesia “por ver si hallaran en aquellos bárbaros alguna manera de razón y concierto. Más vieron que degollaban a cuantos topaban y decidieron salir a la plaza donde vendieron muy bien sus vidas y acabaron valerosamente”, señala Balbí. Sólo se salvaron seis caballeros que huyeron a nado. Los otomanos asesinaron a mujeres y niños. “Después de los enemigos gastado treinta y más días sobre San Telmo, 18.000 tiros de cañón y perdido seis mil hombres, los turcos no mostraban mucha alegría por lo caro que les había costado”, narra el diario del soldado italiano. En ese instante Solimán ofrece a los caballeros la rendición y marcharse vivos a Sicilia. La Valette ahorca al emisario turco, rechaza el acuerdo y confía en resistir hasta la llegada de refuerzos.

El 5 de julio, cuatro galeras con 600/700 soldados de los temidos tercios españoles llegados de Sicilia al mando de Don Melchor de Robles desembarcan en el oeste de la isla, los campamentos otomanos están al este. Enseguida consiguen llegar hasta la capital, la ciudad de Mdina, una fortificación lejos de la costa en el centro de la isla, desde la que después rompen el cerco y refuerzan las defensas cristinas en Birgu.

Es entonces cuando “dos prisioneros cristianos fueron hechos presos por los turcos. Tras torturarlos, exigieron que les revelaran el lugar más desprotegido para tomar el fuerte. Los dos caballeros, en una sabia jugada, les indicaron el lugar donde se encontraban los castellanos, que eran considerados los más fuertes y valientes. Los turcos lanzaron allí una gran ofensiva, que fue repelida por los defensores y en la que perdieron la vida muchos asaltantes, engañados por los moribundos presos”, narraba Esteban. Es el conocido ataque al Post of Castille que comienza el 9 de julio, en Birgu, donde los caballeros habían levantado una segunda fortificación interior que los otomanos desconocían y que acabó siendo una trampa mortal para cientos de sus soldados atrapados allí.

El combate en ese instante es encarnizado. Los otomanos desmiembran y crucifican cuerpos de los prisioneros cristianos que flotan por la bahía. Vuelan cabezas convertidas en proyectiles. Los cañones otomanos lanzan una durísima ofensiva sobre los dos fuertes cristianos que aún aguantan la embestida. En San Ángel, la zona de Alemania y Castilla, los daños son ya contundentes. Comienza una batalla psicológica, La Valette insiste en que la tropa enviada por Felipe II está ya llegando y los atacantes usan a los prisioneros para que a gritos desmoralicen a sus compañeros. El 13 de julio, un nuevo intento de tomar San Miguel acaba con la vida de uno de los más destacados defensores, el español Francisco de Sanoguera. Su muerte, tras una heroica lucha, provocó el alborozo de miles de turcos que vieron al español luchar herido y seguir animando a sus hombres. Pese al mazazo, las tropas de Melchor de Robles consiguen tras más de cinco horas de lucha repeler finalmente el ataque que acaba con 4.000 bajas otomanas.

Los siguientes días el bombardeo se intensifica y el 25 de julio, La Valette reconoce a los suyos que no espera “ya socorro” e invita a sus soldados a “morir antes que a caer presos”. El 2 y 7 de agosto entre 6.000 y 8.000 turcos comienzan un nuevo asalto a San Miguel que es también rechazado. Las crónicas dicen que los otomanos lanzan más de 130.000 cañonazos sobre las murallas. El Gran Maestre francés se coloca en primera línea de la batalla el 18 de agosto y consigue, pese a ser herido, repeler una brecha abierta por los otomanos en la zona de Castilla. Mientras, desde Mdina, la caballería cristiana lanza algún ataque a los desprotegidos campamentos turcos de retaguardia y acaban con sus heridos y parte de sus provisiones. El desaliento otomano crece. Del 28 al 31 de agosto se producen los últimos masivos intentos de conquista que también son milagrosamente repelidos.

Llegan las naves de Felipe II

El jueves 6 de septiembre llegan noticias de que las naves enviadas por Felipe II están llegando a Malta. Los turcos, muy debilitados, plantean retirarse. El 7 de septiembre la flota mandada desde España se abre paso y desembarca el conocido como Gran Soccorso. El comendador Antonio Maldonado se desplaza hasta Birgu con algunos caballeros y anuncia que al oeste, en la bahía de San Pablo, ha desembarcado el marqués de Villafranca, García de Toledo, con más de 9.000 hombres, la mayoría españoles (menos tropa en todo caso de la esperada). Anuncia también que el mismo Juan de Austria quiso venir a socorrer la isla, lo que provoca una gran alegría entre todos los asediados. “El socorro era el más poderoso que podía ser, porque venía en él la flor de todos los soldados viejos que el Rey de España tiene en Italia e italianos escogidos”, describe Balbi. El pánico cunde entre las filas turcas que huyen inicialmente a sus barcos. Los generales, sin embargo, se dan cuenta de que las tropas españolas no son tan numerosas como pensaban y hacen de nuevo desembarcar a los jenízaros, su tropa de élite, a dar batalla. Son arrasados por los tercios y finalmente toda la flota otomana huye despavorida.

Malta había resistido un imposible asedio de casi cuatro meses. 224 caballeros de los 500 iniciales perdieron la vida. Murieron también más de 1.500 soldados, 7.000 malteses y 500 esclavos, explica Balbi, que cifra en más de 40.000 las bajas enemigas. Según el registro de Giacomo Bosio, historiador oficial de la Orden, las bajas otomanas fueron 30.000. Da igual, la clave es que los musulmanes por primera vez en siglos sufren una gran derrota a manos de los cristianos. La Valette recibe como compensación de su liderazgo una espada del propio Felipe II en la que se lee Plus Quam Valor Valleta Valet (La Valette vale más que el valor). El francés lideró un ejército europeo con caballeros alemanes, franceses, portugueses, valientes pobladores locales y, sobre todo, caballeros y soldados del Imperio español, italianos, aragoneses y castellanos, que unieron sus fuerzas para aguantar un ataque descomunal que cambió la historia porque El Álamo de los cristianos sí aguantó.

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