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domingo, abril 30

Antony Beevor narra el fracaso aliado que alargó la Segunda Guerra Mundial

(Un texto de Alberto Rojas en El Mundo del 20 de septiembre de 2018)

El historiador superventas y gran cronista de la Segunda Guerra Mundial presenta 'La batalla de los puentes', un viaje a la sangría humana de la operación 'Market Garden'

Su fino humor inglés y sus modales de gentleman contrastan con la crudeza de su obra y su discurso. "No podría explicarle el Brexit a un piloto británico de la Segunda Guerra Mundial porque ni siquiera lo entiendo yo", dice Antony Beevor, el gran cronista del conflicto europeo, sentado en la terraza de un céntrico hotel de Madrid, donde presenta La batalla por los puentes (Ed. Crítica), un repaso a la Operación Market Garden y al gran fracaso aliado que alargó de forma absurda la guerra en Europa.

Después de afrontar enormes desafíos para reescribir batallas como Stalingrado o Berlín, que le dieron enorme fama pero también provocaron polémicas con las autoridades rusas, el historiador inglés y antiguo oficial del 11º Regimiento de Húsares del Ejército británico pone el foco en la fallida operación que tenía que liberar los Países Bajos y abrir el camino hacia el corazón de Alemania. "Market Garden fue importante a nivel simbólico. Los alemanes recibieron una enorme carga de moral gracias a esta victoria, pero a los aliados les hizo despertar. Traían una sensación de euforia por el exitoso desembarco en Normandía y el avance tan rápido hacia el Reich. Gracias a esta derrota, se dieron cuenta de que la guerra iba a durar mucho más de lo previsto y de que mucha más gente iba a morir por el camino. Porque murió más gente desde esa fecha de 1944 en adelante que en todo el resto de la guerra".

Beevor traslada al lector a los combates por los grandes puentes holandeses, que tenían que tomarse por sorpresa y esperar a la llegada de las tropas de tierra por la llamada carretera del infierno. En la acuarela aparecen oficiales británicos dirigiendo a sus hombres con un paraguas, divisiones panzer movilizadas a toda velocidad con reclutas adolescentes, resistencias heroicas casa por casa, ejecuciones de prisioneros por los dos bandos y un plan del mariscal Montgomery que estaba maldito nada más nacer.

Con este libro, Beevor ya ha analizado las tres grandes operaciones aerotransportadas de la Segunda Guerra Mundial: la batalla de Creta, el día D en Normandía y Market Garden. Después de esta última, no se han vuelto a usar a ese nivel: "Lo más interesante es que los aliados sacaron conclusiones opuestas de la experiencia de Creta de la que obtuvieron los Alemanes. Hitler, por una vez, acertó al descartar las grandes operaciones con paracaidistas en el resto de la guerra. En Normandía los aliados tuvieron éxito, pero en su esencia, este tipo de apuestas tiene el peligro de no contar con tropas terrestres de respaldo en pocos días para apoyar el despliegue por el aire. Son tropas muy vulnerables. En 1944 existía una fantasía, sobre todo en EEUU, que decía que las tropas aerotransportadas iban a ser el futuro no sólo de la guerra sino de las misiones para mantener la paz en la posguerra. El caso es que no hemos vuelto a ver este tipo de despliegues en otros conflictos".

Beevor ha vendido tantos libros porque ha conjugado la Historia con mayúsculas, esa de las grandes operaciones militares sobre los mapas, con las vivencias del soldado de trinchera y el civil que huye de las bombas. "En los años 80 se puso de moda la historia oral como género, una colección de diarios y cartas a la que le faltaba mucho contexto para explicar las cosas. Cuando me pude a trabajar en el libro Stalingrado supe que había que integrar las grandes operaciones militares con el relato de sus protagonistas, los soldados y los civiles. Era la única manera de medir las consecuencias de las decisiones de Hitler o Stalin sobre los que iban a sufrirlas", comenta. En su bibliografía hallamos una mirada similar a la suya en un libro titulado Un escritor en guerra, la historia de Vasily Grossman, el periodista ruso que acompañó a las tropas soviéticas de Stalingrado a Berlín: "Grossman, de forma instintiva, tiene un acercamiento parecido al mío. Siempre le interesó el individuo y descubrió antes que nadie que el deber del escritor es devolver la individualidad a las víctimas, que es de lo que pretenden privarles los asesinos. Cuando me enfrenté a sus reportajes sobre el horror de Treblinka entendí que el deber del escritor es contar ese horror. El deber del lector es leerlo".

Así, armado con el factor humano de Grossman pero con la curiosidad necesaria para acudir a fuentes nunca consultadas, sigue destruyendo mitos sobre los que se han construido relatos falsarios:"Muchos historiadores alemanes han acudido a nuestros centros en el Reino Unido y eso sirve para acabar con versiones nacionalistas que cada país tenía de la Segunda Guerra Mundial. Ahora es más difícil mantener ciertos mitos, pero todavía queda gente interesada en crear fake news sobre la Segunda Guerra Mundial. Quedan algunos interesados en recargar las leyendas, como por ejemplo Putin pagando películas de guerra que buscan construir una verdad a partir de leyendas".

No quiere desvelar nuevos proyectos pero asegura que no tendrán nada que ver con el Pacífico: "Mi amigo Ian W. Toll, historiador basado en el teatro bélico asiático bromea conmigo: 'Si te costó bucear en los archivos rusos, prueba con los japoneses'".

*¿No le apena que estemos ante la muerte generacional de aquellos que vivieron la Segunda Guerra Mundial y aún podían contarla?

Ya es demasiado tarde para la historia oral, porque los pocos que quedan vivos ya han leído los episodios en los que ellos mismos participaron escritos por otros, y eso ha deformado sus recuerdos. Ya no es una fuente directa. Por eso lo importante es volver a los documentos de época, las cartas y los diarios escritos en ese momento. Ya sabemos lo poco fiable que es la memoria del ser humano.

*Usted, que ha estudiado la génesis del totalitarismo en Europa, ¿qué opina del avance de los discursos populistas y xenófobos en la actualidad?

 A la gente le da miedo el futuro y los problemas de la globalización y creen que la Unión Europea tiene la culpa. Estamos entrando en un tiempo peligroso porque no sólo hay un pánico a la inmigración y a aspectos demográficos. A las poblaciones les cuesta lidiar con tanto cambio social y económico. Entre aquellos que votaron proBrexit hay algunos que son racistas, por supuesto, pero hay muchos que están confundidos y asustados por el futuro. Y esto también sucede en Suecia, Italia, Austria... Eso podría aumentar de forma dramática por efecto del calentamiento global, que provocará mayores desastres en África como grandes sequías, hambrunas y cosechas arruinadas. Y tendremos oleadas migratorias aún más grandes hacia Europa. Las elecciones morales a las que se enfrentará Europa serán terribles. La inmigración provocará una división aún más fuerte en sociedades como Alemania, como hemos visto en Chemnitz, y podría funcionar como acicate del fascismo, lo que representa una grave amenaza para la democracia.

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viernes, abril 28

Contra la innovación

(Un artículo de José Antonio Millán -escritor e investigador sobre aspectos ideológicos de la lengua, la educación y las nuevas tecnologías- en El País del 8 de diciembre de 2019. Muy interesante escuchar a los que no piensan como el rebaño).

Vivimos en sociedades que celebran con entusiasmo los avances tecnológicos, pero ¿alguien se ha parado a pensar si las a menudo cacareadas disrupciones son positivas para el conjunto de la sociedad?

Si uno busca el uso de la palabra española "innovación" o la inglesa innovation en Google Ngram Viewer (que mide el uso de términos en los millones de libros de su base de datos), se encontrará con que se ha quintuplicado a lo largo del último medio siglo. ¿Qué ha ocurrido? En sus orígenes remotos, este derivado del latín sólo indicaba la acción de "mudar o alterar las cosas, introduciendo novedades" (como dice la Academia Española a principios del XIX). Pero bajo esta apariencia de objetividad late un profundo problema filosófico... y económico: ¿es bueno o es malo cambiar las cosas?

En general, hasta la llegada de la modernidad los cambios se veían con sospecha. Un tratadista del XVII, Carlos de Sigüenza y Góngora, retoma las palabras de Isidoro de Sevilla, un milenio antes, para recordar en su Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe que "no es grave ni malo hacer alguna innovación cuando la utilidad está unida a la novedad, pues lo dañoso y lo útil no se juzgan por la antigüedad". Las connotaciones de la palabra "innovación" siguieron siendo negativas durante largo tiempo. En el siglo XVIII se puede describir un territorio como "propenso a tumultos e innovaciones", en el que la palabra casi equivale a "rebelión".

El énfasis contemporáneo en la innovación, su especialización en el campo económico, así como su caracterización positiva se deben al economista austriaco, luego afincado en Estados Unidos, Joseph Schumpeter (1883-1950). El contexto en el que aparece es una famosa aportación de Schumpeter a la teoría económica (1942): la "destrucción creativa", un "proceso de mutación industrial que incesantemente revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyendo constantemente lo viejo y creando incesantemente lo nuevo". La fuerza que impulsa este cambio es la innovación.

Este concepto, que parte de una teoría evolucionista del desarrollo económico, no ha dejado de extenderse desde entonces. Millares de libros tienen la palabra en su título, así como infinidad de artículos; 2.200 millones de páginas web contienen el término. No menos curiosa que su proliferación es la amplitud de campos en los que se aplica como elemento positivo: hoy se puede hablar de innovación en alimentación, en educación, en turismo, en cosmética, en agricultura, en fiscalidad, en arte, en edición, en medicina, en espiritualidad, en diseño, en deporte, en software, en democracia, en banca, en ingeniería o en organización empresarial; incluso el presidente Obama puso de moda la innovación social. No menos sorprendente que su extensión son los vasos comunicantes que se establecen entre sectores: un famoso innovador en cocina puede impartir enseñanzas de innovación para empresas de cualquier ámbito. Eso significa que la innovación se percibe como una calidad separada del resto de conocimientos, que puede circular entre ámbitos diferentes y aplicarse "desde fuera" para producir algo nuevo. El término está tan extendido y se usa de manera tan acrítica que, repasando la bibliografía especializada, muchas veces no se puede saber exactamente de qué se está hablando... salvo de hacer las cosas de una manera nueva, y tampoco se sabe siempre muy bien para qué. Ya hace tres lustros que un famoso diseñador lamentaba la "obsesión con la innovación, o al menos con repetir incesantemente la palabra innovación". En 2012, incluso un medio tan pro-negocios como The Wall Street Journal señalaba: "El término ha empezado a perder significado". De hecho, lo que le ha quedado es un solo significado: "bueno" o "mejor".

Aunque pueda confundirse con la invención, la innovación es algo diferente. Una invención puede conducir o no a un cambio en procesos económicos. De hecho, es la figura del emprendedor o entrepreneur (que no suele coincidir con la del inventor) la que, al lanzarla al mercado, crea la innovación. Pero, además, no siempre hay una invención en el origen de una innovación. Puede ser simplemente una reorientación: la bañera de burbujas para enfermos de artritis de los hermanos Jacuzzi se replanteó como baño de lujo. Tampoco toda invención conduce a una innovación: de los cinco millones de patentes registradas en Estados Unidos desde 1991, sólo una ínfima parte ha dado lugar a productos o procesos en el mercado. Y, por otro lado, en una determinada innovación pueden confluir varios inventos o patentes: hasta 200 diferentes formaron parte del lanzamiento del iPhone. Y ya que hemos mencionado el smartphone, digamos que éste es un caso típico de innovación que cambia las cosas. De hecho, para muchos lo que más caracteriza a la innovación es precisamente el hecho de que cambie la forma de funcionar de una sociedad, a menudo concebida como sinónimo de mercado. Es lo que se denomina "innovación disruptiva", concepto debido a Clayton M. Christensen en 1995. Como muestra del grado de enajenación en la que puede incurrir esta forma de pensar, veamos su dilema del innovador: "Hacer lo correcto" (es decir, lo que una compañía ha venido haciendo para triunfar) "es equivocarse".

Este pensamiento revolucionario ha ido dominando primero la academia y luego la política. En numerosas universidades españolas (por lo general, por acuerdo con empresas del sector) existen "cátedras de innovación"; se pueden encontrar, por ejemplo, cátedras de innovación en cerámica, diabetes o productos lácteos. Por cierto: el ministerio que supervisa estas creaciones se llama "Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades". Dado el carácter ideológico del concepto (puro darwinismo económico), no es extraño que Gobiernos de todos los colores políticos se declaren a favor de la innovación: no hacerlo equivaldría, desde la óptica dominante, a estar en contra del "progreso". Tanto el Gobierno chino como la Comunidad Económica Europea llevan décadas favoreciendo explícitamente políticas de innovación.

Dado el evidente riesgo de fracaso, el terreno en el que se intenta innovar son empresas puntocom nacientes y spinoffs de grandes compañías. Y la mortandad de estas estructuras que se lanzan a terrenos desconocidos es muy grande: durante el periodo de despegue de las compañías de Internet en EE UU, en torno al año 2000, casi 5.000 compañías cerraron sus webs o fueron adquiridas.

Aunque las puntocom han sido el ejemplo perfecto de innovación disruptiva a lo largo de las últimas dos décadas, no siempre sus logros vinieron de la investigación o de la implementación de nuevos sistemas en sus estructuras. Un caso claro es el de Google, que primero, efectivamente, revolucionó con su algoritmo page rank el mundo de los buscadores. Pero otros de sus servicios clave, como Blogger, Google Maps o YouTube, en realidad fueron comprados a otros desarrolladores. Y algunas de sus innovaciones propias han fracasado, como las gafas Google Glass o la red social Google+.

Sí: el número de innovaciones que fallan es muy grande; según el mencionado profesor Christensen, cada año se lanzan en EE UU más de 30.000 productos de consumo, de los cuales el 80% fracasan. Un museo en Ann Arbor (Michigan, EE UU) reúne 140.000 envases de lanzamientos fallidos en el campo del hogar y la alimentación. Un Museo del Fracaso en Helsingborg (Suecia) tiene 70 productos y servicios, sobre todo digitales, que no llegaron a buen puerto. Las cifras de mortandad son tan grandes que hay quienes prefieren reservar el nombre de "innovación" sólo para los éxitos. Se puede leer que "una innovación es una innovación que triunfa", lo cual claramente es hacer trampa. Y hay millares de procesos, objetos o productos (por ejemplo, el ventilador, muchos componentes de los automóviles o la humilde aspirina) que llevan décadas funcionando de manera básicamente igual y prestando un gran servicio a sus usuarios aunque no ocupan ningún espacio en la bibliografía sobre empresas.

Además, muchas de las innovaciones más aclamadas en realidad actúan acríticamente en un medio preexistente: el coche eléctrico, por ejemplo, se basa en una idea de circulación privada, en una infraestructura viaria consolidada, incluso en una forma-diseño tradicional. ¡Pero, además, no es en absoluto una idea nueva! A finales del siglo XIX hubo taxis eléctricos en Londres y en Nueva York. Pero cuando aparecieron grandes reservas de petróleo en América, la práctica se abandonó. Y no olvidemos que, aunque haya investigación en el seno de muchas empresas, incluso ella se levanta sobre la base de investigaciones de base realizadas en instituciones públicas y con dinero público. Con lo que la pregunta clave debería ser: ¿tiene un retorno positivo sobre la sociedad?

Y aquí podemos volver a la definición que creó hace muchos siglos Isidoro de Sevilla: "No es grave ni malo hacer alguna innovación cuando la utilidad está unida a la novedad". La clave, por supuesto, es "utilidad", pero ¿para quién?: ¿para sus consumidores finales?, ¿para el conjunto de la sociedad?, ¿o para las empresas que lo llevan a cabo?

Un terreno en el que la innovación ha resultado sorprendentemente poco beneficiosa para la gente (tanto en el aspecto cualitativo como en el económico) es el consumo musical. Es muy posible que a estas alturas, como postula el creador David Byrne, estemos escuchando más música que en ningún otro momento, pero las técnicas de grabación y las formas de recepción no han mejorado su calidad. Visto con perspectiva, se trata de un movimiento que ya cuenta con 40 años (que podemos iniciar cuando Morita, de Sony, creó el walkman) para hacernos oír música constantemente, lo cual no es que fuera una demanda popular. Una de las consecuencias de la sucesión de innovaciones ha sido que muchas personas han pagado por la misma grabación primero 'en vinilo y luego en CD... para acabar pagando de nuevo para escucharla por Spotify. Por no mencionar que la retribución de los creadores en los servicios de streaming ha bajado a niveles antes nunca vistos.

El problema es que cualquier innovación se asienta en el interior de una sociedad que, a su vez, cambia por su estímulo. Los efectos que tendrá la novedad a medio o largo plazo muchas veces pueden resultar nulos o directamente contraproducentes. La gran eclosión de electrodomésticos, como lavadoras o aspiradoras, que se desarrolló con el siglo pasado pretendía liberar a las amas de casa de trabajos ingratos y repetitivos, pero, como describió Ruth Schwartz Cowan en su libro de 1983 More Work for Mother, tuvieron el efecto de elevar los estándares de limpieza, con lo que la carga de trabajo doméstico sobre las mujeres permaneció inalterada.

El énfasis actual en la innovación coincide con la expansión y ubicuidad de las técnicas digitales. Eso significa que hay procesos e interacciones que se reformulan digitalmente. Podríamos pensar que, si una manufactura clásica incorpora sistemas de control digitales, el proceso puede abaratarse (pasaremos por alto, de momento, la posible influencia sobre la disminución del número de trabajadores). Pero también experimentan mutaciones procesos relacionados con las personas, y no siempre con resultados positivos. La interacción de las instituciones con los ciudadanos ha pasado en gran medida a la Red. Quienes hayan interactuado con chatbots o hayan necesitado rellenar complejos formularios en la web habrán experimentado la frustración de no tener nadie al otro lado y de verse forzados a ajustar sus necesidades a la horma de los sistemas previstos. Quizás así se han ahorrado muchos sueldos de trabajadores, pero la calidad de la atención ha disminuido muchísimo y se ha dificultado su acceso a personas de edad avanzada o con deterioros cognitivos.

La ideología ligada a la innovación puede hacer especial daño en los terrenos más próximos a las personas. El campo de la sanidad es uno de los que están experimentando mayor sustitución de contacto humano por monitorizaciones automáticas o a distancia, y no siempre con resultados positivos. En educación, da la impresión, errónea, de que los profesores que usan la tiza y la explicación, en vez de pizarras electrónicas o la gamificación, no están cumpliendo realmente con su deber.

Puestas así las cosas, hay que pensar que el mundo de la empresa, de la universidad, los think tanks y los Gobiernos necesitan una reformulación de objetivos y métodos. No es sano que un concepto tan vacuo, por una parte, y tan ideológicamente dudoso, por otra, como "innovación" sea el que esté pilotando el desarrollo de nuestras sociedades, con evidente desprecio de sus posibles efectos sobre los ciudadanos. Desarrollos tecnológicos como la biotecnología, la inteligencia artificial, la nanotecnología o la impresión 3D tienen cada vez más potencial de cambiar la vida de la gente, pero convendría que se saliera del círculo vicioso de aplicaciones acríticas / resultados indeseados para las personas / soluciones tecnológicas paliativas para afrontar la responsabilidad social de quienes quieren innovar en productos y en procesos sin contestar a la pregunta clave: ¿para bien de quién?

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miércoles, abril 26

Anuncios por megafonía que hacen divertido cualquier vuelo

Leído en facebook -sacado de cuantarazon.com, creo-. Simpático.

"Me informaron que mi suegra acaba de pasar el control de seguridad y en breve embarcará en este vuelo utilizando uno de mis pases de tripulación. Si todos se sientan rápido, deberíamos poder despegar antes de que ella suba". 

"Por favor, asegúrense de llevarse todas sus pertenencias. Todo lo que dejen se repartirá equitativamente entre los auxiliares de vuelo. Por favor, no dejen niños ni cónyuges". 

Después de un aterrizaje agitado: "Les pedimos que permanezcan sentados mientras el Capitán Canguro nos lleva a la terminal". 

Con respecto a las máscaras de oxígeno: "Por favor, ponte la tuya antes de ayudar a los niños pequeños o a los políticos". 

"Si necesitan una luz de lectura adicional, solo tienen que presionar el botón que está sobre sus cabezas y que tiene el dibujo de una bombilla. Eso encenderá la luz. Sin embargo, si pulsan el botón con el símbolo de la azafata, no se encenderá". 

"Hola, soy la capitana Amanda Smith. Sí, soy una mujer piloto y como una ventaja, si nos perdemos en el camino no tendré miedo de parar y pedir indicaciones". 

Un piloto mientras atenuaban las luces de la cabina: "Las luces son tenues y todos ustedes tienen sueño, mucho, mucho sueño. No necesitan ayuda de la tripulación de cabina. Duerman. Zzzzzz". 

"Gente, hoy llegaremos antes porque encontramos un atajo". 

"Eso fue duro. Ya que todos sobrevivieron esperamos que mantengan las promesas que acaban de hacer". 

Mientras el avión se dirigía a la puerta de embarque, el piloto dijo: "Estamos buscando gente para limpiar el avión. Si desean ofrecerse como voluntarios, por favor, pónganse de pie antes de que nos detengamos". 

Piloto: "Damas y caballeros, tengo que hacer un anuncio especial. Ben, mi copiloto, acaba de ir al baño por primera vez en su carrera como piloto. Cuando salga, por favor, ¡dénle un aplauso!".

"Vamos a bajar las luces para el despegue. Si le tienen miedo a la oscuridad o al coco, no se preocupen, él solo viaja con American Airlines". 

Copiloto: "Un aplauso para nuestro piloto, al finalizar este vuelo habrá pasado 40 horas sin dormir solo para poder llevarlos a todos a sus destinos". Piloto: "No se preocupen, dormí un poco mientras volábamos". 

"Hola y bienvenidos al vuelo 438 de Alaska a San Francisco. Si van a San Francisco, están en el lugar correcto. Si no van a San Francisco, están a punto de tener una tarde muy larga".

"Tenemos el placer de comunicarles que contamos con los mejores auxiliares de vuelo. Por desgracia, no hay ninguno de ellos en este vuelo". 

"En breve, serviremos las bebidas. Por favor, recuerden que somos una aerolínea, no una empresa de comida". 

"Para los que viajan con un hijo, ¿por qué? Y para los que viajan con dos de sus hijos, ¿en qué demonios estaban pensando?".

"Por favor, vuelvan sus asientos a la posición vertical y más incómoda".

"Antes del despegue, las azafatas harán una recorrida para asegurarse de que todos tengan calcetines iguales". 

"¡El último en bajar del avión tiene que limpiarlo!". 

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