Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

miércoles, agosto 24

Si mañana no despertara

Un poema de Mario Benedetti:

Si mañana no despertara
solo cree que me he dormido.
Piensa que en la paz de mi sueño
te sueño y no me he ido.
También escucha mi música,
lee mis libros,
usa mi ropa,
toma mi copa,
bebe mi vino.
No me recuerdes ausente,
no me busques en el olvido,
búscame dentro de ti,
ahí estaré contigo.

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viernes, agosto 19

Einstein y sus nacionalidades

(Leído en Facebook)
 
Albert Einsten tuvo tres nacionalidades, y en sus últimos días, un periodista le preguntó cómo había influido este hecho en su fama. El físico respondió una verdad como un templo:
- "Si mis teorías hubieran resultado falsas, los estadounidenses dirían que yo era un físico suizo; los suizos, que era un científico alemán; y los alemanes que era un astrónomo judío".

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jueves, agosto 18

Camino de Kumano (V): El monje y el mensaje

(La columna de Paulo Coelho en el XLSemanal del 5 de mayo de 2013. Con ésta acaba la serie.)

“Fue la necesidad de entender la naturaleza lo que obligó al hombre a dominar el dolor e ir más allá de sus límites. Hace 1.300 años, un monje que tenía dificultades para concentrarse, descubrió que el cansancio y la superación de los obstáculos físicos podían ayudarlo en la meditación”.

Termino hoy la narración de mi experiencia en un camino de peregrinación japonés, y mi primer contacto con el Shugendo, práctica ancestral de desarrollo espiritual.

[Termino hoy la narración de mi experiencia en un camino de peregrinación japonés y mi primer contacto con el Shugendo, práctica ancestral de desarrollo espiritual].

Estamos en el espacio privado de un templo budista. Escuchamos al monje cantar, rezar en voz alta, tocar un instrumento de percusión. Encendemos incienso, y yo me acuerdo de los días que pasé en Kumano -la visita a los tres santuarios sintoístas, el momento en que Katsura alteró con su energía la temperatura, el viaje en barco por el río, la pelea provocada en el lugar en el que los hombres deben pelear, el entusiasmo de las personas, el monasterio en la montaña nevada, las noches con pescado crudo y sake caliente-.

Aquella misma tarde me marcharé a una ciudad grande y después vendrán un hotel confortable, un avión y una ciudad aún mayor: Tokio.

Recuerdo las otras veces que practiqué Shugendo durante estos días: caminar sin abrigo a la intemperie bajo cero, quedarme despierto una noche entera, mantener la frente apoyada en la áspera corteza de un árbol hasta que el dolor se dejase anestesiar a sí mismo.

Durante todo el viaje, las personas decían que el monje que tengo delante de mí recitando las oraciones es el máximo especialista de Shugendo de la región. Intento concentrarme, pero espero con ansiedad el final de la ceremonia. De ahí nos dirigimos a otro edificio desde el que puedo ver una gigantesca cascada precipitándose montaña abajo -134 metros de altura, la mayor de Japón-.

Para mi sorpresa (y la de todos los que me acompañan), el monje trae tres libros míos y me pide que se los dedique. Yo aprovecho para pedirle autorización para grabar nuestra charla. El monje, que no para de sonreír, dice que sí.

- Tenemos 48 cascadas en la región -comenta-. Para llegar a ellas, es necesario tener mucha resistencia física al dolor y al cansancio. Una de las prácticas del Shugendo consiste en resistir bajo el agua helada que cae, hasta que esta limpie el cuerpo y el alma.

- ¿Fue la dificultad del camino de Kumano lo que originó el Shugendo?

- Fue la necesidad de entender la naturaleza lo que obligó al hombre a dominar el dolor e ir más allá de sus límites. Hace mil trescientos años, un monje que tenía dificultades para concentrarse descubrió que el cansancio y la superación de los obstáculos físicos podían ayudarlo en la meditación. El monje hizo este camino una y otra vez hasta morir; subiendo y bajando montañas, quedándose sin abrigo en la nieve, entrando todos los días en una cascada de aguas friísimas para meditar. Como se transformó en un ser iluminado, las personas decidieron seguir su ejemplo.

- ¿El Shugendo es una práctica budista?

- No. Son una serie de ejercicios de resistencia física que ayudan a que el alma camine junto al cuerpo.

- Si pudiera resumir con una frase lo que significa el Shugendo y el camino de Kumano, ¿cuál sería esta frase?

- Quien realiza ejercicio físico adquiere experiencia espiritual si tiene su mente fija en Dios mientras está exigiendo lo máximo de su cuerpo.

- ¿Hasta qué punto el dolor físico es importante?

- Este tiene un límite. Traspasando el límite del dolor, el espíritu se fortalece. Los deseos de la vida cotidiana pierden su sentido, y el hombre se purifica. El sufrimiento viene del deseo, no del dolor.

El monje sonríe y me pregunta si quiero ver la cascada de cerca con lo que entiendo que nuestra conversación debe darse por terminada. Antes de salir, él se vuelve hacia mí:

- No se olvide: intente ganar todas sus batallas, incluso las que traba consigo mismo. No tema las cicatrices. No tema vencer.

Al día siguiente, cuando estoy a punto de embarcar, Katsura -la joven de veintinueve años que estuvo presente desde mi primer día en Kumano- aparece en el aeropuerto y me entrega un pequeño manuscrito en japonés con algunos datos históricos sobre Kumano. Yo inclino la cabeza y le pido su bendición. Ella no vacila ni siquiera un segundo: pronuncia algunas palabras en japonés y, cuando levanto los ojos, veo en su rostro la sonrisa de una joven que eligió ser guía de un camino que nadie conoce, que aprendió a dominar un dolor que no todos van a sentir y que entiende que el camino se hace al andar, no pensando en él.

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miércoles, agosto 17

Camino de Kumano (IV): El límite del dolor

(La columna de Paulo Coelho en el XLSemanal del 21 de abril de 2013)

“Y las cicatrices van más allá del cuerpo físico; muchas heridas que estaban abiertas en mi alma fueron expulsadas por el dolor que sentí. Hay ciertos sufrimientos que solo se logran olvidar cuando podemos flotar por encima de nuestros dolores”.

(Durante mi visita a un camino de peregrinación en Japón descubro el Shugendo, práctica ancestral de usar la naturaleza para el aprendizaje espiritual).

Estamos en lo alto de una montaña, al lado de una columna de piedra con algunas inscripciones. Desde aquí arriba puedo divisar un templo en medio del bosque.

-Ese es uno de los tres santuarios que el peregrino tiene que visitar, y, cuando llega aquí, siente una inmensa alegría al saber que ya está cerca de uno de ellos -dice Katsura-. Según la tradición, ninguna mujer podía pasar de este punto si estaba en su periodo menstrual. En cierta ocasión, una poetisa llegó hasta aquí y vio el templo, pero, debido a su menstruación, no podía continuar. Comprendió que no tendría fuerzas para esperar cuatro días sin comer y decidió darse la vuelta sin alcanzar su objetivo. Escribió una poesía dando las gracias por los días que había pasado caminando, se preparó para regresar a la mañana siguiente y se acostó para dormir. La Diosa se le apareció entonces en sueños. Le dijo que podía proseguir, porque sus versos eran bonitos. Como puedes ver, hasta los dioses pueden cambiar de opinión movidos por las bellas palabras. En la columna de piedra está escrito su poema.

Katsura y yo comenzamos a caminar los cinco kilómetros que nos separaban del templo. De repente, me vinieron a la memoria las palabras del biólogo que había conocido: «Si la Diosa quiere que practiques Shugendo el camino del arte de la acumulación de experiencia, ella te mostrará lo que tienes que hacer».

-Voy a quitarme los zapatos le digo a Katsura.

El suelo es pedregoso, el frío es cortante, pero Shugendo es la comunión con la naturaleza en todos sus aspectos, inclusive en el del dolor físico. Katsura también se quita los zapatos; comenzamos a caminar.

Ya al dar el primer paso, una piedra puntiaguda se me clava en el pie y siento que el corte ha sido profundo. Reprimo el grito y continúo. Diez minutos después estoy caminando a la mitad de la velocidad inicial; el pie herido duele cada vez más y pienso por un momento que aún me queda mucho viaje por delante, puedo sufrir una infección, mis editores me esperan en Tokio, hay entrevistas y encuentros concertados. Pero el dolor enseguida aleja estos pensamientos; decido dar un paso más, y otro, y continuar hasta donde me sea posible. Pienso en los muchos peregrinos que pasaron por allí practicando Shugendo sin comer durante muchas semanas, sin dormir durante días. Pero el dolor no me deja tener pensamientos profanos o nobles -apenas hay dolor, un dolor que ocupa todo el espacio, que me asusta, que me obliga a pensar que tengo un límite y que no lo voy a conseguir-.

De todas maneras, aún puedo dar un paso más, y otro. El dolor ahora parece invadir el alma y me debilita espiritualmente, porque no soy capaz de hacer lo que mucha gente hizo antes de mí. Se trata de un sufrimiento físico y espiritual al mismo tiempo, no parece una boda con la Madre Tierra, sino un castigo. Estoy desorientado, Katsura y yo no nos cruzamos ni una palabra, todo lo que existe en mi universo es el dolor de pisar en las piedras pequeñas y cortantes que señalan el camino entre los árboles.

Entonces ocurre una cosa muy extraña: el sufrimiento es tan grande que, en un mecanismo de defensa, me parece que estoy flotando por encima de mí mismo e ignorando lo que estoy sintiendo. En el límite del dolor hay una puerta a un nivel diferente de conciencia y ya no hay lugar para nada más, apenas para la naturaleza y para mí mismo.

Ahora ya no siento más el dolor, estoy en un estado letárgico, los pies continúan siguiendo el camino automáticamente y yo entiendo que el límite del dolor no es mi límite; puedo ir más allá. Pienso en todos los que sufren sin desearlo y me siento ridículo por estar flagelándome de esta manera, pero he aprendido a vivir así -probando la gran mayoría de las cosas que tengo delante-.

Cuando paramos, reúno valor para mirar mis pies y ver las heridas abiertas. El dolor, que estaba escondido, regresa con fuerza; creo que el viaje ha terminado aquí, y que no me será posible caminar durante muchos días. Mi sorpresa fue mayúscula al día siguiente al descubrir que todo había cicatrizado; la Madre Tierra sabe cómo cuidar de sus hijos.

Y las cicatrices van más allá del cuerpo físico; muchas heridas que estaban abiertas en mi alma fueron expulsadas por el dolor que sentí mientras caminaba por el sendero de Kumano hacia cierto templo del que no recuerdo el nombre. Existen ciertos sufrimientos que solo se logran olvidar cuando podemos flotar por encima de nuestros dolores.

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martes, agosto 16

Shugendo. El camino de Kumano (III): Apoyado en el árbol

(La columna de Paulo Coelho en el XLSemanal del 24 de marzo de 2013)

“Mantengo los ojos cerrados e intento imaginar la savia subiendo desde las raíces hasta las hojas, provocando con este movimiento una oleada de energía que afecta a todo lo que hay alrededor”.

(En las dos columnas anteriores he hablado sobre mi ida al Camino de Kumano, en Japón, y mi descubrimiento de una práctica espiritual, el Shugendo, que se realiza durante la peregrinación)

¿Has oído hablar alguna vez del Shugendo? Me han dicho que es una relación de amor y dolor con la naturaleza-, le comento al biólogo que Katsura me ha presentado y que ahora camina conmigo por las montañas.

-Shugendo significa «el camino del arte de la acumulación de experiencia»- me responde, mostrando que su interés va más allá de las variedades de insectos de la región. Disciplinar tu cuerpo para aceptar todo lo que la naturaleza tiene que ofrecerte; así también educas tu alma para lo que Dios nos ofrece. Mira a tu alrededor: la naturaleza es mujer y, como toda mujer, nos enseña de una manera diferente. Apoya tu columna vertebral en el árbol.

Me señala un cedro de más de dos mil años, con una gruesa cuerda enrollada a su alrededor. En la religión local, todo lo que está rodeado por una cuerda es una manifestación especial de la Diosa de la Creación y se considera un lugar sagrado.

Apoyo mi espalda en el cedro, cierro los ojos, y el biólogo empieza a contarme que en aquella región existen apenas diez árboles como ese. Cuando comenzaron las peregrinaciones, en el año 975, la zona estaba cubierta de cedros milenarios y árboles centenarios, cuyas hojas, dice el biólogo, brillaban como el sol. En el siglo XIX, cuando la revolución Meiji forzó la separación de los templos sintoístas y budistas (antes de aquello, muchos de ellos ocupaban la misma área y convivían en perfecta paz), se destruyeron bosques enteros para construir nuevos espacios de culto.

-Todo lo que está vivo contiene energía-, y esta energía se comunica entre sí. Si mantienes tu columna apoyada en el tronco, el espíritu que vive en el árbol conversará con tu espíritu y lo calmará de toda aflicción. Claro que, como biólogo, debo decir que se trata de la emanación de calor y tal… pero sé que también hay parte de verdad en la explicación mágica de mis antepasados.

Mantengo los ojos cerrados e intento imaginar la savia subiendo desde las raíces hasta las hojas, provocando con este movimiento una oleada de energía que afecta a todo lo que hay alrededor. Mi espíritu se va apaciguando, dejo que la fantasía funcione y, de repente, me imagino dentro del tallo, sin pensar, sin meditar, apenas en reposo absoluto.

-Aquí cerca, las señales de la naturaleza decidieron el futuro de la región.

Oigo la voz del biólogo contándome que, en el año 1185, dos samuráis luchaban ferozmente por el poder en el Japón. El gobernador de Kumano no sabía quién vencería; convencido de que la naturaleza siempre tiene la respuesta, enfrentó en una pelea a siete gallos vestidos de rojo contra siete vestidos de blanco. Ganaron los de blanco, el gobernador apoyó a uno de los guerreros e hizo la apuesta correcta: poco después, aquel samurái dominaba el país.

-Ahora dime: ¿tú prefieres creer que fue el apoyo del gobernador lo que inclinó la balanza o que los gallos dieron la señal divina de quién terminaría conquistando el poder?

-Yo creo en señales respondo, saliendo mentalmente de mi confortable estado vegetal y abriendo los ojos. Fueron las señales las que me trajeron hasta aquí, aunque aún no consiga entender bien lo que estoy haciendo.

-Los viajes sagrados a Kumano comenzaron mucho antes de la introducción del budismo en Japón; hasta hoy existen por aquí hombres y mujeres que transmiten de generación en generación la idea de que debe realizarse una boda, con todo lo que implica a su alrededor, como una verdadera unión: con entrega, alegrías y sufrimientos, pero manteniéndose siempre juntos. Utilizaban el Shugendo para permitir esta entrega total, sin miedo.

Abro los ojos y me siento apaciguado por la energía que el árbol me ha transmitido.

-¿Puedes enseñarme algún ejercicio de Shugendo? El único que conozco es atarse con una cuerda y arrojarse contra las rocas en un despeñadero y, francamente, no tengo valor para eso.

-¿Por qué quieres aprender?

-Porque siempre he pensado que el camino espiritual no implica necesariamente el sacrificio y el dolor. Pero, como me dijo alguien que conocí en este viaje, es necesario aprender lo necesario, no lo que uno quiere.

-Cada cual hace el ejercicio que la Tierra le pida; conozco a un hombre que subió y bajó mil veces, durante mil días, una montaña cerca de aquí. Si la Diosa quiere que practiques Shugendo, ella te dirá lo que tienes que hacer.

Tenía razón. Al día siguiente sucedió eso mismo.

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