Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

martes, enero 30

Sobre la música de los teleñecos

El 27 de noviembre de 1969, durante el episodio nº 14 de Barrio Sésamo, los teleñecos cantaron la que luego se convertiría en SU canción. Se llamaba "Mah Na Mah Na", era de Piero Umiliani, y salió originalmente de la película “Sweden: Heaven and Hell”, que no sé cómo se tradujo al español.

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domingo, enero 28

Llegar a viejo, Joan Manuel Serrat.

Si se llevasen el miedo
Y nos dejasen lo bailado
Para enfrentar el presente
Si se llegase entrenado
Y con ánimos suficientes
Y después de darlo todo
En justa correspondencia
Todo estuviese pagado
Y el carné de jubilado
Abriese todas las puertas
Quizá, llegar a viejo
Sería más llevadero
Más confortable
Más duradero
Si el ayer no se olvidase tan aprisa
Si tuviesen más cuidado en dónde pisan
Si se viviese entre amigos
Que, al menos, de vez en cuando
Pasasen una pelota
Si el cansancio y la derrota
No supiesen tan amargo
Si fuesen poniendo luces
En el camino, a medida
Que el corazón se acobarda
Y los ángeles de la guarda
Diesen señales de vida
Quizá, llegar a viejo
Sería más razonable
Más apacible
Más transitable
Ay, si la veteranía fuese un grado
Si no se llegase huérfano a ese trago
Si tuviese más ventajas
Y menos inconvenientes
Si el alma se apasionase
El cuerpo se alborotase
Y las piernas respondiesen
Y del pedazo de cielo
Reservado, para cuando
Toca entregar el equipo
Repartiesen anticipos
A los más necesitados
Quizá, llegar a viejo
Sería todo un progreso
Un buen remate
Un final con beso
En lugar de arrinconarlos en la historia
Convertidos en fantasmas con memoria
Si no estuviese tan oscuro
A la vuelta de la esquina
O simplemente, si todos
Entendiésemos que todos
Llevamos un viejo encima

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viernes, enero 26

Sobre Rudyard Kipling

(Leído en Facebook hace unas semanas)

RUDYARD KIPLING
(1865-1936)
 
"Joseph Rudyard Kipling nació en Bombay (India) el 30 de diciembre de 1865. Era el hijo mayor de Alice MacDonald y de John Lockwood Kipling, profesor de Arquitectura Escultural de la Escuela de Arte de Bombay. Tuvo una hermana menor llamada Alice, que era conocida familiarmente como Trix.
 
Kipling permaneció en la India hasta 1871, año en el que se trasladó a Londres para residir en el internado Hogar Social de Southsea, un lugar que el joven Rudyard terminó detestando por el maltrato físico y psicológico al que fue sometido. Las vacaciones las pasaba con su tía materna Georgiana Burne-Jones, esposa de Edward Burne-Jones.
 
En 1882 regresó a la India para trabajar como reportero en varios periódicos, entre ellos el “Civil and Military Gazette” o “The Pioneer”.
 
En el año 1886 debutó como escritor con el libro de poesía “Departamental Ditties”. Más tarde publicó títulos de relatos como “Cuentos De Las Colinas” (1887), “Tres Soldados” (1888), o “Wee Willie Winkie” (1889).
 
En 1892, Kipling contrajo matrimonio con Caroline Balestier, hermana del escritor y editor Wolcott Balestier. Su primer amor había sido Flo Garrad, con la que estuvo a punto de casarse, al igual que con Caroline Taylor.
 
Kipling escribió colecciones de relatos, poemas (“Gunga Din”, “Baladas Del Cuartel”, “Recessional”, o “If”), y novelas, algunas de ellas en clave evocativa imperial que nos lega una valiosa descripción de la época de las colonias, logrando con sus títulos de aventuras el éxito en todo el mundo, baste citar libros tan conocidos como la colección de relatos que conforman “El Libro De La Selva” (1894-1895), o las novelas “Capitanes Intrépidos” (1897) y “Kim” (1901).
 
En 1907 le fue concedido el Premio Nobel, siendo el primer escritor en lengua inglesa en recibir tal galardón. Un año antes había publicado el libro “Puck”.
 
Murió en Londres el 18 de enero de 1936. Tenía 70 años. Está enterrado en la Abadía de Westminster. Tuvo tres hijos: Josephine (nacida en 1892), Elsie (1896) y John, (nacido en 1897, fallecido en la Primera Guerra Mundial, cuando participaba en la batalla de Loos)."
 
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“—¿No te dije que ésta sería mi última pelea?—dijo Akela, jadeando—. Ha sido una buena caza...¿Y tú, hermanito?
—Estoy vivo, y he matado a muchos.
—¡Muy bien! Yo me muero, y quisiera... quisiera morir a tu lado, hermanito.
Mowgli apoyó en sus rodillas la cabeza llena de horrorosas heridas y puso sus brazos en torno del cuello, desgarrado también.
—Ha pasado ya mucho tiempo desde aquellos días en que vivía Shere Khan y en que un hombre cachorro se revolcaba desnudo en el polvo.
—¡No! ¡No! ¡Yo soy un lobo! ¡Yo soy de la misma raza que el Pueblo Libre! —dijo Mowgli llorando—. ¡Yo no tengo la culpa de ser un hombre!
—Eres un hombre, hermanito, lobato a quien he vigilado. Eres un hombre; de lo contrario, la manada hubiera huido frente a los dholes. Yo te debo la vida, y hoy le salvaste la vida a la manada, como yo te salvé a ti. ¿Lo olvidaste? Todas las deudas están ya pagadas. Vete con tu propia gente. Te lo repito, luz de mis pupilas: la cacería ha terminado. Vete con tu propia gente.
—No iré nunca. Cazaré solo en la selva. Ya lo he dicho.
—Tras el verano vienen las lluvias, y después de las lluvias, la primavera. Vete, antes de que te veas obligado a hacerlo.
—¿Quién me obligará?
—Mowgli mismo obligará a Mowgli. Vuelve con tu gente. Vuelve con los hombres.
—Pues me iré cuando Mowgli sea quien obligue a Mowgli a marcharse—respondió el muchacho.
—Nada más tengo que decirte, dijo Akela. Hermanito, ¿podrías levantarme y ponerme de pie? También yo fuí jefe del Pueblo Libre.
Muy cuidadosamente y suavemente, Mowgli apartó los cuerpos amontonados y puso de pie a Akela, abrazándolo, y el Lobo Solitario resolló con fuerza y empezó a cantar la Canción de la Muerte que todo jefe de manada debe cantar al morir.”
Rudyard Kipling | «El Libro de la selva “

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miércoles, enero 24

If, by Rudyard Kipling

 "If" is a famous poem written by Rudyard Kipling, first published in 1910 as part of his collection called "Rewards and Fairies." The poem offers a set of inspirational guidelines for living a noble and honorable life, emphasizing the virtues of patience, perseverance, self-confidence, and integrity.

The poem is written as a father's advice to his son, imparting wisdom on how to navigate the challenges and complexities of life. Kipling explores various scenarios and situations, presenting the reader with a series of hypothetical conditions and how to respond to them.
 
The central theme of the poem revolves around maintaining a balanced perspective in the face of adversity, staying determined in the pursuit of one's goals, and displaying moral fortitude. Kipling emphasizes the importance of maintaining composure, taking responsibility for one's actions, and learning from failures.
 
Throughout the poem, Kipling highlights the qualities that make a person truly virtuous, including the ability to trust oneself while remaining humble, to persevere through hardships without losing hope, to treat success and failure with equanimity, to control one's emotions, and to have the capacity to forgive.
 

If you can keep your head when all about you
   Are losing theirs and blaming it on you;
If you can trust yourself when all men doubt you,
   But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
   Or, being lied about, don’t deal in lies,
Or, being hated, don’t give way to hating,
   And yet don’t look too good, nor talk too wise;

If you can dream—and not make dreams your master;
   If you can think—and not make thoughts your aim;
If you can meet with triumph and disaster
   And treat those two impostors just the same;
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
   Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to broken,
   And stoop and build ’em up with wornout tools;

If you can make one heap of all your winnings
   And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
   And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
   To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
   Except the Will which says to them: “Hold on”;

If you can talk with crowds and keep your virtue,
   Or walk with kings—nor lose the common touch;
If neither foes nor loving friends can hurt you;
   If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds’ worth of distance run—
   Yours is the Earth and everything that’s in it,
And—which is more—you’ll be a Man, my son!

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lunes, enero 22

Alice Ball, pionera afroamericana de la química y descubridora del primer tratamiento efectivo para la lepra

(Un artículo de Rocío Benavente leído en mujeresconciencia.com el 3 de mayo de 2018)

Alice Ball vivió una vida más breve de lo que nadie debería vivir: cuando falleció el 31 de diciembre de 1916 tenía solo 24 años. Mujer y afroamericana, tuvo que abrir a empellones algunas de las puertas que hasta entonces nadie como ella había abierto todavía. Por ejemplo, fue la primera mujer y la primera afroamericana en obtener un título de máster en la Universidad de Hawái. Y aun así, ese no fue su mayor logro: Ball desarrolló un tratamiento para la lepra que se convirtió en el más utilizado hasta que en los años 40 se crearon los primeros antibióticos. Tuvieron que pasar nueve décadas tras su muerte antes de que su trabajo fuese reconocido.

Pero empecemos por el principio, por el 24 de julio de 1892. Ese día, en Seattle, nació Alice Augusta Ball en una familia de clase media. Su padre, James Presley, era editor de periódico y abogado, y su madre, Laura Ball, era fotógrafa. Su abuelo materno había sido un famoso abolicionista y fotógrafo, cuya obra estuvo centrada en retratar a los grandes líderes negros de su época.

A principios de los 1900, Alice y su familia se mudaron a Hawái, donde ella fue al colegio, pero pocos años después, tras la muerte de su padre, volvieron a Seattle. Pasó allí sus años de instituto y se graduó en Química Farmacéutica por la Universidad de Washington. Sin embargo, volvió a la Universidad de Hawái y allí se convirtió en la primera mujer y en la primera afroamericana en obtener un título de máster en 1915.

La Universidad de Hawái la contrató como profesora de Química, y de nuevo fue la primera mujer y la primera afroamericana que obtuvo ese puesto. Además, fue en este momento cuando comenzó el trabajo por el que sería recordada muchos años después.

Ball empezó a investigar una cura para la enfermedad de Hansen, más conocida como la lepra, una enfermedad infecciosa que afecta a la piel, los nervios y las mucosas. Durante siglos, médicos chinos e indios habían estado aplicando aceite de chaulmoogra, una especie de árbol que crece en Asia, como principal tratamiento, pero con un éxito moderado: por un lado, podía aplicarse sobre la piel, de forma que proporcionaba cierto alivio pero no penetraba lo suficiente como para tener un efecto profundo; por otro, podía inyectarse, pero al no ser soluble en agua, era difícil hacerlo sin causar un importante sufrimiento a los pacientes, que en muchos casos terminaban prescindiendo del tratamiento.

Así que Harry T. Hollman, ayudante de cirujano del Hospital Kalihi, conocedor de la habilidad de Ball como química y farmacéutica, le pidió ayuda para encontrar una solución. Y Ball lo hizo: logró extraer los principios activos del aceite de chaulmoogra, llamados ácido chaulmógrico y ácido hidnocárpico, y con ellos creó el primer remedio soluble en agua y por tanto fácilmente inyectable con el que aliviar y tratar a los pacientes de lepra. Solo tenía 24 años, y a causa de la inhalación de gases tóxicos durante su trabajo, enfermó gravemente. Moriría antes de cumplir los 25.

Por desgracia, Ball nunca llegaría a ver su método en aplicación. De hecho, estuvo cerca de sufrir la total usurpación de su trabajo. A causa de su muerte súbita y prematura, otro científico, Arthur L. Dean, continuó con sus investigaciones, publicó los resultados y trató de bautizar el descubrimiento como el método Dean. Fue su anterior jefe, el doctor Hollman, el que se encargó de que el reconocimiento fuese a quien se lo merecía: «Tras una considerable cantidad de trabajo experimental, fue la señorita Ball la que logró resolver el problema. El método es conocido como el método Ball«.

Aunque este método no era una cura, sí fue un gran alivio para los enfermos de lepra, y el único tratamiento efectivo hasta que se desarrollaron los primeros antibióticos para la enfermedad en los años 40. A pesar de ello, el nombre de Alice Ball pasó desapercibido durante décadas hasta que en los años 2000 la Universidad de Hawái lo rescató y le realizó el homenaje que merecía: desveló una placa en su honor junto al único árbol de chaulmoogra que existe en el campus.

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sábado, enero 20

Cuentos, teatro y algunas palabras paralizantes

(La columna de Carmen Posadas en el XLSemanal del 10 de noviembre de 2019)

Una de las muchas razones por las que estoy deseando que pasen las elecciones del 10N es perder de vista ciertas palabras estomagantes que están en boca de todos los candidatos. Ya sé que es mucho pedir, sobre todo porque las palabras y conceptos que voy a mencionar describen tan bien la forma de pensar del momento que me temo que no habrá manera de librarse de ellos, todo lo más estarán menos omnipresentes. Empecemos, por ejemplo, por la palabra 'relato'. Ahora cada cual construye su relato y, una vez construido, el próximo paso es venderlo. Es decir, convencer a la gente de tal idea, de tal teoría, de tal inmensa trola. Y lo más curioso es que la fórmula funciona. Es más, se admira enormemente a los constructores de relatos, algo que en el sector de la publicidad, por ejemplo, o en el de la comunicación, y no digamos en el de la política, se paga espléndidamente. 'Gurús', así llaman a los constructores de relatos, y cuanto más grande sea la rueda de molino con la que hagan comulgar al personal, más predicamento, más aplauso. Luego está la palabra 'escenario'. La propia palabra indica que no se trata de un lugar o una situación real, sino de un decorado de teatro, de un gran tinglado construido para que algo o alguien parezca lo que no es. Al menos eso es lo que quería decir el término 'escenario' hasta ahora. Según la RAE, se trata de «la parte del teatro construida para que en ella se puedan colocar las decoraciones y representar obras dramáticas o de cualquier otro espectáculo teatral». Pero tal vez dentro de poco habrá que incluir otra acepción del término más acorde con el significado que ahora se le otorga: puesto que, queriéndolo o sin querer, todos aceptamos que estamos ante una farsa. Pero da igual porque lo importante no es la realidad, sino que tal o cual cosa parezca real. Otro fenómeno significativo es que existen palabras que no solo nos describen y nos retratan, también sirven de arma arrojadiza. Algunas de ellas son tan letales que, con solo pronunciarlas, su destinatario queda K.O. Es el caso de la palabra 'fascista', un vocablo tan aterrador que deja al rival o bien paralizado, o bien reculante y en franca desbandada. Siempre me ha llamado la atención este fenómeno. Particularmente, no me importa nada que me llamen 'fascista' como tampoco me importa que me llamen 'paticorta', 'culibaja' o 'bizca'. Puesto que no soy ninguna de estas cosas, no puedo ofenderme y más bien tiendo a pensar que es un ser bastante estúpido quien pretende desarmarme con epítetos semejantes. Si 'fascista' es un término que deja fulminado al contrincante, hay otros conceptos que también dejan confundido y cavilante al contrario. Miren, por ejemplo, el caso de 'libertad de expresión'. Ante él, toda rodilla hinca porque ¿cómo no vamos a respetar tan sacrosanto derecho? Y sí, es obvio que todo el mundo tiene derecho a expresar libremente su opinión, pero según cómo, y siempre sin alterar el orden público o incendiar las calles, como hemos visto últimamente. Esta idea de que todo el mundo tiene derecho a expresarse está muy relacionada con otra jamás cuestionada a su vez, según la cual todas las opiniones son respetables. Y ahí sí que me planto. Porque lo respetable es que cada cual pueda expresar sus opiniones en libertad, pero es obvio que existen opiniones racistas, fascistas, xenófobas o directamente estúpidas que no solo no merecen respeto, sino que son censurables. ¿Cómo empezamos a confundir 'relato' con 'verdad'? ¿Cuándo el mundo se convirtió en un inmenso escenario? ¿En qué momento las palabras comenzaron a paralizarnos y a anularnos las entendederas? En realidad, ninguno de estos tres fenómenos 'nuevos' son nuevos. La diferencia está en que –cuando León Felipe decía que nos dormían con cuentos; cuando Calderón y Shakespeare afirmaban que el mundo es un gran teatro; o cuando Goebbels alardeaba de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad– todos sabíamos que era así y no nos engañábamos. Ahora, en cambio, nadie mira hacia atrás. Y de vez en cuando conviene hacerlo. Aunque solo sea para no tropezar de nuevo en la misma piedra, la de confundir, como los niños (o como los tontos) apariencia con realidad.

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jueves, enero 18

El origen del cuento "El patito feo"

(Leído en una publicación de facebook)

Hans Christian Andersen nació en Odense, Dinamarca, el 2 de abril de 1805. Hijo de un zapatero y una lavandera, vivió su niñez rodeado de una extrema pobreza, de tal manera que en ocasiones se vio obligado a mendigar y no tuvo otro cobijo que un puente. Sin embargo, el poeta y escritor creía que no era hijo de su padre, sino que era el vástago ilegítimo del príncipe Christian Frederik que más tarde sería coronado como Christian VIII de Dinamarca.
Andersen era un muchacho feo y desgarbado, con una enorme nariz y unos grandes pies, que prácticamente no tuvo amigos en su niñez y sufrió acoso durante años. Incluso en su juventud, fue rechazado como cantante de ópera y artista teatral, siendo objeto de burla por parte de sus compañeros. Sin embargo, finalmente logra triunfar como escritor y alzar el vuelo muy por encima de los que se habían reído de él.
El cuento del "PATITO FEO" sería una metáfora de su propia vida. Un polluelo de cisne criado entre patos. Los historiadores creen que antes de escribir el cuento, el autor encontró algo que le hizo pensar que era de sangre real. La metáfora no sólo se aplica al hecho de que al crecer pudo hacer brillar su belleza interior y su extraordinario talento, sino que explica que él pertenecía a un linaje superior, era hijo de un rey.
Andersen, quiso ser cantante de ópera y actor, pero triunfó como escritor y poeta, siendo sus libros de cuentos de hadas los que le llevaron a alcanzar la fama. Murió en Copenhague el 4 de agosto de 1875.
Que Andersen se inspiró en su propia vida para crear el Patito Feo no es una invención de historiadores y estudiosos de la literatura, lo confesó él mismo. En una ocasión el crítico Georg Brandes le preguntó si tenía pensado escribir su autobiografía, Andersen le contestó que ya había escrito “El patito feo”.

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martes, enero 16

Así terminó el sueño de las matemáticas infalibles (y de paso, nació la computación moderna)

 (Un texto de Nelo Maestre y Agata Timón publicado en www.bbvaopenmind.com el 20 de septiembre de 2018)

A finales del siglo XIX el conocimiento humano experimentaba un momento de plena ebullición: la Revolución Industrial había modificado completamente la vida en los países occidentales y la ciencia y la ingeniería se habían convertido en herramientas indispensables para el desarrollo de esas sociedades. Las matemáticas eran el lenguaje sobre el que se sostenían todos aquellos avances; cada vez eran más precisas y sofisticadas, y su potencial no parecía tener fin. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo comenzaron a emerger serias dudas en el seno de esta materia, muchas de ellas relacionadas con un concepto escurridizo, que los científicos llevaban siglos rehuyendo: el infinito.

En 1874 el matemático conjuntista Georg Cantor despertó a la bestia y aparecieron ciertas paradojas que resultaban ser un gran problema. La hasta entonces inquebrantable ciencia de la matemática comenzó a tambalearse. Así, a principios del siglo XX estalló la llamada “crisis de los fundamentos”, que llevaría a una terrible conclusión: las matemáticas no eran infalibles. Dos jóvenes matemáticos, Kurt Gödel y Alan Turing, fueron los encargados de demostrar, entre otros, aquellas limitaciones.

Unos años antes, la crisis de los fundamentos había dividido a la comunidad científica en varias facciones. Una de ellas, los llamados formalistas, estaba convencida de que todo era alcanzable a través de la matemática dedicándole el tiempo suficiente. David Hilbert, un matemático de tremenda reputación que abanderaba el movimiento, lo resumió con una frase: “Debemos saber y sabremos”. Aspiraban a refundar las bases (o axiomas) de las matemáticas para evitar las paradojas planteadas, derivadas, seguramente, de un error o falta de precisión en los planteamientos.

Consistentes, finitarios y completos

Esta misión, que se llamó Programa de Hilbert, proponía una mirada matemática desde un nivel superior para demostrar que los sistemas axiomáticos “bien definidos” tenían tres propiedades que los convertirían en infalibles. En primer lugar, eran “consistentes”, es decir, no producían contradicciones (no permitían demostrar a la vez que una afirmación era cierta y falsa). Además eran “finitarios”, de manera que las demostraciones se podían llevar a cabo siguiendo una secuencia de pasos lógicos, de forma algorítmica, y que terminaban en algún momento. Y por último, eran “completos”, o lo que es lo mismo, para cada afirmación del sistema se podría demostrar o bien que era cierta o bien que era falsa.

En 1930, después de años de disputas intelectuales, se organizó un congreso matemático en la ciudad de Königsberg (hoy Kaliningrado, en Rusia), ciudad natal de Hilbert. En las discusiones de clausura, un joven matemático austríaco se armó de valor y levantó la mano para intervenir. Ante la mirada expectante de aquellos grandes sabios, Kurt Gödel (28 de abril de 1906 – 14 de enero de 1978) hizo una afirmación demoledora: estaba a punto de completar una demostración que ponía fin a la discusión, ya que probaba formalmente que ningún sistema podría ser a las vez consistente, recursivo y completo, es decir, el programa de Hilbert era imposible de concluir.

Solo un año después publicó el artículo Sobre proposiciones formalmente indecidibles de Principia Mathematica y sistemas relacionados Allí Gödel demostró, de forma compleja y tremendamente minuciosa, su Primer teorema de Incompletitud, que dio al traste con el programa de Hilbert. Corroboró que, sea cual sea el sistema definido, si está construido de forma que no quepan contradicciones, existirán en él enunciados de los que nunca se podrá demostrar ni su falsedad ni su veracidad. La demostración de Gödel marcó un punto de inflexión en la historia de las matemáticas.

La máquina universal

Uno de los encargados de seguir con el legado de Gödel fue el matemático inglés Alan Turing (23 de junio de 1912 – 7 de junio de 1954). Aunque ahora se le reconoce principalmente por su colaboración en la Segunda Guerra Mundial, descifrando los mensajes nazis codificados con la máquina “Enigma”, años antes había publicado el artículo que realmente cambiaría de forma profunda no sólo las matemáticas, sino toda sociedad. Mostró que no solo hay problemas no resolubles, si que además no podemos saber de antemano cuáles son. En concreto, utilizó un razonamiento con ciertas similitudes a Gödel para resolver el llamado Entscheidungsproblem, o “problema de decisión”. Este afirma que, en cualquier sistema, no siempre es posible determinar (con un número finito de pasos) si un problema escogido al azar tiene o no tiene solución.

En su demostración mostró que hay determinados problemas que no pueden computarse (y en concreto, esto implicaría que hay problemas que no podemos saber si tienen solución). Para ello tuvo que establecer una noción rigurosa de computación efectiva, basada en la idea de su máquina universal. Este era un sencillo dispositivo formado por una cinta de papel infinita dividida en casillas, una cabeza que puede leer y sobrescribir símbolos en las casillas —y además mover la cinta hacia la derecha o la izquierda— y una serie de instrucciones y estados de partida, que configuraban el “programa” de la máquina. Turing también probó que este simple mecanismo, o un conjunto de ellos, podría resolver cualquier tarea algorítmica presentada. Podría sumar, restar, multiplicar…. y hacer cualquier otra tarea basada en una repetición de pasos, por muy compleja que fuese.

Esta idea abstracta parece ahora un poco trivial, pero es la esencia del funcionamiento del aparato en el que estás leyendo este artículo ahora mismo. Efectivamente, cualquier ordenador (y smartphone) no es más que un complejo sistema que sirve para implementar en la realidad un grupo de máquinas de Turing puestas a trabajar. Así, la aparente barrera que había descubierto Gödel, no solo no acotó el potencial de las matemáticas, sino que ayudó a imaginar la máquina que más límites ha hecho saltar a la humanidad.

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