Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

viernes, julio 30

Tanta tontería

(Un artículo de Carmen Posadas en el XLSemanal del 25 de octubre de 2009. Porque, cambiando Madrid por ZgZ o cualquier ciudad moderna, es bueno saber que no somos los únicos que practicamos el último derecho que nos queda: el del pataleo)

Leí el otro día un comentario del escritor inglés Martin Amis que me pareció muy acertado. Hablaba de que, en este mundo posmoderno que nos ha tocado vivir, lo que ha conseguido el afán de tirar abajo viejos prejuicios, injusticias y moralinas es acabar también con el sentido común, por lo que, según Amis, éste se ha vuelto subversivo. Es así cuando uno dice que hay que limitar los bonus obscenamente elevados de los banqueros porque son responsables de la crisis que vivimos y volverán a crear una nueva cuando salgamos de ésta. Es así cuando uno explica algo tan elemental como que es necesario reinstaurar la disciplina en la vida de los jóvenes. O cuando defiende la idea de que en una sociedad sana todo el mundo tiene derechos, pero también tiene
obligaciones. Cuando afirma uno todo esto, digo, la gente lo tacha de antigualla y aguafiestas, cuando no directamente de fascista. Sí, en efecto, tiene razón Amis: el sentido común se ha vuelto subversivo en este mundo relativista y papanatas que nos ha tocado en suerte. Y quizá donde más se note sea en ciudades grandes como Madrid. Nosotros los madrileños, por ejemplo, nos vemos impotentes ante los delirios megalómanos de nuestro querido alcalde, al que no en vano llaman Ruiz-Faraón. Como tampoco es guay ser un quejica, todos aguantamos con paciencia franciscana viendo cómo él jibariza el tamaño de la calzada, aumenta el de las aceras hasta dimensiones absurdas e implanta el carril-bici en una ciudad llena de tráfico, contaminación y cuestas empinadas, donde ser ciclista es más arriesgado que ser funambulista.

Pero lo más asombroso es que, mientras, pirueteamos para no caer en una zanja y zigzagueamos con sillas de bebé o de ancianos impedidos. Y mientras las tiendas de las hasta ahora zonas más comerciales se arruinan, ¡nadie dice ni mu! Porque otra de las sorpresas de estos años inciertos es que, mientras el sentido común se ha hecho subversivo, nadie se subleva contra aquello que huele a `modernidad´, como la supuesta mejora de las ciudades incentivada por el famoso Plan E. Y da igual que el pastoncio del Plan E se haya gastado en cosas tan `necesarias´ como recolocar a Cristóbal Colón en medio de la calzada en vez de subsanar la acuciante falta de guarderías infantiles, por ejemplo. Porque lo importante es dejar Madrid «bonita», según los
parámetros de Ruiz-Gallardón. Eso, y convertir la ciudad en un parque temático. Sí, porque otra de las moderneces actuales es que las ciudades ya no tienen que ser cómodas y útiles para vivirlas, sino para `disfrutarlas´. Por eso, a cada rato hay que cortar la vía pública (a ser posible la de más tráfico) para dar espacio a todo tipo de celebraciones y manifestaciones artísticas y/o de cualquier índole. Un día son los nudistas que reivindican sus derechos paseando en bolas.
Otro son los pastores que desean que la Castellana vuelva a ser cañada real y llenan las calles de ovejas. También hay que tener en cuenta los inviolables derechos de los patinadores, de los bailarines de hip-hop, de los virtuosos del skate board y otro largo etcétera. En realidad, en esta ciudad de mis amores todo el mundo tiene derechos, salvo el abnegado ciudadano que no puede transitar. Tampoco lo tienen el taxista que acuna una úlcera, las madres que llevan a sus niños al colegio y se vuelven locas intentando encontrar una vía expedita y, en general, cualquier otro aguafiestas imbécil que no se haya enterado de que Madrid es un enorme Parque Warner en el que sólo faltan Piolín y el gato Silvestre.

Por eso, desde aquí yo querría dejar una reflexión sobre adónde nos conduce esta cretinada de confundir derechos con estupidez. Parecería que a fuerza de conceder derechos secundarios, como pueden ser divertirse y pasarlo bien, se están olvidando otros bastante más elementales, como poder trabajar o, simplemente, transitar por la vía pública. Y lo malo de olvidar estos derechos de puro sentido común es que, al final, la solución no vendrá por la vía pacífica. Porque, como reiteradamente nos enseña la historia, la estupidez y el egoísmo primero engendran resignación y un poco más tarde engendran violencia.

jueves, julio 29

Al final todo se sabe

(La columna de Arturo Perez Reverte en el XLSemanal del 28 de octubre de 2009. Léase con la debida guasa)

Por fin se desveló el misterio. Desde hace cuatrocientos cincuenta años, los investigadores navales ingleses se han esforzado en averiguar por qué el Mary Rose, ojito derecho de la flota de Enrique VIII, se fue a pique en el año 1545 frente a Portsmouth, durante un combate con los franchutes. En realidad ya se sabía algo: el barco no se hundió por los cañonazos enemigos, sino porque las portas de las baterías bajas estaban abiertas durante una maniobra complicada, entró agua por ellas y angelitos al cielo. Glu, glu, glu. Todos al fondo. Pero faltaba el dato clave: un estudio médico del University College de Londres –eso suena a serio que te rilas, colega– acaba de establecer la causa exacta del hundimiento. El agua entró por las portas abiertas, en efecto. Pero tan imperdonable descuido marinero fue posible porque la tripulación de esa joya de la marina inglesa no era inglesa, pese a lo que su propio nombre indica. Ni hablar. El Mary Rose estaba tripulado por spaniards. Sí. Por españoles. Naturalmente, eso lo explica todo.

No estoy de coña, señoras y caballeros. O la guasa no es mía. Los perspicaces investigatas del University College afirman eso después de pasar veinte años estudiando dieciocho cráneos rescatados del barco. Tras concienzudos estudios antropológicos, la conclusión es que diez de esos cráneos procedían del sur de Europa, debido, ojo al dato, a la composición específica de sus dientes. Se dice, por otra parte, que Enrique VIII iba escaso de marineros cualificados y enroló a extranjeros. Así que, con aplastante lógica científica, los investigadores han llegado a la conclusión de que éstos sólo podían ser españoles. Tal cual, oigan. Ni italianos, ni portugueses ni franceses.

Lo de los dientes es decisivo. A ver quién tiene el colmillo así de retorcido, o tantas caries. O tan malos dientes de leche. Vaya usted a saber. El caso es que,bueno. Blanco y en tetrabrik, eso. Leche.

Lo más fino es la conclusión del profesor Hugo Montgómery, jefe del equipo investigador. «En el estruendo de la batalla, se habría necesitado una cadena de mando muy clara y disciplinada para cerrar a tiempo las portas», afirma este Sherlock Holmes de la osteología náutica. Y es que la palabra disciplina en boca de un inglés lo explica todo. Otra cosa habría sido que el Mary Rose hubiese estado en las competentes manos de leales súbditos británicos. No se habría hundido bajo ningún concepto. Pero a ver qué se podía esperar con una tripulación española –lo más normal del mundo, por otra parte, a bordo de un barco inglés–. O sea. Con torpes y sucios meridionales, todo el día oliendo a ajo y rezando el rosario, flojos de idiomas, que no entendían las eficaces órdenes que se les daban en perfecta parla de allí. Así, el hundimiento estaba cantado, claro. Elemental, querido Watson.

Yo mismo, modestia aparte, también he investigado un poco el asunto. Y fíjense. No sólo coincido con las conclusiones británicas, sino que, tras estudiar con una lupa la dentadura postiza de la madre que parió al profesor Montgómery, me encuentro en condiciones de iluminar otros rincones oscuros del naufragio. Y puedo confirmar que, en efecto, así no había quien mandara un barco. Sé de buena tinta –una tinta Montblanc, cojonuda– que el naufragio se produjo cuando el almirante british, que se llamaba George Carew, ordenó «Todo a estribor» y el timonel, que casualmente era de Ondarroa, respondió «Errepika ezazu agindua, mesedez», que significa, más o menos, repíteme la orden en cristiano o verdes las van a segar. Y mientras el almirante mandaba a buscar a alguien que tradujese aquello a toda tralla, una marejada cabroncilla empezó a colarse dentro. «Cierren portas, voto al Chápiro Verde», ordenó entonces el almirante, algo inquieto. Entonces, desde abajo, el contramaestre, un tal Jordi, que era de Palafrugell, respondió. «Digui'm-ho an català si us plau», con lo que míster Carew se quedó de boniato a media maniobra. «Pero de qué van estos mendas» inquirió, ya francamente contrariado. Mientras tanto, los demás tripulantes, que también eran indígenas de aquí, estaban en los entrepuentes tocando la guitarra y bailando flamenco, costumbre habitual de todos los marineros españoles, sin excepción, en situaciones de peligro. Fue entonces cuando los oficiales, nativos de Bristol y de sitios así, rubios y tal, empezaron a gritar: «¡El barco zozobra, el barco zozobra!». Y abajo, algunos tripulantes, que eran tartamudos y además de Cádiz, respondieron, con palmas de tanguillo y mucho arte: «Pues más vale que zo-zobre a que fa-falte, pi-pisha». Y claro. En dos minutos, el Mary Rose se fue a tomar por saco.

Dicen los libros de Historia que las últimas palabras del almirante Carew, antes de ahogarse como un salmonete, fueron: «No puedo controlar a estos truhanes». Pero no. Lo que realmente dijo fue: «No puedo controlar a estos hijos de puta».



martes, julio 27

Tortugas laúd

(Este artículo, de Fernando González Sitges en el XLSemanal del 6 de septiembre de 2009, me recuerda a mi viaje a Costa Rica. ¿¿Cómo olvidar la noche en que las tortugas nos dieron esquinazo??)

Son gigantes acorazados –alcanzan los dos metros de largo y los 900 kilos de peso– y un paradigma de la supervivencia: convivieron con los saurios. Sin embargo, hoy han sido declaradas especie en peligro crítico. ¿Logrará el hombre acabar con lo que no pudieron ni los
meteoritos ni las glaciaciones?

El miedo amenazaba con paralizar sus músculos. El mar salvador quedaba a escasos metros a su espalda; una distancia enorme para una madre tortuga. En el agua era ágil y rápida, pero allí, en la arena de aquella playa remota, era débil y lenta; una presa fácil para los terribles `asesinos´ de la superficie. Espoleada por el temor a sus enemigos, comenzó a excavar en la arena. Nada la haría volver a salir del mar; nada, excepto la necesidad de traer al mundo a sus hijos, la misma
fuerza ineludible que la obligaba ahora a depositar los huevos en la playa. El instinto de reproducción no mitigaba su miedo. A pesar de ser una tortuga laúd, especie destinada a convertirse en la mayor de todas las tortugas de la Tierra, sus enemigos de entonces la hacían parecer pequeña. En aquella playa dominaban los reptiles más grandes que la evolución haya creado jamás: los dinosaurios.

Lo que nuestra tortuga no podía imaginar es que aquellos terribles colosos desaparecerían de la Tierra mientras que su especie, lenta y frágil sobre las playas, superaría impactos de meteoritos, glaciaciones, saurios gigantes y, tal vez, la acción de la más devastadora especie surgida en la historia de nuestro planeta: el hombre.

Hoy las laúd son las mayores tortugas del mundo. Sus dos metros de longitud y un peso que puede sobrepasar los 900 kilos las hacen gigantes entre las demás especies de tortugas. Pero aunque ya no existen los enormes y peligrosos animales que las vieron nacer hace cien millones de años, las laúd están en grave peligro de extinción. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) las ha clasificado como especie en peligro crítico, el grado previo al de especie extinguida. Hablar de las causas empieza a sonar monótono; son las mismas que amenazan a tantas otras especies: contaminación, sobrepesca, cambios ambientales, recogida de las puestas…

Los científicos que las estudian han empezado a comprender por qué han sobrevivido los últimos cien millones de años mientras millares de otras especies desaparecieron para siempre.

Los datos recogidos gracias a tortugas marcadas con transmisores las descubren como animales con una increíble capacidad de adaptación. Su cuerpo en forma de gota –o de laúd, si se le pone un poco de imaginación– cuenta con un diseño hidrodinámico que las convierte en extraordinarias nadadoras.

Su caparazón está formado por placas óseas del tamaño de una moneda que lo hacen suave y flexible –de ahí su nombre en inglés: leatherback, tortuga de caparazón de cuero–, a diferencia de los pesados y rígidos caparazones del resto de las tortugas marinas.

Una mancha clara en su cabeza permite que la luz active la glándula pineal, con lo que, probablemente, puedan controlar los cambios de luz estacionales y saber así cuándo comenzar sus migraciones… Son sólo parte de los rasgos anatómicos que permiten a estas tortugas gigantes tener una biología diferente a la del resto de los quelonios.

Mientras todas las tortugas marinas viven en mares cálidos y soportan unos cambios de temperatura del agua muy pequeños, las laúd sorprendieron a los científicos cuando, a mediados de los años 60, éstos descubrieron que ellas vivían unos meses al año en aguas del Atlántico
Norte, unas aguas que rondan los 15º C.

Así se descubrió que las tortugas laúd tienen un ciclo anual similar al de muchas ballenas. En la época de cría viven en las aguas cálidas de la franja ecuatorial, depositando sus huevos en las soleadas playas. Acabada la reproducción, llega el momento de alimentarse y recuperar fuerzas, para lo que nadan enormes distancias –se tienen registros de travesías de más de 10.000 kilómetros, desde Nueva Guinea hasta la costa oeste norteamericana– para encontrar allí, en las frías aguas de los dos hemisferios, su principal fuente de alimentación: las medusas.

Para los científicos, éste es otro de los enigmas de las laúd: ¿cómo pueden sobrevivir animales cuyo calor corporal depende de su entorno en unas aguas tan frías? ¿Y cómo lo hacen teniendo un alimento tan poco energético como las medusas?

Las respuestas definitivas aún tardarán en llegar, pero ya hay algunas hipótesis. Probablemente, el enorme tamaño de estos animales ayude a conservar el calor corporal gracias al llamado fenómeno de gigantotermia (el riego sanguíneo de las áreas periféricas se reduce o cierra a
intervalos mientras el calor corporal se conserva en el interior del cuerpo, ayudado por la grasa aislante que lo recubre).

Y en cuanto a la capacidad alimenticia de las medusas, sólo tuvieron que ver a las laúd comiendo para comprender de dónde sacan la energía. Observando la grabación de una cámara instalada en el caparazón de una de ellas, científicos canadienses pudieron ver la voracidad de las laúd.
En el intervalo de una hora, la tortuga devoró 69 medusas `crin de león´, unos animales que llegan a pesar 4,5 kilos. Con esta capacidad de alimentación, se entiende que las tortugas adquieran la energía y el peso necesarios para su supervivencia.

Desde mediados del siglo pasado, la población de esta especie sufrió un alarmante descenso. Pero por paradojas del destino, como si una suerte milenaria acompañara a las laúd, parte de las causas que provocaron el declive de otras especies han venido a echar una mano a nuestras
protagonistas.

La sobrepesca en las aguas frías del Atlántico Norte ha tenido como consecuencia la proliferación de las medusas, convirtiendo sus aguas en una gigantesca despensa para las tortugas. Esto ha producido una cierta paradoja en las poblaciones de tortugas laúd: mientras las del Atlántico
aumentan poco a poco, las del Pacífico disminuyen de forma alarmante. Muchos investigadores, agencias medioambientales y organizaciones privadas trabajan para salvar las puestas que las tortugas laúd dejan anualmente en las playas. Es el momento más crítico de sus vidas; el periodo del que dependerá la supervivencia de la especie. Hace 25 años, la población del Pacífico Oriental era la más numerosa de la Tierra. Algunas playas mexicanas recibían a más de 75.000 tortugas cada año. Hoy en las mismas playas apenas se las ve. Los hombres y sus animales domésticos son los responsables. De los hombres también, justamente de ellos, depende encontrar una salvación.

domingo, julio 25

Las cantigas de Alfonso X, el Sabio

(También aparecido en el artículo sobre Alfonso X de el XLSemanal del 25 de octubre de 2009)

¿Quién fue el autor?
Fue una obra colectiva. Se nota la mano del rey en algunas de las cantigas, de contenido claramente autobiográfico, pero otras fueron versificadas por los poetas de su corte. Los había provenzales y galaicoportugueses, sus predilectos.

¿De qué tratan?
Milagros marianos y leyendas de santuarios copan la mayoría de los 420 poemas, escritos con el pegadizo ritmo del zéjel, pero hay un grupo de composiciones personalísimas, donde el rey se desahoga.

¿Cómo sonaban?
Eran composiciones para ser cantadas, pero los trovadores memorizaban la melodía. Los musicólogos aún se devanan los sesos con algunas de las notaciones alfonsinas, como la plica, un rabito que aparece en algunas notas.

sábado, julio 24

Alfonso X, el rey sabio

(Un artículo de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 25 de octubre de 2009)

Fue un adelantado a su tiempo, un pionero de la globalización, un erudito en una época en la que muchos reyes apenas sabían leer. Pero sus fracasos estratégicos ocultaron su genio, que él tampoco valoró.

«Nada me gustaría tanto, ni el canto de los pájaros, ni el amor, ni la ambición, ni las armas... como un buen galeón que me alejara de este demonio de campiña infestada de alacranes, cuyos aguijones llevo clavados en mi corazón.» El que así se lamenta, al final de sus días, fue un hombre que fracasó en todos sus grandes proyectos: ser el gran emperador paneuropeo, unificar los reinos de la Península Ibérica, conquistar el norte de África, ganarse el respeto de cristianos,
musulmanes y judíos, escribir los poemas más bellos, dictar las leyes más justas y dominar la magia y la astronomía. Con todo, Alfonso X el Sabio fue quizá el monarca más visionario del siglo XIII, después de Federico II Hohenstaufen, el Anticristo germánico que tuvo sueños aún más audaces y delirantes. Pero envejeció amargado, con fama de sanguijuela por su avidez en la recaudación de impuestos para financiar sus obsesiones, abandonado por su mujer, enemistado con los nobles, traicionado por sus hermanos y roto por la muerte de su primogénito.

Sin embargo, mientras la vida le sonrió, gozó como pocos. «En los buenos momentos, Alfonso se entregó a los placeres con pasión y disfrutó de cuanto un rey medieval podía disfrutar. Hizo la guerra contra el infiel, viajó por lugares maravillosos, conoció hombres sabios y mujeres bellas,
escuchó músicas refinadas y poesías magistrales, cazó, jugó, bebió y se divirtió de mil maneras. O sea, un rey normal, lo suficientemente sabio para darse cuenta de sus equivocaciones y lo suficientemente humano para volver a equivocarse.» Así lo describe Pepe Rey, investigador de la música medieval y renacentista, y una autoridad en las Cantigas de Alfonso X.

La figura del Rey Sabio ha pasado de puntillas por la historia de Europa, a excepción de los manuales de literatura de bachillerato. Poeta... y poco más. [...]

«Fue el monarca más universal y brillante que produjo la Edad Media hispánica; el más universal, por la amplitud de sus conexiones, y el más brillante, por la amplitud de su cultura,
por el hálito renovador de sus leyes y por la generosidad y ambición de sus empresas artísticas y culturales», explica el historiador Manuel González Jiménez. Alfonso X procuró ir más allá de los meros contactos diplomáticos con el resto de los reinos cristianos de Europa y no se limitó a las escaramuzas guerreras en sus relaciones con el mundo islámico. Era un cazatalentos nato, que fichó a médicos, filósofos y matemáticos musulmanes, por mucho que pusiesen el grito en el cielo los dominicos. Despreciaba a los lameculos. No los soportaba en la corte. «Los que dejan al rey equivocarse a sabiendas merecen pena como traidores», escribió. Su obra jurídica, científica y literaria se anticipa al Renacimiento e inicia una renovación en estas disciplinas que perdurará durante siglos y que él jamás hubiera sospechado. Como jamás imaginó que lo llamarían sabio.

Hijo primogénito de Fernando III el Santo y de la alemana Beatriz de Suabia, Alfonso X (Toledo, 1221-Sevilla, 1284) tuvo una educación atípica en España por lo esmerada. Fue criado en Orense, donde mamó el galaicoportugués, idioma que utilizaría en las Cantigas. Era burlón y de inteligencia rápida para el sarcasmo. Pasó su adolescencia en la corte de Toledo, donde pudo dar rienda suelta a su curiosidad, pero lejos de convertirse en un ratón de biblioteca sorprendió a su padre, que había caído enfermo, dirigiendo con mano firme la conquista del reino de Murcia. Tenía 22 años. Su estrategia: palo y zanahoria. Descubrió que podía ser implacable, pero también que a veces era mejor sembrar las disensiones en el bando enemigo recurriendo a alianzas con caudillos proclives a la negociación o directamente al soborno. En 1249 se casó con la infanta aragonesa doña Violante, un inmejorable partido, pues era hija de Jaime I el Conquistador. Tuvo once hijos con ella, sin contar otros cinco ilegítimos con distintas amantes. Fue coronado en 1252.

Le gustaba la juerga, practicaba deportes y jugaba al ajedrez y a los dados. Pepe Rey describe así aquellos años felices: «Alfonso solía reunirse con sus cortesanos por la tarde, tras la comida, o de noche, en largas veladas durante las cuales se danzaba, se contaban chismes, se galanteaba a las damas y se cantaban las últimas trovas de Provenza. Cada cual traía muestras de su ingenio y esperaba granjearse con ellas el favor real».

Supo combinar el placer con el trabajo y tuvo tiempo para todo. Reformó la moneda, las aduanas y la hacienda, se rodeó de un equipo de juristas que redactó un nuevo código legal, impulsó la Escuela de Traductores de Toledo, le dio caché de lengua culta al castellano, que utilizará en la
cancillería por encima del latín, repobló regiones devastadas por las guerras... Pero todo empezó a torcerse a partir de 1256, cuando una embajada de la república de Pisa fue a verlo a Soria y le puso los dientes largos. Le ofrecieron su apoyo para ser emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, cuyo trono había quedado vacante. Alfonso pertenecía por parte de madre a la familia de los Hohenstaufen y estaba legitimado para ejercer sus derechos sucesorios. Pero no era el único. Fue un regalo envenenado, que le costó la salud y muchísimo dinero. La elección del emperador era compleja y le da un aire a la votación de la sede de los Juegos Olímpicos. Había que engatusar, mendigar favores, prometer recompensas y eventualmente corromper a los príncipes electores. Puro ejercicio de la política y la diplomacia.

«Su obsesión no sólo era conseguir ser emperador de Alemania, sino que se proponía llegar a ser emperador de España y ser reconocido por todos lo reinos hispánicos», puntualiza González Jiménez. El pleito duró casi 20 años y Alfonso agotó las arcas reales. Al final, Ricardo de Cornualles fue más espabilado y se llevó el gato al agua. Para entonces, Alfonso ya tenía a la nobleza soliviantada y hubo de enfrentarse a una revuelta en la que participaron dos de sus hermanos. Para colmo de males, fracasó en una aventura bélica para conquistar el Magreb, que
Alfonso vendió como una cruzada, lo que implicaba la construcción (carísima) de una flota, y al final se redujo a unas cuantas expediciones de rapiña. Ni siquiera pudo conquistar Ceuta. La decadencia era imparable.

Sus últimos años fueron sombríos. La muerte de su primogénito, Fernando de la Cerda (llamado así por el grueso pelo que le crecía en un lunar), desembocó en un conflicto sucesorio entre su hijo Sancho y el infante de la Cerda, su nieto. Alfonso X vaciló, quiso contentar primero a uno, luego al otro, y al final terminó siendo un rey títere; abandonado por doña Violante, que se fue a Valencia con sus nietos; enfrentado a su hijo Sancho, al que desheredó; con los nobles y sus huestes
autoexiliados en Granada, una especie de paraíso fiscal para no pagar impuestos; sus leyes más importantes derogadas, y sus ciudades dándole la espalda. Sólo Sevilla, Murcia y Badajoz le permanecieron fieles hasta el final. Fue enterrado en la catedral de Sevilla, aunque su corazón y
sus entrañas fueron trasladados a la de Murcia. A pesar de su amargura final, su legado se agranda visto en perspectiva. Y, por si fuera poco, nos deja un último consejo: «Quemad viejos leños, leed viejos libros, bebed viejos vinos, tened viejos amigos».

viernes, julio 23

¿Me amas?

(Un artículo de Juan Manuel de Prada en el XLSemanal del 25 de octubre de 2009)

Nuestro alejamiento de las lenguas clásicas –un barco a la deriva que se va hundiendo irreparablemente– nos impide disfrutar de delicadezas como la que Benedicto XVI resalta en un pasaje de su último libro, Los apóstoles y los primitivos discípulos de Cristo (Espasa), dedicado a
Pedro. En griego existen dos verbos que designan la acción de amar: filéo, que expresa el amor de la amistad, tierno y entregado, pero no totalizador; y agapáo, que significa amar sin reservas, con una donación completa e incondicional a la persona amada. El evangelista Juan, cuando refiere el episodio de la aparición de Jesús resucitado a Pedro a orillas del lago Tiberíades, emplea ambos de un modo muy significativo y dilucidador. Podemos imaginarnos ese episodio como el encuentro de dos viejos amigos conscientes de la herida que se ha abierto en su relación, pero dispuestos a restañarla sinceramente, dispuestos a recibir y dar perdón, para que esa herida no ensombrezca el futuro de su amistad.

Pedro sabe que, apenas unos días antes, cuando su amigo más lo necesitaba, lo ha traicionado por cobardía o por mero instinto de supervivencia, negándolo hasta tres veces después de prometerle lealtad absoluta. Y Jesús, por su parte, sabe que esa traición ha sido consecuencia de la debilidad de su amigo, consecuencia pues de la propia naturaleza humana; y sabe también que su amigo está avergonzado y mohíno por su falta de coraje. Entonces Jesús, dispuesto a olvidar ese desliz, le pregunta a bocajarro: «¿Me amas?».

El evangelista escribe agapâs-me; esto es: «¿Me amas con un amor completo e incondicional?». Es como si Jesús demandara a Pedro un amor superior al que hasta entonces le ha profesado, un amor que excluya las debilidades y que proclame una adhesión entusiasta, acérrima, tal vez
sobrehumana. Nada hubiese resultado más sencillo para Pedro que responder agapô-se («te amo incondicionalmente»), satisfaciendo esa demanda de amor absoluto que Jesús le lanza; pero, consciente de sus limitaciones, consciente de que lo ha traicionado y de que en el futuro tal vez vuelva a hacerlo (aunque, desde luego, nada más alejado de su propósito), Pedro le responde con pudorosa y escueta humildad: Kyrie, filô-se; esto es: «Señor, te quiero al modo humano, con mis
limitaciones». Podemos imaginar que la respuesta de Pedro por un segundo defraudaría a Jesús: ha ofrecido a su amigo su perdón sincero y algo más que su perdón, a cambio de que nunca más le vuelva a fallar; pero su amigo no desea defraudarlo con esperanzas vanas, no desea que Jesús le atribuya virtudes sobrehumanas. Entonces Jesús insiste y vuelve a usar el verbo agapáo: «¿Me amas más que éstos?», refiriéndose a los discípulos que se hallan junto a Pedro a orillas del lago. Esta segunda pregunta de Jesús debió de incorporar un matiz perentorio, incluso exasperado, algo así como: «Oye, te estoy preguntando que si me amas a muerte, no me vengas con medias tintas». Pedro sin duda captó ese tono requirente, tal vez incluso enojado de Jesús; y algo debió de temblar dentro de él, tal vez el miedo a decepcionar a su amigo; y no parece
improbable que su respuesta tuviese un tono compungido, desfalleciente, lastimado, temeroso de recibir una reprimenda. Pero así y todo volvió a emplear el verbo filéo: «Señor, te quiero a mi pobre y defectuosa manera, con todas mis fragilidades a cuestas».

Entonces Jesús vuelve a interpelarlo por tercera vez, como tres habían sido las veces que su amigo lo había negado, en la noche amarga; pero, para sorpresa de Pedro, que ya estaría esperando un chaparrón de maldiciones e invectivas, Jesús emplea ahora el mismo verbo al que Pedro se había aferrado antes: Fileis-me? Es un momento de gran fuerza conmovedora, porque Jesús se da cuenta de que no puede exigirle a su amigo algo que no está en la frágil naturaleza humana; y, olvidándose de esa exigencia sobrehumana, se adapta, se amolda a la debilidad de Pedro, a la frágil condición humana, porque entiende que en su amor renqueante que tropieza y cae y sin embargo se vuelve a levantar dispuesto a proseguir sin titubeos su camino puede haber un ímpetu, una alegría de andar superior incluso a la de un amor que se cree vacunado contra todos los tropiezos. Entonces Pedro, gratificado por el perdón de su amigo que lo acepta como es, que lo abraza también en el tropiezo y en la caída, afirma con alivio, con decisión, con alborozo: «Sabes que te quiero» (filô-se).

Y fueron amigos para siempre. Tal vez porque el amor más exigente e incondicional es el que brindamos a quien no nos viene con demasiadas condiciones y exigencias.

jueves, julio 22

El combate del cabo Machichaco

(Extraido de un artículo de Arturo Perez Reverte en el XLSemanal del 12 de octubre de 2008)

[...]

La del cabo Machichaco es mi historia naval española favorita del siglo XX. Sé que lo de historia española incomodará a alguno, pues se trata del más gallardo hecho de armas de la marina de guerra auxiliar vasca durante la Guerra Civil; pero luego matizo la cosa. Un episodio, éste, heroico y estremecedor, que tuvo lugar el 5 de marzo de 1937 frente a Bermeo, cuando el crucero Canarias dio con un pequeño convoy republicano formado por el mercante Galdames y cuatro bous armados de escolta. La mar era mala; el Canarias, el buque más poderoso de la flota nacional; y los bous, unos simples bacaladeros grandes, armados de circunstancias. Después de incendiar uno de ellos, el Gipúzkoa, que tras combatir pudo refugiarse en Bermeo, y alejar a otros dos, el crucero nacional dio caza al mercante, que paró sus máquinas. Luego decidió ocuparse del Nabarra.

Háganse idea. Un crucero de combate, blindado, de 13.000 toneladas, con cuatro torres dobles de 203 milímetros, capaces de enviar proyectiles de 113 kilos a 29 kilómetros de distancia, enfrentado a un bacaladero –el ex Vendaval, incautado por el gobierno vasco– de 1.200 toneladas, dotado con sólo un cañón de 101,6 a proa y otro igual a popa. El comandante del Nabarra era un marino mercante asimilado a teniente de navío, que había pasado toda su vida profesional en los bacaladeros de la empresa pesquera PYSBE, y que al estallar la contienda civil decidió seguir la suerte que corrieran los barcos de ésta. Y al verse encima al Canarias, que lo batía desde 7.000 metros de distancia con toda su artillería, decidió pelear. Puesto a ser hecho prisionero y fusilado, dijo tras reunir a sus oficiales en el puente, prefería hundirse con el barco. Todos estuvieron de acuerdo. Así que se pusieron a ello.

Fuerte marejada. Un cielo gris, viento y chubascos. Y hombres que se vestían por los pies. Arrimándose cuanto pudo, el humilde bacaladero consiguió meterle al crucero algún cañonazo en la amura de babor y otros que le tocaron palos y antenas. Durante una hora, maniobrando entre el oleaje, el Nabarra sostuvo el fuego de un modo que los mismos enemigos –el comandante y el director de tiro del Canarias– calificarían luego en sus partes de eficaz y admirable. Al fin, el cañoneo devastador del crucero liquidó el asunto cuando un impacto directo acertó en el puente del Nabarra, matando al timonel y al segundo oficial. Otro proyectil de 203 milímetros alcanzó la sala de máquinas y destrozó a cuantos estaban allí. Ya sin gobierno, aunque disparando sin cesar, el bacaladero encajó nuevos cañonazos enemigos. Al fin, viendo imposible proseguir el combate, su comandante dio orden a los supervivientes de que intentaran salvarse, quedándose él a bordo con el primer oficial hasta que el barco estalló y se fue a pique. Sólo veinte de los cuarenta y nueve tripulantes consiguieron llegar a los botes salvavidas. El resto, comandante incluido, desapareció en el mar.

Y ahora quiero apuntar un detalle que las fanfarrias oficiales y algún historiador de pesebre local suelen dejar de lado cuando se menciona la acción del cabo Machichaco: el comandante que de ese modo cumplió su deber y su palabra, hundiéndose con el barco después de tan atrevido combate, respetado y obedecido por sus hombres hasta el último instante de sus vidas, no era vasco. Había nacido en La Unión, Cartagena. Paisano mío. Estaba casado con una guipuzcoana llamada Natividad Arzac, hija del médico de Pasajes –una sobrina suya, Pilar Echenique Arzac, vive todavía en San Sebastián–, y peleó, como mandaban las ordenanzas, con la ikurriña izada en la proa y la bandera tricolor de la República Española ondeando en la popa, hasta que a las dos las desgarró, juntas y al mismo tiempo, la metralla del Canarias. Enrique Moreno Plaza, se llamaba el tío. Teniente de navío de la Euzkadiko Gudontzidia. Con un par de huevos exactamente donde hay que tenerlos. Acababa de cumplir treinta años.

miércoles, julio 21

Banquetes romanos

(Un artículo de Martin Ferrand en el XLSemanal del 28 de septiembre de 2008)

Es muy posible que, incluidos los tiempos de máximo esplendor en la corte de Versalles, en los siglos XVII y XVIII, la historia de la buena mesa no haya conocido, en lo que a lujo y ostentación se refiere, un instante más desmedido y pretencioso que en los días romanos de Lucio Licinio Lúculo, un siglo antes de Cristo. Lúculo era un hombre culto y un valeroso militar, un aristócrata que, instalado en su palacio en el monte Pincio –parte de lo que hoy es, en Roma, Villa Borghese-, deslumbraba a sus invitados con cenas fastuosas en las que se servían manjares desconocidos en la capital del Imperio y que él trasladó a su huerto a la vuelta de sus campañas militares en Asia. Por ejemplo, el primer melocotón que se sirvió en Europa fue en la mesa de Lúculo servido junto a un topacio para que los comensales tuvieran una referencia precisa del color de la sorprendente fruta.

[...]

martes, julio 20

Manifiesto contra la crisis

(Un artículo de Pedro G. Cuartango en El Mundo del pasado 16 de junio. Un canto al optimismo...)
Levántate y mira cómo cambia de color el cielo al amanecer. Verás una infinita paleta de tonalidades azules que dejan paso a una luz radiante. Observa la sombra deslizarse por la pared como una salamandra perezosa.
Siéntate en un banco del parque más próximo, cierra los ojos y huele la hierba. Deja la mente en blanco y escucha los ecos del pasado que resuenan en tu memoria. Que ellos te lleven donde quieran.
Sube al campanario de una iglesia o al edificio más alto de tu ciudad y grita con fuerza. Siente cómo tus pulmones se quedan vacíos. Contempla el mundo desde la altura. Todo parece más pequeño.
Cuando sople el viento, busca una llanura. Siente su frío cortante en la cara. Mira cómo se desplazan las nubes. Están a merced de las corrientes de aire, al igual que tu vida. Su movilidad es una forma de quietud.
Disfruta de un pan cocido en horno de leña y piensa en la caprichosa geometría de su masa y su corteza. Fíjate bien: es la reproducción a pequeña escala de un universo que se ha expandido desde un soplo original.
Pero nada como una vieja canción italiana de los años 60. Vuelve a escuchar 'Senza fine' y revive las emociones del amor a los 16 años. Tú también -como Gino Paoli- tienes una bala clavada cerca del corazón.
No seas fatalista ni aceptes la crisis como un pretexto para justificar tu pereza. Como ya sabían los griegos, todo lo nuevo nace de las dificultades. Saca lo mejor de ti mismo y aprovecha la tempestad para aprender a navegar con más pericia.
Báñate en las aguas frías de un gran río. Sentirás cómo tus emociones fluyen y se marchan hacia la desembocadura, mientras tu alma se reconforta en la orilla.
Viaja en tren y coge un destino cualquiera. Observa cómo se cruzan las vías y cómo cambia el paisaje. Apéate en una estación al azar y camina como el Lázaro resucitado. Lo importante son los ojos y no lo que vemos.
A los que te hablan del futuro respóndeles con la máxima del Evangelio de que Dios vela por todas sus criaturas.
«Eterno será el verano tuyo. No perderás la gracia, ni la Muerte se jactará de ensombrecer tus pasos cuando crezcas en versos inmortales» ('Soneto XVIII', Shakespeare).
No obstante, lleva el óbolo en el bolsillo por si requieres de los servicios de Caronte. No temas el viaje por la laguna Estigia porque los dioses te protegerán en la travesía.
Mira la estrella Vega que aparece en el cénit a medianoche de junio. Desprende un brillo azulado. Es distinta a todas las demás como las rayas de tu mano. Pero a su lado hay una gigantesca nebulosa invisible.
No intentes desvelar el enigma de los siete puentes de Königsberg. Cruza por ellos y piensa que por allí han pasado Kant y otros muchos sabios.
Ten piedad de tu corazón afligido y olvida las penas porque tú eres mucho más importante que las circunstancias.
Persigue tus sueños. Aprende a volar.

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lunes, julio 19

Oración para empezar las vacaciones

Aunque este año no toque barco, es una oración bonita...

Tú que dispones de viento y mar,
haces la calma y la tempestad,
ten de nosotros, Señor, piedad
piedad, Señor, Señor, piedad

sábado, julio 17

Un cantante de country y el colapso de la economía

(Un artículo de Sam Jones en el Magazine del 16 de agosto de 2009. Aunque ha llovido un poco desde entonces, sigue siendo interesante ver cómo las matemáticas solas no bastan para explicar el mundo financiero)

En 2003, cuatro meses después que su esposa, fallecía en Nashville el músico Johnny Cash, víctima de lo que se conoce como síndrome del corazón roto. Las compañías de seguros tienen muy bien estudiado el fenómeno. Cuando un brillante matemático chino decidió aplicar esa
fórmula a los mercados financieros, Wall Street se disparó. Ese mismo día comenzó a germinar la peor crisis económica desde 1929.

Johnny Cash y June Carter se conocieron entre bastidores en el Grand Ole Opry, un célebre programa de música country. Todo sucedió entre ellos como en una balada vaquera: él estaba casado; ella, recientemente divorciada; pero enseguida surgió un romance entre ambos. Los dos tenían hijos pequeños. Es más, Johnny Cash habría de tener otros tres más con su primera mujer, antes de que le abandonara, en 1966, por su afición a la bebida y las juergas.

Dos años más tarde, Cash proponía matrimonio a June en plena actuación. La cantante, a pesar de haberle rechazado antes en numerosas ocasiones, esta vez aceptó. Habían hallado pareja para toda su vida.

Su historia acabaría también como una canción country. En 2003, June Carter fallecía en Nashville (EEUU) por las complicaciones que siguieron a una intervención de cirugía cardiaca. Johnny Cash la seguía a la tumba cuatro meses más tarde con el corazón literalmente roto por el dolor. "Es tremendamente doloroso para mí", había confesado ante su público en el último concierto que dio. Su dolor, dijo mientras afinaba su guitarra casi con lágrimas en los ojos, era "el gran dolor. El mayor de todos".

Mucho tiempo antes de que Johnny conociera a June, los científicos ya se habían percatado de que los casos de esposos que morían en rápida sucesión no eran en absoluto extraños. Ya en los años 80, los investigadores habían comenzado a escribir sobre lo que se denominaba estrés cardiomiopático o síndrome inflamatorio apical, un estado en el que el cerebro del individuo, tras haber sufrido un intenso traumatismo emocional, libera de manera inexplicable toda una serie de elementos químicos en el flujo sanguíneo que debilitan el corazón y, en determinados casos, causan su fractura.

Además del médico, había otro colectivo sumamente interesado en el fenómeno: el de los actuarios de seguros de vida. La ciencia actuarial se dedica al estudio de las estadísticas sobre la vida y la muerte. Y las existentes sobre el síndrome de los corazones rotos eran verdaderamente impactantes. En un estudio publicado en marzo de 2008, Jaap Spreeuw y Xu Wang, profesores de la Cass Business School, observaban que durante el año siguiente al fallecimiento de la persona amada, las mujeres tenían más del doble de probabilidades de morir de lo normal. En el caso de los hombres, dicha probabilidad era más de seis veces mayor.

Pero ya antes de la publicación de este estudio los actuarios venían incorporando el asunto de los corazones rotos a sus modelos matemáticos para calcular las posibilidades de fallecimiento de sus clientes. ¿Cómo una relación tan evanescente podía ser tenida en cuenta de una forma fiable? La única manera que tenían era recurrir a la ciencia estadística para poder diseñar una perspectiva razonablemente precisa sobre grupos de personas. Hasta que llegó el doctor Li...

En el otoño de 1987, el hombre que, con el tiempo, habría de convertirse en el actuario más influyente del mundo aterrizaba en Canadá, en un vuelo procedente de China. Ni Xiang Lin Li ni el puñado de jóvenes académicos de la Universidad de Nankai con los que viajaba habían estado
nunca en el extranjero. Todos los integrantes de aquella reducida banda de matemáticos y estadísticos acabarían licenciándose en Administración de Empresas en la Laval University de Quebec. La idea era que, una vez estudiado el capitalismo, regresaran a China.

Pero durante su estancia se produjeron los sucesos de Tiananmen. Universidades como la de Nankai ya no eran los mejores lugares, ni los más seguros, para jóvenes estudiantes con ansias de aprender y, muy especialmente, para aquellos que volvían de hacer un MBA en el exterior. Xiang Lin Li, el más brillante de aquellos alumnos, decidió quedarse en Occidente. Cambió su nombre, convirtiéndose en David Li, y se matriculó en una nueva universidad, la de Waterloo, muy cerca de Toronto, donde estudió Ciencias Actuariales.

Tal vez Silicon Valley hubiese sido el destino más obvio para un matemático de gran talento y con ansias de fortuna como él. Pero otros dos lugares actuaban como potentes imanes para gente como Li. Uno era la City de Londres; el otro, Wall Street.

En 1984, Robert Rubin, el mismo que una década después habría de convertirse en secretario del Tesoro de EEUU, tomó una audaz decisión para la empresa en la que trabajaba, el banco de inversiones Goldman Sachs. Ese año contrató a Fischer Black, economista y académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el reputado MIT. Hasta 1983, algunos académicos habían jugado con la economía y los mercados, pero Black fue el primero en dar el paso de trasladarse a Wall Street para poner en práctica sus teorías.

La apuesta de Rubin hizo ganar a Goldman Sachs muchísimas veces el salario que pagaba a Black. En el banco, el profesor Black fue pionero en el empleo de las matemáticas en el intento de generar dinero e inauguró lo que se dio en llamar 'finanzas cuantitativas', que consistían básicamente, en intentar ser más listos que los propios mercados utilizando las matemáticas para calcular –y pretender eliminar– los riesgos.

Muchos especialistas en física de las partículas, en mecánica cuántica o en ingeniería informática siguieron los pasos de Black y se volcaron a aplicar sus habilidades a las finanzas. Incluso se ganaron sobrenombres como el de POW ('Physicists on Wall Street': los físicos que asaltaron
Wall Street) o el más difundido de los cuánticos.

Li encajaba en aquella descripción como un guante. En 1997, tras haberse doctorado en Waterloo, consiguió un puesto en uno de los mayores bancos de Canadá, el Canadian Imperial Bank of Commerce (CIBC), y un año después, en 1998, llegó a Nueva York para trabajar en la consultora
RiskMetrics Group, una firma que se había independizado de su matriz, la banca JP Morgan.

Para entonces, los cuánticos ya se habían apoderado de Wall Street. Durante el verano de aquel mismo año, Long Term Capital Management, un hedge fund (fondo de alto riesgo) presuntamente dirigido por las mentes más agudas de las finanzas cuantitativas, requirió una intervención masiva del Gobierno federal. Dejó un agujero de 3.000 millones de dólares, pero el descosido no sirvió como advertencia de que los modelos matemáticos podían poner a los inversores en problemas muy serios y de que el instinto de los operadores y la experiencia eran mucho más importantes que la inteligencia numérica.

Los cuánticos no quedaron fuera del parqué. Y, como uno más de ellos, David Li pasaba los días redactando documentos, haciendo números y aplicando sus conocimientos académicos a los negocios. Hasta que, en el año 2000, publicó un trabajo en el prestigioso Journal of Fixed Income que se hizo merecedor de la atención general.

En dicho documento, Li sacaba a escena el más elegante de sus trucos. Aprovechando su trabajo y su experiencia en el campo actuarial, y particularmente sus conocimientos sobre el síndrome del corazón roto, intentaba solucionar uno de los problemas más irresolubles para los cuánticos: el de la correlación existente entre incumplimientos de las obligaciones de pago.

El principal problema con que se encontraban los cuánticos era que los mercados financieros no funcionan como laboratorios, es decir, completamente aislados del resto del mundo. Los mercados están muy vinculados entre sí, correlacionados, asociados. Para que los modelos
científicos funcionen verdaderamente al aplicarlos a los mercados, no basta con conocer la probabilidad de que una compañía tenga en su cartera activos deteriorados. También hay que saber en qué medida la bancarrota de una empresa –o de varias– puede incrementar –o reducir– la probabilidad de que otras compañías no puedan hacer frente a sus compromisos de pago.

Supongamos, por ejemplo, que un banco presta dinero a una granja lechera y a una tienda de derivados lácteos. La granja, según las agencias de evaluación de riesgos, tiene un 10% de probabilidades de quebrar, mientras que las de la tienda son de un 5%. Pero si es la granja la que
se hunde, las posibilidades de que la tienda le siga los pasos ascenderían rápida y abruptamente si esa granja fuera su principal proveedor de lácteos.

Y la cosa es bastante más complicada. ¿Hasta qué punto pueden estar correlacionadas las probabilidades de incumplimiento de las obligaciones de pago de unos bonos o títulos de deuda emitidos por un granjero irlandés y los de una compañía de software de Malasia? Nada en absoluto, podríamos pensar. Ofrecen productos y servicios completamente diferentes
y están geográficamente muy lejos uno de otro.

Sin embargo, supongamos que esas dos compañías han obtenido sendos préstamos de un mismo banco sumido en serios problemas que ahora les está reclamando la devolución de sus empréstitos.

De hecho, eso fue, exactamente, lo que hundió a LTCM. ¿Qué correlación podría existir entre los bonos emitidos por los gobiernos ruso y mexicano? De acuerdo con el modelo de LTCM, ninguno. Pero la crisis financiera que se produjo en Rusia en 1998, cuando el Gobierno de Boris Yeltsin incumplió los compromisos de pago adquiridos por la emisión de bonos, causó el pánico en las transacciones de México, adonde los inversores habían acudido rápidamente para intentar liberar de riesgos sus respectivas carteras.

Li, sin embargo, había reparado en ello. Siete años después, hablando para el Wall Street Journal, dijo: "De repente, pensé que el problema que yo estaba intentando resolver como actuario era el mismo que aquellos chicos trataban de solucionar. El impago de un préstamo es como la muerte de una compañía".

En consecuencia, si él era capaz de adaptar a los mercados financieros las matemáticas que aplicaba al fallecimiento por corazón roto, habría dado con una forma de modelar matemáticamente el efecto que los impagos de una compañía puede tener en el incumplimiento de pagos por parte de otras. Cuando los matemáticos y los físicos quieren describir las
posibilidades de que ocurran determinados hechos, a menudo recurren a una curva denominada cópula. Las cópulas conectan entre sí variables de tal manera que su interdependencia puede ser debidamente estudiada.

Durante su doctorado en Waterloo y su estancia en el CIBC, David Li siempre se había mostrado muy interesado en encontrar la forma de utilizar dichas cópulas en relación con los fallecimientos a causa del síndrome del corazón roto.

Hasta entonces, se usaban las cadenas de Markov, pero éstas describían una perspectiva demasiado mecánica, física –atómica, incluso–, de la vida humana. Li pensó que, mediante una cópula que mostrase una distribución probable de los resultados, se podría obtener una descripción más ajustada y global de un corazón roto. Y, de igual manera, de una compañía en quiebra.

Utilizó para ello un tipo estándar de curva –la cópula gaussiana o curva de campana– para, por medio de ella, poder hacer un plano y determinar la correlación existente en una cartera de valores dada. De la misma manera que los actuarios podían calcular las posibilidades que existían de que Johnny Cash falleciera muy poco después de que lo hiciera June Carter sin saber nada acerca del propio Cash (salvo, naturalmente, el hecho de su reciente viudedad), los cuánticos podían ahora, gracias a las conclusiones de Li, describir las consecuencias que el impago de las
obligaciones de pago de una empresa podrían tener sobre otra sin saber nada acerca de las propias compañías afectadas. En otras palabras, operar en los mercados financieros podía quedar reducido a un mero ejercicio de hacer números.

En 2003, el trabajo publicado por Li ya se había hecho famoso en Wall Street. Por aquella época, Li era jefe global de investigación de derivados financieros de Citigroup. En la radiante mañana de un martes de noviembre, llegaba a la reunión anual del Congreso de Cuántica, un encuentro de luminarias de las matemáticas financieras, para disfrutar de la gloria con una presentación de su trabajo. Enfrente de una sala atestada de cientos de colegas cuánticos explicó ampliamente su modelo: la función de la cópula gaussiana en el incumplimiento de las obligaciones de pago.

Aquella presentación fue un verdadero aluvión de ecuaciones, de variaciones aleatorias, de curvas y de matrices numéricas. Las preguntas que se le hicieron al final de la conferencia fueron muy respetuosas y de carácter técnico. Li, al parecer, había hallado la pieza final de un rompecabezas que las direcciones de riesgos de los bancos habían estado tratando de desmenuzar desde que los cuánticos llegaran a Wall Street.

Ya en 2001, el de la correlación era un reto formidable. Un nuevo fanatismo se había adueñado de la Bolsa neoyorquina: las finanzas estructuradas. Era la culminación de dos décadas de cuánticos trabajando en Wall Street.

La idea básica era simple: los bancos ya no tendrían que soportar riesgos nunca más. En su lugar, lo que hacían era evaluar dichos riesgos mediante modelos matemáticos, empaquetarlos y venderlos como cualquier otro título o valor normal y corriente.

Las hipotecas fueron el primer ejemplo. En lugar de constituir una hipoteca y cobrar unos intereses durante toda la vida útil de dicha hipoteca, los bancos comenzaron a hacer paquetes de diferentes préstamos y a vendérselos a compañías pantalla de su propiedad –pero fuera de
balance–, especialmente creadas a tales efectos. Estas compañías, a su
vez, emitían bonos para incrementar sus ingresos por caja.

Además, utilizando el modelo y los sistemas matemáticos que estaban generando a marchas forzadas los cuánticos, los bancos podían diseñar la estructura de sus carteras de hipotecas para asegurarse de poder emitir bonos de riesgos muy variados destinados a su adquisición por inversores de todos los perfiles.

El 10 de agosto de 2004, la empresa de calificación Moody's incorporaba la fórmula de Li de la cópula gaussiana en relación con los incumplimientos de pagos a su propia metodología de calificación de obligaciones de deuda colateralizadas (CDO), unos instrumentos característicos de las finanzas estructuradas que con el tiempo habrían de convertirse en la auténtica Némesis de muchos bancos.

Hasta entonces, Moody's había insistido con firmeza en la idea de que las mencionadas CDO tuvieran una composición diferente, es decir, que cada una de ellas estuviera integrada por diferentes tipos de activos (hipotecas comerciales, préstamos a estudiantes, deudas de tarjetas de crédito, deudas subprime...): el viejo adagio bursátil de que la mejor forma de protegerse ante el riesgo es evitar poner todos los huevos en la misma cesta...

La fórmula de Li, sin embargo, daba a Moody's un modelo que le permitía calibrar la interrelación de los riesgos. Las buenas prácticas tradicionales podían tirarse tranquilamente por la ventana. El riesgo podía ser medido con una certeza matemática y no existía ya necesidad
alguna de distribuir los huevos en cestas diferentes.

Una semana después que Moody's, la otra gran compañía de calificaciones, Standard & Poor's, cambió también su metodología de trabajo. Las CDO integradas únicamente por hipotecas subprime comenzaron a hacer furor. Utilizando el modelo de correlación mágico basado en la cópula gaussiana y algún que otro ingenioso artificio de ingeniería fiscal fuera de balance, las hipotecas de alto riesgo fueron empaquetadas en lotes calificados con una triple A –la máxima calificación que otorgan– para inversores de primer nivel.

Lógicamente, el mercado de CDO se disparó. En 2000, la cifra total de CDO emitidas era de unas decenas de miles de millones de dólares; en 2007 ascendía ya a 600.000 millones de dólares. Con tantos inversores a la espera y dispuestos a colocar su dinero, dicha deuda se convirtió en
algo extraordinariamente barato. En consecuencia, los precios de las viviendas se elevaron masivamente. Lo que sirvió para activar notablemente las economías de todo el mundo.

Hoy, sin embargo, todos conocemos muy bien el desenlace de esa historia. El asunto comenzó a hacer aguas en el mercado de hipotecas subprime de EEUU. Los impagos empezaron a incrementarse a finales de 2006. A principios de 2007, ya estaba muy claro que el mercado de hipotecas subprime de EEUU tenía un grave problema. Hacia el verano de ese mismo año, propietarios de hogares de todos los lugares del país comenzaron a incumplir los compromisos de pago derivados de la concesión de sus hipotecas.

Para agravar más las cosas, el modelo de correlación consideraba la situación del mercado de viviendas en los años 90, pero el sector inmobiliario se había convertido en un monstruo groseramente inflado que poco tenía que ver con el de sólo unos años antes.

Las pérdidas que los bancos comenzaban a asumir en relación con las CDO les habían dejado totalmente perplejos. Al mismo tiempo, se preocupaban, cada día más, de la solvencia del resto de instituciones financieras, dejando, en consecuencia, de prestarse fondos entre ellos. La liquidez global se drenó por completo.

La putrefacción se extendió desde una clase de riesgos a otra y las dificultades por las que estaban pasando los bancos alcanzaron a la economía real. Súbitamente, todo estaba altamente correlacionado.

Pero, ¿en qué había fallado la fórmula de Li a la hora de anticipar el colapso? Básicamente, en que presuponía hechos que tendían a aglomerarse en torno a un promedio, a un estado de cosas normal.

En el ámbito de las ciencias actuariales, la fórmula de Li podía acoger adecuadamente resultados binarios como la vida o la muerte. Pero en el complejo mundo de las hipotecas y de la economía en general, el rango de resultados posibles es mucho más aleatorio y de una complejidad muy
superior. Las muertes por corazón roto, a pesar de todas sus connotaciones poéticas, son mucho más fáciles de predecir que las más prosaicas pero inescrutables interrelaciones existentes entre los mercados.

¿Por qué nadie se percató de que aquella fórmula tenía un talón de Aquiles? La verdad es que algunos sí lo hicieron. Nassim Nicholas Taleb, autor del best-seller 'El cisne negro' –un libro sobre la importancia de tomar en consideración los valores atípicos a la hora de estudiar una cópula– fue muy crítico con las finanzas cuantitativas y la fórmula de Li. "La cosa nunca funcionó", asegura Taleb. "Todo lo que se base en la correlación es pura charlatanería".

En 2007, David Li abandonó Wall Street y regresó a China. Ha sido imposible contactar con él para la elaboración de este artículo. Sin embargo, dos años antes, es decir, antes de que el sistema financiero volara por los aires, él ya lo había advertido: "Muy poca gente entiende
la esencia de este modelo".

Harry Panjer, profesor de Estadística y Ciencias Actuariales y mentor de Li cuando éste estudiaba en Waterloo, ha establecido un cierto equilibrio entre las acusaciones de Taleb y la postura de su pupilo. Como comentaba a principios de año en el diario Toronto Star, "existe un
dicho sobre las estadísticas: 'Todos los modelos son erróneos pero algunos son muy útiles'". Y la verdad es que, durante un tiempo, el modelo de David Li fue extraordinariamente útil.

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viernes, julio 16

Y otro aviso desde la antigua Grecia

(Unas palabras que Platón escribió hace 2400 años y que ahora vienen al pelo con la que está cayendo. Nos las recordaba Eduardo Punset en el XLSemanal del 23 de septiembre de 2007 y en el del 17 de enero)

"Sabedores mis amigos de mi interés por la cosa pública, vinieron a verme para que los ayudara a derrocar el régimen odioso, cosa que hice con entusiasmo. Al poco tiempo, el nuevo esquema se parecía al antiguo como una gota de agua a otra, de manera que otros amigos vinieron a buscarme para que los ayudara a impulsar un nuevo cambio, cosa que hice, esta vez con menos entusiasmo, hasta descubrir que los nuevos rectores de la cosa publica sometían a vejaciones sin cuento a las mentes más preclaras y humillaban a mis mejores amigos".

Platón concluía con un diagnóstico demoledor: "Todos los países están mal gobernados y la única salvación consistiría en que los filósofos fueran políticos o, cosa improbable, que los políticos fueran filósofos."

jueves, julio 15

Aviso desde la antigua Roma

(Aunque esta frase es del año 55 a.C., parece que hubieran pensando en nosotros al decirla)

"El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la Deuda Pública debe ser disminuuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada , y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado".

Marco Tulio Cicerón

martes, julio 13

Cócteles con leyenda: el Whisky Sour

(Extraído de un artículo de Carlos Herrera en el XLSemanal del 17 de enero de este año)

[...] un Whisky Sour, el bourbon domesticado que algunos atribuyen a una invención del camarero inglés Elliot Stubb, pero que Manero prefiere remitir a la vieja leyenda de Manolito Sawer, aquel mesero al que una reunión de trascendentales gánsteres preparó ese combinado con Jack Daniel's, azúcar y limonada. En realidad, a Manolito le faltaba whisky y se inventó el brebaje para alargar las copas y servirles un trago a todos: vano empeño por agradar ya que, al pedir, entusiasmados, otra copa y en vista de que un aterrorizado Sawer no tenía más, vaciaron
sobre él dos o tres cargadores de plomo. Siempre que Manero toma un Whisky Sour, levanta la copa y, como algunos fieles a la leyenda, brinda por Manolito Sawer, el mártir propiciatorio de tanto buen momento.

[...]

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domingo, julio 11

Una tumba en Dinamarca

(Un artículo de Arturo Pérez Reverte en el XLSemanal del 17 de enero)

Desde hace doscientos dos años, en un lugar perdido de la costa danesa frente a la isla de Fionia, donde siempre llueve y hace frío, hay una tumba solitaria. Tiene una cruz y dos sables cruzados sobre una lápida, y está pegada al muro del cementerio de San Canuto, en Fredericia. De vez en cuando aparece encima un ramo de flores; y a veces ese ramo lleva una cinta roja y amarilla. Esto puede llamar, tal vez, la atención de quien pase por allí sin conocer la historia del hombre que yace en esa tumba. Por eso quiero contársela hoy a ustedes.

Se llamaba Antonio Costa, y en 1808 era capitán del 5.º escuadrón del regimiento del Algarbe: uno de los 15.000 soldados de la división del marqués de la Romana enviados a Dinamarca cuando España todavía era aliada de Napoleón. Después del combate de Stralsund, la división había pasado el invierno dispersa por la costa de Jutlandia y las islas del Báltico. Al llegar noticias de la sublevación del 2 de Mayo y el comienzo de la insurrección contra los franceses, jefes y tropa emprendieron una de las más espectaculares evasiones de la Historia. Tras comunicar en secreto con buques ingleses para que los trajesen a España, los regimientos se pusieron en marcha eludiendo la vigilancia de franceses y daneses. Por caminos secundarios, marchando de noche y de isla en isla, acudieron a los puntos de concentración establecidos para el embarque final. Unos lo consiguieron, y otros no. Algunos fueron apresados por el camino. Otros, como los jinetes del regimiento de Almansa, recibieron en Nyborg la orden de sacrificar sus caballos, que
no podían llevar consigo; pero se negaron a ello, les quitaron las sillas y los dejaron sueltos: medio millar de animales galopando libres por las playas. En Taasing, viéndose perseguidos por los franceses y cortado el paso por un brazo de mar que los separaba de la isla donde debían embarcar, algunos del regimiento de caballería de Villaviciosa cruzaron a nado, agarrados a las sillas y crines de sus caballos. De ese modo, cada uno como pudo, aquellos soldados perdidos en tierra enemiga fueron llegando a Langeland, y 9.190 hombres –sólo unos pocos menos que los Diez Mil de Jenofonte– alcanzaron los buques ingleses que los condujeron a España; donde, tras un azaroso viaje, se unieron a la lucha contra los gabachos.

Como dije antes, no todos pudieron salvarse: 5.175 de ellos quedaron atrás, en manos de los franceses. Algunos terminarían alistados forzosos en el ejército imperial, en la terrible campaña de Rusia –a ellos dediqué hace diecisiete años la novelita La sombra del águila–. Otros se pudrieron en campos de prisioneros, o quedaron para siempre bajo tres palmos de tierra danesa. El capitán Antonio Costa fue uno de ésos. A causa de la indecisión de sus jefes, el regimiento de caballería del Algarbe perdió un tiempo precioso en emprender su fuga hacia la isla de Fionia, donde debían embarcar. Por fin, cuando Costa, un humilde y duro capitán, tomó el mando por propia iniciativa, desobedeció a sus superiores y se llevó a los soldados con él, ya era demasiado tarde. En la misma playa, casi a punto de conseguirlo, el regimiento fugitivo vio bloqueado el paso por el ejército francés, con los daneses cortando la retirada. Furioso, el mariscal Bernadotte exigió la rendición incondicional, manifestando su intención de fusilar a los oficiales y diezmar a la tropa. Entonces el capitán Costa avanzó a caballo hasta los franceses y se declaró único responsable de todo, pidiendo respeto para sus soldados. Luego, no queriendo entregar la espada ni dar lugar a sospechas de que había engañado o vendido al regimiento llevándolo a una trampa, se volvió hacia sus hombres, gritó «¡Recuerdos a España de Antonio Costa!» y se pegó un tiro en la cabeza.

Así que ya lo saben. Ésta es la historia de esa lápida pegada al muro del cementerio de San Canuto, en Fredericia, Dinamarca. La tumba solitaria de uno que quiso volver y pelear por su patria y su gente. Reconozco que eso no suena políticamente correcto, claro: pelear. Esa palabra chirría. Tan fascista. Nuestra ministra de Defensa habría criticado, supongo, la intransigencia dialogante del tal Costa –maneras autoritarias y poco buen rollito, misión que no era estrictamente de paz, gatillo fácil–; y monseñor Rouco, nuestro simpático pastor de ovejas, su falta de respeto a la vida humana, empezando por la propia, incluido un serio debate sobre si, como suicida, tenía derecho a yacer en tierra consagrada, o no lo tenía –igual hasta era partidario del aborto, el malandrín–. Lo mío es más simple: el capitán Costa me cae de puta madre. Su tumba solitaria me suscita un puntito de ternura melancólica. Ese cementerio lejano, frente a un mar gris y extranjero.

Por eso hoy les cuento su vieja, olvidada historia. Por si alguna vez se dejan caer por allí, o están de paso por las islas del Norte y les apetece echar un vistazo. A lo mejor hasta tienen unas flores a mano.

viernes, julio 9

Papas a lo pobre en Almería

(Extraído de un artículo de Carlos Herrera en el XlSemanal del 23 de septiembre de 2007)

[...] Las papas hay que pelarlas a lo pobre, es decir, a rodajas no excesivamente gruesas –a no ser que casi las queramos cocer en aceite– y sumergirlas en un aceite muy caliente al que inmediatamente le vamos a rebajar notablemente el fuego para dejarlas a su amor durante un buen rato en compañía del pimiento verde troceado, a ser posible, con la mano. Cuando están reblandecidas, se retira buena parte de ese aceite y, si se quieren algo más crujientes, se le da candela al fuego para que se tuesten. [...]

Hay quien espolvorea un ajo picado sobre las papas poco antes de retirarlas. Bueno. No es lo más ortodoxo y no quedan igual, pero es admisible. Eso sí, nada más [...]

El resto, incluyendo recomendaciones, en:
http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_edicion=2427&id_firma=4613

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miércoles, julio 7

Ojos de mariposa

(Extraído de un artículo de Francisco Javier Alonso en el XLSemanal del 23 de septiembre de 2007)

Puede parecer extraño, pero la clave de la reproducción de los lepidópteros reside en sus ojos. O eso es lo que dice Ronald R. Rutowski, entomólogo y etólogo de la Universidad de Arizona, que lleva más de un cuarto de siglo investigando el comportamiento de las mariposas. Para comprender el proceso es necesario adentrarnos en su mirada... Y no porque resulte irresistible, sino reveladora. Tanto la forma de `ligar´ como la de seleccionar pareja están condicionadas por las peculiaridades de su visión.

Tienen dos grandes ojos compuestos por centenares de otros simples (omatidios), pero no ven con precisión a larga distancia. Esta carencia la compensan con un olfato muy desarrollado. La intrincada red de colectores que tienen en sus ojos compuestos resulta prácticamente inútil a la hora de localizar otros ejemplares a distancia. Su vista es muy limitada: distinguen los colores y las formas si miran justo de frente, pero a los lados toman una apariencia borrosa. Su agudeza visual es unas cien veces menor que la nuestra, y no aprecian bien ni la profundidad ni la distancia. Lo que si perciben son la luz ultravioleta, detectando longitudes de onda que delatan la pérdida de escamas que causa el envejecimiento. Con ello disminuye el reflejo ultravioleta de los machos y, el interés de las hembras.

Rutowski ha estudiado el comportamiento de la Asterocampa leilia. Sólo se empareja una vez en sus dos semanas de vida, por lo que los machos van directos al grano: se dirigen hacia los árboles elegidos por las hembras para completar su metamorfosis y esperan al acecho desde el suelo. Allí mantienen la cabeza en tal posición que sus ojos miren horizontalmente hacia los árboles, para utilizar su área de mayor agudeza visual, y esperan durante horas(*). El objetivo es llegar el primero cuando aparezca una nueva mariposa virgen para desplegar sus alas e iniciar el ritual de apareamiento. La hembra, por su parte, utilizará su capacidad para ver la radiación ultravioleta para determinar cuál es el macho más joven y vigoroso que le conviene. Esas longitudes de onda les permite distinguir sutiles variaciones en las alas que delatan la edad y el estado de forma de los machos.

Los colores de las escamas de las alas se adquieren de dos formas. Algunos, como los amarillos, por pigmentos químicos. Otros, por estrías microscópicas que reflejan la luz.

En mariposas como la Asterocampa leilia, los machos tienen un campo visual de 344 grados, en horizontal, y 360 en vertical. Ven casi todo lo que las rodea, pero borroso.

martes, julio 6

Un ejemplo de honestidad romana: Cincinato

(Un artículo de Rafael Domingo Oslé, catedrático de la Universidad de Navarra y presidente de Maiestas en El Mundo del 21 de junio)

En estas horas amargas de la sociedad española, [...] conviene rescatar la figura del patricio romano Lucio Quincio Cincinato, a quien Catón el Viejo propuso como modelo de ciudadano virtuoso por su patriotismo y frugalidad.

Poco conocemos de la vida de este gran político romano, toda ella envuelta en una majestuosa y sugerente leyenda. Nos llegan datos de su cursus honorum, entre otros, de Tito Livio, Aurelio Víctor, Dionisio de Halicarnaso y Lucio Anneo Floro. Cincinato, apodado así por sus cabellos rizados, nació en torno al 519 a.C., aún durante la Monarquía, que luego resultaría tan odiosa a los romanos de estirpe. Hombre de fortuna, perteneciente a la gens Quinctia, Cincinato se abrió camino en la política impulsado por su posible hermano Tito Quincio Capitolino Barbado, el primer Quincio que accedió al consulado. Lo haría, en total, seis veces.

Cincinato se vio obligado a abandonar la política y vender gran parte de sus propiedades para pagar una elevada fianza en favor de su brillante e intrépido hijo Cesón Quincio, a quien desheredó. Condenado a muerte en contumacia en un proceso orquestado contra él por los plebeyos, Cesón hubo de exiliarse a Etruria. El conflicto permanente entre patricios y plebeyos marcó toda la carrera de nuestro ilustre Cincinato como también el devenir de la República romana, que se fue consolidando, poco a poco, al ritmo en que se fueron superando estas tensiones. Fue por entonces, en 445 a.C., cuando la ley Canuleya dio validez al matrimonio entre patricios y plebeyos.

En 460 a.C. Cincinato fue elegido cónsul suplente de Roma, tras la muerte de Publio Valerio Publícola en el asalto al Capitolio. Durante su consulado, Cincinato logró frenar con audacia a sus enemigos plebeyos deseosos de limitar el poder consular. Consumida su alta magistratura, regresó a las labores agrícolas. Dos años después, hallándose el ejército romano del cónsul Marco Minucio cercado por los ecuos y los volscos, el pueblo de Roma clamó por un dictador que resolviera el conflicto.

Cuenta la tradición que Cincinato recibió a la delegación del Senado que le llevaba la noticia de su nombramiento mientras estaba arando sus propias tierras, a orillas del río Tíber. El pintor neoclásico español Juan Antonio Rivera ha inmortalizado este momento en su óleo Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma (1806). La reacción de Cincinato fue inmediata: se vistió su toga, se colgó las insignias correspondientes y fue aclamado como dictador. Tras despedirse de su mujer y pedirle encarecidamente que velara por la granja, nuestro héroe cruzó el Tíber en una embarcación facilitada por el Senado. Al otro lado le esperaban sus hijos y la mayoría de los senadores.

A la mañana siguiente, acudió al foro, organizó un ejército en el campo de Marte y, con la ayuda de Lucio Tarquicio, a quien encargó guiar la caballería, consiguió liberar del cerco al cónsul Minucio, quien le premió con una corona de oro y otra obsidional. Tomó prisionero al general enemigo y el día de la victoria lo paseó junto a él en el carro triunfal. Pasados 16 días, Cincinato abdicó de la dictadura y regresó a su granja para atender otra vez las tareas agrestes.

Según cuenta la tradición, Cincinato fue investido por segunda vez dictador en 439, siendo ya un octogenario, por indicación de su hermano Capitolino Barbado, entonces en su sexto consulado. Los patricios, viendo que sus privilegios peligraban a causa de las conspiraciones de los tribunos de la plebe, y de las amenazas de golpe de Estado del tribuno Espurio Melio, acudieron de nuevo a él, a causa de su inteligencia práctica, dominio de la estrategia y arraigadas virtudes cívicas. El jefe de la caballería, por orden de Cincinato, se encargó de dar muerte a Melio, quien se había provisto de armas para lograr controlar la ciudad, devastada por el hambre.

Lucio Quincio Cincinato murió en torno al 430 a.C., posiblemente antes que su hermano Barbado. Dante no dudó en mencionarlo dos veces en su Paraíso, ni Petrarca en dedicarle una biografía de sus Hombres ilustres. Para George Washington, Cincinato fue siempre un modelo al que imitar y le gustaba ser comparado con él. Bajo su ejemplo se cobijó cuando decidió retirarse de la política en 1796, renunciado a un tercer mandato como presidente de los Estados Unidos, en un momento en que su autoridad moral no conocía rival. Por eso, en América, Cincinato continúa siendo un referente de libertad, un símbolo de virtuosismo cívico, que ha dado incluso nombre a dos ciudades: Cincinnatus, en el Estado de Nueva York, y la más conocida, Cincinnati, en Ohio.

[...]

lunes, julio 5

La horca

(Un cuento de Claudio Coelho en el XLSemanal del 31 de mayo de 2009)

Cuenta una vieja leyenda que cierta ciudad, situada entre las montañas de los Pirineos, era un verdadero reducto de traficantes, contrabandistas y exiliados. El peor de estos criminales, un árabe llamado Ahab, tras ser convertido por Savin, un monje del lugar, decidió que aquella situación no podía prolongarse por más tiempo.

Como todos lo temían, pero no quería volver a usar su reputación de malvado para lograr sus objetivos, en ningún momento intentó convencer a nadie. Y esto porque conocía la naturaleza de los hombres: confundirían honestidad con debilidad y, enseguida, su poder sería puesto en entredicho.

Lo que hizo fue llamar a algunos carpinteros de una aldea vecina, darles un papel con un dibujo y mandarles que construyesen algo en el lugar donde hoy se encuentra la cruz que domina la población. Día y noche, durante diez días, los habitantes de la ciudad escucharon ruido de martillos, vieron a hombres serrando piezas de madera, preparando encajes, colocando tornillos.

Al cabo de diez días, el gigantesco rompecabezas estaba montado en medio de la plaza, cubierto con un velo. Ahab llamó a todos los habitantes para que presenciasen la inauguración del monumento. Solemnemente, sin ningún tipo de discurso, descorrió el velo. Era una horca.

Con cuerda, trampilla y todo. Nuevecita, cubierta con cera de abejas, para que pudiese resistir durante mucho tiempo a la intemperie. Aprovechando que allí había una multitud aglomerada, Ahab leyó una serie de leyes que protegían a los agricultores, incentivaban la cría de ganado, premiaban a quien trajera nuevos negocios a la región, añadiendo que desde ese momento en adelante todos deberían conseguir un trabajo honrado o marcharse de la ciudad. No mencionó ni una sola vez el `monumento´ que acababa de inaugurar. Ahab era un hombre que no creía en
las amenazas.

Al final del encuentro se formaron varios grupos. A la mayoría le parecía que Ahab había sido engañado por el santo, el cual ya no tenía la misma valentía de antaño, y que era preciso matarlo. Durante los días siguientes se trazaron muchos planes con ese objetivo. Pero todos se veían obligados a contemplar esa horca en mitad de la plaza y se preguntaban: «¿Para qué la puso allí? ¿Acaso la montaron para ejecutar a los que no obedezcan las nuevas leyes? ¿Quién está del lado de Ahab y quién no lo está? ¿Hay espías infiltrados entre nosotros?».

La horca miraba a los hombres y los hombres miraban la horca. Poco a poco, el coraje inicial de los rebeldes fue dando lugar al miedo. Todos conocían la fama de Ahab, sabían que era implacable en sus decisiones. Algunas personas abandonaron la ciudad, otras se decidieron a probar los trabajos sugeridos, simplemente porque no tenían adonde ir, o como consecuencia de la sombra de aquel instrumento de muerte en el centro de la plaza. Algún tiempo después, el lugar estaba en paz, se convirtió en un importante foco de comercio en la frontera, comenzó a exportar la mejor lana y a producir trigo de primera calidad.

La horca permaneció allí durante diez años. La madera resistía bien, pero periódicamente se cambiaba la cuerda por otra nueva. Nunca llegó a usarse. Nunca Ahab pronunció ni una sola palabra sobre ella. Bastó su imagen para convertir el valor en miedo; la confianza, en sospecha; las bravuconadas, en susurros de conformidad. Transcurridos los diez años, cuando la ley finalmente imperaba en Viscos, Ahab mandó destruirla y construir, en su lugar, una cruz.

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domingo, julio 4

Sopas

(Sacado de la columna de Martín Ferrand del XLSemanal del 21 de junio de 2009)

Es posible que la bullabesa, aun siendo típicamente provenzal, sea la más internacional y conocida de las sopas de pescado. Detallar sus ingredientes es tarea tan imposible como tratar de hacerlo con los del gazpacho andaluz. La gran sopa fría española tiene, como imprescindibles, el vinagre, el aceite de oliva y el tomate. A partir de ahí hay tantos gazpachos como cocineros. En el gusto marsellés, que es el que manda en la gran sopa francesa –a la que Álvaro Cunqueiro definió como «la caldeirada del Mediterráneo»–, son ineludibles el cabracho, una rebanada de pan no tostado ni frito y un chorro de pastis, el anisado que mezclado con agua –una parte de agua y cinco de licor– tanto ha refrescado a nuestros vecinos del norte. Lo demás lo dictan la lonja y el capricho: morralla y pescados frescos de mala presencia –no menos de seis diferentes–, ajo, corteza de naranja, pimienta, perejil… Cocción reposada y, como en todos los platos tradicionales, una dosis litúrgica en su consumo.

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sábado, julio 3

Carpe diem

(Un artículo de Pedro Cuartango en El Mundo del 1 de mayo de 2009 dedicado a Julio Rey. Él lo tituló "manifiesto minimalista" pero a mi me parece más un canto al disfrute de momento... aunque haya subido el IVA)

Coge el día. Atrápalo. No escuches a quien te diga que dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Abre los ojos y los oídos.

Levántate y anda. Recorre los caminos que quedan por hollar. Compórtate como si la vida fuera a durar solamente cinco minutos. Salta de la cama y contempla como el sol se alza sobre el horizonte. Sube a un tejado y mira el brillo azul de Vega en el cénit de la noche.

Que lo que has perdido en el pasado no ensombrezca lo que puedes disfrutar en el presente. Entierra los desengaños y atiende sin prejuicios a lo que te están diciendo.

Viaja a cientos de kilómetros para ver un cuadro o un paisaje.Pasea por un acantilado en un día de furiosa tormenta. Lee un poema de Cavafis y evoca aquella Alejandría que nunca conociste.Escucha una vieja canción de Trenet.

Descorcha una botella de vino, come un buen pan y paladea un queso fuerte. Notarás el sabor de la tierra, un regusto amargo que queda en la memoria.

Dedica tiempo a tus amigos porque ellos guardan lo mejor de ti. Observa sus gestos, sus silencios. Capta los matices donde encontrarás algo más profundo que las palabras.

En los momentos de desánimo, ten siempre presente que la adversidad fortalece el carácter. Recuerda que ser coherente es mucho más importante que tener éxito. Permanece fiel a ti mismo. Y párate a distinguir las voces de los ecos.

Comprender es mucho más difícil que juzgar. Sé duro contigo mismo y no critiques a los demás. Ponte en el lugar de los otros.No seas necio y no mires jamás el dedo que te está señalando la luna.

No hagas planes, no pienses en el futuro, prescinde -si puedes- del reloj, viaja a los confines del mundo o de tu pueblo, túmbate en el suelo y contempla el paso de las nubes. Ellas te susurrarán cosas que no sabes.

No aceptes nunca que la realidad es inevitable, pero tampoco te empeñes en cambiar a los demás. Por mucho que lo desees, el mundo siempre será imperfecto, lo mismo que tú.

Saca horas para la observación. Reflexiona. Pero no te dejes llevar nunca por la inacción. Las injusticias nunca se arreglan solas. No dejes que los demás asuman responsabilidades que te corresponden a tí también.

Camina ligero de equipaje, no temas a lo que te aguarda en el recodo del trayecto. Ama, pero no te aferres a nada. Relájate y disfruta de la vida, que es lo único que tenemos por un rato

viernes, julio 2

Veni, vidi, vici

(Que si, que si, que no es "vini, vidi, vinci" ni nada que no sea "veni, vidi, vici". Lo lei hace poco en una columna de Sagrario Fernandez Prieto)

El historiador Suetonio atribuye esta frase a Julio Cesar tras la batalla de Zela, en la que derrotó al rey de Ponto. Posteriormente se dirigió al Senado romano para explicar sus avances en la guerra. Los senadores esperaban una descripción pormenorizada de la batalla, pero el gran estratega frustró sus deseos al tiempo que reafirmaba su superioridad y. seguramente, su desdén hacia esos romanos apoltronados en sus asientos mientras él conquistaba territorios. El lacónico comentario resumía una batalla decisiva en el curso de una guerra y mostraba al Senado que la superioridad de César había llegado a la política. La destreza de julio César sólo debía de tener parangón con su arrogancia.

Y para muestra, nada mejor que el episodio de los piratas...

jueves, julio 1

Un cóctel con historia: el Ward 8

(Del suplemento dominical de El Periódico)

En 1898 se celebraron unas históricas elecciones locales en el distrito político de ward Eight, en el centro de Boston. La víspera de aquella intensa jornada, Martin Lomasney y sus seguidores se reunieron en el Locke-Ober-Café, como hacían habitualmente, para celebrar lo que ellos auguraban como una victoria segura. Aquella noche especial le pidieron a Tom Hussion, el camarero que les preparara una bebida diferente. Minutos después quedaron gratamente sorprendidos. Tom profanó una de las leyes no escritas que existían sobre el whisky: jamás lo mezcles con zumos. Además, no contento con el resultado, le añadió granadina para aportar
sabor a la mezcla.

Los políticos bebieron sorprendidos y satisfechos el cóctel Ward Eight durante horas aquella noche. Tristemente, años después Martin Lomasney, ganador de aquellas elecciones, apoyó la ley seca plenamente y censuró todos los locales que servían bebidas alcoholicas, incluido el
Locke-Ober-Café. Durante su mandato, fue criticado por dictador y por su pésima gestión. Finalizada la prohibición, su fama volvió a renacer.

En el Dry Martini Bar, lo preparan en coctelera: 3/5 de whisky, 1/5 de zumo de naranja, 1/5 de zumo de limón y un chorrito de granadina. Servir en copa de cóctel.

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