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domingo, marzo 31

De profesión, oficinista

(Un texto el Muy Interesante de julio de 2017)

En la Antigüedad ya había gente -los escribas- dedicada al trabajo administrativo. Pero fue en el siglo XX cuando surgió la figura laboral que cambió la sociedad: el oficinista, un tipo trajeado y con horario fijo, encargado de llevar el papeleo en las empresas que surgían en el mundo industrializado. 

James Bond es un oficinista. Es verdad que en el cine no se le ve jamás dedicarse a ese trabajo, pero su creador literario, Ian Fleming, nos desveló la verdad sobre las jornadas profesionales de 007: "Solamente dos o tres veces al año llegaba a su mesa alguna orden de acción que precisaba del empleo de sus habilidades particulares. Durante el resto del tiempo, desempeñaba las funciones de un veterano y pacífico empleado del Estado. Flexibles horas de oficina desde aproximadamente las diez hasta las seis, almuerzo, generalmente en la cantina".

La cruda realidad es que el famoso agente con licencia para matar no está muy alejado de personajes de ficción ligados al trabajo de mesa, como el famoso Bartleby de Herman Melville o el mis mísimo Dilbert, que en sus tiras de prensa convirtió la supervivencia en el absurdo del mundo laboral en su razón de existir.

La imagen de Bond comiendo el menú del día no está muy en consonancia con el glamur a que nos tienen acostumbradas sus películas. Pero es que de la oficina se libra muy poca gente. En occidente ha sido desde hace décadas el lugar de trabajo más común, y no es exagerado calificarla como uno de los ámbitos de mayor influencia en el desarrollo de la sociedad moderna. La oficina está ligada al diseño de edificios, a la planificación del horario de millones de personas, a su hora de despertarse, su manera de comer y su hora de cenar, a la evolución de la configuración de las ciudades, al rediseño del tráfico... Ha sido uno de los primeros focos de la incorporación de la mujer al trabajo y, años después, de los primeros casos denunciados de acoso sexual.

La oficina ha servido como pilar para que muchas familias establecieran los cimientos de su vida, ha estado relacionada con abusos, injusticias, estrés, depresiones y suicidios. Ha protagonizado series de televisión -de Cámara Café a la británica The Office-, películas, libros, cómics... e incluso cuadros, como Night (1940) del pintor estadounidense Edward Hopper, donde la soledad que acompañaba a su pincel parece incluso más acentuada, aunque en la pintura aparece más de un personaje. Y a pesar de todo esto, la oficina encierra una gran paradoja: durante mucho tiempo, su origen ha sido un completo misterio.

¿Cómo es posible? Precisamente por su ubicuidad. En su imprescindible libro Cubed. A Secret History of the Workplace (El cubículo. Historia secreta del lugar del trabajo), el periodista norteamericano Nikil Saval establece que la oficina permaneció inadvertida -aunque millones de personas trabajaran en una- por ser considerada un escenario "demasiado banal para merecer una investigación seria". Eran espacios grises, en los que se desarrollaba un trabajo igualmente gris; nadie era más anónimo y con menos personalidad que un oficinista. Cuando Billy Wilder rodó El apartamento (1960) creó unos decorados exageradamente grandes para la oficina donde trabajaba Bud Baxter (Jack Lemmon). No se veía el final y las últimas mesas eran más pequeñas, ocupadas por figurantes enanos, para aumentar la sensación de profundidad. Se trataba de acentuar la masificación de la que el protagonista solo escapaba prestando su apartamento a sus jefes para que llevaran a cabo allí sus aventuras extraconyugales.

Porque esa es otra: la oficina ha traído consigo revoluciones inmateriales, como una organización del trabajo basada en el escalafón: quienes empezaban en los puestos inferiores, incluso de botones, tenían la oportunidad de ascender de categoría y sueldo a base de trabajo y méritos hasta la cúspide. El sistema también propiciaba comportamientos poco éticos para mejorar, pisoteando las cabezas de los demás -surgieron figuras como el trepa o el pelota-, y durante mucho tiempo no se aplicó a las mujeres, que entraron en las oficinas por la puerta de atrás y quedaron relegadas a los puestos inferiores de la organización.

Pero ¿cuándo empezó todo? La respuesta más acertada es la que relaciona la oficina con los trabajadores que nunca la han abandonado en siglos de evolución: los administrativos. Allí donde hacía falta llevar registros y contabilidad, ha habido oficinas. Esta necesidad surgió poco después de que los seres humanos se establecieran en poblaciones fijas de tamaño creciente, se descubrieran la escritura y la aritmética y aparecieran tareas ajenas a las puramente manuales.

De hecho, el trabajo de oficina es anterior al lenguaje escrito: las cuentas ya se llevaban escrupulosamente en civilizaciones que aún no tenían alfabeto e incluso antes de la aparición del dinero. Muchos arqueólogos consideran que la escritura pudo surgir de las marcas primitivas que se hacían para llevar la cuenta de las existencias en los almacenes, hace 5.300 años. En cierto modo, estos almacenes pudieron ser el lugar donde trabajaron los primeros oficinistas.

En el antiguo Egipto, por ejemplo, se registraban todos los pagos realizados en especies, sistema que requería de numerosos depósitos donde guardar las mercancías y de funcionarios que llevaran las cuentas. Apareció la figura de los escribas, que no solo sabían leer y escribir, sino que tenían conocimientos de matemáticas y contabilidad. Ellos también podían aspirar a subir en el escalafón y ocupar puestos de más responsabilidad. Después, la creciente complejidad de las tareas administrativas llevó a buscar espacios más amplios para alojar a quienes las gestionaban.

En algunas civilizaciones, los antecesores de los oficinistas trabajaban en el espacio más noble que pudiera imaginarse: un templo. Muchos documentos antiguos de Mesopotamia hablan de los asuntos administrativos que se llevaban a cabo en estos edificios religiosos; entre ellos, el registro de las rentas y regalos y el reparto de comida y salarios. En Grecia, el templo de Atenea fue la sede central del Tesoro durante el siglo V antes de Cristo. Previamente, ese tipo de lugares se habían limitado a las actividades del culto, pero después los templos griegos no solo sirvieron para el depósito físico de las reservas monetarias, sino de centro administrativo donde se llevaban a cabo las transacciones financieras que, con el crecimiento del Estado, no dejaban de aumentar.

La burocracia creció más con el Imperio romano, a medida que este se expandía. Echemos un vistazo al papeleo que se desarrollaba por ejemplo en las oficinas de los censores: recopilar listas de todos los ciudadanos; hacer constar en ellas su nombre, edad, ancestros, familia, fortuna y pertenencia a una de las tres tribus de Roma; supervisar el mantenimiento de edificios, templos, carreteras y acueductos; actuar como guardianes de la moral, con el poder de castigar a los propietarios de tierras que no las cuidaran adecuadamente, o incluso de desposeer a un senador de su rango, previa recopilación de la información necesaria. Todo ello implicaba una cantidad ingente de archivo y clasificación de documentos, de lo cual se encargaban los procurator, que ocupaban diversos cargos en finanzas y administración; los publicanus, recaudadores de impuestos; los notarii, encargados de tomar registro de las reuniones; y los rationalis, administrativos de rango superior encargados de las finanzas. Se sabe que en tiempos de Diocleciano, a finales del siglo III, la burocracia imperial pasó de tener 15.000 a 30.000 empleados. Eso supone un aumento del 100% en los veintiún años que duró su reinado.

Escribir y llevar cuentas no era entonces un conocimiento al alcance de todo el mundo; por eso, aquel trabajo de oficina gozaba de consideración especial. En los siglos siguientes, seguiría siendo importante si bien en dos escenarios muy distintos: los pequeños comercios y las grandes administraciones, con Italia como referencia. La contabilidad mercantil se desarrolló sobre todo en Venecia, donde las cuentas se solían llevar en el piso de arriba de los propios comercios, y el papeleo administrativo contó por primera vez con locales destinados para ese fin.

Una de las joyas de la arquitectura mundial del siglo XVI, la Galería Uffizi de Florencia, fue en su origen concebido por el duque Cosme I de Medici para albergar los departamentos administrativos y judiciales de la ciudad. Hoy es un museo cuyos visitantes pueden admirar, además de las obras de arte, el talento visionario de su arquitecto, Giorgio Vasari, quien diseñó una estructura en forma de U que sigue vigente en muchos complejos de oficinas modernos. En aquella época, los negocios privados, por modestos que fueran, reservaban un espacio para las tareas administrativas y contrataban a gente con los conocimientos necesarios para resolverlas.

Pero esos espacios estaban aún muy alejados del concepto de oficina moderna. De hecho, el término ni siquiera había aparecido -era más común el de despacho o contaduría-, y los empleados se llamaban secretarios o escribientes. La ostentación de Florencia quedaba lejos de la mayoría de los locales, que habitualmente consistían en instalaciones reducidas donde se apiñaba el escaso personal dirigido por un jefe, y las cosas siguieron así durante siglos. Los cambios que poco a poco llegaban se debían a un aumento paulatino del papeleo, pero la estructura básica se mantenía. Eran las oficinas descritas por Dickens en su Cuento de Navidad (1843) y por Melville en Bartleby, el escribiente (1853).

Gracias a Charles Lamb (1775-1834), uno de los grandes ensayistas ingleses, tenemos más información sobre la vida cotidiana en aquellos despachos. Él trabajó durante veinticinco años como oficinista en el departamento de contabilidad de la Compañía Británica de las Indias Orientales y escribió sobre ello en sus ensayos y correspondencia privada. De entrada, para hacerse con el puesto tuvo que depositar una fianza de 500 libras, práctica común entre los patrones de la época para asegurarse el buen comportamiento del personal. Además, durante los dos primeros años los empleados solo percibían una gratificación anual de 30 libras. El sueldo inicial de Lamb, a partir del tercer año, fue de 40 libras anuales. Cuando se retiró en 1825 había ascendido a 730.

En cuanto a la rutina diaria del trabajo, Lamb dejó abundantes comentarios sobre la cautividad y el servilismo reinantes: "Durante treinta años he servido a los filisteos y mi cuello aún no ha sido dominado por el yugo. No sabes lo fatigoso que resulta respirar el aire confinado entre cuatro paredes, sin descanso días tras día durante las horas doradas del día, entre las 10 y las 4, sin reposo o interposición". El horario no siempre se cumplía y muchas veces tenía que alargar su jornada hasta bien entrada la tarde o la noche. Libraba los domingos, el día de Navidad, un día en Semana Santa y una semana en verano, como muchos de sus colegas de todos los países industrializados.

¿En qué consistía exactamente aquel trabajo de oficina tan cargante? Además de mantener la contabilidad y tener al día los cobros, los oficinistas ocupaban buena parte de su jornada redactando correspondencia o documentos legales, sobre todo antes de que aparecieran los primeros métodos de copiado, ya que ningún papel se escribía una sola vez. Algunas firmas exigían tres copias de cada carta, una para archivar y otras dos para enviar por correo, en el caso de que una de ellas no llegara a su destino. Los bufetes de abogados solían pedir y expedir sus papeles legales por cuadruplicado. La creatividad que tanto necesitaba Lamb estaba bastante ausente de la profesión con que se ganaba la vida.

Pero pese a la monotonía y las condiciones laborales, el aumento constante del número de trabajadores en las oficinas a lo largo del siglo XIX trajo consigo la aparición de una nueva clase social: los oficinistas.

En 1855, constituían la tercera fuerza laboral más numerosa de Nueva York, aunque era difícil encuadrarlos. No pertenecían a la clase obrera ni a la dominante. Eran otra cosa. Pero, según Saval, pertenecían en cierto sentido a la élite, ya que se requería un conocimiento del idioma y una especialización en los términos comerciales que impedía el acceso de los inmigrantes a la profesión. Este experto estadounidense en la historia de la oficina describe otro de sus rasgos característicos: "En su apariencia y manera de vestir, los primeros oficinistas parecían también pertenecer a la élite. Cobraban un salario fijo, vestían bien y tenían las muñecas delgadas y la complexión pálida de los aristócratas que no estaban acostumbrados al trabajo manual, en un país que había nacido como una revolución contra la aristocracia".

Es cierto que no era un trabajo al alcance de todos: requería titulación y un par de años de aprendizaje en una escuela de negocios. Solo las clases medias o acomodadas podían pagarse esa formación. Sin embargo, desde que a mitad del siglo XIX se abrieron en Estados Unidos las primeras escuelas privadas de ese tipo, el número de estudiantes inscritos en ellas subió de 6.460 en 1871 a 188.363 en 1920. Además, ese mismo año hubo otros 400.000 titulados en la escuela pública, que había incorporado este campo de estudios. El trabajo de oficinista se iba democratizando debido a la ingente y continua demanda de profesionales.

Los principales empleadores eran grandes empresas como bancos, compañías de seguros y departamentos gubernamentales en rápido crecimiento, como el de correos. Pero este auge impuso también una transformación radical de la oficina.

El escenario físico en que trabajaban los oficinistas dejó de estar representado por los tradicionales despachos donde un pequeño grupo de empleados copiaba documentos sin cesar, cada uno en su escritorio de madera con cierre de persiana, donde echaban la llave al finalizar la jornada. Ahora hacía falta más gente para mantener al día unas cuentas cada vez más complejas.

Con el aumento de personal llegó la especialización, y a mediados del siglo XIX aparecieron cargos como el de cajero, contable y secretario, que a menudo se ocupaba también de llevar las cuentas personales del jefe. La división del trabajo en departamentos dificultó la mecánica inicial del ascenso: no solo había más empleados, sino que estos carecían de la visión del conjunto del negocio que tuvieron sus antecesores.

La oficina en sí también comenzó a crecer, con la aparición de los primeros edificios modernos construidos específicamente como lugares de trabajo. Algunos eran modelos de ostentación arquitectónica que proclamaban el poderío económico de la empresa que los construía, pero tanta suntuosidad estaba, de momento, limitada: pocos sobrepasaban los cinco pisos, ni siquiera en la próspera Nueva York.

Con la llegada de las nuevas técnicas de construcción y, sobre todo, con la invencn del ascensor por Elisha Otis en 1852, las cosas comenzaron a cambiar, y aumentó no solo la altura, sino el volumen: en su libro The High-Office Buildings of New York, publicado en 1900, R. P. Bolton escribió que la ciudad ese año ya contaba con "sesenta y cinco edificios de más de sesenta metros de altura, dedicados exclusivamente a oficinas". Cada uno de ellos albergaba entre mil y cuatro mil trabajadores.

Por impresionantes que pudieran parecer estas cifras, aquello era solo el principio. La oficina y sus empleados iban a verse afectados por una sucesión de cambios vertiginosos que traerían consigo la revolución de la modernidad que llegaría con el siglo XX.

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sábado, marzo 30

Gandhi, las sombras del santo

(Un texto de Juan Eslava Galán en el XLSemanal del 28 de enero de 2018)

Mahatma Gandhi fue racista y clasista en su juventud. Y de anciano fue acusado de dormir con jovencitas desnudas. Son las sombras del hombre que logró derrotar sin violencia a todo un imperio.

Andén de la estación de ferrocarril de Pietermaritzburg, la capital del antiguo reino zulú de Natal en Sudáfrica.

Gandhi, un muchachito de corta estatura muy moreno, vestido como un petimetre, traje de lino crudo y sombrero, aguardaba la llegada del tren. En su rostro atezado de rasgos amables destacaban unos ojos almendrados de mirada vivaz, unas orejas de soplete y un bigotazo con el que intentaba compensar la parvedad de su figura.

Llegó el tren, entre nubes de vapor, y los viajeros subieron a los vagones. Gandhi se instaló en uno de los asientos acolchados del vagón de primera.

-¡Largo de aquí, sami! -lo interpeló el revisor, un tipo fornido, de elevada estatura-. No puedes sentarte ahí.
‘Sami’ era el término despectivo con que los blancos designaban a los indios en Sudáfrica.
-Tengo billete de primera -replicó Gandhi mostrando su boleto de cartón.
-No importa. Eres indio y este vagón es para los blancos.
Iba a argumentar algo, haciendo uso de sus conocimientos legales, pero el revisor lo empujó al andén. Detrás de él arrojó su elegante maleta de cuero.
-¡Los indios y los negros, atrás! -le gritó.

Los espectadores, todos ellos viajeros blancos, no podían estar más de acuerdo a juzgar por sus actitudes. El jefe de estación tocó el silbato y levantó la banderola roja. El tren iba a partir. Gandhi no podía perderlo. Lo esperaban en Pretoria para firmar unos contratos. Cabizbajo, recogió su equipaje y se acomodó en el atestado vagón trasero del convoy, el de tercera.

Acomodado en un banco de listones de madera, Gandhi se sentía observado irónicamente por sus compañeros de viaje y de raza, los coloured, los negros e indios. Así que un energúmeno cuyo único mérito consistía en ser blanco lo había humillado, a él, un brillante abogado. Sus prejuicios segregacionistas comenzaron a derrumbarse en cuanto los sintió en propia carne. La afrenta de Pietermaritzburg permanecería viva en su recuerdo de por vida.

El joven Gandhi tenía conciencia de clase. Había nacido hijo del primer ministro de Porbandar, un principado al noroeste de la India. Pertenecía a la casta de los banias, apreciada por la innata elocuencia de sus miembros, casi siempre dedicados al comercio.

Siguiendo la costumbre india, la familia lo casó a los 13 años, con una chica a la que lo habían prometido desde los 6, y poco después, ya padre de su primer hijo, lo envió a Londres para que cursara los estudios de Derecho.

En la metrópoli del imperio victoriano, el joven Gandhi se topó con la dura realidad del racismo británico. En su Porbandar natal podía ser un miembro de la clase privilegiada, pero en Londres solo era un indio de piel olivácea, por más que vistiera con elegancia europea y se tocara con un bombín.
Gandhi reaccionó refugiándose en su herencia cultural y se entregó a la lectura del Bhagavad Gita, la biblia del hinduismo, lo que lo condujo, por extensión, al estudio del cristianismo, al budismo y a la novedosa teosofía, la nueva religión entonces de moda.

Derechos de la minoría

Vuelto a la India, el porvenir del joven abogado no parecía halagüeño. Sus padres habían muerto y la familia ya no era tan influyente como solía. Aceptó un empleo como agente comercial de una empresa exportadora y marchó a Sudáfrica con su familia, que mientras tanto había aumentado a cuatro miembros.

En Sudáfrica, el desprecio padecido en la estación de Pietermaritzburg unido a otros agravios lo movió a preocuparse por la defensa de los derechos de la minoría india, lo que lo retuvo en aquel país 22 años. Cuando regresó a la India, ya activista famoso, se encontró con que su labor asistencial en Sudáfrica lo había convertido en un héroe aclamado por el pueblo.

En un principio, Gandhi clasista y racista por tradición- había justificado el colonialismo occidental, puesto que los pueblos sojuzgados no le parecían capaces de progresar por sí solos. Además, en el fondo admiraba la cultura europea. Incluso durante la Primera Guerra Mundial fomentó el apoyo indio a la causa británica.

Esa actitud cambió radicalmente cuando las lecturas de Ruskin y de Tolstoi y los sucesos de Amritsar (los ingleses dispararon contra la multitud de manifestantes y mataron a unos cuatrocientos) lo persuadieron de que su verdadera causa era la liberación de los pueblos sojuzgados. Lo haría mediante la resistencia pacífica, la desobediencia civil y el boicot a los británicos. Como un símbolo de su implicación en esa lucha, en adelante vistió las ropas tradicionales indias, que le dejaban las canillas al aire, lo que, al evidenciar su propia fragilidad, reforzaba su ahimsa, o renuncia a la violencia.

El activismo lo condujo a la cárcel en varias ocasiones, lo que aceptó con un neoestoicismo anacoreta con el que se encumbró como jefe espiritual de los indios.

En 1927, los ingleses intentaron imponer una Constitución al margen de la población india. Gandhi retornó al activismo y puso su prestigio al servicio del partido nacionalista, el Congreso Nacional Indio. Más adelante, decepcionado por los tejemanejes de los políticos, se alejó nuevamente del Gobierno para volver a su retiro espiritual y a la educación de sus compatriotas, a los que intentaba liberar del anacrónico sistema de castas.

Durante la Segunda Guerra Mundial se opuso a que la India auxiliara al Reino Unido, lo que lo condujo nuevamente a la cárcel. Excarcelado al término de la contienda, tomó parte en las negociaciones que condujeron a la independencia de la India.

Apostolado y muerte

En 1947, cuando el Reino Unido se desprendió de la India, la perla de su imperio, las tensiones entre hinduistas y musulmanes eran tales que se arbitró dividir el subcontinente en dos países: la India (de mayoría hindú) y Pakistán (de mayoría musulmana). Los fieles de las religiones respectivas se enzarzaron en una cadena de matanzas. Gandhi intentó calmar los ánimos personándose en las zonas de conflicto, lo que le granjeó la enemistad de ambos bandos.

En la noche del 30 de enero de 1948 se encaminaba al rezo comunal rodeado de una multitud de discípulos cuando un radical hindú le disparó tres balas a quemarropa. Gandhi falleció después de invocar a la divinidad con sus últimas palabras: «¡Hey, Rama!». Ahora se cumplen 70 años de aquello.

Influencia materna

Las raíces del pacifismo extremo de Gandhi pueden rastrearse en el ideario jainista de su madre, la noble Putlibai, contraria a cualquier tipo de violencia, incluida la de matar microbios con medicinas. Por eso, el Mahatma (‘gran alma’) se confesaba enemigo de la medicina tradicional y estaba convencido de que cualquier mal se cura con una vida reglada y con una dieta crudívora y láctea. Por cierto, también recomendaba el aceite de oliva.

Más controvertida fue su postura frente a las apetencias territoriales de las potencias fascistas: «Inviten a Hitler y Mussolini a que tomen cuanto quieran de sus países -aconsejaba a los aliados-. Si quieren ocuparles el territorio, cédanselo. Sométanse a ellos, pero rehúsen obedecerlos». O sea, la resistencia pasiva y la desobediencia civil como fórmula universal. Menos mal que ni Churchill ni Stalin siguieron el consejo.

La relación de Gandhi con el sexo es otro de los enigmas del personaje. Casado apenas adolescente, su nuevo estado le provocó tal alboroto hormonal que copulaba con su joven esposa a las horas más intempestivas. Su sagrada obligación como hijo era asistir a la agonía de su padre en la cabecera del lecho, pero en un momento de debilidad se apartó de él para solazarse con su esposa. Un criado lo avisó, tras la puerta de la alcoba, de que su padre acababa de expirar. Toda su vida le remordió la conciencia por esta «doble culpa» como la llamaba y seguramente determinó que 20 años después, todavía treintañero, decidiera abrazar el celibato de por vida, sin consultarlo siquiera con la fiel Kasturba, su esposa, la parte afectada, a la que, por otra parte, atormentaba con sus celos.

Esta sexualidad autorreprimida tuvo sus consecuencias. En su vejez desarrolló una especie de fijación por dormir cada noche con una o dos jovencitas desnudas, no siempre las mismas, entre ellas su sobrina nieta Manu. Ese ejercicio de autocontrol o de resistencia a la tentación para domeñar los instintos se parece mucho al amor udrí medieval o a la abstinencia en las tres «noches de Tobías» que recomendaban ciertos confesores católicos a los recién casados.
Estas sombras, y algunas otras, unidas a su pensamiento un tanto errático desde la lógica occidental, determinaron que a Gandhi nunca le concedieran el Nobel de la Paz, aunque estuvo nominado cinco veces.

Notas:
Lo encarcelaron por primera vez en 1908 en Sudáfrica por negarse a llevar encima su documentación. Al salir, fue agredido por un compatriota.

Dormía con chicas desnudas, entre ellas una sobrina nieta. Decía que era para autocontrolarse.

Sus prejuicios raciales cayeron cuando el joven Gandhi los vivió en propia carne.

Kasturba se casó con Gandhi a los 13 años. Tuvieron cuatro hijos. En 1906, cuando ambos tenían 38 años, Gandhi decidió renunciar al sexo.





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viernes, marzo 29

Carreras con trineos sobre hielo: las carreras más extremas del mundo

(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 28 de enero de 2018)

Más de 1600 kilómetros a 40 grados bajo cero y sin asistencia. Solo los perros y la nada blanca. Así son las competiciones de trineos de Alaska. Emulan las expediciones de los nativos, y cuanto más extremas son, más enganchan.

«Estás en la nada. Debes sobrevivir y llevar sanas y salvas hasta el siguiente punto del mapa a esas 16 criaturas que te acompañan y que son lo más importante del mundo». Nadie te va a ayudar. Así resume Kristin Pace el espíritu de participar en una carrera de trineos de perros como la Iditarod (‘lugar lejano’ en la lengua de los nativos de Alaska). Son 1609 kilómetros, desde Anchorage hasta Nome, a lo largo de la tundra, bosques de coníferas, colinas, ríos helados, viento y temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. Es una de las carreras de trineos más antiguas: arrancó en 1973.

En la Yukon Quest, que comenzó a celebrarse en 1984, hay que recorrer la misma distancia. Pero es más dura porque comienza a principios de febrero, cuando el tiempo es de lo más inmisericorde (la Iditarod se celebra en marzo). Se trata de viajar desde Fairbanks, en Alaska, hasta Whitehorse, en Canadá. Hay que superar cuatro cumbres montañosas con solo nueve puestos de control y en completa soledad por una extensión más grande que Francia. Son 1609 kilómetros en los que los participantes apenas duermen, padecen un importante desgaste físico y sufren temperaturas exasperantes. Además, de los trineos tiran solo 14 perros: en la Iditarod, 16.

Hay que tener mucha vocación para enrolarse en estas expediciones que recuerdan las aventuras de los buscadores de oro narradas por Jack London en Colmillo blanco.

Son experiencias extremas, donde, como explica Kristin, «sacas lo más duro de ti». Por eso enganchan. «No compites contra otros equipos, la carrera es contra el reloj, la ruta, el clima y contra ti mismo», añade Mike Ellis, uno de los adictos a la carrera de trineos Yukon Quest, considerada la carrera de trineos de perros más extrema del mundo.

La distancia casi es lo de menos. Hay dificultades añadidas. tormentas de nieve, vientos de hasta 160 kilómetros por hora, ataques de alces furiosos, perros fuera de combate e incluso hundimientos en el hielo.

Caer al río

En la edición de 2016, por ejemplo, el río Yukon casi se traga al ganador, Hugh Neff, cuando se resquebrajó mientras lo atravesaba camino de la meta final. Al año siguiente, Neff quedó en segundo lugar. Lo superó Matt Hall, que recorrió los 1609 kilómetros en diez días, una hora y siete minutos. Es habitual que los nombres de los participantes de la Yukon Quest (entre 20 y 50 en cada edición) se repitan de un año a otro. Y cada vez hay más mujeres. «Se trata de no perderte, encender un fuego cuando estás mojado y helado… nadie se fija en si eres mujer o no», zanja Kristin Pace.

En 1985, Libby Riddles fue la primera mujer musher en ganar la Iditarod. Los mushers son los conductores de trineo de perros: el término deriva de marche, la orden de arrancar que daban los colonos franceses.

Ser un musher es un estilo de vida. Crían y educan a sus perros desde cachorros. Las razas más habituales en las carreras de trineos son alaskan malamute, husky siberiano, samoyedo y perro de Groenlandia, perros emparentados con los lobos de las regiones polares.

La comunión entre un musher y el líder de su línea de perros es total. «Muchas veces no puedes ver el camino ni a los perros que van delante. Te tienes que dejar guiar por ellos, que son los que toman las decisiones. Ganan los perros. Lo único que yo hago es cuidarlos», ha explicado Hugh Neff. No se permite ayuda para el musher salvo en uno de los puntos de control; sí hay veterinarios en todos los controles para atender a los animales. Hay veto a las comunicaciones. Los mushers deben ser autosuficientes. En 2015, a Brent Sass lo descalificaron de la Iditarod por llevar un iPod Touch. Se trata del hombre, los perros, el frío y la nada.

Notas:
Brent Sass ganó la Yukon Quest en 2015. Recorrió 1600 kilómetros en 9 días, 12 horas y 49 minutos. Ese mismo año fue descalificado en la carrera Iditarod por llevar un iPod Touch. Los competidores no pueden portar ningún tipo de ayuda. Solo los perros.

Son frecuentes las tormentas de nieve y vientos de 160 kilómetros por hora. En la carrera Iditarod tiran de los trineos 16 perros; en la Yukon Quest solo lo hacen 14.

Durante la Yukon Quest hay nueve controles con asistencia veterinaria.

Los perros de tiro descienden de los lobos polares y son muy resistentes al frío. Se entrenan desde cachorros. Viven siempre al aire libre para acostumbrarse al viento y el frío.

Los conductores de trineos se llaman mushers. El término procede de marche, la orden de arrancar que daban los antiguos colonos franceses.


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jueves, marzo 28

¿Cuándo apareció la primera moneda?

(Un texto de José Segovia en el XLSemanal del 28 de enero de 2018)

Heródoto afirmó que el pueblo lidio fue el que introdujo el uso de monedas de plata y oro, aunque los numismáticos no se ponen de acuerdo a la hora de establecer en qué momento histórico se produjo tal acontecimiento.

Algunos afirman que fue el rey Giges quien ordenó acuñar las primeras monedas estampadas en la segunda mitad del siglo VII a. C. Otros expertos creen que la primera acuñación se produjo en tiempos de Ardis II, hijo de Giges.

Lidia estaba ubicada en el oeste de la península de Anatolia (actuales provincias turcas de Izmir y Manisa) y fue un poderoso reino hasta que fue conquistado por los persas. Además, por su territorio discurre el río Pactolo, cuyas aguas contenían valiosas pepitas de electro, que es la aleación natural de la plata y el oro.

Según cuenta el mito, el rey frigio Midas quiso liberarse del don que le había concedido Dionisio de convertir en oro todo lo que tocaba. Harto de no poder llevarse a la boca otra cosa que no fuera el metal precioso, acudió al dios para que le dispensara de tal don. Dionisio le dijo que se bañara en el Pactolo para volver a su condición humana. Una vez que Midas se introdujo en el río, el oro que acarreaba se almacenó en las aguas del río. La mitología griega explicaba así las ingentes reservas auríferas de Lidia.

De todas las monedas que se acuñaron en esa rica región la más famosa es el león de Lidia, cuyo anverso exhibe la figura de este felino. Sin duda es una de las más bellas de la antigüedad clásica, pero su datación sigue siendo tema de debate entre los numismáticos.

¿Fue esa la primera que se acuñó en el mundo antiguo? Es difícil saberlo, dada la falta de evidencias arqueológicas que avalen con tanta precisión su daprtación. Algunas monedas lidias tienen simplemente una superficie con estrías, mientras otras exhiben representaciones de animales.

Los arqueólogos las han datado en la misma época, siglo VII a. C., y todas han aparecido en la región de Lidia. Los leones de Lidia que aún se conservan fueron acuñados a partir del electro, pesan en torno a 4,75 gramos, tienen un diámetro de unos 13 milímetros en su parte más ancha y están compuestos de un 55 por ciento de oro, un 43 de plata, un 2 de cobre y trazas de plomo y hierro. Algunas ciudades de la costa jonia imitaron esta innovación e iniciaron sus propias acuñaciones.

El origen
La moneda león de Lidia tenía marca y estaba certificada por la autoridad guberna- mental para ser utilizada como dinero, razón por la que los numismáticos la consideran la primera de la historia.

Grandes comerciantes
Los lidios fueron los principales protagonistas del comercio terrestre entre el Hélade y Asia. Sus monedas de electro fueron el antecedente de los estateros y dracmas
de la Grecia clásica.

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miércoles, marzo 27

La profesora de Osaka

(La columna de Arturo Pérez Reverte en el XLSemanal del 28 de enero de 2018)

Pues eso. Resulta que mi amigo Manolo leyó ayer que los príncipes de Disney, los guaperas que besaron a Blancanieves y a la Bella Durmiente para despertarlas del sueño mágico, eran unos agresores sexuales de tomo y lomo. Leyó eso, como digo, conclusión extraída por una profesora de no sé qué universidad –la de Osaka, me parece– y comprendió, el infeliz, que engañado había vivido hasta hoy, Sancho. Porque el principito que besa a una principita encantada no lo hace, como él creía, para liberarla del maleficio, sino porque es hombre y como tal no puede tener buenas intenciones; y porque, por mucho que se tire el pegote de salvarla, en el fondo lo que quiere es pillar cacho. Y además, el fin no justifica los medios.

Porque a ver, razonemos. Como la moza está dormida, no hay manera de que dé su consentimiento. Y eso sitúa ante un imposible metafísico: sin consentimiento previo, nadie puede besar. Así que es preferible que el príncipe vaya a mamarla a Parla, y nadie bese a la moza, y ésta siga dormida hasta dar un consentimiento que sólo puede dar despierta. Pues que ronque y se fastidie, oyes. Haberte comido un plátano en vez de una manzana, guapi. Porque, bien mirado, ser felices y yantar perdices, por bonito que suene, no puede lograrse a costa de una agresión sexual. Ese beso robado y todo el cuento en general, dice la profesora, son una incitación directa a la violencia sexual, hasta el punto de que relatos como ese, o sea, casi todos, son perniciosos para los niños y deberían prohibirse en la escuela, en el cine y en todas partes. O sea, quemarlos.

Y así, con ese mal rollo en la cabeza, se acostó Manolo anoche y se despierta de madrugada junto a ese pedazo de señora con la que tiene la suerte de compartir lecho estos días, o estos años, o toda la vida, según de qué Manolo se trate. Y como hay algo de luz que entra por la ventana, se la queda mirando mientras la oye respirar y piensa que nunca está tan guapa como a estas horas, dormida, tibia, con esa carne estupenda relajada y cálida, el pelo revuelto en la almohada, la boca entreabierta. Para comérsela, o sea. Sin pelar. Y, bueno, como Manolo es fulano de normal constitución y gustos clásicos, siente el estímulo lógico en tales casos, y la carne, por decirlo de un modo perifrástico, reclama lo natural –todavía no han logrado convencerlo, aunque todo llegará, de que tampoco eso es natural–. Así que se dispone a besarla. Pero de pronto se acuerda de Blancanieves, la Bella Durmiente y la profesora de Osaka y piensa: la cagaste, Burlancaster.

El caso es que Manolo inspira hondo, se levanta de la cama y se debate con su conciencia en pijama y descalzo por el dormitorio –a riesgo de agarrar una neumonía–. Mira, duda, vuelve a mirar esa estupenda forma de mujer bajo la colcha, y vuelve a dar otra vuelta blasfemando en arameo. No puedo ser tan miserable, se reprocha. No puedo arrimar candela por las buenas. Tengo que despertarla antes, para que no sea agresión sexual no consentida. Hola, mi amor, buenos días. ¿Te apetece que te haga un homenaje, y viceversa? ¿No te sentirás violentada en tu libertad? ¿Y en tu igualdad? ¿Y en tu fraternidad?

La verdad es que no lo ve claro. Ni de coña. La profesora de Osaka lo ha hecho polvo. La bella durmiente sigue dormida, y a lo mejor hasta despertarla sin beso, tocándole un hombro, también es agresión sexual. Atenta contra su libertad de dormir cuanto le salga del chichi. Manolo se ve, o sea, como los babosos príncipes de los cuentos. Fuma un pitillo para tranquilizarse, vuelve a pasear por la habitación –la neumonía está a punto de caramelo–, se para de nuevo a mirarla. La verdad es que está guapa que se rompe, piensa. Se acerca con cautela y la destapa un poco. El camisón de seda se ha movido y se le ve una teta –o como se diga ahora– preciosa, espléndida, gloriosa. La carne pecadora acucia a Manolo de nuevo. Pero se acuerda otra vez de la de Osaka, así que, en un acto de voluntad admirable, va al cuarto de baño y se da una ducha fría, por no hacerse otra cosa. Sale tiritando, se pone otra vez el pijama y se mete en la cama, orgulloso de sí mismo. Pero como está aterido y ella sigue tibia que te mueres, se pega a su cuerpo cálido. Entonces ella se vuelve hacia él, dormida aún, y a tientas, en sueños todavía, le pone una mano en plena bisectriz y murmura «cariño». Y, bueno. Manolo ignora si está soñando con él o con George Clooney, pero le da igual. Porque ese es el momento exacto en que a la profesora de Osaka le dan mucho por el sake.

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martes, marzo 26

El viaje de las especias

(Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea en el Heraldo de Aragón del 15 de septiembre de 2018 - el artículo completo está sacado de otra página, porque en el Heraldo habían cortado alguna frase.)

Estos sabrosos condimentos fueron el auténtico objeto de deseo de la era de los descubrimientos y empujaron en su búsqueda a Colón o Elcano.

El próximo año se cumplirá el quinto centenario de la salida de Magallanes del puerto de Sevilla con intención de circunnavegar el globo. Y seguro que les suena que esta magna expedición se enfrentó a motines, tormentas, hambre y a que Fernando de Magallanes se empeñara en ir de guay, se enfrentara con cuatro gatos a los indígenas filipinos de Mactán y acabara lanceado como un colador. Al final, de las cinco naves que salieron del puerto sevillano únicamente volvió la 'Victoria' y con ella su capitán Juan Sebastián Elcano (1476-1526). A aquel marinero de Getaria que tan bien aguantó el tipo durante tres años de navegación se le fue un poco la mano con las ínfulas del triunfo y en 1522 le escribió al emperador Carlos I pidiéndole el oro y el moro por su gesta: ser investido caballero de la Orden de Santiago, la Capitanía Mayor de la Armada, un permiso especial para portar armas, dinero, reconocimiento y todo esto tuteando al rey.

Carlos le contestó denegándole la mayor pero otorgándole dos prebendas; la primera, una renta anual que el pobre Elcano no llegaría a oler, y la segunda, un escudo de armas que a día de hoy sigue luciendo el buque 'Juan Sebastián Elcano'. En él se puede ver un yelmo con un globo terráqueo y el lema «primus circumdedisti me» (fuiste el primero en circundarme) y debajo de él un escudo con un castillo de oro en campo de gules, dos palos de canela cruzados, tres nueces moscadas y doce clavos de olor. Por fin llegamos al meollo de la cuestión.

No nos debería extrañar la aparición de las especias en un escudo de armas y menos en el de Elcano. En realidad, la misión de su expedición marítima no era viajar por amor al arte sino descubrir una nueva ruta comercial desde Europa hasta las codiciadas islas de las especias sin pasar por el Índico, que controlaban los portugueses. La gran demanda de especias y la dependencia de intermediarios extranjeros (¡e infieles!) propició que los europeos se devanaran los sesos intentando controlar su comercio de principio a fin. Pero para eso había que acudir a las fuentes, a aquellas tierras lejanas donde se recolectaban las olorosas y caras especias.

Aroma de canela

Ahí donde la ven, la Era de los Descubrimientos tuvo mucho más que ver con la pimienta que con las ganas de cruzar el horizonte. En 1776 Adam Smith diría en 'La riqueza de las naciones' que los acontecimientos más importantes de la historia habían sido el viaje de Colón a América y el de Vasco da Gama a la India, dos periplos muy cercanos en el tiempo (1492 y 1498) que se hicieron por la pura y simple razón de encontrar la ruta de las especias.

Los portugueses comenzaron a explorar África a mediados del siglo XV buscando oro y esclavos, pero allí se toparon con algo bastante más valioso: la pimienta malagueta o granos del paraíso, una especia picante que hacía las delicias de los franceses por aquel entonces.

De repente ya no había que esperar a que aquel tesoro culinario llegara a Europa a través de mil manos, sino que se podía recoger y llevar directamente recogiendo de paso todos los beneficios. Fue entonces cuando Portugal (y el mundo entero con ellos) se obsesionó con hallar un camino hasta la India y arrebatar el trono del comercio marítimo a los venecianos, quienes dirigían las operaciones del Mediterráneo. Cuando en mayo de 1498 Vasco da Gama desembarcó en Calicut (Kerala), dos comerciantes árabes que había allí le preguntaron a qué había ido: «Vimos buscar cristãos e especiaria», dijo. Cristianos y especias.

El soberano de aquel lugar de la India les ofreció, no sin reproches porque los portugueses no llevaban mucho dinero encima, un cargamento de pimienta que puso al rey Manuel I de Portugal los dientes largos. Acompañando a la pimienta llegó una misiva que prometía canela, clavo, jengibre y todas las maravillas que Europa había estado esperando siglos.

A los lusos la jugada les salió redonda y a los españoles, no tanto. Recordemos que Colón se adentró en el Atlántico queriendo encontrar las Indias auténticas con sus misterios especieros y lo que hizo en realidad fue darse de bruces con un continente inesperado. Claro que él no lo sabía y de verdad se creyó que había llegado a un Oriente bastante diferente al que esperaba encontrar. Ups. En su intento de demostrar que había llegado al destino correcto confundió plantas autóctonas americanas con variedades de canela, almáciga, áloe o jengibre y vendió a los Reyes Católicos que Haití era Cipango (Japón) y La Española una isla india, ay.

La verdadera dimensión de la Tierra y la auténtica ubicación de las Islas de las Especias (las Molucas, Indonesia) únicamente se conocieron gracias al viaje de Magallanes y Elcano. Ellos demostraron que se podía llegar a la fuente de las especias y que valía la pena perder cuatro naves, sendos capitanes y más de tres años si a cambio se traían a casa 53.000 libras de clavo. Normal que Elcano los luciera en su escudo.

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lunes, marzo 25

¿Cuánto gana un genio?

(Un texto en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 2 de septiembre de 2018)

La empresa británica de colocación laboral Adzuna ha analizado la renta de algunos de los científicos y los compositores más exitosos de la historia para averiguar si hoy serían ricos. Los cálculos, que estiman cuáles serían sus ingresos hoy en día, revelan que ninguno se convirtió en multimillonario, y que Newton o Vivaldi, por ejemplo, no pasaron de mileuristas.

Alexander Fleming (1881-1951)
115.000 € en 1936
Cuatro años antes de descubrir la penicilina el científico británico tenía un sueldo respetable. Con su descubrimiento incrementó considerablemente sus ingresos.

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domingo, marzo 24

¿Colutorio para todo?

(Un texto de S. Vivas en la revista Mujer de Hoy del 7 de octubre de 2017)

Para algunos enjuagarse la boca con él es sinónimo de limpieza bucal. Pero usarlo en exceso puede traer más problemas que beneficios.

Cuándo y cómo. Los colutorios deben usarse cuando los recomienda el dentista y durante un periodo de tiempo limitado. "Por ejemplo, para pacientes con riesgo de caries, se emplea un colutorio con flúor tres semanas", explica el dr. bruno Baracco, vocal del Colegio de Odontólogos y Estomatólogos de la I Región.

¿Alternativa natural? algunos estudios buscan sustituirlos por opciones menos agresivas. "Los aceites de caléndula, oliva y girasol han demostrado capacidad antiinflamatoria, lo que los haría útiles en la gingivitis. Se está investigando su aplicación como remineralizantes del esmalte, pero aún no hay resultados", explica el experto.

El más adecuado
Si para sentir tu boca limpia necesitas usar un colutorio, escoge uno con flúor y de color claro... y que no contenga alcohol. "Está confirmado que el alcohol es un potente irritante de las mucosas y su ingesta aumenta el riesgo de cáncer oral. Por ello, los dentistas desaconsejamos su uso", explica el dr. Baracco.

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sábado, marzo 23

La contaminación también está dentro de tu casa

(Un artículo de Marisol Guisasola en la revista Mujer de Hoy del 3 de febrero de 2018)

¿Sabías que el aire de tu calle puede estar 10 veces menos contaminado que el que respiras en tu salón? El responsable es un cóctel tóxico e invisible, que daña tu salud más de lo que crees.

Imagina una familia que acaba de mudarse a una casa nueva. Paredes recién pintadas, tarima barnizada, chimenea en el salón, tapicería antimanchas, estantes lacados... ¿Un entorno perfecto? En absoluto. "Emanaciones procedentes de pinturas y barnices, materiales de construcción, retardantes de incendios, recubrimientos antiadherentes, productos de limpieza y ambientadores... se combinan con el polvo, los humos, el gas radón que se cuela desde el subsuelo y el aire contaminado que entra desde la calle, produciendo un cóctel tóxico que penetra en los pulmones, pasa a la sangre y provoca alteraciones biológicas causantes de enfermedades", dice la Organización Mundial de la Salud en sus informes.

Y es que, aunque no lo creas, el aire de tu calle puede estar 10 veces menos contaminado que el de tu propio salón. La Agencia Ambiental de Estados Unidos (EPA) confirma incluso que algunas casas llegan a tener un nivel de contaminación hasta 100 veces más altos que el de la calle. Y el problema es que la gente puede pasar hasta el 90% de su tiempo dentro de edificios.

"Las consecuencias tienen ya dimensiones de epidemia, y los más afectados son los mayores con patologías crónicas y los niños", explican en la OMS. Irritación ocular, nasal y del tracto respiratorio, cefaleas, cansancio, irritabilidad y bajo rendimiento laboral y escolar son efectos a corto plazo, en especial en los llamados "edificios inteligentes", que, para ahorrar energía, impiden la ventilación y renovación del aire.

A largo plazo, esas consecuencias son más graves. Entre las documentadas están el síndrome alérgico múltiple o la sensibilidad química múltiple, pero también el aumento de riesgo de ataques cardiacos, ictus, embolias, asma, complicaciones respiratorias, cánceres e infertilidad. En un estudio recién publicado, el doctor Jordi Bañeras, cardiólogo del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona, ha comprobado que la exposición a contaminantes ambientales hace que los infartos sean más graves. Y el efecto es acumulativo.

Cada vez más casos de asma

En niños y adolescentes, los efectos no paran de crecer. Según el doctor Juan Antonio Ortega, coordinador del Comité de Salud Medioambiental de la Asociación Española de Pediatría, "la prevalencia de asma y otras patologías respiratorias en niños y adolescentes aumenta cada año, así como las alteraciones hormonales, la diabetes e incluso la incidencia de cáncer. Más de cinco millones de niños menores de 14 años mueren cada año en el mundo por enfermedades relacionadas con su entorno".

El cambio climático es, además, un agravante. John D. Spengler, profesor de Salud Ambiental y Alojamiento Humano en la Universidad de Harvard (EE.UU.), apunta cómo los contaminantes atmosféricos se disparan con el aumento de temperaturas asociado al cambio climático e interactúan con la atmósfera contaminada del interior de las casas. El elevado número de hospitalizaciones registrado en varias ciudades españolas en las cálidas semanas de noviembre son un ejemplo. "Antes, estudiábamos por un lado la contaminación y, por otro, el cambio climático. Ahora, miramos el efecto conjunto porque no actúan por separado", dice Francine Laden, profesora de Epidemiología Ambiental en Harvard.

Zona de alto riesgo

En los hogares, los humos del tabaco, las calderas e, incluso, las velas se combinan con las emanaciones de materiales de construcción y productos de limpieza, el polvo, el polen, los mohos y la contaminación exterior, convirtiendo el interior de los edificios en zona de alto riesgo. Y su ubicación influye: en un estudio reciente, el profesor Prashant Kumar, de la Universidad de Surrey (Reino Unido), comprobó que, en las casas situadas en intersecciones de tráfico, las concentraciones de partículas en suspensión se duplicaban y su efecto se combinaba con el del resto de contaminantes.

Afortunadamente, los científicos son cada vez más activos en este asunto. Expertos como John D. Spengler trabajan con grandes empresas para usar materiales libres de riesgo en sus edificios. "O actuamos de forma integral frente a la contaminación o destruiremos la salud del planeta y la de quienes vivimos en él".

Venenos de andar por casa

Los tenemos alrededor, sin sospechar que pueden ser perjudiciales para nuestra salud física y mental.

Radón: Es un gas tóxico que se cuela en los edificios desde el subsuelo y puede estar presente en materiales de construcción. Es la segunda causa de cáncer de pulmón tras el tabaco. Por suerte, hay métodos para detectarlo y reducir su presencia. Según el Consejo de Seguridad Nuclear (www.csn.es/radon), las zonas con mayor riesgo están en Galicia, Castilla y León, Extremadura, Madrid y Castilla-La Mancha.

Tabaco: El humo del tabaco contiene 250 venenos conocidos y unas 50 sustancias cancerígenas. Ser fumador pasivo, aspirando el humo ajeno, provoca 600.000 muertes al año en el mundo.

Productos de limpieza: Un hogar típico puede albergar más de 30 litros de productos químicos destinados a la limpieza, entre detergentes, limpiadores, abrillantadores, pesticidas, lejías, amoniaco, quitamanchas... Las emisiones tóxicas que desprenden interactúan entre sí y con el resto de contaminantes.

Plásticos PVC y algunos cosméticos: Contienen ftalatos, disruptor hormonal relacionado con baja producción de espermatozoides, desarrollo sexual prematuro en chicas, cáncer de mama, endometriosis, obesidad y resistencia a la insulina.

Mohos: Proliferan en ambientes húmedos, cálidos y oscuros, pero sus esporas pueden sobrevivir en todo tipo de ambientes. Si una buena ventilación no consigue controlar el problema, podemos recurrir a sistemas de filtración y deshumidificación ecológicos. En casos extremos, hay que mudarse.

Humos de calderas, cocinas y chimeneas: Instalaciones defectuosas de calderas y cocinas, y chimeneas que funcionan con carbón, gas, queroseno o madera producen monóxido de carbono, dióxido de nitrógeno y muchos otros gases y humos de efecto tóxico.

Espuma para rellenos: Emiten compuestos orgánicos volátiles (COVs), que los estudios han relacionado con cánceres y enfermedades respiratorias y coronarias. Los niveles de COVs son hasta cinco veces más altos de puertas para adentro que en el exterior

Amianto: Aunque la Unión Europea prohibió su empleo en 2005, sigue estando presente en techos, pinturas, aislamientos o pavimentos de edificios construidos antes de esa fecha. Se conocen tres tipos de cáncer producidos por exposición al asbesto: asbestosis, cáncer del pulmón y mesotelioma (cáncer del mesotelio, el tejido que recubre órganos como los pulmones y el corazón).

Plomo: Prohibído desde 1991, muchos edificios antiguos conservan pinturas con plomo que desprenden partículas causantes de intoxicaciones, sobre todo en niños. Presente en tuberías antiguas, es una toxina que afecta gravemente al desarrollo cerebral, la memoria, el rendimiento intelectual y el comportamiento.

Ambientadores y suavizantes: Mientras perfuman el ambiente o la ropa, emiten sustancias nocivas, entre ellas benzeno, formaldehído, ftalatos... que no suelen venir indicadas en los envases.

Retardantes de llama: Se usan en ordenadores, televisores, colchones, sofás, moquetas, cortinas... para reducir el riesgo de incendio. Contienen éteres de difenilo polibromados (PBDEs) que se emiten a la atmósfera y se acumulan en el organismo. La consecuencia: problemas de aprendizaje, memoria y de la función tiroidea.

Materiales antiadherentes o antimanchas: Contienen PFAs, compuestos perfluorados de efecto tóxico asociados a defectos de nacimiento, trastornos tiroideos y problemas hepáticos en animales. Muchos científicos sospechan que están relacionados con cánceres en humanos.

Selladores y cola: Emiten formaldehído (sobre todo la cola para madera) y PCBs. El primero causa cansancio, cefaleas, náuseas, problemas respiratorios y del sistema nervioso. Los PCBs se asocian a problemas de desarrollo prenatal y riesgo de cáncer y problemas cardiovasculares y tiroideos.


SOLUCIONES NATURALES
  • Elige con materiales naturales y, aún mejor, ecológicos.
  • Si vives en zonas graníticas o te preocupan los niveles de radón en tu hogar, pide un chequeo (300 becquerelios es el límite fijado por la directiva europea).
  • No fumes ni permitas que se fume en el interior de tu casa.
  • Chequea el funcionamiento de calderas y calefactores, y evita los humos de chimeneas y cocinas.
  • Huye de los aromas artificiales, tanto en productos de limpieza y de aseo como en cosméticos.
  • Ventila bien la casa (entre 10 y 15 m diarios), incluso en invierno, y abre también los armarios.
  • Coloca unos recipientes con agua sobre los radiadores para evitar que el ambiente esté excesivamente seco.
  • Si notas demasiada humedad, instala deshumidificadores ecológicos y vigila la aparición de mohos. Un buen nivel de humedad ambiental está entre 30 y 50%.
  • Bicarbonato y vinagre son excelentes productos de limpieza y tienen propiedades antisépticas, desodorantes y suavizantes. El aceite de árbol del té con agua ayuda a eliminar mohos y tiene efecto desinfectante.
  • Canela, lavanda, tomillo y romero aromatizan el ambiente de forma natural.
  • Las plantas que purifican el aire, según la NASA, son el poto, el espatifilo, la palma de bambú, la sanseviera y el ficus robusta.

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