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sábado, septiembre 30

Bill Traylor, el ‘blues’ del Van Gogh negro que nació esclavo

(Un texto de Víctor Rodríguez en El Mundo del 5 de enero de 2020)

A diferencia del artista holandés, Bill Traylor no perdió una oreja sino una pierna, aunque su reconocimiento le llegó también después de muerto. Nació esclavo y empezó a pintar a los 86 años. Vendía sus cuadros a 25 céntimos. Hoy sus obras cuelgan en los principales museos de Estados Unidos y se venden a precios desorbitados. La próxima, un dibujo que Steven Spielberg regaló a la autora de 'El color púrpura', y que subastará Christie's.

El dibujo, primitivamente ejecutado a lápiz y témpera sobre un papel de 48 x 61 cm, muestra a una mujer sobre fondo rojo interpelando a un hombre con sombrero que fuma en pipa. Ambos llevan un paraguas cerrado. Por la otra cara, un perro desproporcionadamente grande saca la lengua a través de una afilada dentadura y vuelve a aparecer un hombre, también con sombrero y dibujado de la misma manera, con el contorno del tronco y las extremidades trazado a regla pero la cabeza perfilada a pulso. Técnicamente es muy rudimentario, la clase de dibujo del que cualquier cuñado diría con desdén que eso lo haría su hijo de cuatro años. Y no iría desencaminado. Datado entre 1939 y 1942, aunque su autor tenía entre 86 y 89 años cuando lo realizó apenas llevaba tres o cuatro años dibujando.

¿Cómo es entonces que Christie's, la casa que lo subasta en Nueva York el 17 de enero [de 2020], espere rematarlo en casi medio millón de dólares? La fascinante biografía del artista que lo dibujó, Bill Traylor, y la curiosa procedencia del dibujo, en la que se entremezclan los nombres de Steven Spielberg y la escritora Alice Walker, tienen bastante que ver. Una historia que el propio Spielberg podría haber filmado.

Sin duda, en la estimación de entre 200.000 y 400.000 dólares (entre 180.000 y 355.000 euros aproximadamente), que Christie's ha hecho de Man on White, Woman on Red / Man with Black Dog, como se ha dado en titular la obra, ha tenido que ver que a principios de 2019 otro dibujo de Traylor, Woman Pointing at Man with Cane, se vendiera, también en Christie's, por 396.500 dólares, 10 veces su estimación inicial. No está mal para un artista que en vida vendía sus dibujos por 25 centavos.

SINGULAR

Man on White, Woman on Red es, además, una pieza extremadamente singular. Según Cara Zimmerman, especialista de Christie's en Arte Popular Americano y Arte Marginal, «es muy raro que sea tan grande en comparación con otras obras de Traylor. Es muy raro que Traylor pintara sobre fondo rojo. Es muy raro también que lo hiciera en papel, porque solía hacerlo en la parte de atrás de cartones rescatados de cajas de caramelos o de puros. Y es muy raro que utilizara ambas caras».

Pero si algo hace especial este dibujo es que durante más de 30 años colgara de una pared de la casa de la escritora Alice Walker y cómo llegó hasta allí. Walker fue la primera mujer negra en ganar el Premio Pulitzer. Lo hizo en 1983 con su tercera novela, El color púrpura, que un par de años después Steven Spielberg llevó al cine. Protagonizada por Whoopi Goldberg, el papel que la lanzó al estrellato, la película fue un éxito, con 11 nominaciones a los Oscar, aunque no ganó ninguno. Agradecido, en 1986 Spielberg acudió a la galería neoyorquina Hirschl & Adler y compró Man on White, Woman on Red para regalárselo a Walker.

No fue casual que eligiera una obra de Traylor: El color púrpura narra la historia terrible de dos mujeres negras en el sur de EEUU en los años 30; Traylor, nacido en esclavo en Alabama, pasó la mayor parte de su vida recogiendo algodón o malviviendo en las calles y solo en el tramo último de su vida, hacia finales precisamente de los años 30, empezó a plasmar en dibujos, de manera un tanto críptica, sus experiencias en una sociedad profundamente segregada.

Según la nota de prensa que Christie's distribuyó hace unas semanas, cuando Spielberg le entregó el cuadro a Walker le dijo sonriendo: «Espero que después de ver la película no te enfades tanto como la mujer de rojo». La escritora tuvo ciertas reservas después de ver la película en un pase privado en San Francisco, pero con el tiempo acabó admitiendo que se trata, en sus propias palabras «de una obra maestra». En cuanto al dibujo, lo colgó en su casa. Enmarcado, ni ella ni Spielberg sabían que por el otro lado estaba Man with Dog, algo que descubrió entre saltos de alegría Zimmerman cuando lo desenmarcó para el estudio previo a su venta.

Durante más de 30 años, pues, el hombre sobre fondo blanco y la mujer sobre fondo rojo continuaron regañando entre el resto de obras de arte de la colección de Walker, con grabados de Rufino Tamayo y cuadros de la feminista sueca Monica Sjöö. «Me ha encantado tenerlo, pero mi espíritu me dice que ha llegado el momento de buscarle un nuevo hogar», asegura la escritora en la nota de Christie's. En declaraciones adicionales recogidas por el Wall Street Journal ha aludido a los incendios que se vienen produciendo en California, donde reside. Solo en el último año se han registrado 6.190 fuegos en los que han ardido más de 80.000 hectáreas, algunos no muy lejos de su casa, en el norte del estado. «Confío en que pueda colgar de una pared más segura que la mía», ha dicho.

Sea por eso o por otra razón, lo cierto es que su «espíritu» ha tenido un agudo olfato comercial. «A la creciente atención a artistas fuera del canon como las mujeres o los pintores afroamericanos, se añade un interés por Traylor en particular manifestado en exposiciones como la que le dedicó hace poco el Smithsonian Museum de Washington o la recién inaugurada en la galería David Zwirner de Nueva York», subraya Zimmerman. Unos 40 dibujos de Traylor cuelgan en este espacio del Upper East Side con precios entre 60.000 y 500.000 dólares (entre 54.000 y 450.000 euros). «Bill Traylor es un artista norteamericano fundamental que ha sido crónicamente ignorado, en gran parte por las relaciones raciales que ha vivido este país. Estamos muy orgullosos de ser parte humilde en la revaluación de su trabajo y su vida», asegura a Crónica Lucas Zwirner, director de contenidos de la galería.

RECOGIDA DE ALGODÓN

Leslie Umberger es quizá la mujer que más sabe de la vida y obra de Bill Traylor. Conservadora de Arte Popular y Autodidacta del Smithsonian Museum, fue la comisaria de Between Worlds. The Art of Bill Traylor, la muestra que la institución en que trabaja, una de las mayores de EEUU, acogió entre septiembre de 2018 y abril de 2019. En total, siete años de investigación, 155 obras expuestas y un millón de visitantes. «Creo que conseguimos posicionó a Traylor como artista americano relevante del siglo XX», afirma, «el único nacido en esclavitud que ha dejado un cuerpo de obras que testimonian de primera mano la experiencia de la negritud en el sur de EEUU. Una afirmación de individualidad en un tiempo y un lugar en el que no tenía ni referentes ni medios ni apoyo».

Venido al mundo en abril de 1853 en una plantación del condado de Dallas, en Alabama, nació siendo propiedad de los herederos de J.G. Traylor, un cultivador de algodón. Formalmente la esclavitud se abolió en 1865, cuando tenía 12 años, pero en realidad poco cambiaron las cosas. Siguió trabajando en la recogida de algodón para la familia Traylor durante años y luego en otras plantaciones. No fue hasta 1927, con 74 años, y tras haber tenido 15 hijos con tres mujeres distintas, cuando se mudó a la ciudad de Montgomery, también en Alabama.

ENTRE ATAÚDES

Malvivía gracias a empleos precarios como el que consiguió en una fábrica de zapatos. No eran tiempos fáciles. Dos años después de su llegada a Montgomery la Bolsa de Nueva York hacía crack y comenzaba la Gran Depresión. De edad avanzada, dormía en pensiones o donde podía. Durante una temporada lo hizo en la trastienda de la funeraria de Ross Clayton, entre ataúdes, con algunos conocidos. Analfabeto, como la mayoría de afroamericanos de su edad, no está claro cuándo empezó a dibujar, pero no fue hasta pasados los 80 años.

«Es probable que fuera un poco antes de 1939, pero no hay evidencia», comenta Umberger. «Hasta entonces había tenido que emplear todo su tiempo, cada día de su vida, en ganar algo de dinero para procurarse lo básico para sí mismo y para su familia. Anciano y con una salud depauperada, llegó un momento en que ya no podía trabajar. Empezó a depender de la ayuda de los miembros de la comunidad negra de Montgomery [también se le concedió una mínima pensión]. Y por primera vez en su vida tuvo tiempo para empezar a dibujar, para poner sobre papel sus vivencias de la única manera que sabía».

Traylor comenzó así a dibujar en la calle. Primero a la entrada de una herrería en Monroe Street, en la zona comercial para los negros de la segregada Montgomery, luego junto a la puerta trasera de unos billares. Sentado y con un tablero en el regazo -más tarde se agenciaría una mesa- se doblaba sobre sí mismo trazando en trozos de cartón desechados sus enigmáticas figuras: hombres con sombreros y bastones, mujeres, perros, gatos, serpientes, árboles antropomórficos, dramáticas escenas...

Todos los días, durante horas, de lunes a sábado. Los domingos, según recoge la profesora emérita de la Universidad de Haifa Mechal Sobel en su libro Painting a Hidden Life. The Art of Bill Traylor, desaparecía sin que nadie supiera adónde iba.

Una mañana, en la primavera de 1939, acertó a pasar por Monroe Street Charles Shannon. Pintor, blanco, 62 años más joven que Traylor, quedó fascinado. Formaba con otro grupo de artistas blancos de Montgomery una especie de grupo progresista que se hacía llamar The New South. Jay Leavell, otro miembro del grupo, ya le había hablado de Traylor. Y cuando lo conoció cayó rendido.

RATAS, VASOS Y ZAPATOS

Shannon empezó a pasar a Monroe Street con frecuencia. «El primer día que lo vi estaba dibujando a lápiz ratas, vasos y zapatos muy alineados en un trozo de cartón», recordaría casi 50 años después. «En los días siguientes siguió trabajando y era evidente que algo notable estaba pasando: los temas cada vez eran más complejos, las formas cada vez tenían más fuerza, el ritmo de sus obras empezaba a cobrar una entidad propia».

Le regaló pinturas al agua y pinceles y, sobre todo, empezó a comprarle sus dibujos. Incluso pintó un mural en el que se veía a Traylor pintando en la calle y organizó una exposición con un centenar de las obras que le había comprado. Fue en Montgomery, en febrero de 1940, y pese al entusiasmo de un par de periodistas locales que la reseñaron, aquella muestra no llegó a ninguna parte.

Traylor llegaría a visitarla, Shannon lo cuenta: «Llegó apoyándose en sus dos bastones, y empezó a mirar sin que le cambiara la expresión, simplemente miraba. Se inclinaba y apuntando con el bastón decía: 'Mira ese hombre, le va a pegar a la gallina'. Vio todos los dibujos y después de un rato, cuando ya había llegado al final, estaba listo para irse, así que le ayudamos a bajar por las escaleras y le llevamos hasta donde solía ponerse, en la acera, donde se sentó en su caja, cogió su lápiz y empezó a dibujar. No hizo la menor mención a que aquellos dibujos los hubiera hecho él y nunca habló de la exposición. A nadie impresionaba menos Bill Traylor que a sí mismo».

La relación entre Traylor y Shannon se prolongó al menos durante tres años. «Shannon y sus colegas de The New South eran liberales y estaban fascinados con todo el movimiento de artistas, músicos y escritores negros que estaba floreciendo en Nueva York y otras ciudades del norte de EEUU», relata Umberger, «pero aquello era Montgomery, en el corazón del sur de las leyes de segregación racial. La relación entre ambos nunca pudo haber sido de amistad entre iguales. A pesar de ello, y hasta donde era posible, creo que sí construyeron algo parecido a una amistad. El interés de Shannon por Traylor era genuino. Era, además, una relación de patronazgo en la que Shannon jamás le dijo a Traylor lo que tenía que pintar. Dicho esto, es fundamental tener en cuenta que Traylor nunca se habría sentido capaz de ser completamente honesto y abierto con un hombre o una mujer blancos. Los riesgos de hacerlo, en aquel tiempo, eran incontables».

Durante ese periodo, Bill Traylor fue extraordinariamente prolífico. La cantidad de dibujos que realizó entre 1939 y 1942 se estima en entre 1.200 y 1.500, a razón de más de uno al día. Su estilo, sin perder esa fuerza primitiva, se fue depurando. «Era capaz de convertir alegorías muy potentes y recuerdos en escenas casi fotográficas», subraya Umberger. «Sus dibujos tienen una gran capacidad narrativa y una poderosa carga simbólica. La mayoría cuentan la historia de su vida».

Una historia en la que la violencia estaba a flor de piel. Algunos de los compañeros que dormían con él en la funeraria de Ross Clayton decían que, aunque era un hombre taciturno hablaba con enorme agitación en sueños. Y está documentado que la policía asesinó a tiros a su hijo en 1929. Él mismo identificó el cadáver.

«La potencia de las imágenes de Traylor reside en la opresión que tuvo que soportar y en la capacidad que adquirió para describir esos recuerdos y emociones velando los espinosos asuntos raciales y de clase bajo una pátina de cotidianidad», insiste la comisaria de Between Worlds. «El mero hecho de que se sentara a dibujar en Alabama en 1939 ya era un acto radical. Toda su existencia se había basado en conocer la diferencia entre blancos y negros y en mantener sus ideas y opiniones ocultas. Sus imágenes son muchas veces abstractas o ambiguas porque aunque había vivido toda su vida entra la desigualdad y el trauma comprendía que tenía que moverse entre dos aguas: la necesidad de expresar la crudeza de sus recuerdos y los riesgos para su vida de criticar abiertamente la sociedad blanca. Y sin embargo, cuando se toma toda su obra en conjunto, el significado de esos temas y ese simbolismo se revela con asombrosa nitidez».

El 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron Pearl Harbor. EEUU entró en la II Guerra Mundial y Charles Shannon, que había coleccionado la mayor parte de dibujos de Traylor hasta entonces, fue llamado a filas unos meses después, el 6 de junio de 1942.

ENFERMO DE DIABETES

No significa que Traylor dejara de dibujar. Muy al contrario, siguió haciéndolo hasta muy poquito antes de su fallecimiento, el 23 de octubre de 1949, pero nadie se ocupó de guardar todo ese material y hoy está perdido. Bastante enfermo de diabetes, había perdido tres dedos del pie en 1943 y en 1946 le tuvieron que amputar la pierna izquierda. En una de las últimas fotos que se conservan de él, sentado a su mesa de dibujo al aire libre y rodeado de algunos dibujos de esa época hoy perdidos, se advierte la ausencia de la extremidad.

Bill Traylor murió en el olvido con 96 años. Décadas después, hacia mediados de los años 70, Charles Shannon y su esposa, Eugenia, ordenaron todos los dibujos suyos que conservaban. En 1979 algunos de ellos se expusieron por primera vez en la galería de Richard Oosterom, en Nueva York. Pero fue sobre todo a raíz de que 36 de sus trabajos se incluyeran en la muestra colectiva Black Folk Art in America en la Corcoran Gallery de Washington, uno de ellos elegido para ilustrar la portada del catálogo, cuando el interés por el artista empezó a crecer.

Sus herederos llegaron a pleitear con Shannon por su legado. En 1992 acabaron llegando a un acuerdo extrajudicial con él y reconociendo la importancia que había tenido en preservar y recuperar su figura.

EN EL MOMA

Es curioso. En 1941 Shannon viajó a Nueva York con unos cuantos dibujos de Traylor para enseñárselos a Victor D'Amico, entonces director del departamento de educación del MoMA. A D'Amico le encantaron, organizó una exposición con ellos en la Escuela Fieldston de Bellas Artes de Riverdale, en el Bronx, y convenció a su jefe Alfred Barr, el totémico primer director del célebre museo, de que los comprara. Llegó a haber incluso una oferta, pero Shannon no la aceptó.

Según dijo después ni siquiera le habían preguntado si quería venderlos y no le ofrecieron más que dos dólares por los dibujos de mayor tamaño y un dólar por los demás. Es probable que malinterpretara el mensaje que le mandaron desde el museo, da a entender Umberger, que pensara que miembros del equipo directivo del MoMA quisiera comprar las obras de manera privada y que luego habría una oferta separada por las que Barr había seleccionado para la colección del museo. Como fuera, no quiso venderlos.

En 1995, un año antes de morir de cáncer de próstata, Shannon donó ocho dibujos de Traylor al MoMA (aparte de otros 12 al Metropolitan Museum y uno al Whitney Museum).

El pasado octubre el MoMA reabrió tras cuatro meses de cierre para abordar una profunda reorganización de la parte de su colección que muestra al público. Han tenido que pasar 70 años de su muerte, pero hoy cinco dibujos de Bill Traylor cuelgan permanentemente de las paredes del museo de pintura moderna más importante del planeta. El mundo del arte ya lo ha abrazado. El 17 de enero [de 2020] en Christie's se verá si el martillo del dinero bendice ese abrazo.

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jueves, septiembre 28

Almogávares: el terror de oriente

(Un texto de Sergio Martínez Gil en historiaragon.com, leído el 9 de abril de 2016)

Imaginemos la clásica imagen que todos tenemos en la cabeza del Partenón de Atenas: incompleto, pero a la vez imponente en lo alto de la acrópolis, desafiando al paso de los siglos, las civilizaciones, culturas, guerras,… Imaginemos entonces uno de los edificios más famosos de todo el planeta y de la historia del ser humano, pero en el año 1379. ¿Por qué ese año? Porque si realmente pudiéramos viajar en el tiempo como en la famosa serie de la televisión pública española, veríamos el mayor monumento de la Grecia clásica coronado con una bandera de las barras del rey de Aragón ondeando en lo alto. Esto no sería fruto de algún espontáneo de la época, sino de una de las aventuras más legendarias y a la vez bárbaras de la historia medieval: hablamos de la compañía de los almogávares.

¿QUIÉNES ERAN LOS ALMOGÁVARES?

¿Quiénes eran realmente los almogávares? Normalmente, cuando se habla de ellos, la idea que se tiene va asociada a sus últimas etapas de existencia, que a la postre fueron las que les dieron más fama. Pero la historia de los almogávares se alarga mucho más en el tiempo.

Ya el significado de la palabra nos dice mucho de quiénes eran. Almogávar proviene del árabe al-mogavar, que significa el que hace algaras o correrías. Durante la conquista de las tierras dominadas por los musulmanes a lo largo del valle del Ebro, muchas zonas de frontera o recién conquistadas se quedaban prácticamente desiertas, siendo áreas muy permeables y sin ninguna autoridad política o militar. Eran frecuentes la inseguridad y las escaramuzas de saqueo, tanto por parte cristiana como musulmana. Es bastante probable que el origen de muchos de estos almogávares fuera el de campesinos aragoneses y catalanes que se vieron obligados a abandonar sus tierras de frontera y a convertirse en soldados de fortuna, aunque fuera a veces sólo temporalmente como defensa o incluso como un complemento económico a su actividad. El objetivo de las correrías era obtener botín, normalmente en forma de personas y animales que luego se podían intercambiar por dinero. Las continuas incursiones de tropas musulmanas en las fronteras obligarían también a muchos a tener que buscar refugio en los bosques y montañas, dejando abandonadas sus tierras de labor. Ante este peligro constante, muchos acabarían dedicándose plenamente a las algaradas fronterizas permanentes contra los musulmanes. Probablemente, muchos nobles les pagarían incluso por adentrarse en territorio enemigo y hacer el máximo daño posible y así debilitar los ataques islámicos y ahorrarles el trabajo que en teoría debían de hacer ellos.

La referencia histórica más antigua que habla de los almogávares dentro de los ejércitos cristianos es de la crónica aragonesa de San Juan de la Peña, que los sitúa participando en el asedio de Saraqusta (la Zaragoza islámica) con las tropas de Alfonso I el Batallador en 1118. Eran hombres que utilizaban poco armamento: apenas un par de lanzas, una daga larga y casi sin armadura, lo que les hacía muy rápidos. Los almogávares actuaban con extremada rapidez, atacando en cualquier sitio de forma inesperada, saqueando y realizando el mayor daño posible durante unos días para después retirarse antes de que el enemigo pudiera organizar una defensa adecuada. Conforme la conquista avanza, los territorios de la Corona de Aragón irán perdiendo frontera directa con el islam hasta perderla totalmente, quedándose sin su medio natural de vida. Es por ello por lo que comienzan a ofrecer sus servicios a la corona como compañías de mercenarios, siendo muy bien aceptados por su capacidad combativa y su excepcional movilidad, siendo toda una novedad en la forma de hacer la guerra en el medievo, carente de miramientos con respecto a los convencionalismos del arte de la guerra.

Apenas son nombrados en El libro de los hechos de Jaime I el Conquistador, donde se relata la conquista de Mallorca y Valencia ya en el siglo XIII, pero no porque su contribución fuera poca, sino porque se consideraba que su forma de luchar, aunque muy efectiva y necesaria, no era honrosa y no seguía los parámetros caballerescos de la época.

En un principio, los almogávares operaron dentro del ejército aragonés como mercenarios encargados de acciones de exploración, actuando como complemento de la caballería y de los ballesteros, que eran el grueso de los ejércitos de la corona. Pero a partir de la mitad del siglo XIII, van aumentando en número y agrupándose en unidades más independientes, hasta convertirse en la punta de lanza y en los cuerpos de élite de la Corona de Aragón.

Ya hemos comentado la simplicidad de su equipamiento militar, el cual les daba mucha movilidad. Además, vestían una camisa corta y unas calzas de cuero, calzaban abarcas y cubrían su cuerpo con pieles. Todo esto, junto a sus largos cabellos y pobladas barbas les conferían un aspecto desharrapado, pero sobre todo fiero, que atemorizaba a sus enemigos con tan sólo verlos.

A finales del siglo XIII y principios del XIV, buena parte de sus integrantes eran catalanes, pero también había numerosos aragoneses, además de valencianos y mallorquines. Sin duda, el escenario que les acabó dando gran fama como guerreros fue la Guerra de las Vísperas Sicilianas (1282-1302). En 1266, el papado y Francia se aprestan a eliminar el último reducto en Europa de los Hohenstaufen, la familia que había ostentando el trono del Sacro Imperio Romano Germánico y que tanto se había opuesto al poder del Papa. Este último reducto era el reino de Nápoles, que también englobaba la isla de Sicilia. Así pues, el papa decide sacarse de la chistera el rumor de que Manfredo Hohenstaufen, rey de Nápoles, desea someter a toda Italia, incluida Roma, bajo su poder. Hecho correr el rumor, le ofrece la corona de Nápoles a Carlos de Anjou, señor de Provenza y tío del rey de Francia, Felipe III, que por aquel entonces era ya una de las mayores potencias militares de Europa. En 1266 Carlos de Anjou derrota al rey napolitano y se hace con la corona, comenzando el reinado de los franceses en este reino.

Sin embargo, la actitud de Carlos, de sus nobles franceses y de sus seguidores en el gobierno de Sicilia no cayó muy bien entre la mayoría de los sicilianos, que comenzaron a organizar núcleos de resistencia contra los odiados franceses. Pero la represión no tardó en llegar, y muchos antifranceses tuvieron que exiliarse, como es el caso de Roger de Lauria, que acabó en la corte barcelonesa de Jaime I, donde se formó y acabó siendo el legendario almirante de las flotas de la Corona de Aragón.

Es aquí donde entra Pedro III el Grande de Aragón, que estaba casado con Constanza, hija del depuesto rey napolitano y posteriormente única heredera viva de este. Pedro III comenzó a urdir una serie de planes diplomáticos y militares con el objetivo de aislar a Carlos de Anjou y a los franceses, y hacer valer por las armas los derechos de su esposa a ser reina de Nápoles, lo que, casualidades de la vida, también le hacía rey a él.

Por fin, un 30 de marzo de 1282, estalla en Palermo (Sicilia) una revuelta antifrancesa que acabó con toda la isla levantada en armas contra Carlos de Anjou. Las malas lenguas dicen que Pedro III fomentó desde el principio dicha rebelión junto a la colaboración del emperador de Bizancio, que hacía ya tiempo que se la tenía jurada a los franceses. Los sicilianos trataron de proclamar un reino independiente, pero ante la abrumadora superioridad del ejército de Carlos de Anjou, probablemente el más poderoso del momento, decidieron ofrecer la corona a Constanza y por tanto a su esposo, Pedro III de Aragón. De nuevo casualidades de la vida, Pedro III se encuentra en Túnez (muy cerca de Sicilia) con un importante ejército, y enseguida desembarca en Sicilia y se hace coronar rey en Palermo. La guerra entre aragoneses y franceses comienza con la intermediación del Papa, que como buen francés apoya a Carlos de Anjou y llega a excomulgar a Pedro III.

Los ejércitos franceses y los de Carlos de Anjou eran superiores a los de Aragón, pues cuentan con mayor cantidad de caballeros e infantería pesada. Pero la estrategia de Pedro III rompe los esquemas de guerra tradicionales. La flota aragonesa, bajo las órdenes de Roger de Lauria, derrota a las naves francesas controlando el Mediterráneo. Una vez logrado, la flota mueve rápidamente de un lado a otro a las tropas aragonesas y, más concretamente, a la compañía almogávar que lleva a cabo ataques relámpago incluso por las noches, con el objetivo de debilitar al enemigo y sobre todo de provocar el levantamiento de las ciudades del sur de Italia que todavía están en poder de Carlos de Anjou. Los almogávares, bajo las órdenes de Guillem Galceran de Cartellà, logran imponerse constantemente a los franceses, con victorias como la de Catona, Solano y Seminara, o la toma de Catanzaro ya en territorio peninsular. Las costas del sur de Italia fueron pasto de las algaradas de los almogávares, que eran rápidamente distribuidos por la flota de un lugar a otro, minando la teórica superioridad de los franceses. La guerra prosiguió durante años, con largas fases de escasos movimientos, hasta que en 1302 se firma la Paz de Caltabellota, por la que Sicilia se desligaba del Reino de Nápoles y quedaba dentro del entorno de la Casa Real de Aragón.

Lograda la paz para la Corona de Aragón, la compañía mercenaria de los almogávares, que tan excelente papel había hecho en Sicilia y el sur de Italia, y que tanta fama había logrado, pasaba a estar ociosa y a convertirse en un problema para los reyes de Aragón y de Sicilia. Para los almogávares tanto les daba luchar por sus empleadores como contra ellos mientras recibieran su sustento. Es ahí donde aparece el emperador de Constantinopla y donde comienza la parte más legendaria de esta historia.

LOS ALMOGÁVARES LLEGAN A ORIENTE

Mientras en Occidente la Corona de Aragón iba aumentando su poderío, en Oriente, la antaño gran potencia mediterránea que había sido el Imperio Bizantino languidecía y se veía amenazado por múltiples enemigos. Esto hacía presagiar el rápido fin de la llamada segunda Roma. Justo un siglo antes, el catolicismo había convocado la Cuarta Cruzada para recuperar Tierra Santa, pero las tropas que llegaron ante los muros de Constantinopla de camino a Jerusalén decidieron cambiar de objetivo y luchar contra sus hermanos, los cristianos ortodoxos del Imperio Bizantino. Constantinopla fue por primera vez en su historia tomada y brutalmente saqueada, creándose el Imperio Latino de Oriente y dejando dividido al Imperio Bizantino (1204). Pasarían sesenta años hasta que los emperadores de Bizancio recuperaran su capital, pero el gran poderío bizantino nunca volvería ya a ser ni la sombra de lo que fue. Esto fue aprovechado por sus numerosos enemigos.

En los Balcanes, eran los serbios los que arrebataban territorios al Imperio, además de varios estados latinos en Grecia, supervivientes del Imperio Latino anteriormente mencionado, y gobernados en su mayoría por los franceses. Pero la más temible amenaza eran las tribus turcas, que avanzaban cada vez más por Anatolia. Varias habían sido las oleadas de tribus turcas que habían llegado a Anatolia desde el interior de Asia, pero una de ellas sería la que sellaría el destino de Constantinopla. Se trata de la tribu mandada por su caudillo Osmán y a la que se acabó denominando osmanlíes, más conocidos en Europa como otomanos.

La Anatolia ocupada por los turcos estaba dividida en varios sultanatos, pero es en este momento cuando los otomanos comienzan a sobresalir e irán imponiéndose poco a poco sobre el resto a lo largo del siglo XIV. En 1301, los ejércitos bizantinos son derrotados por los turcos en Anatolia en la Batalla de Bapheus. Queda patente que los ejércitos imperiales dirigidos por Miguel,  hijo del emperador, son totalmente incapaces de frenar al enemigo, y tan sólo las imponentes fortificaciones de ciudades como Filadelfia, Nicea, Esmirna, etc., hacen que el Imperio siga presente en Asia Menor. Pero era cuestión de tiempo que los turcos lograran sobrepasar esas defensas y llegar hasta la misma capital.

El emperador Andrónico II Paleólogo decide acudir, como tantas veces había hecho ya el Imperio, a la contratación de mercenarios extranjeros para intentar una defensa que se antojaba casi imposible. Es aquí donde llega a Andrónico la noticia de una pintoresca compañía de mercenarios de la Corona de Aragón, con la que en reinados anteriores habían mantenido estrechas relaciones diplomáticas y comerciales. Hablamos de los almogávares, por supuesto, que justo en ese momento se acababan de quedar sin empleo tras el final de la guerra en Sicilia, y cuya presencia en tierras italianas suponía un problema para todo el mundo.

Andrónico mandó emisarios a Roger de Flor, por entonces líder de la compañía almogávar, para proponerle ser contratados para defender al Imperio Bizantino. Roger de Flor solicitó que se le concediera el título de megaduque del Imperio y la mano de una princesa imperial. Una vez alcanzado también el acuerdo sobre el pago de las soldadas, los emisarios nombraron megaduque a Roger de Flor y le prometieron su casamiento con la princesa María, todo lo cual le convertía de la noche a la mañana en el cuarto hombre más importante del Imperio. El emperador sólo puso una condición: la compañía tenía que estar conformada exclusivamente por catalanes y aragoneses, cosa que se cumplió… al principio.

En Sicilia vieron con muy buenos ojos la marcha de los almogávares, e incluso aportaron diez galeras para facilitar su transporte a oriente y una pequeña cantidad de dinero en concepto de fin de contrato por sus servicios prestados. Treinta y seis naves zarparon del puerto siciliano de Mesina con la compañía almogávar, formada por 4.000 hombres de infantería, 1.500 caballeros y unos 1.000 marinos, junto a sus mujeres, hijos, etc. De este grupo destacaban por su procedencia nobiliaria Ferrán d’Arenós, Fernando de Ahonés, Berenguer de Entença y Bernat de Rocafort, aunque estos dos últimos irían con sus hombres a oriente un tiempo más tarde, pues se negaban a entregar a los franceses varios castillos en Italia hasta que no les pagaran un rescate adecuado.

Por fin, en septiembre del año 1303, la flota llegaba por mar a Constantinopla y sus tropas desembarcaban en el puerto más cercano al palacio imperial de Blaquernas. Los almogávares quedaron realmente impresionados ante las dimensiones y fastuosidad de la ciudad, una de las más imponentes del mundo de la época. Roger de Flor y sus capitanes fueron recibidos por el emperador Andrónico II, su hijo Miguel, la jerarquía de la Iglesia ortodoxa y por los grandes prohombres del imperio en la gran sala de audiencias del palacio. Fueron recibidos con todo tipo de honores, y Roger de Flor fue investido oficialmente como megaduque del Imperio bizantino. Tras los actos oficiales, los almogávares desfilaron por el paseo triunfal (usado antaño para los triunfos militares al estilo romano) y que atravesaba la ciudad y llegaba hasta las inmediaciones de la gran basílica de Santa Sofía. Los bizantinos se asombraban al ver desfilar a unos bárbaros mal vestidos, más parecidos a labriegos o pastores que a soldados, pero su disciplina al desfilar ya superaba con creces a la del maltrecho ejército imperial.

Pero no todo eran parabienes. Los mandos del ejército bizantino, incluido Miguel, el heredero al trono, veían con profunda envidia la llegada de estos casi harapientos hombres de Occidente, que para más inri profesaban la religión católica, mortal enemiga de la Iglesia ortodoxa. Tampoco estaba muy contenta la gran comunidad de genoveses que estaba asentada en el barrio de Pera, al otro lado del Cuerno de Oro (el gran puerto natural de la ciudad), y veían la presencia almogávar como la avanzadilla de la llegada a oriente del comercio catalán, su gran competidor.

Tras finalizar los actos de recibimiento, la compañía se acuarteló en las inmediaciones del palacio. Pero como buen grupo de guerreros acostumbrados a la guerra y a armar jaleo, pronto empezaron los desmanes contra la población civil. Robos, violaciones, duelos, cuchilladas… Para tratar de evitar los altercados, el emperador quiso acelerar el casamiento de Roger de Flor con la princesa María de Bulgaria y así enviar cuanto antes a los mercenarios a llevar a cabo la misión para la que habían sido contratados: luchar contra los turcos en Anatolia.

Aún con todo no se pudo evitar uno de los altercados, por llamarlo de alguna manera, provocado por los almogávares. La misma noche del enlace, un almogávar paseaba solo y un grupo de genoveses empezaron a burlarse de su aspecto desaliñado. El almogávar, ni corto ni perezoso, desenvainó su espada y comenzó a luchar contra los genoveses y a la refriega comenzaron a unirse hombres de ambos bandos. La lucha se extendió y llegado un momento, buena parte de los genoveses se presentaron en armas ante el acuartelamiento de la compañía. Comenzó una verdadera batalla campal por las calles de la ciudad, y pronto los almogávares se hicieron con el control de la situación, dedicándose a exterminar a todo genovés que se encontraban. Incluso asesinaron a algunos de los emisarios que el emperador mandaba para tratar de mediar y poner fin a los disturbios. Tan sólo la mediación de Roger de Flor logró poner fin a la refriega cuando los almogávares se disponían a embarcar para ir a destrozar el barrio genovés de Pera. Algunas fuentes hablan de que unos 3.000 genoveses fueron asesinados.

Si algo tenía esto de positivo, es que la compañía disipó toda duda que pudiera quedar sobre su capacidad combativa. Pero por otro lado, se granjearon un enemigo muy poderoso en los genoveses, cuyo poderío militar en Oriente era imponente.

El emperador, por fin, decide mandar a los almogávares a Anatolia. La flota cruzó el estrecho del Bósforo y desembarca en las costas dominadas por el Imperio. En un principio, los griegos que vivían en la zona recibieron con alegría a aquellos que en teoría venían a ayudarles en su lucha, pero pronto descubrieron que sus teóricos salvadores iban a ser aún más crueles que los turcos. Nada más llegar, los almogávares comenzaron a cometer crímenes contra la población. Como escribió Paquimeres, un cronista de la época: “Les robaron la plata, saquearon aldeas, violaron a las mujeres y trataron a los habitantes como si se hubiese tratado de esclavos”. Hay que decir que hubo capitanes de la compañía que protestaron por estas acciones, como Ferrán d’Arenós, que tras protestar ante Roger de Flor decidió abandonar la expedición y se marchó con sus hombres (muchos de ellos aragoneses) a buscar fortuna al servicio del duque de Atenas.  Sin embargo, en compensación a los almogávares se unieron mercenarios armenios, tártaros y alanos, además de un destacamento bizantino mandado por Focas Marules.

A los días de llegar, Roger de Flor enarboló el senyal d’Aragó, y al grito de ¡Desperta ferro, Aragó, Aragó!” atacó por sorpresa un campamento turco sin avisar a las tropas bizantinas. Esta fue la primera victoria de tropas cristianas en Anatolia desde hacía mucho tiempo, y fue muy celebrada en Constantinopla cuando llegaron las noticias. Pero al no haber avisado y dejado participar a las tropas bizantinas de Focas Marules, los comandantes bizantinos, y en especial el heredero al trono Miguel, aumentaron todavía más su rencor hacia Roger de Flor.

Llegado el invierno del año 1303, los almogávares acamparon para pasar el invierno, pero esto no significó una mayor tranquilidad. En cuanto los soldados pasaban unas pocas semanas acuartelados en algún lugar, enseguida se buscaban “divertimentos”, como saquear a los civiles o luchar entre ellos mismos. Eso es lo que pasó en ese invierno, cuando se produjeron unos altercados entre los almogávares y sus aliados, los alanos. En una de las luchas, el líder de los alanos, Gircón, perdió a su hijo. Tras un sangriento enfrentamiento, los alanos abandonaron la expedición almogávar y Roger de Flor se ganó un nuevo enemigo mortal, por si no tenía ya bastantes. Esto le acabaría pasando factura meses más tarde.

Llegado el verano de 1304, la compañía volvió a ponerse en marcha. Contaban unos 6.000 aragoneses y catalanes, 1.000 alanos que habían decidido quedarse en busca de fortuna y otros 1.000 soldados bizantinos. Comenzaron a avanzar sobre las ciudades próximas a la costa del Egeo, y de nuevo volvieron a martirizar a la población que supuestamente venían a proteger. Otro cronista de la época, Phrantzes, escribió lo siguiente: “[…] deshonraban a sus hijas vírgenes y a las mujeres, y ataban y después apaleaban a los viejos y a los sacerdotes”.

Mientras tanto, las tribus turcas se habían retirado de la región tras sufrir su primera derrota, pues ya eran conocedores de la fama de los almogávares. De todas formas, el objetivo asignado por el emperador era acudir en auxilio de la gran ciudad de Filadelfia, que se encontraba bajo asedio del emir de Germiyan, Ali Shir. Poco antes de llegar, Ali Shir les salió al paso con el primer gran ejército turco que se encontraron. Se produjo entonces la Batalla de Aulax, pero sobre ella difieren las fuentes que hablan al respecto. Ramón Muntaner, cronista que habló de las hazañas de los almogávares y que formaba parte de la compañía, habla de una enorme victoria sobre los turcos, que habrían sufrido casi 18.000 bajas por apenas 200 por parte de los mercenarios. Pero las fuentes bizantinas hablan de que  justo al inicio de la batalla, los turcos se retiraron de forma vergonzosa. Sea como fuere, lo cierto es que los almogávares lograron su cometido y salvaron a Filadelfia del asedio turco.

Desde allí marcharon de nuevo hacia el sur acercándose a las costas del Egeo y tomando el control de la región. Las autoridades imperiales de la zona les mandaron tomar la ciudad de Tripolis, muy cercana a Filadelfia, en donde se había refugiado el emir Ali Shir con su ejército. Pero Roger de Flor lo desestimó, haciendo patente que si bien los almogávares eran una fuerza casi incontestable en batallas a campo abierto, no tenían prácticamente fuerza en el asedio de ciudades. Permanecieron cercanos a la costa para que se les uniera la flota almogávar al mando del aragonés Ferrán d’Ahonés. Pero sorprendentemente no sólo llegó dicha flota, sino que se les unió la compañía del valenciano Bernat de Rocafort, con unos 1.200 hombres, y que había permanecido hasta entonces en Sicilia hasta que arregló sus asuntos.

Una vez reforzados con los hombres de Rocafort, la compañía continuó su avance hacia oriente, adentrándose en los territorios de las tribus turcas. Según el cronista Muntaner, llegaron hasta las mismas Puertas Cilicias, un enclave natural y estratégico muy cercano a la frontera con la actual Siria. En realidad es poco probable que llegaran tan al oeste, y que Muntaner identificara con las Puertas Cilicias cualquier enclave no tan lejano. La cuestión es que en ese lugar, en agosto de 1304, los almogávares de nuevo se vieron enfrentados frente a un nuevo ejército turco. El cronista catalán habla de unos 10.000 jinetes y otros 20.000 infantes, pero lo más seguro es que las cifras estén infladas para magnificar lo acontecido. Lo cierto es que, de nuevo, la compañía logró una gran victoria frente a los turcos, enarbolando el senyal d’Aragó y gritando su lema de “¡Desperta ferro, Aragó, Aragó!” que tan famoso hizo Muntaner en su crónica. Llegados a este punto, parece ser que los capitanes tuvieron aún más ansias de gloria y, tentados al haber llegado tan lejos hacia el este y tras haber cosechado victoria tras victoria, surgió la idea de emprender el camino hacia Jerusalén y recuperar por sí solos los Santos Lugares de la cristiandad. Realmente era un caramelo muy goloso el hacer realidad el sueño de la fracasada cruzada que Jaime I trató de emprender apenas 35 años antes, y en la que habían participado también varias compañías de almogávares. Pero finalmente, se vio la inviabilidad de semejante campaña y decidieron regresar hacia su base en las costas del Egeo. Pasando allí el invierno, Roger de Flor recibió a unos emisarios del emperador que pedía su inmediato regreso a Constantinopla para que ayudara a su hijo Miguel frente a otro temible enemigo: los búlgaros. Roger de Flor decidió acatar las órdenes y toda la compañía cruzó de nuevo el mar para acampar, ya de nuevo en Europa, en la estratégica península de Galípoli, no muy lejos de la capital.

ROGER DE FLOR: DE CABALLERO TEMPLARIO A CÉSAR DE BIZANCIO

Pero, ¿quién era este Roger de Flor? Roger nació en la ciudad italiana de Brindisi, de donde era su madre, una burguesa casada con un oficial de cetrería del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II. Su familia se acabó arruinando, y su madre decidió entregarlo bajo la protección de la Orden del Temple, donde ingresó de joven. Llegó a alcanzar el grado de sargento al mando del navío templario El Halcón. Luchó en Tierra Santa, participando en la defensa de Acre1291-, el último enclave en poder cristiano en la región. Sin embargo, los templarios le acusaron de aprovechar la confusión de los últimos momentos de la defensa y la evacuación de la ciudad para saquear parte del tesoro templario y huir con su navío.

Tras esto decidió aprovechar sus conocimientos militares para hacerse mercenario y acabó al servicio del rey siciliano de la Casa de Aragón, Fadrique II. El rey le hizo capitán de una de las compañías de almogávares y participó en los últimos años de la Guerra de las Vísperas Sicilianas. Roger de Flor logró durante esta campaña la estima de sus hombres y un gran prestigio militar. Tras el final de la guerra aceptó rápidamente la oferta del emperador bizantino, que ya de por sí era muy generosa. Pero además, su marcha a oriente le protegía de las garras de la Orden del Temple, que una vez llegada la paz en Sicilia, estaba deseosa de echarle el guante. Una vez en Constantinopla, Roger fue investido megaduque, como ya hemos visto, lo que le convertía en una de las personas más poderosas del Imperio.

Aquí regresamos al punto donde nos habíamos quedado. Los almogávares regresan a Europa y se acuartelan en Galípoli. Pero al poco de llegar, Roger de Flor y el resto de capitanes comienzan a reclamar al emperador el pago de las soldadas atrasadas. Por contra, el emperador y sobre todo su corte se niegan a ello, pues están escandalizados por los actos de pillaje que los mercenarios habían realizado en Anatolia a costa de la población que debían proteger. En esa situación de tira y afloja se encontraban cuando por fin llegó a oriente el noble aragonés Berenguer de Entença con su compañía procedente también de Sicilia. En su llegada no sólo estaba el interés personal de Berenguer de unirse a la expedición, sino también el interés oculto de los reyes de Aragón y de Sicilia para que en el futuro los almogávares les abrieran el camino hacia la consecución del trono imperial de Constantinopla. Desde luego no se daba puntada sin hilo.

Por otro lado, la aportación de hombres de Berenguer fortaleció la posición de Roger de Flor, a quien el emperador Andrónico trató de contentar nombrándole César del Imperio. Cuando ya parecía que ambas partes habían llegado a un acuerdo económico y que la compañía iba a regresar a Anatolia a seguir luchando contra los turcos, Miguel, hijo del emperador y enemigo declarado de Roger de Flor invitó a este y a sus capitanes a un gran banquete en su honor en la ciudad de Adrianópolis, donde se protegía de los ataques de los búlgaros. A pesar de que se veía a la legua que era una emboscada, Roger, seguramente ebrio de gloria, aceptó y acudió el 4 de abril de 1305. Durante el banquete irrumpió en la sala Gircón, el líder de los alanos que había culpado a Roger y a sus hombres de la muerte de su hijo, y comenzaron a matar a todos los almogávares que allí encontraron. Roger de Flor fue asesinado y descuartizado, muriendo con sólo 38 años. Los bizantinos pensaban que eliminando a su líder y a algunos de sus capitanes la compañía quedaba descabezada y sería fácil acabar con unos salvadores que se habían convertido en un problema debido a su violencia y, sobre todo por su desmedida ambición. Pero los almogávares no eran unos mercenarios al uso, como otros con los que estaban acostumbrados a tratar.

LA VENGANZA ALMOGÁVAR

Las tropas imperiales se prepararon para atacar en Galípoli a los almogávares que seguían acantonados allí, pensando que serían presa fácil. Pero estos decidieron quemar sus naves para evitar la tentación de huir y comenzaron a contraatacar. La compañía se dedicó a arrasar durante dos años la región de Tracia de punta a punta, y los bizantinos no tuvieron más remedio que refugiarse tras las murallas de sus ciudades. Llegaron incluso ante los imponentes muros de Constantinopla, y sólo su poca capacidad en los asedios evitó su ataque.

Los bizantinos no habían conocido, ni siquiera en las regiones atacadas por los turcos, una violencia similar. Como relata el cronista Teódulo el Retórico: “[…] (los almogávares) se complacen sobre todo de la sangre y de las matanzas, y consideran el summum de la felicidad acabar con los otros y una calamidad no hacerlo, e incluso, consideran la clemencia una afeminación”. Arrasaron toda la zona entre 1305 y 1307, y sólo abandonaron Tracia una vez que esta ya no podía ofrecerles nada. A esta acción de violencia se le acabó conociendo como “la venganza almogávar” o como también la llamó la historiografía catalana del siglo XIX “la venganza catalana”, obviando a los también numerosos aragoneses, valencianos, e incluso alanos y griegos que la llevaron a cabo. Se acabarían dirigiendo hacia Grecia, en medio de las cada vez más frecuentes disputas entre los diferentes capitanes de la compañía.

LOS DUCADOS DE ATENAS Y NEOPATRIA

Tras la muerte de Roger de Flor, el aragonés Berenguer de Entença trató de ejercer de líder supremo de la compañía, pero el resto de capitanes, especialmente el valenciano Bernat de Rocafort, se negaban a dejar el mando de sus hombres. Finalmente ambos se enfrentaron, acabando con la muerte de Entença y asumiendo Rocafort el liderazgo.  En su marcha hacia Grecia, los almogávares, agotados tras años ininterrumpidos de lucha, fueron duramente derrotados tanto por los serbios como por un rehecho ejército bizantino que iba en su persecución.

Rocafort decidió finalmente aceptar, en contra de la opinión de muchos de sus hombres, la oferta de los franceses de la casa Anjou, enemiga tradicional de la Corona de Aragón, y luchar por ellos en Macedonia. Pero la mala dirección de la compañía por parte de Rocafort hizo que finalmente sus hombres se alzaran contra él, rompieran la efímera colaboración con los Anjou, y lo entregaran a los franceses, terminando su vida en una mazmorra napolitana.

En la primavera del año 1311, y tras haber arrasado la región de Tesalia, al norte de Grecia, llegan a las fronteras del Ducado de Atenas, por entonces gobernado por el francés Gutierre de Brienne, que les ofrece ingresar en su ejército. Por un tiempo aceptan, pero una vez que el duque ha logrado sus objetivos, decide licenciar a la compañía, dejando bajo su servicio tan sólo a unos pocos aragoneses y catalanes. El resto de almogávares hacen caso omiso de las peticiones del duque para que abandonaran sus tierras, y por enésima vez vuelven a convertirse en una seria amenaza para los lugareños. Gutierre se propuso entonces eliminar a los mercenarios de una vez por todas, y reunió al mayor ejército de la región con numerosos caballeros francos. Marchó por fin sobre ellos, y ya en el campo de batalla, los almogávares que habían seguido bajo el mando del duque de Atenas decidieron abandonarle y reunirse con sus antiguos compañeros de armas, a pesar de que estaban en inferioridad numérica y parecía esperarles una muerte segura. De nuevo estaban equivocados. El 15 de marzo de 1311 la poderosa caballería francesa y veneciana acabó totalmente destrozada por los catalanes y aragoneses en la Batalla de Halmyros. Tras su gran victoria, a los almogávares les quedó el paso libre, y enseguida ocuparon las dos principales ciudades de la región, Tebas y Atenas. Esos bárbaros mercenarios que habían aterrorizado a medio Oriente finalizaban su largo periplo y acabaron conformando dos Estados, los Ducados de Atenas y Neopatria. Durante varias décadas mantuvieron su independencia y guerrearon contra sus vecinos por el control de Grecia, pero una vez asentados fueron perdiendo su legendaria fuerza.

Ya en 1379, dentro de la política expansiva de Pedro IV de Aragón, ambos ducados fueron integrados en los dominios de la Corona de Aragón, aunque a duras penas se mantuvieron durante unos años, pues en 1388 se perdió Atenas y en 1390 Neopatria frente a, curiosamente, otra compañía de mercenarios, esta vez navarros, al servicio de la República de Florencia. Pero a pesar de todo, nunca está de más recordar que durante casi un siglo, las barras del rey de Aragón ondearon orgullosas, como hemos dicho al principio, en lo alto del Partenón de Atenas.

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