Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

jueves, agosto 31

Tokoloshe

 (Leído en wikipedia, y traído a colación por las tiras cómicas de Madam&Eve, que me encantan)

En la mitología zulú se cree que el Tikoloshe es un pequeño monstruo malvado, de aspecto peludo, que tiene la apariencia de una especie de cruce entre un felino, un zombi y un goblin, es creado por un chamán a partir de un cadáver humano.​ La creencia está especialmente extendida en todo el sur de África, y más concretamente en Sudáfrica.

El Tikoloshe, Tokoloshe o Hili, es el nombre dado por las tribus de Sudáfrica, Botsuana y Zimbabue, es un espíritu de la naturaleza maligna. Se dice que el Tikoloshe es creado a partir de cadáveres por los chamanes en busca de venganza, en cuyo caso sólo la persona maldita es capaz de ver el Tikoloshe.

Aunque ésta es la descripción del Tikoloshe que es tan frecuente hoy en día, parece haber sido originalmente más bien una especie de espíritu de agua, antes de ser considerado un zombi pequeño.

Actualmente a este ser se le describe como una criatura que se asemejaría a un mono por su pelo y que sería el tamaño de un niño pequeño, el cual poseería gran fuerza en relación con su tamaño pequeño. Sin embargo, sería capaz de cambiar de forma y desaparecen al ingerir una piedra. Su pequeño tamaño y la malevolencia parecen ser equivalentes a nuestra cultura occidental al Gremlin. Sin embargo, sería más exacto verlo como una mezcla de características entre un zombi, un gremlin y un poltergeist. Se dice que además sería aficionado a la cuajada y huevos frescos, que roba en graneros de aldeas remotas.

Igualmente en ciertas descripciones, se describe más parecido a un oso de peluche que a un mono y tendría un reborde óseo que se extiende desde la parte superior de su cráneo en su parte inferior del cuello, que le permitiría acabar con un buey con un golpe de cabeza. A veces se dice que había un agujero en la cabeza, creado con la ayuda de un bastón de metal al rojo vivo, y dos cuencas vacías en lugar de ojos. Otras versiones lo presentan como una criatura similar a Pie Grande o el Yeti.

Su leyenda es muy prevalente en las regiones donde se supone que vive, y con una gran importancia. Se observa a menudo por los pastores que pastorean sus rebaños al amanecer y por los niños, que se burlan a menudo.

La existencia de este ser preocupa mucho a la población rural, ya que se le atribuye muchos secuestros de niños, violaciones y matanzas de ganado. También muerde los dedos de las personas que duermen, por lo que es habitual en algunas áreas, subir las camas a dos metros con ladrillos para que estén fuera del alcance del Tikoloshe. Según la leyenda Zulú, los que ven un Tikoloshe nunca lo deben revelar a nadie, de lo contrario la criatura volverá a aparecer para vengarse.

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martes, agosto 29

La pasión de Héctor Berlioz

(Un texto de Luis Gago en El País del 17 de agosto de 2019)

Sorprende casi que toda la música de alguien tan excesivo, en todos los sentidos, como Héctor Berlioz pueda contenerse en tan solo 27 discos compactos, una cifra más que modesta si pensamos en las dimensiones habituales que alcanza la producción de prácticamente cualquiera de sus contemporáneos, empezando por Franz Liszt, uno de los más fieles defensores del francés durante toda su vida. La explicación más sencilla es, quizá, que Berlioz es un verso libre que no se parece a ninguno de ellos, empezando por el hecho, casi insólito en su gremio, de que nunca aprendiera a tocar el piano, a pesar de que, si algo caracteriza a los compositores románticos, es que todos ellos fueron virtuosos del instrumento, empezando, por supuesto, por el propio Liszt.

Berlioz fue, sin embargo, un adalid del Romanticismo, en su vida y en su obra. El mucho más moderado Verdi reparó en su querencia a situarse siempre en los extremos, algo que no le impidió, y así lo admitió expresamente el italiano, hacer cosas admirables. Como tampoco disfrutó de una formación musical convencional ni exhaustiva, ni fue nada parecido a un niño prodigio, Berlioz ha sido objeto de frecuentes reproches por lo que se consideran muestras evidentes de incompetencia técnica: "Hay en Berlioz torpezas armónicas que te hacen gritar", escribió Pierre Boulez, que parece inspirado por una crítica de Claude Debussy aparecida en Gil Blas el 8 de mayo de 1903 en la que leemos: "Berlioz ha sido inmediatamente adoptado por los pintores; podría incluso decirse sin ironía que Berlioz fue siempre el músico preferido de los que no saben mucho de música. Las gentes del gremio siguen alarmándose ante sus libertades armónicas (hablan incluso de sus 'torpezas') y su negligencia formal". Y en una entrevista que le hicieron en La Revue Bleue el 2 de abril de 1904, el autor de Pelléas et Mélisande fue aún más acerbo: "Berlioz es una excepción, un monstruo. No es un músico en absoluto; transmite la ilusión de la música con procedimientos que toma prestados de la literatura y la pintura. Además, no veo en él gran cosa de especialmente francés".

La principal ocupación de Berlioz —y, por tanto, los únicos ingresos estables de los que disfrutó durante toda su vida— fue la de bibliotecario del Conservatorio de París, complementada por su labor durante 30 años en el Journal des Débats, en cuyas páginas demostró ser un crítico acerado de todo y de todos, excepto de sí mismo. Esos centenares de artículos y sus ingentes Memorias, en las que falta a la verdad casi con el mismo desparpajo que su admirado Richard Wagner en las suyas, nos permiten asomarnos a la mente de este hombre fascinado durante toda su vida por la voz humana y por el canto: "Un colosal ruiseñor, una alondra del tamaño de un águila, semejante a la que se dice que existía en el mundo primitivo", fue como lo definió Heinrich Heine, otro de los muchos románticos que frecuentó Berlioz en París. Pero no fue hasta 1830, y ya tenía entonces 26 años, cuando compuso su primera obra de auténtica entidad, sin voces: la revolucionaria Sinfonía fantástica, una pieza programática en la que, como novedad absoluta en el ámbito sinfónico, un compositor se situaba como protagonista y desencadenante de su criatura. Strauss iría mucho más lejos décadas después en su Sinfonía doméstica, por supuesto, pero fue Berlioz quien abrió antes que nadie la espita de la subjetividad a ultranza, quien no tuvo empacho en poner música a todos los excesos y las pesadillas del Romanticismo.

El sesquicentenario de su muerte en 1869 está dando lugar a multitud de conmemoraciones en Francia y ha sido, asimismo, la espoleta de la publicación de su opera omnia en disco, una empresa que estaba todavía pendiente. Y esta caja del sello Warner pone las cosas en su sitio para que cada uno pueda juzgar por sí mismo. Muchos se sorprenderán de que no haya una sola obra para piano, ni tampoco incursiones en la música de cámara, pero en Berlioz casi nada es convencional.

El catálogo del francés se divide en cuatro grandes apartados: las piezas orquestales, su producción vocal no operística, su música sacra (la Grande messe des morts y el Te Deum, dos obras desmesuradas y celebratorias, y la muy delicada trilogía sacra L'enfance du Christ) y, por último, sus tres óperas, la última de las cuales, Les troyens, constituye, sin ninguna duda, la culminación de su carrera, su composición más ambiciosa y la plasmación más completa de su genio melódico, orquestal y dramático. Curiosamente, es también, de alguna manera, la más académica, por el tema elegido (un homenaje a su infancia, ya que aprendió latín muy pronto traduciendo al francés la Eneida, de Virgilio) y por sus hechuras de grand opéra, una rígida y ampulosa creación casi exclusiva de la Francia decimonónica.

Aunque ha tenido que licenciar de otros sellos las grabaciones de algunas rarezas, el gran atractivo de la exhaustiva caja publicada por Warner es que el peso de la interpretación recae sobre varios directores que son o han sido admiradores y defensores acérrimos de la causa de Berlioz, encabezados por dos extranjeros afrancesados: el inglés John Eliot Gardiner y el estadounidense John Nelson. Hay también valedores galos (el gran Jean Martinon, Louis Langrée, Michel Plasson ó Franlois-Xavier Roth en la primicia discográfica absoluta de Le temple universel) e incluso una incursión puntual del que ha sido quizá su máximo abogado desde el podio, el británico Colin Davis, que dirige aquí la escena lírica Herminie a una sobresaliente Janet Baker, protagonista a su vez de otra joya recuperada ahora por Warner: la mejor versión jamás grabada de una de las grandes obras maestras del compositor francés, el ciclo de canciones Les nuits d'été, con un igualmente inalcanzable John Barbirolli al frente de la Orquesta New Philharmonia.

Es mucho, muchísimo, lo que hay en estas Obras completas de disfrutable, tanto en las rarezas cuasidesconocidas como en los logros más incontestables de Berlioz: la efusividad poética de la "sinfonía dramática" Roméo et Juliette (en una intensa interpretación dirigida por Riccardo Muti), las oberturas orquestales plagadas de sorpresas, el Goethe á la francaise de La damnation de Faust. Pero la summa perfecta del universo berliozano es, hay que insistir, Les troyens, que puede oírse en la reciente y premiadísima versión dirigida por John Nelson al frente de un reparto de excepción, encabezado por Joyce DíDonato, Marianne Crebassa, Marie-Nicole Lemieux y Stéphane Degout. Cuatro horas y media de música grandiosa de un músico tan volcánico y apasionado que en 1859 escribió a su hermana Adéle: J'ai la passion de la passion.

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domingo, agosto 27

'Hell hath no fury like a woman scorned'

 'Hell hath no fury like a woman scorned' is an idiom that is adapted from a line in William Congreve's play, The Mourning Bride (1697). 

The line from which it came is 'Heaven has no rage like love to hatred turned, nor hell a fury like a woman scorned." 

'Hell hath no fury like a woman scorned' means that there is no greater anger than that of a woman who has been rejected in love.

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viernes, agosto 25

Pseudónimos literarios

(Extraído de un texto de Darío Prieto en El Mundo del 24 de octubre de 2021 a raíz del descubrimiento de los autores tras el pseudónimo Carmen Mola).

[…] Jorge Díaz (Alicante, 1962), Agustín Martínez (Lorca, 1975) y Antonio Santos Mercero (Madrid, 1969) habían escrito una novela a seis manos, pero querían esconderse detrás de un seudónimo, al estilo de la italiana Elena Ferrante. "Empezaron a soltar paridas", recuerda sobre aquel momento un colega de escritura audiovisual que prefiere mantenerse igualmente en el anonimato. "Las típicas chorradas de este tipo de cosas. Primero fueron nombres extranjeros, pero alguien dijo que no, que tenía que ser uno español. '¿Carmen?', preguntó alguien. 'Mola', respondió otro. 'A tomar por culo'. Y así se quedó: Carmen Mola".

[…]

No es, de todas formas, la primera vez que unos varones deciden usar un seudónimo femenino. Lisbeth Werner, autora de la colección de libros infantiles de Puck -muy populares en España a finales del pasado siglo- era en realidad una pareja de escritores daneses: Knud Meister y Carlo Andersen. De igual forma, Stéphane Mallarmé (padre del simbolismo) y su colaborador Ulrich Lehmann firmaban los artículos para la revista de moda La Dernière Mode como Marguerite de Ponty y Miss Satin.

El fenómeno ha sido más frecuente en la literatura romántica -los novelones ardorosos superventas en los que mandan Rosamunde Pilcher y Danielle Steel-, dado que la mayoría de las autoras suelen ser mujeres. Para ser aceptados, Hugh C. Rae, Ian Blair y Roger Sanderson decidieron firmar como Jessica Stirling, Emma Blair y Jill Sanderson. Pero el caso más conocido es el de Yasmina Khadra, el escritor más importante de Argelia, que en realidad se llama Mohammed Moulessehoul y que se parapetó tras los dos nombres de su esposa debido a la censura que el gobierno militar de la época había impuesto en su país y que le obligó a que fuese ella la que firmase los contratos para la distribución internacional de su obra.

[…]

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miércoles, agosto 23

Janis Joplin, la chica que sentía demasiado

(Un texto de Lola Fernández en la revista Mujer de Hoy del 26 de septiembre de 2020)

Fue la primera estrella femenina del rock, la primera mujer a la que la música tomó en serio. [Al] cumplirse 50 años de su muerte, una biografía reconstruye cada paso de su vida.

Ahora mismo, en cualquier descanso publicitario de la televisión, es posible escuchar la inconfundible voz de Janis Joplin en el anuncio de comienzo de curso de un famoso banco holandés. Canta 'Me and Bobby McGee', una de sus canciones más populares, en realidad compuesta por Kris Kristofferson, guapo oficial de la escena country de la época y uno de sus ligues. Joplin la grabó poco antes de morir de una sobredosis de heroína, el 4 de octubre de 1970, a los 27 años. Poco antes habían muerto, a la misma edad, Brian Jones (Rolling Stones) y Jimi Hendrix. Después, también con 27, lo hicieron Jim Morrison, Kurt Cobain o Amy Winehouse. El médico que redactó su autopsia, Thomas Noguchi, fue el mismo que dictaminó las muertes por sobredosis de otros dos mitos: Judy Garland (1969) y Marilyn Monroe (1962).

'Me and Bobby McGee' fue número uno inmediato en 1971, el segundo hit post mortem en llegar a lo más alto de las listas tras (Sittin’ On) The Dock of the Bay, publicado solo días después del accidente de avión que terminó con la vida de Otis Redding, en 1967. Fueron como maestro y alumna. Joplin aprendió de él su manera rítmica y energética de interpretar. “Las dos personas que más influyeron a Janis fueron Otis Redding y Bessie Smith”, explica Holly George-Warren, autora de Janis Joplin, la nueva biografía sobre la artista que publica Cúpula. En agosto de 1970, Joplin colocó una lápida en la tumba de Bessie Smith, que permanecía sin señalar desde que la mítica cantante de blues recibiera sepultura también un 4 de octubre, pero de 1937. En aquella losa hizo grabar la siguiente leyenda: “ La mejor cantante de blues del mundo nunca dejará de cantar”.

"Janis sentía que actuando se convertía en alguien bello", asegura su biógrafa.

La mejor cantante rock también hoy continúa sonando, aunque su trágica muerte en una habitación de hotel, en una tonta recaída tras varios meses limpia de drogas y en plena grabación de Pearl, su segundo disco en solitario, ha deglutido en gran parte la narración sobre la trascendencia de Joplin en la cultura pop. El documental Janis (disponible en Filmin) comenzó en 2015 a resituar su figura como el mito musical que es: la primera gran estrella femenina del rock, la primera mujer que el negocio musical se tomó en serio y un talento que apenas había comenzado a mostrar su potencial. Sin embargo, el retrato que mejor plasma la ambición creativa y personal de Joplin es la biografía de Holly George-Warren, que saca partido a un material extraordinario: las cartas y álbumes escritos por Janis que Laura y Michael Joplin, sus hermanos, han custodiado.

En vez de caer en la manida interpretación de un perfil psicológico (la pobre chica fea de Texas que sólo encontró el amor sobre el escenario), reconstruye laboriosamente cada paso de la vida de Joplin. “La mejor manera de mostrar la complejidad de su figura pasaba por dejar que los que la conocieron ofrecieran su punto de vista”, explica. Eso permite trascender el tópico sobre la complicada relación de la cantante con su físico: es cierto que en su adolescencia era un chicazo y en la universidad la nombraron “el hombre más feo del campus”, pero esa es solo una herida más que se ha convertido en central. “Ella sentía que actuando se transformaba en alguien bello. Estaba insegura con su físico, pero hacía como que no le importaba, de ahí sus estilismos llamativos. Quería elevarse estéticamente”, confirma la autora.

En vez de recabar un hecho esencial, su reconstrucción biográfica va sobreponiendo capa sobre capa sobre capa: la niña que quería salir en las portadas de las revistas, la adolescente activista por la integración y contra el Ku Klux Klan, la joven provocadora que buscaba pelea en los bares de Luisiana, la cantante novata que se enganchó a las drogas buscando la intensidad salvaje de la vida beatnik, la joven pero ya frustrada aspirante a esposa y madre en una casa con jardín, la mujer hipersensible y salvaje que quiere amor pero sin renunciar a su libertad...

“Lo que más me sorprendió descubrir fue lo muchísimo que Janis trabajó para convertirse en una buena cantante: no hizo otra cosa de los 17 años hasta los 23”, reconoce George-Warren. Su obsesión era la excelencia: “Se lo inculcaron sus padres. Además, quería reivindicarse ante los que la criticaron en su pueblo natal de Texas”.

En una de sus primeras entrevistas en televisión, una jovencísima Janis reconocía sus límites con una sabia honestidad sin filtros. “Billie Holliday, Aretha Franklin... Son tan sutiles... Te pueden exprimir con solo dos notas. En el pequeño trayecto que va de un la a un sí son capaces de contarte un universo. Yo aún no sé hacer eso. De momento lo único que tengo es fuerza. Pero si sigo cantando, a lo mejor lo pillaré. Eso creo”.

Años después de su muerte, Kris Kristofferson reconoció que prefería escuchar su canción, 'Me and Bobby McGee', en la versión de Janis. La letra le encajaba como anillo al dedo. “La frase 'Freedom’s just another word for nothing left to lose' [La palabra libertad es solo otra forma de decir que no tienes nada que perder] alude a esa espada de doble filo que es la libertad: eres libre, pero serlo tanto puede traer dolor”.

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